viernes, 14 de agosto de 2009

Paula Almerares : Nacida para el canto

Una de las artistas más completas que tiene la Argentina es esta soprano nacida en La Plata, que en la plenitud de su carrera se atreve a encarar por primera vez un personaje emblemático para su cuerda como lo es “Lucia di Lammermoor”. TIEMPO DE MÚSICA dialogó con ella, repasando sus experiencias profesionales y sus convicciones artísticas. 

Por Luciano Marra de la Fuente

La historia de esta entrevista se remonta a un momento del año muy diferente a este frío y húmedo agosto porteño. Luego de haber armado a comienzos de enero de este año el Anuario 2008, me di cuenta que una de las figuras más destacadas del año –por no decir “la única”– había sido Paula Almerares. Lo pudimos comprobar en su participación en la Gala del Cententario del Colón, en un recital junto a Luis Gaeta interpretando Puccini y Verdi en el Auditorio de Belgrano, y en sus nuevas lecturas de Norina de Don Pasquale y la impactante Antonia de Los cuentos de Hoffmann en el Argentino de La Plata.

Por esa razón fue en el cálido verano de la costa marplatense, cuando me encontré con ella para charlar de una manera distendida sobre su carrera y sus proyectos para este 2009. Circunstancias de la vida hicieron que recién hoy, a pocas horas de su debut en un personaje tan comprometido como el protagónico de Lucia di Lammermoor en el Teatro Argentino de La Plata, salgan a la luz sus palabras justas y equilibradas, sus reflexiones sobre la interpretación operística y sobre cómo encarar una carrera artística en un mundo que se ha convertido en mercado devorador de voces.


1. De la cuerda a la voz / La época de los concursos

Con una familia de artistas, la vida de Paula Almerares indudablemente iba a estar ligada al arte. Su abuelo fue pintor y violinista, su padre también violinista y fundador del reconocido Cuarteto Almerares, y su madre fue primera bailarina del Teatro Argentino. Créase o no, la entrada de Paula en la música no fue por el canto, sino por esa herencia violinística de tres generaciones: “Empecé a estudiar el violín a los seis años”, nos cuenta “y a los catorce me acuerdo patente que de un día para el otro me levanté y dije ‘quiero estudiar canto’. Yo cantaba en la escuela porque tenía condiciones, pero eso no me llevaba absolutamente a nada. Tenía ese don, el de poder cantar afinado, pero nunca pensé en ese momento en cantar ópera, sobre todo porque no veníamos de una familia de operistas. Sólo mi madre, que cuando ensayaba se ponía un disco de Victoria de los Ángeles para entusiasmarse: llevaba al camarín su Winco y supongo que por ahí en la panza algo tuvo que ver. También escuchaba Regine Crespin”.

Más allá de la sorpresa de sus padres, por cambiar el arco del violín por el canto, la apoyaron en su decisión. Paula recuerda: “Me contactaron con una gran profesional y gran cantante, Myrtha Garbarini. A partir de ahí empecé a tomar mis primeros conocimientos, a cantar y a estudiar de una manera… Siempre fui exigente conmigo misma, pero la verdad que era una necesidad el estar estudiando. Quería avanzar y los primeros pasos no eran fáciles”.

¿Siempre tuviste esta voz lírica con coloratura?

Sí, siempre tuve esta extensión. Siempre le agradecí a Dios tener –humildemente lo digo– la lucidez para poder decir “esto lo puedo hacer y esto no”, “en este momento sí y en este no”. A veces los maestros te dicen que cantes esto o aquello… Pero yo decía: “si soy muy chica, yo todavía no puedo”. Y no es que no seguía el consejo de mis padres, es que no me lo sentía el cuerpo. Vocalmente en el cuerpo no estaba preparada, por supuesto que técnicamente tampoco y menos estaba preparada como experiencia de vida. Porque para encarar un rol –como puedo encarar La traviata u otro tipo de personajes como Liú– necesitás una experiencia de vida.

Paula Almerares en La traviata, Teatro Argentino de La Plata, 2007

¿Y cómo fue ganar el Concurso “La Traviata 2000” en 1994?

