Teatro - Opinión
Domingo, 30 de Septiembre de 2007
Una apreciación apresurada nos puede llevar a pensar el tema simplemente en términos de antagonismo o de oposición: el teatro oficial es aquél que se opone al teatro independiente y viceversa.
Si bien la forma de producción, los lineamientos estéticos, los planteos ideológicos y otros asuntos permitan muchas veces graficar con claridad esa oposición, también es cierto que el teatro oficial y el independiente son, o deberían ser, coincidentes en otros aspectos y hasta complementarios.
Yo debo hablar sobre teatro independiente, pero es inevitable trazar un cruce o un paralelismo -según el momento- con la escena oficial. Una primera definición, escueta y general, sobre el teatro independiente podría ser: “es aquél que consiste en hacer lo que uno quiere con lo que uno tiene”. Este planteo, un tanto idealista para muchos, supone una independencia absoluta. Es decir, estética, ideológica y económica. Pero si uno la piensa un poco, esa definición en cierto sentido también es aplicable al teatro oficial, donde se hace lo que se quiere con lo que se tiene. No así, a esa tercera categoría que es el teatro comercial.
La historia del teatro independiente en la Argentina, desde el ‘30 en adelante, ha sido merecedora de numerosos estudios sobre los que no voy a abundar. En Mendoza, el epicentro temporal del independentismo se produce a fines de los ‘60 y principios de los ‘70, obviamente con manifestaciones anteriores y, aunque de modo cada vez más escaso, con manifestaciones posteriores hasta llegar a hoy. También hay registros varios en libros y revistas sobre este movimiento local. El gran interrogante sería cuánto queda de aquéllo que definía al teatro independiente en sus orígenes y de qué modo se manifiesta.
El grupo fundador del Teatro del Pueblo, con Barletta a la cabeza, sostenía que su finalidad era “realizar experiencias de teatro para salvar al envilecido arte teatral y llevar a las masas al arte general, con el objeto de propender a la elevación espiritual de nuestro pueblo”. (1)
Esta declaración de principios ya es generadora de un debate. ¿Debe el teatrista independiente pensar en términos de popularidad? Más aún, ¿en términos de masas? Ciertamente, la expresión “masas” en el ‘30 tenía una resonancia distinta a la que tiene ahora, y la respuesta obvia sería que no.
Pero al tiempo que Barletta y los suyos querían recuperar un teatro que integrara a todos, en Francia Jacques Copeau y otros propulsaban la idea de recuperar al “público culto”, alejado de las salas por culpa de un “grupito de comicastros pagados por comerciantes deshonestos” que habían copado todas las salas. (2) Lo interesante es que Copeau era un probado teatrista independiente. Segunda provocación para el debate: ¿debe el independiente pensar en términos de público culto? La respuesta obvia sería que no.
También eran independientes los creadores del Living Theatre, un grupo en permanente mutación durante décadas y que levantaba sus espectáculos cuando el éxito amenazaba con dejarlos pegados al sistema que cuestionaban desde sus puestas. Tercer aspecto debatible: ¿el éxito condiciona la independencia? La respuesta obvia sería que sí.
Como vemos, en apenas tres casos ya encontramos toda una serie de inconvenientes para definir al teatro independiente. Por eso, pienso que el teatro independiente tendrá tantas definiciones como se desprendan del lugar y el momento en que se desarrolla, pero hilvanadas por un concepto común: el riesgo. El Teatro Independiente responde a la dinámica de cada momento y lugar, pero es -o debería ser- independiente en tanto asuma ese riesgo que lo separa, lo distingue, del teatro configurado por el poder político y del teatro configurado por el poder económico.
¿Cómo se asume ese riesgo? Apelando a un proceso de producción de autogestión, abriendo el juego estético, eludiendo fórmulas probadas, confrontando con el poder, reaccionando contra otras estéticas, incomodando al espectador, marcando nuevas tendencias, mezclando y agitando. También se asume investigando, estudiando, probando y hasta fracasando. También, y casi fundamentalmente, pensando en el acto creador por sobre el público, la taquilla, el éxito, los premios o cualquier otra especulación. Paradójicamente, el teatrista independiente respeta al público desde el momento en que no piensa en él durante el acto creador.
Coincido con lo que Berta Goldenberg señaló a la revista Picadero hace no mucho. A su juicio, para ser independiente se debe cumplir con:
* hacer teatro sin las presiones del mercado.
