El Cascanueces de Iñaki, accidentado pero fascinante
Martes 23 de diciembre de 2008 | Publicado en edición impresa LA NACION
El cascanueces. Coreografía de Iñaki Urlezaga (sobre Ivanov). Música de Piotr I. Chaikovsky. Ballet Estable del Teatro Argentino de La Plata, con dirección de Cristina Delmagro. Escenografía: Juan C. Greco. Orquesta Estable del Teatro Argentino, con dirección de Esteban Gantzer. Teatro Argentino de La Plata. Ultima función: Hoy, a las 20.30.
Nuestra opinión: muy buena
¿A quién no le gustaría contar, en la celebración navideña, con un invitado como el excéntrico Drosselmayer? Porque si no fuera por este peculiar personaje, mezcla de mago y mistificador, nada de lo que ocurre en este encantador ballet sería posible. Como el oscuro genio de Spalanzani (otra criatura de Hoffmann), aunque no tan siniestro como él, Drosselmayer fabrica muñecos mecánicos, y uno de esos es el rompenueces que lleva a su ahijada Clara como regalo de Navidad. Tiene forma de soldadito y, a su tiempo, se humanizará en la figura del Príncipe con el que Clara emprende su mágico viaje.
Son los tradicionales componentes de El cascanueces, el ballet con música de Chaikovsky que este fin de año incluye un regalo adicional: la versión que Iñaki Urlezaga creó para el Ballet Estable del Teatro Argentino de La Plata, su ciudad, y con la que se instala como coreógrafo en el más académico de los dominios de la danza.
Anticipemos que Iñaki salió airoso del lance, a pesar de un accidente que amenazó con hacer naufragar el estreno: el primer bailarín, Christian Pérez (el Príncipe) se lesionó en el primer acto y debió ser reemplazado por Franco Cadelago, previsto para el segundo reparto.
La prolongada interrupción exigió un esfuerzo para remontar el pulso del espectáculo, porque –además– también abandonó la escena la notable Genoveva Surur (lo mejor del elenco platense que dirige Cristina Delmagro), que venía dando vida a una chispeante e irresistible Clara, y debió dejar su lugar a Julieta Paul (también del segundo reparto), más acorde con la proporción física del partenaire reemplazante.
Igual, de movida era un compromiso ímprobo, no sólo por los escollos técnicos tanto de la partitura (la cual, por lo demás, sonó más que aceptablemente con la batuta del maestro Gantzer, a pesar del tímido caudal sonoro de las cuerdas en la Orquesta Estable) cuanto del ampuloso diagrama escénico de este fresco de relatos feéricos. También era necesaria una operación de régie capaz de conciliar la ingenuidad argumental con el rigor académico, y ahí también, a pesar del accidente y exceptuando esporádicas debilidades, Urlezaga sorteó el desafío de coreografiar "para otros".
Entre las versiones danzadas que siguieron a la original de Lev Ivanov (1892), Iñaki prestigió como modelo la de Rudolf Nureyev (1967), pero la suya es más inocente que la del ruso (y sin "reinterpretaciones") y vuelve a la distribución clásica de roles: en Nureyev, Clara identificaba al Príncipe con Drosselmayer y ambos confluían en un solo intérprete, mientras que aquí cada personaje es asumido por un bailarín distinto.
En su caracterización de Drosselmayer, Walter Aón rezuma –no sin ironía– el aire de un antecesor de los profesores de la Hogwarts School (la de Harry Potter). La pareja central se afirmó en el segundo acto y tuvo finos destellos en el dúo final (los giros en manège de Cadelago exhibieron una técnica de auspiciosas posibilidades, a pesar de su momentánea inmadurez expresiva).
Urlezaga contó con un cuerpo de baile de parejo y afinado rendimiento, evidenciado en momentos grupales como el tableau de los Copos de Nieve y en el trajinado Vals de las Flores, en el que, además, titilan los brillos de una producción infrecuente.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1083429
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