"El verdugo maloliente", de y por Roberta Castro, Espacio Teatral del Juglar, 59 e/12 y 13
En su espectáculo unipersonal "El verdugo maloliente" Roberta Castro utiliza su humor corrosivo y sarcótico para desnudar la hipocresía, el doble discurso, las poses doctorales de quienes hablan ex cátedra, el canibalismo, la discriminación, el culto a la juventud, la belleza y la delgadez; la charlatanería de los políticos, la chantocracia de la clase dirigente, y demás aspectos de la realidad cotidiana.
Con un estilo que nos recuerda a los primeros cultores del café concert de los prolíficos años sesenta, la actriz (a la sazón autora y directora) construye una galería de personajes que tipifican las conductas mencionadas. El primero de ellos, con una Olivetti de sombrero, moviéndose al compás del carro de la máquina, es un lapidario crítico literario que se solaza en despedazar la obra de los jóvenes escritores, por el puro placer de destruir. Valiéndose de las palabras como armas mortales, el sujeto en cuestión "diseca, rumea, expulsa y vomita", sus ácidos conceptos, erigiéndose en el dueño absoluto e indiscutible de la verdad.
Al pedante y resentido crítico le sigue un individuo que anda encapuchado por la vida para ocultar su fealdad. El adminículo en cuestión le trae no pocos problemas, sobre todo a la hora de ingerir alimentos. Siniestra mezcla de víctima y victimario, el tipo se asusta hasta de su propia sombra. Sabrá Dios qué defectos físicos y morales oculta debajo de su negra capucha.
En este desfile no falta la muchachita provinciana seducida por las luces de la gran ciudad, que quiere convertirse en modelo, no sin antes transitar por la bulimia y anorexia correspondientes. La pobre daría la vida por un churrasco y alucina con un pollito, mientras recorre las pasarelas un tanto mareada (más por la hambruna que por la fama), haciendo equilibrio sobre unas descomunales plataformas.
No falta el diputado trucho, de bermudas y ojotas en Miami, munido del infaltable celular, "currando" a sus anchas mientras otea el trasero de las apetecibles señoritas. Ni la sufrida maestra de escuelita de frontera que se entera a través de una comunicación oficial que el Gobierno central por fin se acordó de ellos: enviarán contenedores de basura para que los niñitos la seleccione y clasifique.
Todo muy edificante.
Los textos de Roberta Castro son agudos e ingeniosos. Lo mismo podría decirse de sus caracterizaciones (algunas de ellas, desopilantes), lo cual habla a las claras de su versatilidad actoral. Donde el espectáculo decae, sin embargo, es en los nexos entre cuadro y cuadro. Se producen "baches" no deseables que cortan el ritmo y distraen la atención del espectador. El recurso de los títeres pierde efecto por su reiteración. Otro factor que conspira en contra es el uso de micrófono, innecesario para un ámbito tan pequeño y molesto por la estridencia y la distorsión de la voz que trae aparejado. De hecho, la actriz posee un hermoso registro y una notable ductilidad, lo cual torna innecesaria la amplificación.
Salvando estos reparos, Roberta Castro impresiona como una actriz talentosa, de fuerte impronta personal, que "se la banca" sola en el escenario, y no le teme a la comedia, género bastante vilipendiado que tiene mala prensa en los círculos culturosos. En los tiempos que corren, no es fácil arrancarle una sonrisa a la gente, y esta multifacética artista lo logra.
Fuente: http://www.eldia.com.ar/catalogo1/20001119/espectaculos3.html
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