sábado, 1 de mayo de 2010

Identidad y territorio teatral en la ciudad de La Plata

Revista Afuera
Al / N 10 / Mayo 2010

Radice, Gustavo
Di Sarli, Natalia
Politeama Olimpo en 1900

Identidad y territorio teatral en la ciudad de La Plata

Europa inmigrante y Latinoamérica emergente en la ciudad soñada

Resumen:

La ciudad, como expresión cabal de la acción cultural sobre la naturaleza, representa en Latinoamérica un espacio cargado de incertidumbres sobre sus cimientos culturales. La Argentina finisecular del siglo XIX, lejos de constituirse en excepción, profundiza aún más los cruces y brechas culturales entre la mirada a una Europa idealizada y la pertenencia al territorio latinoamericano, abundante en referencias al pasado colonial, a la condición de indianos, a las guerras por la ocupación del territorio y la definición de sus fronteras. En el caso de la ciudad de La Plata y sus instituciones teatrales, su pretendido carácter europeizante no hace sino ahondar aún más en las contradicciones culturales de una nación reciente, que se sueña diferente a sus limítrofes continentales.

The city, as full expression of cultural activity on nature, is in Latin America an area fraught with uncertainties on their cultural foundations. The Argentina of fin de siècle in the XIX century, far from constituting an exception, further deepens the crossings and cultural gaps between the idealized look at Europe and membership in the Latin American territory, rich in references to the colonial past, the status of Indians, the wars of occupation of the territory and the definition of its borders. In the case of the city of La Plata and their theatrical institutions, the European intended merely to delve further into the cultural contradictions of a nation recently, who dream itself differently from their neighboring mainland.


Introducción

La ciudad, como expresión cabal de la acción cultural sobre la naturaleza, representa en Latinoamérica un espacio cargado de incertidumbres sobre sus cimientos culturales. La Argentina finisecular del siglo XIX, lejos de constituirse en excepción, profundiza aún más los cruces y brechas culturales entre la mirada a una Europa idealizada y la pertenencia al territorio latinoamericano, abundante en referencias al pasado colonial, a la condición de indianos, a las guerras por la ocupación del territorio y la definición de sus fronteras.

A la herencia aportada por los mestizajes coloniales producidos entre las culturas española, portuguesa, indígena y africana, se incorpora la progresiva influencia de los grupos inmigratorios con sus costumbres, sus dialectos y sus peculiares idiosincrasias de origen. Asimismo, las políticas de gobierno implementadas en los últimos años del siglo XIX incluyeron variadas reformas culturales basadas en la reproducción de costumbres y modas provenientes de Francia e Inglaterra. La sociedad argentina del siglo XIX, aun dominantemente hispana, con sus tipos característicos rurales y urbanos, da paso paulatinamente a otra fase de hibridación cultural nacional, fase de la que a su vez emergerán otros tipos característicos, pronto reconocibles en las áreas urbanas y rurales, en los centros y periferias, en las calles y pulperías del puerto y del interior.

En un mapa cargado de tensiones, la idea de unidad latinoamericana como proyecto político cultural de Argentina ha estado sujeta a los procesos históricos del campo político y económico. Dicha fluctuación histórica también ha tenido su correlato en las relaciones mantenidas con las políticas colonialistas de la Europa occidental durante el período de la conquista y, posteriormente, durante las guerras de Independencia. Para entender el proceso de conformación de dicha unidad, se debe primero considerar el concepto de unidad latinoamericana como el conjunto de diversidades culturales que, cohesionadas de alguna manera, constituyen las diferentes naciones de Latinoamérica. Segundo, que para entender dicha cohesión es necesario partir del proceso de conformación de las diversas singularidades nacionales. Al hablar de unidad latinoamericana debemos hacer referencia a los conceptos de Soberanía, Estado, Gobierno, Nación e Identidad; dichos conceptos han estado presentes en los discursos de diversos pensadores latinoamericanos y han sustentado el nacimiento de las naciones que componen el continente. La interrelación de dichos conceptos desempeña un doble papel, tanto en la fundación de los pilares de las idiosincrasias nacionales, como en la construcción de analogías históricas para una definición de la unidad latinoamericana.

Es en este punto, que los procesos de conformación cultural devienen en estrategias y sistemas de cohesión históricamente producidos. Y que las instituciones destinadas a difundir y legitimar dichos sistemas son generadas en el seno de los centros de poder, para luego expandirse a otros territorios culturalmente periféricos. En el caso de la ciudad de La Plata, su intención netamente europeizante, su objetivo de constituirse en ciudad soñada, símbolo de una época, no hace sino ahondar aún más en las contradicciones culturales de una nación reciente, que se sueña diferente a sus limítrofes continentales.


Una constante latinoamericana: existir para ser.

Durante siglos, el pueblo latinoamericano ha librado cruentas luchas contra los agentes externos que buscaron en estas tierras la explotación económica, devastando etnias enteras y grandes regiones geográficas. Las diferentes luchas independentistas, con sus tensiones internas y externas, por construir la soberanía nacional y los diferentes estados latinoamericanos provocaron debilitamientos internos a la hora de definir el ser nacional en cada región. Los rasgos característicos del patriota latinoamericano, durante el período posindependentista, debían seguir un orden moral que manifestara claramente la postura de los mismos frente al enemigo del continente latinoamericano. Los diversos pensadores latinoamericanos buscaron bajo el signo del orden social y el bien general unificar la región en contra de los agentes externos de la región.