Tenía 24 años. Ya el año anterior había debutado en el Colón con Alfredo Kraus [en Los cuentos de Hoffmann]. La Fundación Teatro Colón me propuso presentarme a ese concurso.

¿Vos ya habías ganado el Concurso Belvedere en Viena?

Sí, en 1992. Gané el premio a la “Mejor Soprano”, cantando Pamina [de La flauta mágica]. Me sentí muy gratificada al estar en un país donde se habla alemán y que les haya gustado cómo había cantado ese personaje. He tenido ofrecimientos de hacerla luego, pero nunca lo hice. Siempre quedó pendiente: una vez tuve un ofrecimiento del Teatro Argentino y al final me tuve que ir al Carnegie Hall. Muchos me preguntan por qué no canto Mozart, pero no es porque nunca quise, sino porque no se dieron las circunstancias. La flauta mágica es una obra que me resulta de un enriquecimiento musical increíble, me gustaría hacerla.

Volviendo a “La traviata 2000”…

Me presento, me anoto, canto el aria de Violetta, que para mí era lo máximo que podía hacer en ese momento… La ópera entera, ¡jamás! Y se fueron dando las cosas: termino ganando. Digo “termino ganando”, porque nunca fui con la idea de ganar. Tampoco me pasa ahora: no voy con la idea de cantar y pensar que voy a sobresalir o que voy a producir tal efecto. No. Trabajo tanto para la autosuperación que no tengo tiempo de pensar esas cosas. Eso, la gente que me conoce, ya lo sabe. Y para los que no me conocen, soy así.

Allá ganaste junto a una soprano mexicana…

Sí, ganamos de una manera unilateral, porque no era un jurado de diez personas, sino que el que elegía era Lorin Maazel. Ganamos Olivia Gorra y yo. El premio era cantar La traviata con Maazel. Eso no terminó ahí: quedaba ver quién cantaba las funciones, la primera, la segunda… Durante los ensayos –muy estresantes, fueron pruebas todos los días, durante dos o tres semanas para ver quién hacía la primera función– ¡el concurso seguía!

¿Cómo fue trabajar con Maazel en todo ese proceso?

Con Maazel no se necesita hablar: es la música y ya está. No por una cuestión de terquedad o sequedad, para él es el idioma de la música: uno canta, él dirige y entre medio de esa fibra pasan cosas. El día del ensayo general, faltaban dos días para el estreno, me dice: “Vos hacés la primera función”. Yo les dije: “¡Ayúdenme!” (risas) Y la verdad que el maestro Maazel me ayudó muchísimo. La orquestación de La traviata es bastante ardua –aunque está muy bien escrita–, pero ¡yo tenía 24 años! En los pianissimos él bajaba la orquesta, después la subía. Tenía un dominio único. Conservo el mejor de los recuerdos.


2. La humildad de los grandes y su trabajo en escena

Antes, en 1993, habías cantando con Alfredo Kraus… ¿Cómo fue?Eso fue una bomba también. Me pasó una cosa rarísima, yo era cover sin función y al final me tocó la primera y la tercera. La otra soprano se fue, tenía otros compromisos. Un día me llaman y me dicen que Jules Rudel –que dirigía la producción– me quería escuchar. Me escuchó, pero ¿qué paso? Yo no audicioné Los cuentos de Hoffmann porque no pensaba que tenía que audicionar esa obra, pensaba que me quería escuchar nomás. No me imaginaba que me iban a dar las funciones… entonces empiezo a cantar “Regnava nel silenzio” [el aria de entrada de Lucia di Lammermoor]… ¡Nada que ver! (risas) Los técnicos estaban en los costados porque estaban desarmando una puesta y mientras cantaba se escuchaban los martillazos, sus gritos… Había otras chicas audicionando también, pero ellas ya sabían que era para Antonia… ¡y yo no! Cuando termino me preguntaban: “¿Pero vos no sabías que esto era para Antonia?” ¡No! Así fue como el Mtro. Rudel dijo: “yo quiero esta chica para la Antonia”… (risas) Y ahí fue. No tenía nada que ver con los directivos, fue una decisión propia del maestro. 

