Entrelíneas
Por Pablo Sirvén | LA NACION
NELIDA LOBATO en MI VIDA ES BAILAR
Era de la época donde un busto era un busto, y no un grosero relleno de siliconas a punto de explotar, y la belleza, un don natural que a ningún bisturí se le ocurría mejorar (o empeorar).
Pertenecía a un tiempo donde la vedette representaba un enigma sutil, una suerte de metáfora encarnada del erotismo y del deseo; inquietantemente cerca pero, al mismo tiempo, siempre inalcanzable. Distancia y sensualidad (términos en apariencia tan incompatibles) se sintetizaban en esos cuerpos monumentales y silentes que bajaban imponentes y emplumados desde lo alto de una escalinata, con la mirada al frente, altivas y gloriosas.
Antes de que la televisión le asestara una cuchillada artera al género, dejando en evidencia muchos de sus eficaces trucos, Carlos A. Petit, el gran empresario de la revista porteña, imponía sus férreas estrategias para que esa ilusión no se evaporara: la vedette no podía prodigarse fuera del escenario ni dar notas y debía hacer de su vida privada casi un secreto. El misterio tenía que ser tan poderoso como para que quien quisiera asomarse a él no le quedara otro camino que acercarse hasta el teatro.
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Por su tempranísima muerte -culpa del cáncer, a los 47 años, en plena Guerra de las Malvinas; el sábado 9 se cumplieron 27 años de su desaparición-, Nélida Lobato potencia toda esa mágica atmósfera perdida, hoy tan mancillada en los oprobiosos altares de los programas de chimentos más rastreros y en los precarios certámenes de baile televisados y reciclados hasta el hartazgo en virtual cadena nacional.
Es una muy buena idea que el Ministerio de Cultura de la Ciudad se haya animado a hacerle un gran homenaje a la Lobato en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930). Pasado mañana, a las 19, en la sala 6, será la inauguración oficial de una muestra que durante quince días, con entrada libre y gratuita (lunes a viernes, de 14 a 21; sábados y domingos, de 10 a 21), procurará mostrar algunas de sus desperdigadas pertenencias y expondrá muchísimas fotos y videos de sus actuaciones, a los que se sumarán testimonios y entrevistas de grandes referentes del espectáculo argentino.
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Haydée Nélida Menta nació en Buenos Aires el 19 de junio de 1934. Debe su apellido artístico, que la acompañó hasta el día de su muerte -a pesar de que se había separado muchísimo antes y terminó sus días junto a Víctor Laplace-, a su gran mentor, Eber Lobato, quien pulió y cinceló su increíble potencial coreográfico y la convirtió en una verdadera estrella.
El encuentro con el hombre que cambiaría su vida para siempre fue en Chile donde Nélida había sido contratada por Buddy Day para trabajar en la boite Bim Bam Bum. Luego se forjó con gran disciplina en Las Vegas, a tal punto que la fueron a buscar del Lido de París, que la contrató como primera figura entre 1964 y 1969, donde fue reverenciada por el jet set europeo. Sin embargo, la Lobato nunca consideró que su formación se había completado y batalló obsesivamente por seguir perfeccionándose casi hasta su último aliento.
"Fue producto de un esfuerzo y rigurosidad constantes -apunta Jorge Lafauci, director periodístico de la exposición sobre ella que está a punto de abrir-: cuenta en uno de los testimonios el bailarín Enrique Ibarreta, que formaba parte de la compañía en el Lido de París, que Lobato había tomado clases con profesores muy importantes en EE.UU. y Europa, entre ellos de la escuela de Marta Grahan y de Katharine Duhan. Vuelta a la Argentina, casi una década después de partir, siguió estudiando hasta que la enfermedad le impidió concurrir, con Noemí Coelho y Rodolfo Olguín. Ninguna de las vedettes que vino después y llegó tan alto, fue tan perfeccionista como ella".
También intentó un lugar de mayor dignidad para que la vedette no siguiera siendo sobre el escenario pasto tan fácil de los chistes más burdos del capocómico de turno y, en cuanto pudo, jugó audazmente a buscar apoyos en referentes de otro tipo de teatro, entonces más vanguardistas y jugados, como Enrique Pinti, Lía Jelín, Claudio Segovia o Jorge Schussheim, hasta saltar al género del music hall y convencer a Alejandro Romay de que comprara los derechos de Chicago y lo produjera en el teatro Nacional, en 1977, junto a Ambar La Fox, un éxito que duró un año en cartel.
Bailó Piazzolla en la película Argentinísima , hizo de sí misma en el primer capítulo de Rolando Rivas, taxista y hasta reemplazó a Mirtha Legrand en los almuerzos televisivos cuando Romay se peleó con aquélla. Infatigable, en medio de dolores, trabajó hasta pocas semanas antes de morir en La mariposa , junto a Tato Bores, en el Maipo, con libros del propio Tato, Juan Carlos Mesa y Claudio Segovia, y hasta se ilusionaba con que Norma Aleandro la dirigiera en Sweet Charity .
Los más jóvenes podrán comprobar por sí mismos, si consultan algunos videos colgados en YouTube, protagonizados por la Lobato, las abismales diferencias entre ella y las que vinieron después.
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Es que resulta una gran paradoja que el ejemplo de Nélida Lobato no haya cundido entre sus actuales herederas que porfían en hacer todo lo contrario.
El lugar de la vedette ya hace tiempo ha sido copado por chicas que se volvieron famosas, de la noche a la mañana, por no hacer nada en reality shows o por otras que trascendieron por vomitar fuego en programas de chimentos o protagonizar irrelevantes escándalos reales o inventados.
Recauchutadas (en algunos casos monstruosamente) en caras, pechos, glúteos y munidas de lenguas que hacen ruborizar hasta el más tosco de los carreros, que ni saben bailar ni cantar, son más bien patéticos payasitos sexuales antes que señoras vedettes.
Son muy pocas las que se preparan a conciencia y exhiben alguna destreza comprobable a simple vista, pero aun esas pocas -Laura Fidalgo, María Eugenia Ritó, Ximena Capristo, Valeria Archimó y alguna más- no logran sustraerse del todo del chiquero mediático y están a años luz de encarnar la magia y la leyenda, que cortaba la respiración, de la gran Nélida Lobato.
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