Durante el siglo XIX la soberanía fue sinónimo de libertad; la base de la construcción de los Estados fue parangonado con la idea del orden moral y las ideas que sustentaron las diversas políticas de gobierno tendieron a construir un continente unificado bajo el signo del bienestar general.

Ahora bien, dentro del campo geopolítico ¿qué se podría entender por unidad latinoamericana? ¿Podríamos considerar como componentes de dicha unidad la heterogeneidad cultural cohesionada, la articulación social del continente y el control integrado de los recursos económicos bajo políticas que tengan como sesgo prioritario el bienestar común? Si bien se podrían esbozar una serie de aparatos teóricos conceptuales que ayudasen a entender que ha pasado a lo largo de la historia con la unidad latinoamericana, existe un imaginario colectivo sobre el concepto de unidad relativo a la historicidad de los pueblos originarios y su anclaje en la cultura contemporánea. Este imaginario sirve de basamento para la construcción cultural de una idea de pueblo y nación, y que refiere a la lucha por refrendar y legitimar rasgos culturalmente definidos partiendo de la experiencia histórica de dominación- sometimiento –emancipación. Estos rasgos incluyen, además, la valoración de las tradiciones precolombinas; el proceso de transculturación durante el siglo XV; el sincretismo cultural producido durante la conquista como resultado de la evangelización; las luchas indigenistas en contra de los encomenderos y del poder de la corona española; “la desarticulación social y cultural posterior a la conquista” (Argumedo, 2004: 147); el nacimiento y construcción de las naciones a partir de las luchas independentistas; las tensiones surgidas entre las ideologías americanistas (encarnadas en el pensamiento del Plan Continental) y también las nacionalistas.

Posteriormente, y ya durante el siglo XIX, el surgimiento de políticas internas que pensaron las naciones como entidades autónomas separadas de las monarquías de Europa occidental, y los procesos de modernización de los diferentes países -con su posterior desarrollo de políticas de inclusión y movilidad social que caracterizaron el siglo XX-, permitieron el avance económico y social que definió un imaginario de progreso social ligado a la idiosincrasia nacional como estandarte de unidad. Los comienzos de esta construcción del Estado de bienestar que se prolonga durante todo el siglo XX, tuvo su basamento en el progreso económico de los habitantes de cada nación. Las posibilidades que implementaron -durante la década del ’40 del siglo XX- las políticas basadas en la idea de movilidad social y bienestar general permitieron comenzar a pensar el estado bajo la idea de unidad nacional, los límites estancos que existían en cada clase social comenzaron a licuarse, permitiendo el acceso a bienes culturales y económicos a todo un estrato social postergado por las políticas liberales de la modernidad europea. La idea del que progreso económico traía aparejado una multiplicidad de oportunidades, que abarcaron desde el acceso a la educación para un grupo mayoritario de personas hasta la construcción de un sistema de salud pública que contuviera a todos los habitantes de la región, concretizó la idea de bienestar general que construyeron, en un comienzo, los pensadores latinoamericanos posindependentistas.

Durante mediados del siglo XX las políticas gubernamentales basadas en la justicia social fueron el nuevo basamento que buscó la cohesión social en contra de las políticas liberales que planteaba una modernidad que iba diluyéndose poco a poco. Así nacía un nuevo factor que iba a incidir en los procesos de conformación de la unidad latinoamericana: la posmodernidad y las políticas capitalistas con su sentido de individualidad.

Durante siglos Latinoamérica no solo ha sido víctima de los paradigmas occidentales y de los proyectos elaborados por la modernidad. Las nuevas ideas que trajo la posmodernidad provocaron una fragmentación geopolítica. El efecto posterior a la modernidad sumado a la incidencia de la posmodernidad dentro del territorio latinoamericano suscito un desarme cultural que ha separado a sus pueblos, ideológica y culturalmente. La ideación de progreso económico ligado a la imaginarización de un ideario latinoamericano se ha construido sobre un olvido histórico; que sitúa la identidad latinoamericana sobre una estructura económica solamente, desplazando así la preponderancia de la superestructura simbólica como eje vincular de los pueblos de América Latina.

La idea de unidad no es sinónimo de homogeneidad, pensar la unidad latinoamericana como un todo homogéneo o como una uniformidad cultural y social es negar las singularidades identitarias y en consecuencia es negar al Otro. El Nosotros latinoamericano contiene la multiplicidad de tradiciones, historias, gobiernos, hablas, etnias, etcétera. Ahora bien ¿cuáles son las diferentes políticas de estado que tiende a fortalecer esta idea de unidad? ¿Qué “posiciones nacionales” - concepto elaborado por Arturo Jauretche (Argumedo, 2004: 136)- han construido los diferentes gobiernos latinoamericanos para generar la unidad latinoamericana? ¿Podríamos considerar el intercambio de bienes económicos y de materiales simbólicos como líneas ideológicas que fortalecen dicha unidad?


