Teatro Ciudad de Buenos Aires| Balance
Algunos directores prefieren los gestos redundantes y los tonos de voz que vuelven obvio lo misterioso a las puestas en las que prevalecen la economía de recursos y la eficacia de ciertos silencios. Piensan que el público es incapaz de entender los matices
Sábado 13 de octubre de 2007 | Publicado en edición impresa LA NACION
Por Osvaldo Quiroga
Para LA NACION--BUENOS AIRES, 2007
Es probable que la sutileza no tenga buena prensa en el teatro o que alguien sostenga que ha pasado de moda. Sin embargo, entre las muchas enseñanzas que dejó el paso de Los efímeros , el espectáculo de Ariane Mnouchkine que se presentó en el reciente Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires, hay una insoslayable: la sutileza puede describir las emociones mucho más que el trazo grueso. No es exagerado decir que a lo largo de algo más de ocho horas de espectáculo el elenco francés puso en escena la vida misma, que bien podría ser sinónimo de lo efímero, aquello que sucede en una suerte de devenir inasible: los momentos fugaces, el instante de una revelación, el dolor frente a las pérdidas, las huellas que dejan los otros en cada uno y el deseo que fluye siempre como pilar de la existencia.
Sara Kane, la autora de Psicosis y Crave , aunque se quitó la vida siendo muy joven alcanzó a dejar un teatro emparentado con el de Samuel Beckett y por el que transitan problemas filosóficos de bastante complejidad. Lo curioso es que una de sus obras, Aniquilados , dirigida por Leonor Manso en El Portón de Sánchez, lejos de reflejar el universo de Sara Kane se convierte en un extraño ejercicio sobre la obviedad. El problema es que la directora, que realizó un excelente trabajo interpretativo en Psicosis , no acierta en ningún momento en el tono de la puesta en escena. Si de algo carece su trabajo es de sutileza. De ahí que Patricio Contreras, otro actor notable, parezca esta vez un guapo en decadencia en una comedia de enredos.
Los problemas de la puesta en escena no terminan con la fallida conducción de los actores. En el teatro, escenificar la violencia y el sexo requieren, otra vez la palabra, de sutileza. ¿Quién puede creer en la violación homosexual que ocurre en escena entre el soldado (Fabio Di Tomaso) y Ian (Patricio Contreras)? Es más, la maldad, ni en el teatro ni en la historia, requiere de la sobreactuación. En la película La caída, Hitler se mostraba amable con su secretaria. Y en Cartas de amor a Stalin , el espectáculo que dirige Enrique Dacal en el Centro de la Cooperación, el dictador condena al escritor después de una amable charla telefónica que se interrumpe misteriosamente.
Sutil, dice el diccionario de la Real Academia, es algo tenue, delicado, delgado. Lo sutil admite diversas interpretaciones y crece en el espectador una vez finalizada la función. Lo obvio, en cambio, se olvida enseguida, pasa sin pena ni gloria porque no deja huella en el público.
En De profesión maternal , de Griselda Gambaro, Alicia Zanca realizó su puesta en escena dentro de un marco de eficaz contención. Mérito mayor tratándose de la historia de una hija que se reencuentra con su madre después de veinte años y se entera de que ella vive con su pareja lésbica. El tema se prestaba a desbordes en la interpretación. Pero las tres actrices -Sabrina Arias, Alejandra Flores y Silvia Ramos- trabajaron sus personajes con la adecuada economía de recursos.
El teatro argentino, sobre todo en temas vinculados con la última dictadura militar, muchas veces creyó que el golpe bajo resultaba eficaz. Como si el espectador necesitara que le pasara un tren por encima para percibir lo que ocurre. O que se le diera un mapa con la indicación de quiénes son los buenos y quiénes los malos. La verdad es que siempre la ambigüedad, el medio tono, el balbuceo mismo suelen dar cuenta del conflicto que se dirime en escena mucho más que el grito estentóreo.
No le hace falta a Ricardo Bartís en La pesca , que se presenta en el Sportivo Teatral, hablar de la crisis de la Argentina contemporánea. Basta con ver a Miguel Angel, Don Atilio y René pescando bajo techo, y hablando de banalidades, para entender que lo que ocurre en escena no es otra cosa que una postal de lo que quedó después de ciertas catástrofes. Y en La pesca no es casual que esa sensación de vacío la transmitan tres excelentes actores: Sergio Boris, Carlos Defeo y Luis Machín. Lo que parece un trabalenguas, que proviene del más célebre de los psicoanalistas franceses, viene como anillo al dedo para cerrar este comentario: "para hablar de la cosa hay que hablar de otra cosa".
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=951589
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