martes, 30 de septiembre de 2008

En el teatro, somos todos peronistas

Por Miguel Russo

30-09-2008 / La señora que está sentada al lado del tipo, quizás porque se enojó por las cuatro veces que tuvo que levantarse para cederle el paso a los que querían ir al baño (hay que aclarar: cuando no había comenzado la función), dio rienda suelta a su bronca con un codazo artero en las costillas (so pretexto de acomodarse en su butaca) y con la frase no menos artera:...

"¿Qué, usted no es peronista?"

Está de más decir que los ojos de la señora mostraban la misma indignación que los cientos de miles de manifestantes que aquel glorioso 17 de octubre pedían otras reglas de juego para el país. Pero tampoco está de más decir que entre aquella indignación en movimiento a ésta, de culo apoyado en una butaca calentita del Teatro Argentino y más digna de otras pasiones (no específicamente políticas), hay una distancia inconmensurable.

La cuestión que desencadenó el codazo y la frase que intentó ser pregunta y era acusación fue la persistencia del tipo en no aplaudir entre canción y canción de la función de la obra Eva, el gran musical argentino, que brindaron Nacha Guevara y Alberto Favero en el coliseo platense. El tipo, sobándose el costado, tratando de averiguar al tacto si era fisura o quebradura, dijo "No, en el sentido ortodoxo del término, no".

Es que el tipo había retaceado el aplauso a conciencia, pensando (parece mentira, pero se lo veía pensar al tipo, además de mirar azorado al público restante que batía palmas), más que nada, en la necesidad de aplaudir cuando Nacha dice "viejas de mierda" a las damas de beneficencia que buscan el óbolo estatal. Mira, el tipo, las muchas caras y vestidos y peinados para la ocasión que, indudablemente no tienen un comino que ver con esa actitud de Eva, pero, ante la incomodidad de ser tildado de gorila, aplaude, vitorea. ¿Qué vitorean?, se pregunta el tipo. Y reflexiona: Nacha hace de Eva; esto quiere decir que no es Eva. Todo el público lo sabe: fue al teatro, no a hacer la revolución. De modo que aplaudir, lo que dice aplaudir, debería hacerse para una buena entonación, un, pongamos, do de pecho sin gallos, esas cosas. Pero no, de ninguna manera, aplaudir la actuación de una decisión política.

La señora que está sentada al lado del tipo está casi a punto de acusarlo de reaccionario, cagatinta, burócrata, gorilón, eso. El tipo trata de no mirarla y vuelve a la obra donde Nacha, ahora, actúa que renuncia a la vicepresidencia y se abraza al que hace de Perón. Aplausos, más aplausos. El tipo no aplaude y piensa si no aplaudir la renuncia de Eva -aunque se trate de una obra de teatro- será ser antiperonista o peronista o qué. Pero se liga, igual, otro codazo.

Para mitigar el dolor que le sube por el costado y le produce un pinchazo al respirar, el tipo piensa qué movimiento artístico odia más. Y reconoce, aunque el tipo parece ser medio marxista, o quizás justamente por eso, que lo que más odia es el realismo socialista, esa reiteración atolondrada de íconos con la cual se pretendía que el arte sirviera para que todos comprendieran que los obreros siempre son buenos por el sólo hecho de ser obreros y que los malos lo son por no ser, obvio, obreros. Justo en ese momento, pero justo justo, ¿eh?, aparece en escena una gigantografía de un obrero musculoso como los de Carpani, enmarcado entre los perfiles gigantes como él de Perón y Evita, sonriente porque se acabó la lucha de clases y vivirá feliz compartiendo el confort entre ricos y pobres. Aplausos, vítores, qué suerte, qué alegrón, por fin los obreros tendrán aguinaldo-vacaciones-jubilación-obra social y no joderán más con eso del motor de la historia y otras obscenidades foráneas.

No está mal la obra, piensa el tipo. Más allá de algunas irregularidades históricas (por supuesto, nimias comparadas a la amistad Che-Evita que zarandeaba Madonna), licencias de una obra de teatro que quiere ser una obra de teatro, no está nada mal. Lo que está mal, piensa el tipo, es el entorno. Y para no pecar de indignado profesional (esos que dicen "la gente se equivoca", "los argentinos somos un desastre") se ve a sí mismo en el entorno, formando parte de un coro de aplaudidores de la historia siempre y cuando se la represente lejos de los lugares donde se hace la Historia.

Los aplausos continúan y la señora de al lado espera que el tipo le brinde una respuesta más comprensible que ese "en el sentido ortodoxo del término, no". La señora quiere indignarse de manera profesional, que el tipo le diga "no, che, soy gorila, socialista de Braden, dama de beneficencia, huelguista ferroviario, anarquista tirabombas, comunista de Stalin, nazi. Victoria Ocampo, soy". Pero, el tipo, nada, no aplaude y mira, pensativo, cómo los demás aplauden (estrépito de palmas, para ser sincero), justo ahora que Nacha, después de un estertor actoral poco creíble, muere en la piel de Evita. Piensa: "¿Será peronista o antiperonista aplaudir que Evita se muere?".

Mira a la señora de al lado que sacude, como decía Lennon, las alhajas y se enrojece las palmas de las manos de tanto batirlas. Y recuerda algo que escuchó no sabe bien dónde, pero que se refería a uno de esos textos cortitos de Eduardo Galeano: un sultán de Persia probó por primera vez una berenjena y enloqueció con su sabor. El poeta de la corte ensayó unos versos exaltando el vegetal. Al próximo mordisco, el sultán descubrió lo amargo y escupió el descrédito sobre la berenjena. El poeta, entonces, tachó lo anterior y escribió improperios sobre la pobre berenjena. Cuando le recriminaron su poco criterio, el poeta dijo ser cortesano del sultán, no de la berenjena.

Por suerte, en el saludo final, a tiempo para que el tipo vuelva de sus cavilaciones, Nacha sale en bata, con un baby doll que le queda bárbaro, el pelo suelto, y sonríe con esa sonrisa enigmática del Di Tella, cuando Evita no era una obra de teatro para aplaudir sino una idea para seguir. Entonces, el tipo aplaude.

Fuente: http://www.elargentino.com/Content.aspx?Id=8652

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