Nación y Estado en la identidad latinoamericana: matrices de pensamiento e historicidad.

La matriz histórica del pensamiento de unidad latinoamericana emerge, por su misma historicidad, en el entramado de la realidad geopolítica que le da sustento. A fines del siglo XVIII, las revueltas en el Perú reintrodujeron en la población latinoamericana la conciencia de su propia identidad como pueblo. La breve revolución encabezada, por ejemplo, por Tupac Amaru II (1780-1781) puso de manifiesto la posibilidad del pueblo indígena de unirse y constituirse como sector armado y consciente de su rol como estrato social relegado de América. Posteriormente, los pensadores de Mayo retomaron la noción de pueblo como “masa organizada” consciente de sus derechos sobre el territorio que ocupaban. La división del trabajo, estratificada por etnias, concretizaba los imaginarios subyacentes en todo el mapa de Latinoamérica sobre el ser americano, definido por entonces como indiano y carente de la potestad de ciudadanía, rasgo reservado a los habitantes españoles de las colonias.

Los diversos hombres que pensaron a Latinoamérica unida acentuaron su pensamiento y líneas políticas en el proceso de identificación de los habitantes con el territorio donde habitaban, con la intención de forjar la idea de Patria. Dicho proceso indentificatorio puso el acento en el conjunto de elementos que constituyen el universo simbólico, construido como el resultado del proceso histórico y puesto de manifiesto durante los años de la emancipación. El Plan Revolucionario de Operaciones de Mariano Moreno; las proclamas de San Martín al pueblo peruano y argentino; la Tesis de Licenciatura de Alberdi; los escritos de Monteagudo -entre otros- se constituyeron como verdaderos manifiesto sobre la unión latinoamericana. El conjunto de pensadores que se instituyeron durante el siglo XIX y principios del siglo XX, pensaron el concepto de Patria en relación con el pasado colonial y la historia del continente americano. Fue claro que sus ideas estaban en pos de la lucha en contra de un enemigo común que debía ser expulsado del territorio, o bien asimilado a las nuevas ideas independentistas que buscaron forjar un continente emancipado de las políticas de dominio de la corona española.

Durante el siglo XIX, y con la entrada del pensamiento de la modernidad, es cuando se produce la ruptura con el pensamiento americanista. La apropiación de las formas ideológicas derivadas de la modernidad europea esto es, desde el concepto de hombre ilustrado hasta las políticas liberales, comienzan a poner en marcha el proceso de transformación europeizante de Latinoamérica.

La Generación de 1837 reflexionó de manera crítica sobre el Estado argentino, dentro de sus líneas de pensamiento se destacó como eje intelectual el “identificar sin idealización los problemas que enfrentaba el país, y trazar un programa que hiciera de la Argentina una nación moderna.” (Shumway, 1995: 131). Por otro lado, también los políticos que encabezaron la generación del ’80 buscaron parangonar la Argentina con la Europa de la Modernidad.

Dentro del proceso de transformación se hace más evidente la brecha entre el interior de la República y la metrópolis. La Generación del ’37 vivió este abismo, que se acentuaba cada vez más, como uno de los fracasos en los intentos de unificar al país: “Durante sus años formativos, todos los miembros de la Generación del ’37 presenciaron la incapacidad de las diversas provincias de formar unidad, el fracaso de los liberales porteños de proporcionar un liderazgo inclusivo, el fracaso de las masas de elegir funcionarios responsables, y el fracaso de las teorías europeas, que tan sólidas parecían” (Shumway, 1995: 132).

Las características de esta escisión fueron de índole ideológica y cultural. Es durante finales del siglo XIX que la Argentina comienza a adquirir una fisonomía europeizante, cabe señalar como ejemplo que, en “1887, octubre 21 [el] llamado a concurso para proyectar un palacio destinado al Congreso Nacional, a erigirse en la Capital Federal” o en “1897, enero 15 la ley 3.474, encomendando la Municipalidad de Buenos Aires la construcción y explotación del nuevo teatro Colón” (Pérez Amuchástegui, 1984: 113-114). Las características arquitectónicas de estos edificios ponen de manifiesto un gusto por el estilo neoclásico europeo y la necesidad de establecer una política dirigida a embellecer la capital de la República. El vertiginoso ritmo de crecimiento de Buenos Aires propugno una nueva mirada sobre la urbe, esta mirada, sustentada en el pensamiento modernista, legitimó los cambios en el paisaje metropolitano. Sin ningún miramiento los aires renovadores comenzaron a circular llevándose a la vieja Buenos Aires.

A la división en dos regiones -el interior de la Argentina y la centralidad de la metrópolis-, se le suma otro problema que gana complejidad al avanzar el siglo XIX, la ideación modernista de la cultura de élite y lo popular. Esta polarización de la cultura, propias del pensamiento modernista, profundiza aún más el proceso de desintegración de la unidad latinoamericana. Es así que, las naciones que hunden las raíces de su idiosincrasia en su pasado, comienzan a cobrar un tinte de características populares a vistas de las políticas liberales. La escisión producida en Latinoamérica entre “el modernismo cultural y la modernización social” (García Canclini, 2008: 87) se profundiza, poniendo en evidencia los problemas de identidad. Las diversas naciones que componen el todo latinoamericano comienzan una lucha en contra de la modernidad y por la integración cultural, rescatando las singularidades culturales que circulan en la periferia de la cultura de élite. En este contexto, ¿qué rol ocupa la memoria?; ¿es la memoria como sistema simbólico de creencias un factor identitario que fortalece la unidad latinoamericana?

