LA NUEVA PRESIDENTA
Cristina Kirchner hizo su primera incursión política cuando estudiaba Derecho en la UNLP
Fuente:http://www.eldia.com.ar/edis/20071029/elpais12.htm
Archivo virtual destinado a difundir la Actividad Teatral de la Ciudad de La Plata, Capital de la Provincia de Buenos Aires, República Argentina
Finales, de Beatriz Catani. Con Magdalena Arau, María Amelia Pena, Julieta Ranno, Matías Vértiz, Sonia Stelman y María Laura Martorell. Asistencia de dirección: Guido Ronconi. Dramaturgia y dirección: Beatriz Catani. Sábados, a las 21, en La Hermandad del Princesa (Diagonal 74 entre 3 y 4), La Plata. Reservas: 4864-0259 o 156-137-4270. Duración: 150 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
La nueva obra de Beatriz Catani, Finales , es una verdadera máquina escénica multiplicadora de sentidos. Se realiza en La Plata, de donde es ella, en un teatro al borde del abandono fundado en 1889. Un lujoso edificio de arquitectura neoclásica, de pasado glorioso y que hoy, ante la cruel indiferencia del Estado, subsiste gracias al esfuerzo de algunos.
Allí, en un hall del edificio, tiene lugar esta nueva propuesta de una de las voces más personales, inteligentes y talentosas de la escena local. En ese espacio despojado, un grupo reducido de espectadores se sienta en unos sillones setentistas y desvencijados en los que, a lo largo de dos horas y media, cuatro actores son cómplices de una situación (una catarata de situaciones) atrapante.
La acción comienza cuando una de ellas aplasta a una cucaracha mientras Amelia escucha en su walkman una versión litoraleña de la marcha peronista (llamativamente, el día que fui a ver el espectáculo era 17 de octubre). La acción termina cuando la misma actriz se da cuenta de que la cucaracha ha muerto; de que, después de tantas vueltas, a ese bichito con fama de bancarse guerras bacteriológicas le llegó el final. Esa misma actriz (¿álter ego de Catani?) es la que varias veces para la pelota y dice: "A ver, pensemos un poco". Y cada vez que la acción parece tomar un rumbo definido, ella alumbra otra posibilidad de pensar otra situación. Así se va organizando un discurso casi caótico, casi fragmentario, casi desordenado. "Casi" porque detrás de todo este complejo andamiaje está la mano de Catani, la misma de Los muertos , la misma de Cuerpos abanderados , la misma de Los 8 de julio , la misma que no deja cabos sueltos.
O sea, detrás de todo este acercamiento a lo real (tal como se titula el libro de Oscar Carnago en el que analiza su producción) está su obsesividad, su maniática intención de generar mecanismos lógicos que ordenen su propio discurso y su clara intención de que cada palabra pegue, rebote y se expanda en el cuerpo de cada uno de los intérpretes y en el espacio.
Conforme a estas consignas, en los cuerpos de los intérpretes (Magdalena Arau, María Amelia Pena, Julieta Rano y Matías Vértiz, más la fugaz intervención de la tenor Sonia Stelman) están estampados los acentos, los silencios, las inflexiones de voz y los gritos hasta el momento en el cual esa bendita cucaracha llega a su fin y ellos comienzan a diluirse en medio de reflexiones sobre la felicidad, sobre la alegría, sobre el dolor y sobre lo efímero de los estados del alma.
Claro que, más allá de las situaciones puntuales, es el largo y necesario tránsito hasta ese final lo que impacta, lo que habilita una comicidad desbocada, lo que posibilita una serie de reflexiones en medio de esos cuerpos que se la pasan saltando, corriendo y bailando al borde de sus mismas posibilidades.
"¿Alguien sabe qué está pasando?", se pregunta Julieta ante cierto desconcierto. Magdalena decide ("decidiré", se corrige) hablar siempre en futuro porque el pasado ya es algo inmodificable. Y M. V. (el único personaje un tanto desdibujado y con una interpretación de menor vuelo frente al impresionante trabajo del trío femenino), decide dedicarse a los libros fervientemente, aunque luego se dará cuenta de que ya no, de que lo suyo es otra cosa; de que ya no.
"A ver, pensemos un poco", propone Amelia. Y media hora antes de que concluya el montaje, apunta: "Demasiados sentimientos; descansemos un poco". Entonces, cada uno de ellos se acomoda en un sillón desvencijado y se toma un respiro mientras alguien de la producción acerca a los espectadores un té con galletitas y nos quedamos así, en silencio, con los ojos abiertos, tirados en el sillón mirando a la nada. De alguna manera, ellos y nosotros, todos, estamos en medio de una noche de insomnio mientras una cucaracha agoniza y cuatro personajes indagan en la idea de los finales hasta que llega, casi sin previo aviso, el final de Finales .
