Edición Impresa|noviembre 2011, 17
Son alrededor de 20 adolescentes, liderados por la profe Alejandra y aman el teatro. Hace tres años crearon el grupo Teatreros de la Villa, con el que ya representaron obras en escuelas, teatros y hasta viajaron a Chapadmalal. Aquí, los protagonistas cuentan cómo es divertirse, reflexionar y transmitir una identidad desde el encanto del escenario.
Por Juan Manuel Mannarino
Es sábado en el Parque Alberdi, una tarde de sol y viento. Una mujer y un par de chicos, sentados al lado de una calesita. Nadie de los que pasa por allí, ni los abuelos que se preparan para jugar un tejo ni las parejas que caminan paseando sus perros, imaginan que son del grupo Teatreros de la Villa. Alejandra, la profe, Marcelo, Julieta y Pedro, los actores, representantes de un colectivo de casi veinte adolescentes de entre 14 y 18 años de la zona del Estadio ciudad de La Plata.
Los sábados es día de ensayo. A esa misma hora, en una sala de teatro, bailan, caminan, prueban tonos de las palabras y se visten de Romeo y Julieta. Ahora, a punto de ser entrevistados, se los nota sorprendidos, como si estuvieran desorientados entre la marea de gente que inunda el parque.
Alejandra Giribaldi, la profe, desvía la mirada. Su hijo, inquieto, parece una liebre suelta. El resto se sienta en ronda y la mira. Alejandra, entonces, habla. “Todo comenzó cuando era preceptora de la secundaria Nº 11, que está en 25 y 527, atrás del Estadio Único. A los pibes los conocía de mucho antes, porque fui maestra. Como también soy profe de teatro, siempre estaba con ganas de armar algo y entonces surgió la necesidad de hacer una obra para un acto del 25 de mayo. Así empezamos, en el 2008, con la autorización de la directora Cristina Mancini y de otros profes. La dinámica era itinerante: entraba y sacaba a los pibes de las aulas. Fue emocionante. Se engancharon enseguida, tenían el libreto en mano como si fuera algo importante”, dice.
Al año siguiente, la idea prendió fuerte: se armó un taller de teatro a contra-turno, con un horizonte fijo: un viaje a fin de año a Chapadmalal. “Necesitábamos crear el enganche del viaje. En abril, que es cuando el Programa Jóvenes y Memoria (de la Comisión Provincial por la Memoria) abre la inscripción, nos anotamos para hacer una obra sobre la exclusión. Éramos un grupo de 20 personas, mitad varones, mitad mujeres. Lo increíble es que, sin tener experiencia, los chicos se tomaban muy en serio la disciplina de los ensayos, venían a horario y ponían el cuerpo con mucha determinación”, explica y comenta, sin sacar nunca los ojos sobre los movimientos del hijo, que trabajaron la obra desde la creación colectiva: algunos escribían, otros dirigían y todos actuaban. Fue un año de ensayo en el “laboratorio teatral” de la escuela, donde se juntaban dos veces por semana, aunque asegura que de haber sido por los pibes, dejaban de estudiar y se la pasaban ensayando.
Así se armó la primera obra. Se llamó “Nosotros, los excluidos”, inspirada en un texto de Eduardo Galeano. Los chicos hicieron de sí mismos o de otros cercanos: relataron breves historias de cómo es vivir a las orillas del arroyo El Gato. “Hubo una etapa de investigación, donde ellos convertían en escena lo que les pasa en sus barrios: que son discriminados por ser cumbieros, que la policía los para a cada rato por portación de cara… Fue un proceso buenísimo, porque mediante la expresión creativa formaron una especie de álbum de la vida cotidiana en la villa. Había una escena que era sobre la canchita de fútbol, otra sobre un pibe que se enamora de una chica y pusimos una pantalla de fondo donde mostrábamos fotos de ellos. En Chapadmalal nos aplaudieron de pie. Los pibes no se lo van a olvidar jamás”, comenta Alejandra.
Marcelo interrumpe. “Cuando empezó esto del teatro, no me gustaba ni medio. Ni estudiar ni hacer teatro. Pero fueron pasando los días y me empezó a gustar. Sentía que estábamos mostrando la realidad. Me divertía”, confiesa. Marcelo es morocho, flaco, el pelo corto, con flequillo marrón, y tiene los ojos grandes, negros.
En 2009, el grupo explotó. Se duplicaron los ensayos, las obras y las presentaciones. Hicieron “RA Emergencia”, una obra sobre el 25 de mayo, donde representaron a celebridades de la talla de Cisneros, Castelli y Belgrano mezclados con personajes de la villa, como el pibe chorro, una enfermera y un personaje llamado Argentina. Luego fue el turno de “Margarita Rojas”, una adaptación de Caperucita Roja construida en base a improvisaciones y presentada en el cumpleaños de City Bell, al aire libre. La charla se amplía. Pedro, también flaco y de mirada tierna, toma la palabra. Agrega: “A la obra la practicamos una o dos veces nomás; estaba bastante improvisada. Confiamos en que iba a salir bien. Salió joya y en la función aparecieron cosas que no estaban previstas”. Los cuatro actores pasaron la gorra. Se llevaron 40 pesos cada uno. Este año la cooperadora de un colegio les pagó por hacer una función el Día del Niño. Marcelo se ríe. Cuenta que hizo del papá de caperucita. Un papá moderno: amo de casa, desempleado, atento a las cuestiones del hogar.
Alejandra recuerda que ensayaban en febrero, en la cocina de una casa con más de 30 grados de calor. “Así armamos otra obra que se llamó ‘El terrible exterminador’, una comedia que trataba sobre unas cucarachas. Marce venía con el libreto en la mano. Lo paraba la policía en la calle. Y él le contestaba: voy a teatro”.
Marcelo silba. A unos metros, pasan un par de chicas.
-Andá a buscarlas, Marce -dice Alejandra.
-No.
-Dale, deciles que estamos acá.
-…. (vuelve a silbar)
-¡Dale, Marce, sos terrible!
-Dejalas ahí.
Fuente: http://www.lapulseada.com.ar/site/?p=2723
muyy bueno todo ! sigan asi ...
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