ENTREVISTA
Abandonó la carrera de modelo en su plenitud para ser actriz. Arrancó en la tele, a la que le cuesta volver. Y sorprendió en teatro con su actuación en La señorita de Tacna. A los 32, hermosa como pocas, disfruta de la familia que formó con Nicolás Repetto. Y de las gambetas que logra hacerle a la frivolidad.
Alba Piotto.
Aunque quisiera, así nomás, de jeans, zapatillas y cara lavada, no podría pasar inadvertida por ninguna baldosa. Cualquiera se daría vuelta para mirarla; un piropo llegaría, procaz o galante. Se ve que los genes se mezclaron de manera tal que la hicieron casi perfecta. Aunque sin el casi, nadie cometería ningún error. Un metro 75 sostenido por dos piernas largas y contorneadas de acuerdo a esas convenciones no escritas que estipulan que son inobjetablemente bellas. Tampoco le sobra ni le falta nada en el resto de su fisonomía. Que se pasea desnuda por el escenario en la piel de Carlota, en La señorita de Tacna (el clásico teatral de Mario Vargas Llosa) que protagoniza Norma Aleandro. Está de gira por el país.
Fuera de escena, con jeans, zapatillas y a cara lavada, a Florencia Raggi, señoras y señores, tampoco le falta nada. Es bella aunque no se produzca, aunque no se maquille, aunque sólo se pase un cepillo como al descuido por su cabellera oscura y ondulada.
“No tuve ningún conflicto con el desnudo y mi personaje es fantástico, una heroína, supuestamente la mala de la historia, pero que yo siento que es una mujer con los cojones que tenía que tener para defender su amor. Debe haber muchas mujeres así, seguramente, y las admiro por la pasión”, empieza Florencia, distendida, saboreando un té. Antes, hubo que esperar. La sesión de fotos llevó su tiempo y no dejó nada librado al azar. Ni el maquillaje ni el peinado ni la ropa.
En la escena del desnudo hay dos muy importantes focos de atención y tensión arriba del escenario: usted, desnuda, y Norma Aleandro con un monólogo crucial.
Sí, es cierto. Esa escena es muy importante porque si no llega a la altura que necesita, el resto de la obra no tendría mucha importancia, en el sentido de que esa escena es determinante: marca el destino de la señorita de Tacna y por lo que se quedó soltera toda su vida.
¿Le sorprendió que la convocaran para hacerlo?
Lo que me sorprendió es que fue de un día para otro. Me dije: ‘¿Qué hago? ¿Me tiro a la pileta?’. La verdad es que nunca había hecho un toro como éste. Y, más allá de la experiencia, ahora sé que se puede hacer un toro.
Fin del relato. A no develar los secretos que guardan las bambalinas y que sólo se resuelven como en un calidoscopio arriba del escenario. Sin dudas, es el papel más importante que le tocó hacer a Florencia desde que dejó las pasarelas –hace 9 años– para convertirse en actriz. Una vocación que, según admite, tenía desde chica, aunque con algunas reticencias que demoraron su comienzo actoral. Nada importante, porque tuvo tiempo para florearse por todo el mundo modelando para grandes marcas. Y se jubiló cuando otras recién empiezan a saborear las mieles de las pasarelas.
¿Cómo lo decidió?
Una vez le escuché decir a una modelo algo que me quedó grabado: ‘Cuando se te corta ese no sé qué que te hace subir a una pasarela y sentirte una diva caminando, es mejor no hacerlo’.
Ella lo sintió, se bajó y no se arrepiente. Tampoco volvería a intentarlo, dice, y el saldo fue positivo: a los 23 tenía ahorros como para comprarse una casa, había viajado, era deseada. Atrás quedaba esa adolescente flaquita, desgarbada, de patas largas, que solía planchar en las fiestas, según cuenta. Aunque pasó poco tiempo de soltería formal, porque siempre estuvo de novia.
