Iglesias, Lombardero y Bauer, despreciados por Macri, intentarán revitalizar el Argentino, en contraste con el estado vegetativo del Primer Coliseo
Domingo 21 de diciembre de 2008 | Publicado en edición impresa LA NACION
Por Pablo Sirvén
Uno de los momentos más sobrecogedores de la vida periodística de quien esto escribe es haber ingresado a las ruinas todavía humeantes del viejo Teatro Argentino de La Plata cuando un terrible incendio, el 18 de octubre de 1977, lo destruyó.
Resultaba muy impresionante sentir el calor abrasador en el foyer todavía en pie que desembocaba en la que había sido la preciosa sala concebida por el italiano Leopoldo Rocchi en estilo renacentista, reducida a una herradura del todo chamuscada, ya con su techo fatalmente borrado, a cielo abierto y arrasada por los escombros y la desolación. Era una imagen apocalíptica que hacía doler los ojos y el alma y que 31 años después permanece entre los peores recuerdos de este periodista.
Pero así como la Argentina de esos momentos también era devorada por fuegos todavía mucho más letales y pudo reponerse al recrear, a partir de 1983, una convivencia social y política que, aun con sus patentes fallas, es más civilizada, el Teatro Argentino supo, como bien dice el dicho, renacer de sus propias cenizas.
El año próximo se cumplirán diez años de la apertura de la sala principal bautizada con el nombre de Alberto Ginastera (lo que quedaba del viejo edificio se demolió y en el mismo solar se construyó otro) y en 2010, además de sumarse a los festejos del Bicentenario, tendrá otra buena razón para celebrar: cumplirá 120 años desde que comenzó a darle a la capital bonaerense una continuidad de temporadas musicales de alta calidad.
También la nota de tapa de este suplemento (que da comienzo a una serie de cinco artículos consecutivos sobre importantes restauraciones encaradas por otros tantos célebres teatros líricos del mundo, a manera de inspiración para quienes encaran con más contradicciones que coherencia la de nuestro Teatro Colón) alude a otro incendio, de siniestra memoria, como el que redujo a cenizas el Liceo, de Barcelona.
Se procura subrayar así que aun desde el peor escenario (en este caso, la destrucción total de dos salas señeras) si hay voluntad política y se sabe de lo que se está hablando, si hay seriedad técnica, un compromiso firme en cumplir lo proyectado en tiempo y forma y si prevalece un manejo transparente y racional de los presupuestos en juego, se puede dar vuelta hasta el resultado más adverso. Ahí están para demostrarlo, vitales y activos, el Liceo y el Argentino brindando arte a sus respectivas sociedades y trabajo a sus artistas.
Si el Teatro Argentino de La Plata pudo cicatrizar las heridas lacerantes de hace tres décadas, nada impedirá que resuelva sus problemas actuales (invasión frecuente de inapropiados actos políticos; desplazamiento del Programa Stravinsky para hacerle lugar a la Eva , de Nacha Guevara, una producción privada pagada con fondos públicos; los reclamos gremiales pendientes de los cuerpos artísticos, que determinaron el levantamiento de la ópera Nabucco , pocas horas antes de su estreno, etcétera).
Es curioso lo que está a punto de suceder allí y valdrá la pena comprobar si la experiencia funcionará: en tanto que se ahonda el desconcierto por las idas y venidas, las continuas contradicciones e incoherencias y cierta suicida apatía que rodea la restauración demorada del Teatro Colón y su diletante programación extramuros, su anterior conducción (la que cesó a la llegada de Mauricio Macri, aun cuando había expresado la voluntad de continuar si el nuevo jefe de gobierno así lo requería) está por hacerse cargo de los destinos del teatro platense.
Tres figuras clave del Colón de la era pre-Macri (Leandro Iglesias, su anterior director; Marcelo Lombardero, a cargo de la programación, y Martín Bauer, responsable del Centro de Experimentación) intentarán reproducir allí, con necesarios matices, un modelo de gestión que dio sus resultados, a pesar de las adversidades de todo tipo con las que debieron lidiar. Se encontrarán con 931 empleados y un presupuesto de 47.100.000 pesos, del que la venta de entradas sólo cubre el 6 por ciento (2.700.000 pesos).
Si el Teatro Colón persiste en continuar ahondando su actual estado vegetativo y, en contraste, el mencionado trío lograra hacer del Argentino un verdadero centro de referencia cultural en la región, jerarquizando la producción artística y escenotécnica propia (algo que el Colón parece ahora querer desguazar), se abrirá una instancia de asombrosas paradojas que convendrá seguir, paso a paso, con muchísima atención.
¡Silencio en la sala! La función está por comenzar?
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1082805
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