domingo, 19 de marzo de 2000

Confesiones de mujeres de 30 (de 40. 50,60...)

19 de Marzo de 2000

En materia de cumpleaños, todo cambio de década se vive como un cimbronazo, un hueso duro de pelar, un salto al vacío, un antes y un después, una línea demarcatoria bien clara y definida que nos aleja para siempre de un paisaje familiar y nos empuja hacia un territorio inexplorado, minado de trampas y acechanzas.

Pero, como bien sentencian la Innocenti, la Flechner y la Politti, al paso del tiempo no hay con qué darle, con qué detenerlo, con qué coimearlo. Se podrán morigerar los estragos que ocasiona, pero hasta ahí nomás. Es una ley inexorable: "nos vamos poniendo viejos", sin prisa y sin pausa. Y en un mundo que exalta la juventud y erige a la belleza como único baluarte, una siente -mientras deshoja almanaques- que va perdiendo el tren, que se enciende el cartelito de "GAME OVER"; se te acaban las fichas y a otra cosa, mariposa.

Otra ley inexorable es la de Newton: de un día para el otro, se nos cae todo, arrastrando a la autoestima en esta suerte de caída libre. A menos que se recurra a la varita mágica del "Hado Padrino" (como denomina Gabriela Acher al bueno del cirujano plástico), todo aquello que allá lejos y hace tiempo solía estar en su lugar, comienza un paulatino e ininterrumpido descenso en picada, acompañado de un notorio ablande en lo que se refiere a su consistencia.

La que se jactaba de su cutis terso y aterciopelado, una mañana frente al espejo se descubre una manchita, que no es ni una simpática peca ni un sensual lunar. Es una mancha, precursora de otras tantas que no demorarán en hacerle compañía. La que se venía salvando de la odiosa celulitis, de golpe se ve unos pocitos o "piel de naranja" (de ombligo), que no hay lija que alise nuevamente. La que ostentaba una sedosa y abundante cabellera al viento, nota cierta pérdida de volumen y una que otra cana diseminada por ahí. Es el acabose.

Si a eso sumamos los múltiples roles que supimos conseguir y acumular en el arduo camino de la "liberación femenina" (?), el panorama se complica aún más. La que priorizó su profesión ("career woman"), inevitablemente postergó el rol de esposa y madre argentina, debiendo bancarse las críticas lapidarias de parientes y amigos, que quieren ver casada a la nena. La que priorizó su reloj biológico, terminó colgando el título (si lo tiene) en la pared del escritorio para tapar una mancha de humedad, y se instaló en el rincón de las hornallas (como dice la Guiñazú). La que intentó timonear ambas cosas a la vez, a esta altura de la soirée se siente tan tironeada, estresada y exigida que en la primera de cambio queda varada por una lumbalgia o cambia la gargantilla de mostacillas por el collar ortopédico, para enderezar las cervicales.

Es que no es fácil conservar la líbido ni estar hecha una reina cuando una tiene que: llevar a los chicos al cole sin llegar tarde al trabajo; pedir turno con la depiladora, el ginecólogo, la endocrinóloga, el ortodoncista del mayor, el oculista del menor y encargar las plantillas del del medio; controlar el aceite del auto; llevar a vacunar al perro; comprar el último producto antipiojos, que dicen que es menos tóxico; frizar las milanesas; darse una corridita por el super (o el hiper) para aprovechar las ofertas del día; reclamar la boleta del teléfono que no llegó y vence mañana; hacerse las manos; teñirse porque ya se ven las raíces; controlar los botones de las camisas del marido que se saltan a cada rato; revisar los cuadernos de los chicos; pagar la cooperadora; hacer un poco de fierros para no perder la batalla contra la flaccidez; hacerse un facial de vez en cuando para que la cara no se caiga a pedazos... Es una lucha, diría Carlín.

Serán por eso que obras como "Confesiones..." resultan tan abrumadoramente taquilleras. Porque nos hablan de lo que nos pasa a todas por igual, en mayor o menor medida. Porque nos dan permiso para desmitificar un poco nuestros dramones y reirnos de nosotras mismas. Son espectáculos catárticos, liberadores, que funcionan como verdaderas válvulas de escape (como la de la olla a presión, vió? Son espectáculos terapéuticos que nos descontracturan y nos solidarizan unas con otras, nos vuelven cómplices, nos hermanan.

Lo cierto es que el Coliseo Podestá arrancó la temporada dándose el lujo de poner el cartelito No hay más localidades, y sin duda lo volvería a lucir si estas "minas" desenfadadas y bien reas volvieran a deleitarnos con sus Confesiones, que bien podrían ser las nuestras.

Fuente: http://www.eldia.com.ar/ediciones/20000319/espectaculos6.html

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