* elegir el repertorio, el procedimiento, el estilo, de acuerdo a la propia convicción sobre el valor artístico, e incluso ético, de lo que se producirá.
* no permitir que consideraciones sobre ‘taquilla’, ‘lo que está de moda’ o ‘lo que vende’, definan la línea estética ni la ideológica del grupo y/o espacio.
* luchar por la continuidad de los grupos de trabajo, en espacios propios, como condición para un desarrollo artístico y profesional autónomo.
* difundir su concepción del teatro como un bien cultural, como una expresión artística en que el público identifique sus propias necesidades de concentración y búsqueda más allá del pasatiempo y el zapping.
Muchos pensarán que todo esto es demasiado pedir para los tiempos que corren, que es imposible cumplir con tantas premisas éticas, estéticas, ideológicas y económicas. Quizás estén en lo cierto y haya llegado el momento de hablar de un teatro más o menos independiente, o de uno más o menos dependiente.
La búsqueda de ejemplos de teatro independiente en la actualidad se vuelve cada vez más dificultosa, al menos en lo que atañe a Mendoza. Influye en ella diversos factores que hacen tanto a los nuevos modelos económicos-sociales instaurados desde el poder, como a factores internos o declinaciones que hacen a los propios grupos de teatristas. Entre esos factores podemos mencionar:
* Pérdida de la capacidad para la autogestión. O de la confianza en la autogestión.
* Disolución del concepto tradicional de grupo, que suponía continuidad en el tiempo y en el espacio.
* Deterioro de la mística laboral y del teatro entendido como un compromiso, primero, con uno mismo.
* Pérdida de una ideología definida y de aquellos “principios estéticos irrenunciables”.
* Búsqueda permanente de subsidios, que termina interfiriendo en los tiempos y modos de producción del grupo y, por otro lado, no siempre garantiza beneficios estéticos para el espectáculo acabado.
* Falta de reflexión acerca de la propia actividad y de participación en eventos que trabajan sobre su problemática.
* Pérdida del espíritu crítico y por lo tanto de la autonomía.
Hablar de teatristas independientes se hace cada vez más difícil. Cruces y mezclas impensados en otra época hoy son moneda corriente en la escena local. Así, nos encontramos con:
* Directores que hacen textos de autores locales que siempre despreciaron, porque algún organismo les garantiza una suma equis para montarlo.
* Teatristas que apelan a estrategias de puesta televisivas o propias del teatro comercial, ya no con un objetivo paródico o cuestionador, sino con el fin de ajustar el lenguaje teatral a la visión de un espectador masificado y descomprometido.
* O directores independientes que sucumben ante el paradigma del teatro oficialista que es la Fiesta de la Vendimia. Suponiendo que todo director de teatro tiene su precio, pareciera que en Mendoza ese precio es el cachet de esta megapuesta.
Estos son sólo algunos ejemplos que nos impiden pensar hoy en un teatro independiente puro. Berta Goldenberg decía: no permitir que consideraciones sobre ‘taquilla’, ‘lo que está de moda’ o ‘lo que vende’, definan la línea estética ni la ideológica del grupo y/o espacio. Y/o espacio, remarco. Los espacios independientes de Mendoza hoy dan para todo. Es decir, no responden a ningún lineamiento. (En este aspecto también se parecen a los espacios oficiales).
Volviendo al inicio, y como para ir terminando, el teatro oficial y el teatro independiente deberían coincidir y complementarse en el riesgo que asumen, aportando al público aquéllo que el teatro comercial, por razones irrefutables, no está dispuesto a dar.
Lamentablemente en la práctica esto no ocurre. El teatro oficial (como generador de puestas y programaciones y como administrador de espacios) está muy lejos de cumplir con sus obligaciones. Mientras tanto, el teatro independiente se diluye cada vez más, con honrosas excepciones, en este maremagnum de especulación, frivolidad y también desesperación (este salvese quien pueda) que es la escena argentina.
Fausto J. Alfonso
Notas
(1) ORDAZ, Luis. Historia del Teatro Argentino, pág. 337.
(2) Ibid, pág. 337.
* Ponencia presentada durante la 1ra. Feria Latinoamericana del Libro en Mendoza, en setiembre 2007. El autor es vicepresidente de CRITEA (Círculo de Críticos de las Artes Escénicas de la Argentina).