Una vez ganada la Soberanía y construidos los Estados, la idea de Nación como territorio comienza a ganar fuerza. No debemos olvidar que las diversas dictaduras militares que asolaron a Latinoamérica produjeron hiatos históricos que originaron un discontinuo en el proceso de reafirmación de la Nación como territorio simbólico. A su vez licuaron los procesos históricos creando un discurso histórico purificado, en donde la simpleza de los procesos de los mismos se redujo a una formula simplista de causa-efecto, llevando al territorio del olvido la mayoría de las luchas de los próceres latinoamericanos, y a su vez, seleccionando intencionalmente algunos momentos históricos que sirvieran a su causa. Es dentro de este marco que la memoria debe funcionar como aglutinante de la cohesión social para rescatar del olvido aquellos fragmentos de historia censurados en pos de la construcción de una Patria ajena a la que pensaron los hombres de la posindependencia. Cabe señalar además que, los gobiernos de facto con sus políticas liberales, crearon una falsa conciencia del ser popular. No es azaroso que utilizando la alta cultura, como política cultural hegemónica, hayan denostado de forma sistemática la cultura de masas o popular. La constante polarización y tensión entre alta cultura y cultura de masas o popular (García Canclini, 2008: 205 -208) ¿ha socavado los cimientos de la unidad latinoamericana? ¿Es ésta tensión la que impide pensar la unidad como el conjunto heterogéneo de culturas?


Cultura y culturas: creación, territorio e historia.

Los discursos artísticos producen y reproducen matrices de pensamiento determinadas por el signo histórico que le dan origen. Al tratarse de fenómenos pensados para el intercambio cultural, los productos del arte vehiculizan una serie de discursos donde los conceptos de identidad y pertenencia son identificables por su misma historicidad y territorialidad. La producción de discursividad artística deviene de las relaciones entre sujeto creador y entorno, de manera que un objeto artístico puede ser considerado como un permanente dialogo entre sujeto colectivo, territorio e historia.

La hegemonía cultural que han planteado los diferentes gobiernos ha canonizado y legitimado ciertas producciones culturales para ejercer sus políticas de dominio, esta hegemonía ha llevado al plano de la indeterminación la idea de Estado, Nación y Gobierno y como consecuencia la ambigüedad en los procesos de identidad. ¿Por qué la industria cultural ocupa un lugar preponderante en este conflicto? Al respecto Andreas Huyssen dice: “Después de todo la industria cultural cumple funciones públicas: satisface y legitima necesidades culturales que son en su totalidad falsas per se o únicamente retroactivas; articula contradicciones sociales para homogeneizarlas. Y precisamente este proceso de articulación puede convertirse en el campo de conflicto y lucha.” (2006: 51) La idea de Estado, Nación y Gobierno devienen, entonces, en estructuras culturales; la conceptualización que se tenga de ellos es el resultado de un proceso dialéctico entre los procesos históricos y el universo simbólico. Si pensamos que los modos de producción y recepción de los objetos culturales llevan consigo una carga ideológica, la manipulación de dicho material simbólico puede transformar el horizonte de expectativa (Pellettieri, 1997: 32-34) de los receptores, y con ello producir distrofias en el continuum del proceso de conformación de la identidad. Es así que las implicancias culturales a la hora de definir los conceptos de Gobierno, Nación y Estado materializan dichos horizontes de expectativa en las producciones simbólicas del arte y la literatura.

Entonces, ¿podemos pensar la materialidad de la unidad latinoamericana como un cruce de productos culturales? Si la producción cultural es determinada por los procesos de producción y enunciación discursiva, y a su vez, está atravesada por el devenir histórico y político de las diversas naciones que conforman Latinoamérica, ¿podríamos pensar qué la matriz cultural se construye a partir del entramado ideológico y es concretizada a través de la materialidad artística?

A lo largo de la historia la relación entre producciones artísticas y circuito artístico han mantenido una estrecha relación. Los circuitos artísticos –museos, salas teatrales oficiales e independientes, centros culturales, galerías de arte, etcétera- han materializado y vehiculizado la polarización entre alta cultura y cultura de masas o popular.

Ahora bien, adentrándonos en el campo de la cultura, las políticas culturales de los diferentes gobiernos han creado instituciones de apoyo y fomento a la cultura, a través de las cuales se manifiestan los idearios de su particular lineamiento político. La institucionalización de la cultura tiene por objeto definir, legitimar e implementar los materiales simbólicos que cada gobierno considera como valido. Es entonces que uno de los aspectos de la cultura, más allá de su existencia tangible, se erige como ideología en los objetos que la conforman. Es dentro de este marco, donde los conceptos de Estado, Nación y Gobierno adquieren y manifiestan rasgos identitarios concretos y definitorios de cada territorio a partir de la producción de objetos artísticos. Dichos rasgos se constituyen como el campo de lo tangible para los acuerdos de unidad latinoamericana.