LA PLATA.- Luis Bacalov demuestra todo el tiempo que es de esas personas que prefieren exteriorizar lo que sienten, antes que disimular sus sentimientos. En este caso, un marcado entusiasmo y una inevitable ansiedad quedan expuestos a través de gestos, pero también en palabras. "Más que contento, me siento orgulloso", dice.
Se refiere a lo que para él representa el estreno -a nivel continental- de su ópera Estaba la madre . Es que para este compositor y pianista de 74 años, que emigró de la Argentina hace casi medio siglo, volver a su país para montar un espectáculo de estas características tiene un sabor especial; más, teniendo en cuenta el tema que aborda la obra: un homenaje a las madres de los desaparecidos.
"Un pueblo que olvida su pasado no tiene futuro, porque eso significa volver a repetir viejos errores", dice a LA NACION, casi con la certeza de un dogma. En ese sentido, rescata el fenómeno que se viene registrando en nuestro país en los últimos años, en cuanto a que "ha vuelto a resurgir la memoria, por medio de políticas que apuntan en esa dirección". Y sin dudar, sentencia: "Se hizo lo que había que hacer".
Estaba la madre , que se estrenará esta noche, a las 20.30, en el Teatro Argentino de La Plata, subió por primera vez a escena en abril de 2004 en la Opera de Roma, donde se representó durante dos años, gracias a la favorable repercusión entre público y crítica.
Bacalov, quien compuso la obra por encargo de las autoridades de la sala lírica italiana, recuerda que tras recibir el ofrecimiento cayó en la cuenta de que las historias de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo "se convertían en una fuente magnífica para rescatar una temática que, a pesar de su importancia, nunca había sido abordada por este género".
Quizá por eso mismo reconoce que no le resultó difícil escribirla, a lo largo de los cuatro meses que le demandó su creación. En cuanto a la puesta en escena, explica que en Italia -donde reside desde los años 60- la presentó con muy pocos elementos. Justamente, señala que la mayor diferencia que el público argentino podrá apreciar radica en que "acá es más importante", ya que, por ejemplo, el coro tendrá 80 integrantes (frente a los 20 de Roma) y habrá más cuerdas, además de una escenografía que define como "imponente".
Para Bacalov -ganador de un premio Oscar en 1996 por la banda sonora de la película El cartero -, Estaba la madre es la consecuencia de un largo camino, en el terreno de la composición, en cuanto a su interés por la música latinoamericana en general y por el tango en particular. Precisamente, para esta ópera recurre a las raíces del dos por cuatro y no pierde la oportunidad para lanzar sus dardos contra aquellos músicos que, con un tono irónico, califica de "eruditos" o "académicos".
"La paradoja -dice- es que una expresión tan creativa y fantástica como el tango haya sido considerada hasta no hace mucho tiempo casi como basura." Eso sí: aclara que "ellos" hacen la salvedad con el maestro Juan José Castro y Astor Piazzolla. Y algo más: dice sentirse como "alguien que va llenando huecos". Cuando habla de huecos, se refiere a "esos que fue dejando el país por arrogancia intelectual, abandonando nuestras raíces, a pesar de tratarse de una música extraordinariamente fecunda". Para que no queden dudas, subraya: "Por lo tanto, lo que piensen los profesores académicos sobre mi obra me importa tres bledos". Además, critica: "Lamentablemente, tiene mucha más aceptación la música no compuesta acá, por lo que está claro que todavía tenemos resabios coloniales".
Bacalov, actualmente abocado a escribir variaciones para flauta y cuerdas sobre un clásico como "El choclo", dice sentirse "asombrado" por el empobrecimiento del lenguaje entre los jóvenes en la Argentina, algo que no duda en vincular con el hecho de que "evidentemente, se lee cada vez menos".
En cuanto a Internet, la defiende como vehículo de información. "El problema -señala- es cuando se convierte en un amigo o en una novia. Hay una especie de intoxicación que lleva a la soledad, por lo cual no deja de preocuparme hacia qué tipo de sociedad vamos."
Y vuelve una vez más a Estaba la madre . Dice desconocer cómo recibirá el público el contenido de esta obra. De todas maneras, estima: "Va a ser importante para los más jóvenes sobre todo. Ojalá que al menos esta obra pueda cambiar el modo de analizar lo que fueron aquellos años para la juventud".