Alfredo Kraus (Hoffmann) y Paula Almerares (Antonia) en Los cuentos de Hoffmann, Teatro Colón, 1993

Y cantaste con Alfredo Kraus, ¿cómo era él?

Una paz. Uno crece con esos artistas, por la humildad y por esa energía muy especial que tienen en el escenario. Era humilde como músico, como persona y como cantante, que él me hizo sentir a la par. ¡Mirá lo que estoy diciendo! En ningún momento dijo: “Yo con esta chiquita no canto porque recién empieza”. Supongo que debe haber visto mi seriedad y mi deseo de hacer lo mejor posible. Al finalizar el tercer acto, el público se cayó de aplausos, abren el telón, nos hacen señas desde adentro, “salgan a saludar”, y el único que me dejó sola, porque él amago con salir y me dejó sola fue Alfredo Kraus. Y yo me llené de lágrimas. Era Alfredo Kraus y él podía recibir todas esas loas de aplausos y no. Eso me mató. Todavía me emociona... Fue muy mágico. Porque generalmente puede haber celos profesionales y esas cosas, pero además yo recibí de él el mejor de los apoyos y sus consejos.

Luego en 1994 cantaste con Plácido Domingo en la reapertura del Teatro Avenida…
Sí, primero en Montevideo y luego en el Teatro Avenida. Él es otra especie de “monstruo”, totalmente diferente… Carismático. Pero a la hora de estar arriba del escenario, tiene una energía aplastante. Es esa energía del canto con un sentimiento más profundo que te hace sacar la música. Empezás a temblar de la energía y decís: “Ahora sí”.

Eso se transmite en escena…

Sí. Es un dar y recibir en el momento de cantar. Es como que se crea una cámara de cristal donde hay un diálogo de lo más profundo que se llega al público. Eso se da con los grandes y con la humildad de los grandes. No con los grandes solamente. La “humildad de los grandes” es totalmente diferente a los “grandes”, porque la música es lo más transparente: uno sabe cómo es la persona cuando hace música, en este caso, cuando canta. Uno se da cuenta de la personalidad. Yo tuve la suerte de estar junto a estos dos grandes y estoy muy agradecida. No me queda ningún grande en el tintero. Pavarotti ya no puede ser, que le vamos a hacer… Estoy más que agradecida. Sigo teniendo contacto con Plácido, aunque ahora se dedica a la dirección de teatros. Supo de mí cuando fuimos a México [con Turandot del Teatro Colón]. Siempre hay buena relación, sabe de mi carrera, me apoya y es muy correcto.

Luis Lima (Rodolfo), Mirella Freni (Mimí) y Paula Almerares (Musetta)
en el último acto de La bohème, Teatro Colón, 1999

Hablando de “grandes” también participaste como Musetta en La bohème con Mirella Freni en 1999. ¿Cómo fue trabajar con ella en los ensayos y en las funciones?

A mi me parece que es un “monstruo”. Si uno no sabe dónde poner la voz esos días por la mañana y que no se sabe dónde está, te ponés un CD de ella y ya encontraste todo. No necesitás ni vocalizar con Mirella. Es una gran profesional, una gran maestra. Conmigo fue una gran persona. Compartimos camarines y nos pasábamos las estampitas para bendecirnos mutuamente. Para mí fue muy impactante cantar el último acto junto a ella, porque era la única parte en que yo podía compartir, en el momento de la muerte, agarrarle las manos, verla de cerca en su interpretación y cómo hacía las cosas. En ese momento uno aprovecha y vale más que diez años de clases. Captás todo. También hacer el aria de Musetta [del segundo acto] con ella atrás… Ella me dijo: “La verdad qué bien! Yo esta aria no la haría nunca!” (risas) Porque es difícil: es un aria que parece simple pero Musetta entra con eso. Entre camarines, ella tenía su kimono y yo el mío, así que yo le decía: “Usted lleva el kimono e hizo Madama Buttefly, pero yo paso” (risas) Una linda experiencia, que no es común y no es con todos igual. Depende… Yo soy una persona muy respetuosa: respeto mucho la trayectoria de las personas que han estado tantos años en el escenario y eso a ella yo se lo expresé.