Fuente: http://www.revistadonmarlon.com.ar/index.php/teatro/opiniont/214-teatro-independiente-un-concepto-a-discutir
Domingo, 30 de Septiembre de 2007
Una apreciación apresurada nos puede llevar a pensar el tema simplemente en términos de antagonismo o de oposición: el teatro oficial es aquél que se opone al teatro independiente y viceversa.
Si bien la forma de producción, los lineamientos estéticos, los planteos ideológicos y otros asuntos permitan muchas veces graficar con claridad esa oposición, también es cierto que el teatro oficial y el independiente son, o deberían ser, coincidentes en otros aspectos y hasta complementarios.
Yo debo hablar sobre teatro independiente, pero es inevitable trazar un cruce o un paralelismo -según el momento- con la escena oficial. Una primera definición, escueta y general, sobre el teatro independiente podría ser: “es aquél que consiste en hacer lo que uno quiere con lo que uno tiene”. Este planteo, un tanto idealista para muchos, supone una independencia absoluta. Es decir, estética, ideológica y económica. Pero si uno la piensa un poco, esa definición en cierto sentido también es aplicable al teatro oficial, donde se hace lo que se quiere con lo que se tiene. No así, a esa tercera categoría que es el teatro comercial.
La historia del teatro independiente en la Argentina, desde el ‘30 en adelante, ha sido merecedora de numerosos estudios sobre los que no voy a abundar. En Mendoza, el epicentro temporal del independentismo se produce a fines de los ‘60 y principios de los ‘70, obviamente con manifestaciones anteriores y, aunque de modo cada vez más escaso, con manifestaciones posteriores hasta llegar a hoy. También hay registros varios en libros y revistas sobre este movimiento local. El gran interrogante sería cuánto queda de aquéllo que definía al teatro independiente en sus orígenes y de qué modo se manifiesta.
El grupo fundador del Teatro del Pueblo, con Barletta a la cabeza, sostenía que su finalidad era “realizar experiencias de teatro para salvar al envilecido arte teatral y llevar a las masas al arte general, con el objeto de propender a la elevación espiritual de nuestro pueblo”. (1)
Esta declaración de principios ya es generadora de un debate. ¿Debe el teatrista independiente pensar en términos de popularidad? Más aún, ¿en términos de masas? Ciertamente, la expresión “masas” en el ‘30 tenía una resonancia distinta a la que tiene ahora, y la respuesta obvia sería que no.
Pero al tiempo que Barletta y los suyos querían recuperar un teatro que integrara a todos, en Francia Jacques Copeau y otros propulsaban la idea de recuperar al “público culto”, alejado de las salas por culpa de un “grupito de comicastros pagados por comerciantes deshonestos” que habían copado todas las salas. (2) Lo interesante es que Copeau era un probado teatrista independiente. Segunda provocación para el debate: ¿debe el independiente pensar en términos de público culto? La respuesta obvia sería que no.
También eran independientes los creadores del Living Theatre, un grupo en permanente mutación durante décadas y que levantaba sus espectáculos cuando el éxito amenazaba con dejarlos pegados al sistema que cuestionaban desde sus puestas. Tercer aspecto debatible: ¿el éxito condiciona la independencia? La respuesta obvia sería que sí.
Como vemos, en apenas tres casos ya encontramos toda una serie de inconvenientes para definir al teatro independiente. Por eso, pienso que el teatro independiente tendrá tantas definiciones como se desprendan del lugar y el momento en que se desarrolla, pero hilvanadas por un concepto común: el riesgo. El Teatro Independiente responde a la dinámica de cada momento y lugar, pero es -o debería ser- independiente en tanto asuma ese riesgo que lo separa, lo distingue, del teatro configurado por el poder político y del teatro configurado por el poder económico.
¿Cómo se asume ese riesgo? Apelando a un proceso de producción de autogestión, abriendo el juego estético, eludiendo fórmulas probadas, confrontando con el poder, reaccionando contra otras estéticas, incomodando al espectador, marcando nuevas tendencias, mezclando y agitando. También se asume investigando, estudiando, probando y hasta fracasando. También, y casi fundamentalmente, pensando en el acto creador por sobre el público, la taquilla, el éxito, los premios o cualquier otra especulación. Paradójicamente, el teatrista independiente respeta al público desde el momento en que no piensa en él durante el acto creador.
Coincido con lo que Berta Goldenberg señaló a la revista Picadero hace no mucho. A su juicio, para ser independiente se debe cumplir con:
* hacer teatro sin las presiones del mercado.
