Ópera
La obra de Verdi, en el Teatro Argentino de La Plata.
Por Juan Carlos Montero | LA NACION
Don Carlos, de Giuseppe Verdi. Estreno sudamericano de la version original, cantada en francés / Director de orquesta : Alejo Pérez / Regie y vestuario: Frencesco Espósito / Iluminación: Eneique Bordolini / Director de coro: Miguel Fabián Martínez / Elenco: Carla Filipcic Holm, Elena Sommer, Fabiana Messino, Rubén Amoretti, Luca Lombardo / Orquesta, coro y cuerpo de baile: Teatro Argentina de La Plata
Nuestra opinión: buena
Acaso con razón se ha dicho que Don Carlos fue una de las obras más logradas de Verdi, a pesar de las varias versiones que llevó a cabo, razón que hizo suponer que nunca quedó conforme y que por eso mismo le tuvo especial estima. Sin embargo, en conjunto con Aída, Otello y Falstaff -cumbres del último período de su contribución al teatro cantado-, son ejemplo de que las arias y dúos están concebidas como monólogos, con una música de melodías amplias, pero oscuras. Asimismo, el autor, en este título al que se podría encasillar como el último de un período romántico, por un lado evita en lo posible el recitativo y el aria, sumando dúos, tríos y conjuntos, todos resueltos con buenas ideas musicales, emotivas por su facilidad para crear melodías que, de tan bellas y sencillas, se incorporan a la memoria del oyente.
Desde el punto de vista musical, la versión ofrecida por Alejo Pérez nos resultó carente de expresividad en el primer acto, como si el músico sólo hubiera aportado una marcación referida a los tempi que de todos modos, en varios momentos resultaron lentos en exceso, factor que no contribuyó al fraseo, a la emisión y al manejo del aire de los cantantes.
En cambio, a partir de la escena en el jardín del monasterio, la batuta pareció estar más firme, logrando la dinámica necesaria, pero algo deslucida por el canto anodino de Elena Sommer, quien dio muestras de inexperiencia como actriz. En su conocida "Canzone del velo" con reminiscencia de origen árabe y ritmo de seguidilla su accionar resultó elemental. Fue muy buena en cambio, la contribución de Fabiola Massino como Teobaldo.
En esa misma gran escena concertada, adquirió prestancia la soprano Carla Filipcic Holm como Elizabeth, quien dejó escuchar el bello y sonoro timbre de su voz. Al encarar con desenvoltura la romanza en la que el autor introduce un sonido novedoso en la orquesta con un corno inglés, matiz ideal para remarcar el dolor de la Reina por la expulsión de la condesa que facilitó su encuentro fugaz con Don Carlos.
El bajo Rubén Amoretti fue un Felipe II sin mayor prestancia. El carácter y las reacciones que provocaba la sola presencia del Rey de España no se pusieron en evidencia; en cuanto a la voz y el decir, se oyó a un cantante experimentado, encarando un rol que no se aviene a sus medios. El tenor Luca Lombardo, de voz clara y firme, actuó con soltura y buen desplante; fue sumamente convincente.
El otro bajo profundo, José Antonio García, que encarnó al Gran Inquisidor en la escena junto a Felipe II -la de mayor tensión anímica y psicológica creada por Verdi-, actuó con autoridad, voz sonora y muy pareja en su color para llegar a la zona más grave del registro sin perder volumen.
Por su parte, fue curioso el canto del barítono Krum Galbov, quien avanza con firmeza hacia el logro de una carrera que seguramente llegará a ser brillante. El cantantes, en su rol de Marqués de Posa -personaje que participa con mayor intensidad por conocer los afectos de la pareja real y del príncipe heredero con su drama de amar a la esposa de su padre-, se escuchó con dos maneras de emitir el sonido: uno tenue y desparejo, otro con buena emisión y grato color.
Asimismo cabe señalar que el resto del elenco, abordando los personajes de flanco, plasmó una actuación sin fisuras, destacándose la musicalidad de la voz diáfana de la soprano Victoria Gaeta en el bello y sugerente pasaje de la voz del cielo, tan metafórico como sublime. Si bien el público ofreció un buen aplauso a cada uno de los artistas, se tuvo la evidencia de una preferencia por la soprano Carla Filipcic Holm, quien agradeció con su acostumbrado recato y sencillez.
Puesta en escena
Resulta un tema complejo pretender recrear la época del Rey Felipe II en España y en la puesta acaso no se logró la atmósfera de los ambientes cerrados, y de los parques y lugares de cacerías en que vivía la realeza española todavía con la influencia de siglos del mundo árabe. En la amplia plaza donde se va a celebrar un auto de fe con monjes, condenados y el séquito del Rey, los espacios que el escenario tiene no fueron utilizados en su mayor dimensión. De ahí que esa escena mostrara un conglomerado de religiosos, soldados y pueblo enardecido sin posibilidad de contar con distancia entre ellos. La alegoría de la pira pareció un recurso algo elemental.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1424528-don-carlos
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