jueves, 20 de diciembre de 2007

DESALAMBRAR desde el escenario

Escena de “Un guapo del 900” picadero 4

El drama rural, tan característico del teatro argentino en las primeras décadas del siglo pasado, también ha tenido su resignificación en estos tiempos. Una serie de experiencias y títulos de reconocidos autores lo han ido instalando en la escena local.

OLGA COSENTINO / desde Buenos Aires

Altivo, silencioso –ajeno a los aplausos que las mil personas sentadas en gradas le tributan al actor de series televisivas como Montecristo, Ambiciones o Soy gitano–, Ecuménico López entra y se acoda en el estaño del almacén de ramos generales, en una esquina del pueblo bonaerense de Bolívar. Mientras el hombre encarnado por Joaquín Furriel apura su copa, tres gallinas coloradas picotean las migas que quedaron sobre una mesa y un perro callejero husmea entre las patas de las sillas en busca del bocado que no encuentra. Habla poco, observa mucho y escucha todo el matón que alquila su lealtad y su bravura al caudillo suburbano Alejo Garay (Antonio Grimau), en tiempos de una primitiva, precaria organización nacional dominada entonces (¿hoy no?) por la tensión entre dominación y barbarie.

En seguida, desde el fondo de una calle oscura, el ingreso de doña Natividad arranca otro aplauso para Betiana Blum, escondida detrás de la peluca cana y el andar artrítico pero enérgico de esa madre coraje criolla.

Pasado el deslumbramiento ante las celebridades, transcurridos unos pocos minutos de representación, un silencio concentrado y sostenido se instala entre el público de Un guapo del 900, la obra de Samuel Eichelbaum que con dirección de Eva Halac fue montada en diciembre de 2007 por el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires para girar por varias localidades de su jurisdicción.

El encuentro entre el teatro –un arte considerado eminentemente urbano– y el medio rural o suburbano registra cada vez mayor frecuencia y sintonía. La interacción viene a interrumpir una tradición que, a partir de las décadas del 50 y 60 de la pasada centuria, privilegió la problemática de las clases medias urbanas como conflicto dramático. Las marcas estéticas del realismo reflexivo, a su vez, habían determinado un cambio de dirección respecto de la tendencia precedente, vinculada al drama de inmigración, primero a través del sainete y luego con la interiorización del grotesco.

Aquellas poéticas, por su parte, sucedían al drama criollo de fines del siglo XIX y principios del XX, donde sí estaba presente la confrontación campo-ciudad. Lo que hace el teatro cuando permite la irrupción en escena de nuevos paisajes sociales es remover la convención cuando esta empieza a vaciarse de sentido. Sucedió cuando los cómicos trashumantes sacaron las representaciones sacras de los atrios y osaron parodiar en la calle al poder político y religioso. Y tal vez esté ocurriendo ahora, cuando lo rural llega a escena no necesariamente para afirmar el aura mítica que le adosa cierto pensamiento ecológicamente correcto sino para mostrar su conflictiva y necesaria interacción con lo urbano.

Coincidencias y diferencias

Varios espectáculos de las temporadas 2006 y 2007 coincidieron, desde distintas perspectivas estéticas, en confirmar el síntoma. Entre ellos, cabe mencionar el exitosísimo El niño argentino, de Mauricio Kartun; Harina, de Carolina Tejeda y Román Podolsky, Un amor de Chajarí, de Alfredo Ramos, o Lo bello y lo desplumado, de Eleonora Mónaco.

Todos aluden de algún modo a la contradicción entre campo y urbe, entre lo natural y la construcción. Y lo hacen, en cada caso, con poéticas propias que, aunque deudoras de la épica gauchesca, el costumbrismo o el grotesco, se atreven a alterar y poner en crisis esas estructuras dramáticas. El resultado es revelador de las paradojas e interrogantes que plantea la dualidad ciudad-campo. Son obras que toman distancia tanto del esquematismo que idealiza el estado naturaleza como del que reduce la vida urbana a la suma de excitación, estrés, vicio y contaminación.