Desde hace 10 años, comparte su vida con el animador Nicolás Repetto, con quien tiene dos hijos: Renata, de 6, y Francisco, de 4. Aunque le tocó ensamblarse al pasado de él, que venía con tres hijos de dos matrimonios anteriores y que desde el año pasado es abuelo.
¿Le resultó difícil ese ensamble?
No, lo vivimos con naturalidad. Y si no se hubiera vivido de ese modo, no lo podría haber sostenido. Cuando empecé a estar con Nicolás era muy chiquita... bah, tenía 22 años. Pero como hay una muy buena relación con el pasado y con el presente, el futuro se pudo hacer.
Se conocieron cuando ella fue de invitada a un programa de él. Esa misma noche salieron y nunca más se separaron. La vida, después, trajo todo lo demás.
¿Cómo es un hogar de personas famosas, de alta exposición?
Es que tratamos de vivir nuestra realidad en forma natural, tanto para nuestro entorno como para nuestros hijos. No siento que tenga una vida de famosa.
No son don Juan y doña Rosa
Para la vida que nosotros llevamos, sí lo somos. ¿Qué es lo que hago siendo famosa que me pueda incomodar? Ir a los estrenos, por ejemplo. Pero nunca dejaría de ir a un shopping si necesito hacer una compra. No me meto en aglomeraciones no porque sea famosa, sino porque soy medio claustrofóbica. No siento que la fama me limite.
¿En nada, ni un poquito?
En lo personal me podría limitar en eso de que es muy lindo observar y no ser observado. Y cuando vas a tomar un café, sentís que te iran. A lo mejor es un limitante, pero no siento que hagamos o dejemos de hacer cosas diferentes a las que hace el resto.
Qué tema el de la fama, ¿no?
Sí, es un tema, pero cuando algo no depende de mí trato de no hacerme cargo. Y, de verdad, me da mucho placer cuando a la salida del teatro la gente me espera o me pide una foto.
Para muchos, tiene una vida soñada. ¿Lo siente así?
Siento que tengo la vida que quise tener. Una vida de familia, de estar enamorada de mi pareja, de tener dos hijos maravillosos, un trabajo que me apasiona. Pero quiero decirlo muy bajito porque no sé si dentro de media hora no cambia todo.
¿Por qué habría de suceder?
Creo que de todo lo que vas teniendo, nunca sabés cuándo lo vas a dejar de tener. Bueno, tampoco mis deseos fueron extravagantes. Y hay muchas familias que se quieren y se construyen desde el amor y hacen lo que les gusta y progresan. Quiero decir: no me pasa porque soy famosa.
Se la ve cerebral. ¿Me equivoco?
Me resulta difícil definir si soy cerebral o no. Es cierto que pienso en todas las variables frente a algo, pero después la decisión pasa por lo que siento. No como algo pasional; pasa por si me va a hacer feliz o no. Uno puede estar en una posición fantástica pero si no es el momento justo para estar en ella, no la pasa bien.
Mamita querida
Se asume una mamá “muy presente”; que necesita estar cerca de sus hijos, de tener un contacto físico, cotidiano. Eso incluye idas y vueltas al colegio. Y hasta tiene reparos a la hora de lo que ven por televisión: “Me gustaría que mi hija tenga la libertad de prender la tele a las seis de la tarde para mirar Floricienta, sin ver promociones de ciertos programas con escenas subidas de tono. No soy moralista. Simplemente, no me gustan nada”. Y agrega: “Ahora tiene seis años, pero ¿qué va a pasar cuando tenga 12 y yo justo haya salido una noche y prende la tele?”. Dice que siempre fue una Susanita: quería tener hijitos, casarse de blanco. Bueno, esto último no sucedió y es probable que no suceda nunca. No le interesa formalizar con papeles.
¿Qué la asombra de sus hijos?
Quererlos cada día más. Cuando nació Renata sentí una explosión tan grande de amor que pensé haber vivido la experiencia más maravillosa de toda mi existencia. Y ahora, veo que crecen y el tiempo pasa muy rápido.