3. A la búsqueda de los personajes

Con ese mismo personaje de La bohème, Paula Almerares había debutado a sus 19 años en el Teatro Argentino. “Ese fue mi primer rol de ópera”, recuerda. “Antes había debutado ese año en un concierto por el aniversario de la ciudad de La Plata: con Rubén [Martínez, su esposo] hicimos fragmentos de Romeo y Julieta, dirigidos por el Mtro. Mario Perusso. Él me descubrió, yo había hecho una audición a los 18 años, le gustó y ahí empezó todo. Después de La bohème, fue Micaela [de Carmen]. Yo estaba en pleno desarrollo técnico vocal y después me fui perfeccionando y abocando a otro tipo de roles”.

¿Hiciste alguna vez Mimí?

No, nunca. Porque soy lírica-coloratura y quiero conservar todo ese registro. Creo que va a haber tiempo para Mimí. Por ejemplo, este año voy a Bolonia a hacer La gazza ladra de Rossini, que es mi debut en ese papel y en ese teatro. [N. del E. Este debut lo realizó en marzo pasado]

¿Qué roles nuevos te gustaría encarar? ¿Thais de Massenet?

¿Cómo sabías? (risas) Pero la verdad que me gustaría volver a hacer Manon en una muy buena producción y me gustaría hacer Louise de Charpentier.

¿Suor Angelica no?

No. ¿Sabés por qué no? Porque quiero conservar mi cuerda. Cuando uno se tira a otras cosas que no son imposibles de hacer está bueno porque es un paso adelante, pero técnicamente y vocalmente pueden llegar a ser un paso atrás. Las cuerdas vocales son como un músculo. Creo que necesito un poco más de tiempo. Antes de Suor Angelica, haría La Rondine. Me gustaría cantar Margarita de Fausto.

Paula Almerares en un ensayo de Lucia di Lammermoor, La Plata, 2009

Después de hacer “Regnava nel silenzio” en esa audición de 1993, finalmente llegás a interpretar todo el protagónico de Lucia di Lammermoor…

Esa aria me trajo suerte en aquella audición, así que estoy muy contenta de hacerlo completo. Toda el “aria de la locura” me fascina artísticamente… No quiero abordar sólo lo vocal sino elaborar la parte psicológica. Después también tener realmente un diálogo con la flauta y encontrar otra característica. Creo que eso siempre me gustó, no sólo la parte del canto sino la parte actoral. De esa manera sacarle lo máximo a Lucia, no solamente como una persona que entra en locura y mata a alguien… Quiero que no sea el bel canto solamente, sino que haya una buena interpretación.

Luego, para el Teatro Colón, estás comprometida para Orfeo ed Euridice…

Esta vuelta he tenido el ofrecimiento de hacer el Amore porque trataron de hacer un elenco bien armado: el protagonista sería el contratenor Franco Fagioli, Virginia Tola como Euridice y yo el Amore. Yo hice siempre la Euridice con Bernardette Manca di Nisa: todas las producciones en Italia las hice con ella, que es una gran contralto. A mi me encanta hacer el Amore, es un papel que lo puedo hacer y además me permite compartir el mismo escenario con Virginia, cosa que nunca pasó.


4. Experiencias de vida / Forjar una carrera / Encontrar una misión

Tuviste bastante carrera en Italia, ya actuaste en La Fenice… ¿Qué recordás de esos años? Incluso fuiste a vivir allá…

Sí, sigo viviendo allá, tengo mi departamento en Verona. Voy y vengo. Lo que pasa es que decidí que cuando no trabajo me vengo. Si tengo diez días libres, vuelvo a la Argentina porque me rinde mucho más psíquicamente, estoy con mi familia. En Italia tengo los mismos contactos, aunque hubo muchos cambios en las direcciones artísticas y eso conlleva que haya momentos de stop. Los artistas pasamos por diferentes etapas, pero no sólo vocales sino de cambio. Hay momentos en los que uno elige estar todo el tiempo y uno necesita hacer un stop, para volver a reafirmarse, poner primera y volver otra vez. Eso a mi ya me pasó y ahora estoy en el transcurso de apuntar a otra cosa. No es otra Paula, sino que tengo otra seguridad: no tengo más 19 años. Ese período –y eso lo hablábamos con Mirella Freni– es importante para “retirarse”, recogerse, para después volver a reencontrarse y volver. Estar constantemente vigente es una voracidad que te lleva a un peligro. Es un arma de doble filo. A mi me encanta seguir con esta carrera y yo la amo, pero despacio porque no tengo apuros. Tengo posibilidades y las cosas van dando cada vez mejor y todo esto…