En el caso de la recientemente estrenada Un guapo del 900, la obra se presentó en San Andrés de Giles, Bolívar, Junín, Olavarría, Coronel Suárez y Avellaneda. Se trató de una experiencia que puso en contacto con el teatro a espectadores que no siempre tienen fácil acceso a esa expresión artística. Además, la propuesta incluyó en el elenco actores y no actores provenientes tanto de los grandes centros urbanos como de pueblos y ciudades del interior, algunos de los cuales –como la mencionada Bolívar– no tienen una sala teatral. Sin embargo, la presentación programada para el domingo 2 de diciembre con entrada gratuita, debió duplicarse para satisfacer la demanda de la gente, que llenó las ubicaciones de las dos funciones de esa noche.

Y que siguió con atención y compromiso las alternativas de un drama de fuertes referencias identitarias, que cuenta una historia compleja de lealtades, machismo, corrupción, prejuicios de género y utilización del crimen como recurso para saldar ofensas públicas o privadas. La historia, que conoció versiones memorables tanto en cine como en teatro, y que protagonizaron figuras como Alfredo Alcón o Lautaro Murúa, no se limitó, en la puesta de Halac, a seguir el desarrollo y la estructura clásicos de la anécdota, sino que se valió de audacias estéticas como el video o la participación de músicos en vivo.

A la luz de las estrellas, en una esquina y utilizando frentes, veredas y hasta el jardín de una casa como escenografía, ese montaje operístico de la obra de Eichelbaum incluyó la proyección en pantalla de escenas que una cámara registraba en simultáneo, pero en espacios ocultos a la vista del espectador (como el asesinato que se consuma en una habitación de hotel).

Otro quiebre del relato escénico tradicional lo produjeron las reminiscencias hiperrealistas logradas con la entrada de automóviles antiguos, con la irrupción de una partida policial ecuestre o con el cortejo fúnebre encabezado por un carruaje de época, tirado por caballos.

El drama rural, tan característico del teatro argentino en las primeras décadas del siglo pasado, también ha tenido su resignificación en estos tiempos. Una serie de experiencias y títulos de reconocidos autores lo han ido instalando en la escena local.

Un desafío artístico en sí mismo, el espectáculo apuntó muy por encima del prejuicio que podría haber subestimado la receptividad de espectadores con escaso entrenamiento teatrero. Y dio en el blanco de una clara necesidad social, satisfecha o no, de propuestas que generen subjetividad y que construyan sentido desde la ficción y la poesía. La anécdota que la directora Eva Halac compartió con Picadero ilustra esa necesidad: “¿Qué es lo que se está fomentando acá, si puede saberse?”, fue la pregunta de un criollo de aspecto modesto que se acercó al equipo que armaba las gradas en la esquina donde más tarde tendría lugar la representación.

Ante la respuesta de que se ofrecería una función de teatro gratis, a la que estaba invitado, el hombre volvió a preguntar: “¿Teatro? ¿Gratis? ¿Y cómo van a hacer pa’ diferenciar?”. “¿Para diferenciar qué?”, fue la desconcertada repregunta de Halac, a la que el paisano respondió: “Bueno..., pa’ diferenciar la gente como yo de las personas importantes, que de siguro van a venir”.

Es cierto que el vigor de las artes escénicas del país es un fenómeno que suele atribuirse al dinamismo teatral de las principales capitales del interior y, sobre todo, de Buenos Aires. Pero el programa del ICPBA que comenzó en 2006 con Juan Moreira, una leyenda argentina, como ahora, dirigida por Eva Halac y, en la ocasión, con Juan Palomino en el rol protagónico, es solo un ejemplo de cómo el teatro satisface una avidez genuina tanto de los sectores urbanos como suburbanos, provincianos y hasta rurales.

Septiembre - Diciembre / 2007
Fuente: http://www.inteatro.gov.ar/editorial/docs/picadero20.pdf

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