GARGANTA PROFUNDA. Eddie Vedder tuvo una noche brillante en La Plata. Gentileza: La Nación.
Por Germán Arrascaeta 14/11/2011 04:47
En una era en la que en el rock está todo fríamente calculado, la banda norteamericana Pearl Jam se regodea con improvisaciones intensas, lisérgicas, anárquicas, como si fuera la vida en ellas. Y cuando la escala estadio exige grandes puestas, a su personal le basta un telón con diseño sobrio, iluminación sugerente y un sonido nítido y potente.
Queda claro, entonces, que Pear Jam es un milagro. Un milagro en el que sus fans creen fervientemente, tal como lo demostraron en la noche del domingo en esa caja de resonancia conocida como estadio Único de La Plata, asistiendo masivamente a una liturgia de rock de alta escuela, coros épicos (éste quizás sea el show con matices melódicos más coreados por la multitud) y matices zigzagueantes.
El tercer show de Pearl Jam en Argentina duró tres horas, atendió diferentes pasajes de su discografía, se permitió tributar a sus grandes ídolos y, por sobre todas las cosas, tuvo al quinteto confirmando que es el grupo yanqui más grande de la actualidad. Por obra, por su compromiso para recrearla, por la conexión conseguida en 20 años de trayectoria, por su negativa a fosilizarse. Por trascender largamente la subcultura que lo popularizó: el grunge
En definitiva, para volarse la peluca basta con Eddie Vedder con la garganta en condiciones y su carisma nada afectado; con Mike McCready soltando solos eternos, sin red, esperando un guiño de sus compañeros para moderar; con Jeff Ament saltando como si su banda tuviera que ganarse un lugar en la escena de Seattle (desde lejos no se ve tan bien, pero pareció que al cierre vistió la camiseta 7 que Oberto usa en los Spurs); con Stone Gossard ofreciéndose como un respaldo noble, alternando arpegios, acordes de acústicas y riff pesadísimos, aceptando la responsabilidad de algunos solos. Y para flashear del todo, claro, resulta imprescindible Matt Cameron y sus brazos propulsores. Semejante sintonía, abonada por los sutiles teclados del hawaiano Boom Gaspar, hace pensar en la vida útil de un grupo de rock, permite aventurar que Pearl Jam debería existir por siempre.
El concierto empezó con exactos 15 minutos de atraso (21.15) y terminó tres horas después, una vez afrontado un set list de 33 canciones. Para la apertura, se eligió el tema de clausura de un disco clave, Ten, que este año cumplió su vigésimo aniversario. El medio tiempo Release se convirtió en una buena estrategia para acrecentar la expectativa para los latigazos. Que no se hicieron esperar demasiado. Al toque, llegó Go e inmediatamente Corduroy, del segundo y tercer disco de Pearl Jam respectivamente.
Ten se interpretó casi todo, con sus canciones en versiones extendidas y con las líricas dobladas por la multitud. Black, Jeremy, Even flow, Why go y Porch podrían haber acercado la certeza de que se trataba del show de una gira aniversario (como la que Primal Scream realizó a partir de Screamadelica). Pero hablamos de Pearl Jam, una banda que no descansa en una sola obra sino que gusta por hurgar en sus rarezas y convertir a cada concierto en un acontecimiento único.
Entonces, puede pasar lo que pasó en La Plata: arremeter con Do the evolution y Life wasted; oscurecer el ambiente con Blood; colgarse en codas eternas; airear con delicias acústicas como Just breathe, que Vedder afrontó solo con Gaspar; no desatender Backspacer, el disco más reciente (tocaron The fixer y Supersonic, además del remanso unplugged ya citado); alternar los estados de ánimo desde las líricas. Porque esta banda cómo expresar desde la interpretación la motivación de cada tema, ya sea la rebelión ante una opresión claustrofóbica o una celebración dionisíaca.
Así como en 2005, Vedder macheteó algunas alocuciones (“el estadio es lindo pero ustedes están mejor”), se preocupó para que no haya estampidas al frente del escenario (es evidente que el incidente Roskilde lo marcó) y tomó vino tinto del pico. No fue la única similitud con aquella serie de shows en Ferro: así como en aquella oportunidad había acercado a los fundamentales Mudhoney, en ésta trajo a X, una legendaria punk de Los Ángeles para poner al tanto a la multitud de su legado fundamental.
También repitió I believe in miracles, de The Ramones, aunque ahora se permitió filtrar el estribillo de I wanna be your boyfriend en el promedio de Better man. Eddie recordó que, en rigor, su primera vez en Argentina fue como acompañante de los neoyorquinos hace 15 años, y aprovechó la oportunidad para presentar al ex baterista Richie Ramone, que trabaja con Pearl Jam como plomo desde hace años.
El ítem covers tuvo momentos altísimos: el Mother floydiano en tono grave, que anticipó la fiebre Waters por venir (la versión se había adelantado hace semanas en el late night show de Jimmy Fallon); el Rockin in the free world del padrino confeso Neil Young, y Last kiss de Wayne Cochran.
Alguna vez se deslizó que Pearl Jam es una banda hecha a la medida de algunos clásicos. El grupo tomó la mística interpretativa de The Who, la ética noise de Neil Young, el sonido granítico de cualquier emblema del rock duro, cierta cabalgata speed heredada del punk… Es cierto, el tema es que ya puede hablar de igual a igual con todas esas referencias. Sólo una gran banda como Pearl Jam amerita el incordio de autopistas colapsadas, accesos eternos, cansancio a flor de piel. Pearl Jam en directo es un gusto que hay que darse en vida.
Fuente: http://vos.lavoz.com.ar/pop/rock/pearl-jam-argentina-ensayo-sobre-vitalidad
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