Además tenés posibilidad de revisitar los roles y volvés a encararlos con otra experiencia…

¡Exactamente! No es lo mismo debutarlo que volverlo a hacer. Por ejemplo, ahora, al debutar en un rol, por mi mentalidad actual, no es como si lo debutara, porque hubo un crecimiento artístico y personal que hace que yo me tome las cosas no como a los 20 años. Entonces eso hay que disfrutarlo. En esa época pasaron muchas cosas en muchos años y yo era muy chica. Estuve muy contenta, aunque también tuve bastantes sufrimientos porque a esa edad había cosas que no entendía. Cuando estaba en Italia, había una exigencia muy grande y no dejaba de ser un país donde yo no sabía cómo se manejaban las cosas. Si bien vengo de una familia de músicos y sé lo que es la exigencia –no la mala exigencia sino el orden de estudio; yo escuchaba a mi padre estudiar diez horas por día, mi madre bailar en la sala; conozco el sacrificio y tener una constancia metódica para “llegar a”– realmente tuve mis momentos duros en Italia. No es fácil trabajar con los italianos, pero cuando digo “sufrimiento” lo digo más a nivel personal, ya que estaba sola y si bien tenía la compañía de Rubén ni bien podía, era un trato al cual yo no estaba acostumbrada. Un trato como el que aparece en los libros de la Callas, donde se cuenta cómo se tiraban de los pelos y se empezaban a gritar. Todo eso emocionalmente me afectó. Hoy puedo decir que gracias a eso –qué cosa más paradójica– me sirvió para tener fuerzas personales y una cierta inmunidad… ¡Soy inmune! (risas) Creo que también formó parte de mi etapa de crecimiento, para que hoy profesionalmente pueda sentirme en mi mejor momento personal.

Está bueno que te des cuenta y lo puedas disfrutar…

Esa es la palabra. Una cosa es hacer y otra cosa es disfrutar. Hay un abismo. Ya hace tres años que estoy disfrutando y eso me gusta que lo sepan. Porque hay muchos artistas que dicen que fue todo bárbaro, pero en realidad no todo fue fantástico para mí, hubo grandes momentos de sufrimiento y ahora puedo decir que estoy muy feliz. Tengo muchas expectativas en el exterior. Siempre tuve una pierna acá y otra pierna allá. Nunca corté acá… Hay artistas que se van por muchos motivos, quizá porque no te pagan lo mismo, porque hay problemas en el país, pero yo no nací para eso. Yo nací para cantar y para cantar en cualquiera de los escenarios donde me llamen. Amo a mi público porque me recarga de energía. Estar en el Met, el Colón o el Teatro Argentino, para mí los escenarios se unifican, porque mi misión es cantar.

Entrevista de Luciano Marra de la Fuente
editor@tiempodemusica.com.ar
Enero-Agosto 2009

Para agendar

Paula Almerares protagonizará Lucia di Lammermoor en el Teatro Argentino de La Plata el viernes 14 a las 20.30 y los domingos 16 y 23 de agosto a las 17.00. Junto a ella actuarán los tenores Juan Carlos Valls (14 y 16 de agosto) y Leonardo Pastore (23 de agosto) como Edgardo, el barítono Fabián Veloz como Enrico Ashton y Christian Pelegrino como Raimondo, entre otros. La dirección musical será de Carlos Vieu y la puesta en escena de Claudia Billourou, con escenografía e iluminación de Juan Carlos Grecco y vestuario de Nidia Ponce. Participan la Orquesta y Coro Estables del Teatro Argentino.

Más info: www.teatroargentino.ic.gba.gov.ar
Fuente: http://www.tiempodemusica.com.ar/noticia/noticia.ver.php?idpost=492&idpagina=50

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