"Además, por poco que aporte, algo dejará, ya sea desde una perspectiva ética, artística y -¿por qué no?- política." Para reseñar su orgullo, destaca que así se siente "por haber afrontado este tema, y no una Arcadia del siglo XVIII o un drama de Henrik Ibsen. Después de todo, acá estamos hablando de la historia argentina, a través de una ópera escrita por un argentino".
Por Eduardo D´ Argenio
De la Corresponsalía La Plata
Por Osvaldo Quiroga
Para LA NACION--BUENOS AIRES, 2007
Es probable que la sutileza no tenga buena prensa en el teatro o que alguien sostenga que ha pasado de moda. Sin embargo, entre las muchas enseñanzas que dejó el paso de Los efímeros , el espectáculo de Ariane Mnouchkine que se presentó en el reciente Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires, hay una insoslayable: la sutileza puede describir las emociones mucho más que el trazo grueso. No es exagerado decir que a lo largo de algo más de ocho horas de espectáculo el elenco francés puso en escena la vida misma, que bien podría ser sinónimo de lo efímero, aquello que sucede en una suerte de devenir inasible: los momentos fugaces, el instante de una revelación, el dolor frente a las pérdidas, las huellas que dejan los otros en cada uno y el deseo que fluye siempre como pilar de la existencia.
Sara Kane, la autora de Psicosis y Crave , aunque se quitó la vida siendo muy joven alcanzó a dejar un teatro emparentado con el de Samuel Beckett y por el que transitan problemas filosóficos de bastante complejidad. Lo curioso es que una de sus obras, Aniquilados , dirigida por Leonor Manso en El Portón de Sánchez, lejos de reflejar el universo de Sara Kane se convierte en un extraño ejercicio sobre la obviedad. El problema es que la directora, que realizó un excelente trabajo interpretativo en Psicosis , no acierta en ningún momento en el tono de la puesta en escena. Si de algo carece su trabajo es de sutileza. De ahí que Patricio Contreras, otro actor notable, parezca esta vez un guapo en decadencia en una comedia de enredos.
Los problemas de la puesta en escena no terminan con la fallida conducción de los actores. En el teatro, escenificar la violencia y el sexo requieren, otra vez la palabra, de sutileza. ¿Quién puede creer en la violación homosexual que ocurre en escena entre el soldado (Fabio Di Tomaso) y Ian (Patricio Contreras)? Es más, la maldad, ni en el teatro ni en la historia, requiere de la sobreactuación. En la película La caída, Hitler se mostraba amable con su secretaria. Y en Cartas de amor a Stalin , el espectáculo que dirige Enrique Dacal en el Centro de la Cooperación, el dictador condena al escritor después de una amable charla telefónica que se interrumpe misteriosamente.
Sutil, dice el diccionario de la Real Academia, es algo tenue, delicado, delgado. Lo sutil admite diversas interpretaciones y crece en el espectador una vez finalizada la función. Lo obvio, en cambio, se olvida enseguida, pasa sin pena ni gloria porque no deja huella en el público.
En De profesión maternal , de Griselda Gambaro, Alicia Zanca realizó su puesta en escena dentro de un marco de eficaz contención. Mérito mayor tratándose de la historia de una hija que se reencuentra con su madre después de veinte años y se entera de que ella vive con su pareja lésbica. El tema se prestaba a desbordes en la interpretación. Pero las tres actrices -Sabrina Arias, Alejandra Flores y Silvia Ramos- trabajaron sus personajes con la adecuada economía de recursos.
El teatro argentino, sobre todo en temas vinculados con la última dictadura militar, muchas veces creyó que el golpe bajo resultaba eficaz. Como si el espectador necesitara que le pasara un tren por encima para percibir lo que ocurre. O que se le diera un mapa con la indicación de quiénes son los buenos y quiénes los malos. La verdad es que siempre la ambigüedad, el medio tono, el balbuceo mismo suelen dar cuenta del conflicto que se dirime en escena mucho más que el grito estentóreo.
No le hace falta a Ricardo Bartís en La pesca , que se presenta en el Sportivo Teatral, hablar de la crisis de la Argentina contemporánea. Basta con ver a Miguel Angel, Don Atilio y René pescando bajo techo, y hablando de banalidades, para entender que lo que ocurre en escena no es otra cosa que una postal de lo que quedó después de ciertas catástrofes. Y en La pesca no es casual que esa sensación de vacío la transmitan tres excelentes actores: Sergio Boris, Carlos Defeo y Luis Machín. Lo que parece un trabalenguas, que proviene del más célebre de los psicoanalistas franceses, viene como anillo al dedo para cerrar este comentario: "para hablar de la cosa hay que hablar de otra cosa".
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=951589
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