¿Tiene esos miedos de no repetir cosas de sus padres?
Es inevitable. Siento que a veces soy contradictoria en el mensaje, cuando un día una cosa puede ser grave y al otro día no lo es. Y me parece que eso no está bueno porque al chiquito le produce inseguridad.
Florencia tiene dos hermanas, un hermano y una mamá, que pasó de la militancia en la Acción Católica a actuar e irse de gira. Flor tenía 7 años y todos los reproches. “Lo viví con mucho conflicto. La torturaba a mi mamá diciéndole que no se podía ser actriz y tener una familia. Creo que por eso tardé tanto en ir a un taller de teatro”, confiesa.
Y ahora, con una carrera en curso, ¿cuánto le afecta la crítica?
Nada. No me interesa.
Su nombre tampoco está dando vueltas en programas de chismes.
¡Menos mal! Alguna vez me inventaron cosas que no tenían nada que ver y hasta a mi madre le dio vergüenza preguntarme. Por eso lo que hay que hacer es tener el perfil lo más bajo posible.
¿Cómo lo logra?
Doy pocas notas. Voy a pocos programas de tevé, evito el día del estreno de una obra, porque si vas sabés que tenés que hacer notas y sacarte fotos. No comparto mucho con los que se quejan del asedio de la prensa y los ves que están en todos lados por voluntad propia.
¿Se protege o no le importa lo que digan de usted?
No leo revistas porque no me parecen interesantes. Y, sea el medio que sea, la crítica siempre será la opinión muy subjetiva de una persona. A veces, ni siquiera leo mis notas porque aparece algo que yo dije como una gran verdad y, en realidad, todos vamos cambiando.
Vivió en España siguiendo el año sabático de su pareja. ¿Se aburrió? ¿Lo disfrutó?
Estudié mucho. Francés, historia, actuación. No me puedo quedar quieta demasiado. Y sobre el final de la estadía en España hice Teatro x la Identidad con Manuel Callau y otros argentinos. Fue una experiencia muy enriquecedora. Estuvimos en siete salas, con 21 obras inéditas.
¿Y qué la llevó a ese proyecto?
Más que lo artístico, porque hay muchos chicos en Europa que tienen dudas sobre su identidad. Las Abuelas (de Plaza Mayo) reciben mails y llamados de chicos que viven afuera y tienen dudas sobre su historia. Me pareció importante ser un nexo.
¿Le interesan los derechos humanos o fue algo puntual?
Claro que me interesan. Y en esto específicamente tomé conciencia a partir de que fui mamá: lo terrible que puede ser que a una le desaparezca o le roben un hijo. Y que, además, se lo den a otra gente y que esa gente viva en la mentira, mientras hay toda una familia que lo busca y que pudo haberlo criado. Es algo aberrante, más allá de la ideología. Si me pasara, yo sería una Abuela de Plaza Mayo.
¿Alguna vez sintió el síndrome del impostor: conseguir algo y pensar que se darán cuenta que no sirve?
Uy, qué feo eso. Digo, por la ambición y la tenacidad de querer hacer algo que no se puede. A mí no me daría satisfacción llegar a un lugar que no pudiera sostener.
¿Le pasó?
Cuando estaba modelando me ofrecieron un protagónico en cine y sentí que el traje me iba a quedar muy grande. Me hubiera sentido una impostora.
¿A dónde le gustaría llegar?
Estoy aprendiendo a no querer llegar a ningún lado. No tenemos nada atado: ni la felicidad, ni la salud, ni el amor.
Producción: María Hortal. Maquilló: Vanesa Aragón para Regina Kuligovsky con productos Regina Cosmetics. Peinó: Diego Impagliazzo con productos Alfa Parf. Vestuario: María Allo, María Pryor, Vero Alfie, Paruolo, Lonte XXI y Cult.
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