La Plata fundacional: inmigración y progreso.

En el marco de las políticas culturales que definen los rasgos culturales identitarios de cada territorio, cobran importancia las instituciones oficiales que detentan la hegemonía de la cultura. La construcción hegemónica de la cultura instituye un rasgo preponderante que se manifiesta en la especificidad de cada institución, y en la definición de sus alcances y funciones. El límite aparente entre disciplinas e instituciones legitimarias, permite administrar los bienes culturales de manera organizada y sistemática. La administración de dichos bienes culturales estratifica a cada disciplina del arte en relación a un conjunto de normas y expectativas respecto a su función legitimaria. Es así que cada política cultural implementada por un gobierno define el deber ser de cada disciplina artística y su materialización en producciones concretas.

Este deber ser de las producciones artísticas, sustentado en una serie de matrices ideológicas, se halla condicionado por la contingencia histórica que subyace a cada sistema de gobierno. Es entonces que cada sistema manifiesta en los espacios de la cultura o circuitos artísticos, su proyección ideológica para construir su propia idea de la cultura y por ende de la identidad.

A finales del siglo XIX, y dentro del marco de las políticas que caracterizaron el pensamiento moderno, numerosos proyectos urbanos fueron ejecutados con el fin de modernizar la Nación. Una consecuencia de este proceso de modernización fue la construcción de la ciudad de La Plata bajo los cánones de la arquitectura europea. La Plata, fundada el 19 de noviembre 1882, surge como un proyecto del entonces gobernador de Buenos Aires, Dr. Dardo Rocha, con el objetivo de descentralizar los poderes públicos de la ciudad de Buenos Aires. Si bien la idea originaria fue generar un polo urbano que compitiera culturalmente con la capital nacional, su misma implantación territorial generó el efecto contrario, centralizando aún más a la ciudad de Buenos Aires como eje cultural. La ciudad de La Plata surge como un ejemplo de la materialización del paradigma ideológico de la modernidad. Las contradicciones de la modernidad se encontraban latentes en la dicotomía culto-popular, y se materializaron en la construcción de una ciudad con los últimos adelantos arquitectónicos. Cabe señalar que dentro del programa arquitectónico de la ciudad estuvo comprendida la edificación de obras destinadas al desarrollo cultural. Como ejemplo se puede mencionar al Teatro Argentino -fundado el 19 de noviembre de 1890-, verdadero locus de la alta cultura. En contraposición a este polo artístico, surge el Politeama Olimpo (Sánchez Distasio, 2005: 63 -64) –adquirido por los hermanos Podestá en 1897- erigiéndose el eje cultural de la vertiente popular.

Estos dos edificios, entre otros, son elementos fundantes del circuito teatral de la ciudad de La Plata. En ellos se manifestaron durante décadas los idearios culturales de la urbe y vehiculizaron el deber ser, como rasgo identitario, de los habitantes de la ciudad. Si bien, en algunos momentos de la historia de la ciudad, se produjeron apropiaciones del repertorio por parte de uno y otro polo cultural, las líneas artísticas que siguieron ambos fueron lo suficientemente claras para establecer los límites de ambos locus artísticos.

La creación del Teatro Argentino respondió a las necesidades del gran público platense de disfrutar de funciones teatrales acordes al imaginario construido a partir de la modernidad europea en relación a las producciones culturales; y también, del acuerdo social tácito sobre el buen gusto. La estética arquitectónica de características renacentistas italianas del Teatro Argentino, instituyó en la clase alta platense el locus moderno sobre el cual se legitimaron sus discursos y prácticas sociales grupales.

A mediados de la década de 1890, el circuito teatral platense comienza a diferenciarse en dos vertientes. Por un lado el público culto que continúa asistiendo a las funciones de ópera y zarzuelas extranjeras en el Teatro Argentino. Por otro lado la vertiente popular -que tras la reivindicación del Juan Moreira en los teatros porteños y platenses-comienzan a asistir a una sucesión de obras de estructura y temática similar en el futuro Teatro Coliseo Podestá.

La construcción de estos dos espacios culturales legitimaron dentro del imaginario de la ciudad la dicotomía entre culto y popular, con su consecuente lucha dentro del campo identitario. Esta tensión entre los dos polos de la ciudad –el culto y el popular- produjo la escisión, entre los habitantes de La Plata, que se manifestó a partir de sus prácticas sociales enclasantes y del sentido de gusto a la hora de elegir objetos culturales.

El futuro Teatro Coliseo Podestá, con la representación de ciertos géneros teatrales –la gauchesca, la comedia, el sainete y el drama realista nacional- atrajo a las clases medias y populares. Las características del repertorio de la familia Podestá respondían a una concepción estética y filosófica ligada a lo popular y colectivo: numerosos elencos nacionales se presentaron en esta sala atrayendo a públicos de todas las clases, que gustaban de los nuevos géneros nacionales ofrecidos por compañías provenientes de Buenos Aires.