* elegir el repertorio, el procedimiento, el estilo, de acuerdo a la propia convicción sobre el valor artístico, e incluso ético, de lo que se producirá.
* no permitir que consideraciones sobre ‘taquilla’, ‘lo que está de moda’ o ‘lo que vende’, definan la línea estética ni la ideológica del grupo y/o espacio.
* luchar por la continuidad de los grupos de trabajo, en espacios propios, como condición para un desarrollo artístico y profesional autónomo.
* difundir su concepción del teatro como un bien cultural, como una expresión artística en que el público identifique sus propias necesidades de concentración y búsqueda más allá del pasatiempo y el zapping.
Muchos pensarán que todo esto es demasiado pedir para los tiempos que corren, que es imposible cumplir con tantas premisas éticas, estéticas, ideológicas y económicas. Quizás estén en lo cierto y haya llegado el momento de hablar de un teatro más o menos independiente, o de uno más o menos dependiente.
La búsqueda de ejemplos de teatro independiente en la actualidad se vuelve cada vez más dificultosa, al menos en lo que atañe a Mendoza. Influye en ella diversos factores que hacen tanto a los nuevos modelos económicos-sociales instaurados desde el poder, como a factores internos o declinaciones que hacen a los propios grupos de teatristas. Entre esos factores podemos mencionar:
* Pérdida de la capacidad para la autogestión. O de la confianza en la autogestión.
* Disolución del concepto tradicional de grupo, que suponía continuidad en el tiempo y en el espacio.
* Deterioro de la mística laboral y del teatro entendido como un compromiso, primero, con uno mismo.
* Pérdida de una ideología definida y de aquellos “principios estéticos irrenunciables”.
* Búsqueda permanente de subsidios, que termina interfiriendo en los tiempos y modos de producción del grupo y, por otro lado, no siempre garantiza beneficios estéticos para el espectáculo acabado.
* Falta de reflexión acerca de la propia actividad y de participación en eventos que trabajan sobre su problemática.
* Pérdida del espíritu crítico y por lo tanto de la autonomía.
Hablar de teatristas independientes se hace cada vez más difícil. Cruces y mezclas impensados en otra época hoy son moneda corriente en la escena local. Así, nos encontramos con:
* Directores que hacen textos de autores locales que siempre despreciaron, porque algún organismo les garantiza una suma equis para montarlo.
* Teatristas que apelan a estrategias de puesta televisivas o propias del teatro comercial, ya no con un objetivo paródico o cuestionador, sino con el fin de ajustar el lenguaje teatral a la visión de un espectador masificado y descomprometido.
* O directores independientes que sucumben ante el paradigma del teatro oficialista que es la Fiesta de la Vendimia. Suponiendo que todo director de teatro tiene su precio, pareciera que en Mendoza ese precio es el cachet de esta megapuesta.
Estos son sólo algunos ejemplos que nos impiden pensar hoy en un teatro independiente puro. Berta Goldenberg decía: no permitir que consideraciones sobre ‘taquilla’, ‘lo que está de moda’ o ‘lo que vende’, definan la línea estética ni la ideológica del grupo y/o espacio. Y/o espacio, remarco. Los espacios independientes de Mendoza hoy dan para todo. Es decir, no responden a ningún lineamiento. (En este aspecto también se parecen a los espacios oficiales).
Volviendo al inicio, y como para ir terminando, el teatro oficial y el teatro independiente deberían coincidir y complementarse en el riesgo que asumen, aportando al público aquéllo que el teatro comercial, por razones irrefutables, no está dispuesto a dar.
Lamentablemente en la práctica esto no ocurre. El teatro oficial (como generador de puestas y programaciones y como administrador de espacios) está muy lejos de cumplir con sus obligaciones. Mientras tanto, el teatro independiente se diluye cada vez más, con honrosas excepciones, en este maremagnum de especulación, frivolidad y también desesperación (este salvese quien pueda) que es la escena argentina.
Fausto J. Alfonso
Notas
(1) ORDAZ, Luis. Historia del Teatro Argentino, pág. 337.
(2) Ibid, pág. 337.
* Ponencia presentada durante la 1ra. Feria Latinoamericana del Libro en Mendoza, en setiembre 2007. El autor es vicepresidente de CRITEA (Círculo de Críticos de las Artes Escénicas de la Argentina).
Fuente: http://www.revistadonmarlon.com.ar/index.php/teatro/opiniont/214-teatro-independiente-un-concepto-a-discutir
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