Durante estos años, el espacio teatral del Coliseo Podestá, mantuvo como forma dominante la estructura remanente del sainete festivo, de carácter comercial. Este género presenta una construcción estereotipada de los inmigrantes y los tipos porteños a partir de la tipificación jocosa. La base de este género se encuentra en la exacerbación extrema de los rasgos identitarios que permiten reconocer a los subgrupos urbanos que conforman las distintas colectividades. Otra variante son las comedias, cuya temática gira en torno a situaciones de la clase media y se inserta progresivamente en la ciudad de la mano de la Compañía Podestá. En 1920, el edificio se halla ya plenamente asociado al discurso y mitología urbana a partir de las modalidades del repertorio de la familia Podestá, es entonces cuando empieza a denominarse oficialmente Coliseo Podestá.

Esta breve reseña de los comienzos del Teatro en la ciudad de La Plata, nos sirve para ejemplificar como las tensiones entre la cultura de élite y la cultura de masas o popular, producen y reproducen matrices de pensamiento enclasantes a partir de su estratificación, tanto en lo concerniente a los repertorios como a los públicos. En este caso particular, dicha tensión tiende a construir diferenciaciones sociales a partir del gusto estético de los individuos, y desfavoreciendo la cohesión social.

Es a partir de la dialéctica que se produce entre el repertorio y las características estéticas de la puesta en escena que se codifica no solo la mirada o el gusto, sino también los comportamientos sociales de los espectadores. Es decir, la representación teatral de los habitus de clase –a partir de su tipificación- instaura dentro del campo social comportamientos de aceptación y rechazo de dichos habitus.

Por otro lado, la representación teatral vehiculiza temáticas que circulan en el entramado social, estableciendo un horizonte de expectativas que permite la circulación del imaginario social. Por ejemplo, la representación teatral de la figura del inmigrante –ya sea italiano, español, etcétera- construye un arquetipo del mismo en base a la percepción subjetiva, con la intención de objetivar los comportamientos sociales. De este modo se propicia la construcción de una ideación del otro, relegando a la periferia del campo social a la otredad. Es así que, como consecuencia de la polarización entre lo culto y lo popular, también se desarrolla una tensión entre la ideación social del nosotros y los otros que circula en el interior del campo social. Es esta tensión la que muchas veces imposibilita el consenso a la hora establecer líneas que permitan la cohesión social, y con ello un sentido de unidad.

Este comportamiento histórico en torno a los objetos culturales adquirió otros matices al oficializarse la politización de la cultura, en tanto esta se constituye en patrimonio del Estado. Con la paulatina adquisición de edificios culturales y su administración por parte de los gobiernos municipales y provinciales, la ideación del deber ser de la cultura adquirió un carácter más marcadamente político, relacionado de manera directa con los aparatos ideológicos de cada gestión pública. De esta forma, la legitimación de repertorios teatrales y la proyección de estos hacia los diversos públicos estuvieron en relación con el acceso de los distintos sectores de la población a los bienes culturales.

Teatro Apolo en calle 54 entre 4 y 5 (inaugurado en 1885)

La Plata en el siglo XX: centros y periferias de una identidad popular y provincial.

A la canonización de repertorios y estereotipos emblemáticos de la cultura popular, le siguió la institucionalización de los circuitos oficiales de Teatro, siendo el ejemplo más paradigmático la fundación de la Comedia de la Provincia de Buenos Aires en el año 1956.

Para comprender el desarrollo de las instituciones teatrales oficiales, en relación al funcionamiento de las políticas culturales y su impacto en la construcción de la identidad, es necesario ejemplificar a partir de las dos formas en que se concretizó la Comedia de la Provincia de Buenos Aires. Esto es, por un lado el Teatro Popular Bonaerense (TPB) y por el otro la línea del Teatro La Plata. La circulación de sus puestas se inscriben dentro del marco de las políticas de gobierno, ya que como entidad oficial debió responder a sus líneas ideológicas sobre el deber ser de la cultura.

La Comedia de la Provincia de Buenos Aires (Radice, 2007: 47) llevó a cabo sus representaciones teatrales en íntima relación con los objetivos que fundaron la misma. Los fundamentos para la creación de la Comedia de la Provincia de Buenos Aires se sustentaron en la idea de que el teatro, entendido este como un eficaz medio para “favorecer el desarrollo cultural del pueblo” (1), podía promover la formación de una legítima conciencia nacional a partir de la puesta en escena del repertorio de la dramaturgia nacional y universal, dentro de todo el ámbito de la provincia de Buenos Aires.

La Comedia dirigió la elección de su repertorio con la idea de que sus historias fuesen más cercanas al público. Seleccionando, así, obras en donde la temática estuviera ligada a lo rural y a la revalorización de lo nacional, en este caso particular lo provincial. Este sentido de lo provincial, trascripto del párrafo de la resolución Nº 3049 (2), tenía como finalidad la cohesión social a partir de la expansión de una ideación de la cultura popular. Esta intención de cooptación de los diferentes actores sociales que habitaban la Provincia de Buenos Aires se buscó a partir de la construcción y reafirmación de un sentido particular de la identidad para transformar el territorio de la Provincia de buenos Aires en un territorio simbólico.

Tiempo hace, que la Provincia desde sus pueblos más apartados, viene conquistando posiciones en el campo del arte escénico. Muchas agrupaciones esparcidas en la Provincia, viene proclamando, con obra y con manifiestos, la importancia del teatro como instrumento de cultura popular. Nadie duda que los múltiples movimientos teatrales originados en la Provincia, constituyen la genuina expresión de un pueblo en trance de superar etapas en el camino de su integración cultural. De ahí entonces la urgencia, que había que crear este Teatro de Comedia, organismo que tendrá la delicada misión de presentar, como ejemplo y enseñanza, obras de alta calidad, ordenar valores, encauzar vocaciones, estimular el surgimiento de nuevas figuras, promover la creación de nuevos grupos, crear ambientes propicios para el culto y la práctica del teatro, afirmar las posiciones ganadas, y ensanchar, con su obra y su prédica, el campo de acción de artistas e instituciones posibilitándole todos los medios a su alcance para que esa labor sea provechos y válida como hecho cultura. (Diario “El Día”, 8 de agosto de 1959)

El supuesto que el repertorio de la Comedia funcionase como herramienta aglutinante provincial -a partir de sus puestas, estética y temáticas- formó parte de las estrategias culturales del gobierno de turno que tendieron a fusionar bajo una misma idea de lo nacional al conjunto de los habitantes que conformaban la provincia de Buenos Aires.

La crítica de los diarios locales, en este caso “El Día”, detallaban la actividad desarrolladas por el TPB y la Comedia, en la medida en que ambos elencos desarrollaron una actividad escénica ligada al repertorio nacional y de características remanentes (Pellettieri, 1995: 32). Es notable que en la medida que la Comedia intentó una nueva búsqueda estética alejada de los modelos remanentes, la critica resaltó dicha búsqueda como algo negativo para la proyección cultural de una entidad estatal. En la mayoría de los casos, las reseñas periodísticas omiten comentarios o simplemente se dedica el espacio simplemente para anunciar el día, el lugar del estreno y detallar como estaba compuesto el elenco. Cabe señalar que la Comedia, como institución legitimante del campo cultural bonaerense, puso en juego a partir de sus puestas el valor simbólico del horizonte de expectativas de los espectadores. La institución, al recurrir a formas teatrales instauradas históricamente, evitó la distancia estética que pudiera producir una ruptura en la línea ideológica oficial. No se produjo un cambio en el horizonte de expectativa social, sino un refuerzo de dicho horizonte a partir de los modelos teatrales provenientes del pasado teatral. Es así que el TPB con su idea de reproducir el modelo del circo criollo –ligado al pasado teatral provincial- y con los textos dramáticos –con un fuerte contenido de temática rural- reforzaron el horizonte de expectativa social de los bonaerenses con el fin de construir esta ideación de lo bonaerense.

La elección del repertorio de la Comedia sigue dos líneas diferenciales. Por un lado el TPB con sus puestas, manipula el horizonte de expectativa de los espectadores del interior de la Provincia de Buenos Aires al representar obras que generan un tipo de identificación de carácter asociativo (Pellettieri, 1997: 33- 34). Desde otra óptica, cuyas bases están cimentadas en el desarrollo de la política cultural vigente, ésta idea de identificación asociativa estaría dada por los diferentes supuestos que construyeron los agentes culturales a través de un imaginario social particular, esto es, la idea de un deber ser bonaerense. Es decir que bajo este supuesto los espectadores del interior de la provincia se sentirían identificados con temáticas relacionadas a lo gauchesco y rural, por ende se representaba este tipo de obras, instaurando un modelo ya legitimado por el campo intelectual que tendió a hegemonizar la cultura bajo una sola ideación de la misma.

Cabe señalar que el pasado histórico político tampoco permitió romper esta línea ideológica, ya que la fuerza coercitiva de los modelos conservadores pasados impuso y construyó diferentes estamentos y reglas sociales que a su vez desarrollaron un gusto por el modelo remanente. Es aquí donde los modelos tradicionales se asocian con la idea de lo popular y lo folclórico, es en este entramado conceptual donde radica uno de los puntos para poder dilucidar la identidad (García Canclini, 2008: 196).

Ahora bien, la supuesta contradicción entre tradición y modernidad, conlleva una serie tensiones conceptuales que supuestamente estarían en oposición. Estas tensiones no atentan contra la idea de unidad, ya que es en la relación dinámica de los diferentes conceptos –tradición, popular, moderno, élite, etcétera- donde se encuentra la idea de unidad. La negación del otro no lo elimina de la esfera de la cultura, sino que lo direcciona hacia la periferia del campo social. Ahora bien, ¿cuáles sería la estrategias de gobierno para lograr que estas tensiones se cohesionen en un todo cultural? Es aquí que la legitimación de formas culturales a través de la incorporación al circuito artístico oficial de las mismas funcionaría como un aglutinante de dichas producciones culturales, legitimando los objetos artísticos que circulan en la periferia de la cultura oficial.


Consideraciones finales

La expulsión de la corona española de las naciones latinoamericanas dejó a los territorios americanos en una situación de desorganización social y política. El poder ejercido sobre estas tierras durante los años de la conquista estableció pautas de comportamiento étnico- social y políticas de gobierno unilaterales -basadas en el dominio colonial- actuando como parámetros estructurales para la construcción de estamentos, no solo gubernamentales sino también sociales. Las luchas emancipadoras para establecer un nuevo orden político americano tuvieron como consecuencia conflictos internos y externos que no permitieron concretizar la idea de unión latinoamericana establecida por los pensadores posindependentistas. La mayor preocupación, durante el período de emancipación, fue establecer líneas políticas tendientes a organizar el continente en pos del bienestar general. Ahora bien, la corriente modernizadora que fluía en Europa durante el siglo XIX arrastró a Latinoamérica hacia un territorio desconocido, ya que los procesos históricos de Europa no fueron los mismos que se vivieron en estas tierras. Como consecuencia de este influjo modernizador europeo se generó un desconcierto político y cultural que permitió la apropiación acrítica de ideas europeizantes. Dicha apropiación, adquirida con fines de afirmación y autonomía americana, contradictoriamente, no posibilitó una definición ni desarrollo autónomo de las ideas de Estado, Nación, Gobierno e identidad americanos.

Desde el plano de la cultura, la mayoría de los países que componen el territorio latinoamericano tienen características multiculturales, cuentan con una diversidad de lenguas, religiones y estilos de vida. Un conjunto de naciones, de características multiculturales, pueden beneficiarse del pluralismo o pueden correr el riesgo de que se produzcan conflictos culturales, políticos o económicos internos y externos. Es aquí donde las políticas de gobierno cumplen un rol importante, ya que estas no pueden determinar la cultura de un pueblo, ya que los diversos pueblos están determinados por su cultura y ésta por su pasado histórico. Lo que sí pueden hacer las diferentes políticas de gobierno es legislar en favor sobre los aspectos culturales de una nación, marcando así pautas coherentes para el desarrollo y el bienestar general, consolidando así la unidad de pensamiento latinoamericano bajo una misma matriz capaz de comprender la diversidad cultural.

La incorporación acrítica de políticas de gobierno nacidas fuera del territorio latinoamericano conlleva el germen del proceso de transculturación ya vivido durante la etapa de colonización. Dicha transculturación es permanente y dinamiza las relaciones entre cultura e identidad nacional y latinoamericana. No obstante, las raíces de la cultura latinoamericana deben entenderse justamente como una tensión entre tradición e innovación de elementos culturales. De lo contrario, caeremos en los extremos del estancamiento tradicionalista o la vacuidad de lo inédito.

Rescatar del olvido histórico a los pensadores posindependentistas es, en cierto modo, revitalizar la memoria de una Latinoamérica unida en pos del bienestar común. La búsqueda de la unidad latinoamericana es un proceso, tanto político como cultural, y es en el conjunto de los acuerdos multinacionales que se debe puntualizar para lograr el consenso internacional a la hora de establecer las políticas que tiendan a la cohesión social y cultural de Latinoamérica.


Notas

1. Cfr. Resolución Nº 2038 de la Dirección General de Cultura del Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires. 25 de septiembre de 1958. Volver

2. Cfr. Resolución n° 3049 de la Dirección General de Cultura del Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires, correspondiente al expediente n° 2614-85963/59, con fecha del 28 de julio de 1959. Volver

Bibliografía

Argumedo, Alcira, 2004. Los silencios y las voces de Latinoamérica: notas sobre el pensamiento nacional y popular. Buenos Aires, Colihue.

De Monteagudo, Bernardo, S/A. Ensayo sobre la necesidad de una Federación General entre los Estados hispanoamericanos. S/E.

García Canclini, Néstor, 2008. Culturas Hibridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad. Buenos Aires, Paidós.

Genette, Gérard, 1997. La obra de arte. Barcelona, Lumen.

Huyssen, Andreas, 2006. Después de la gran división. Modernismo, cultura de masas, posmodernismo. Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora.

Moreno, Mariano, S/A. Plan Revolucionario de Operaciones. S/E.

Pellettieri, Osvaldo, 1997. Una historia interrumpida. Teatro Argentino Moderno (1949-1976). Buenos Aires, Galerna.

Pérez Amuchástegui, Antonio Jorge, 1984. Mentalidades Argentinas (1860-1930).Buenos Aires, EUDEBA.

Radice, Gustavo Mario y Sánchez Distasio, Alicia, 2007. “La Plata (1956-1976)” en: Osvaldo Pellettieri (dir.) Historia del teatro argentino en las provincias. Vol. II. Buenos Aires: Galerna: 31 - 74.

Shumway, Nicolás, 1995. La invención de la Argentina. Historia de una idea. Buenos Aires, Emecé.

Sánchez Distasio, Alicia, 2005. “La Plata (1896-1956)”. en: Osvaldo Pellettieri (dir.) Historia del teatro argentino en las provincias. Vol. I. Buenos Aires: Galerna: 45 - 86.

Fuente: http://www.revistaafuera.com/articulo.php?id=185

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Las tablas le hicieron fuerza a la motosierra

  Balance de teatro 2024 En un año con fuerte retracción del consumo y un ataque inusitado al campo de la cultura, la caída de la actividad ...