Nació el 19 de febrero, cuando se cumplieron 70 años de la muerte del inigualable cuentista, frente a la misma morada misionera. Actualmente se presenta en La Plata y en el interior del país. Su mentor, es un director de teatro y avezado investigador de uno de los más grandes de las letras
La sangre y la tinta fueron un mismo río para Horacio Quiroga. Las letras y su vida, parangón de papel y carne hueso, trascendieron a su tiempo. Cuentista visionario, hachero y taxidermista, jardinero y carpintero, hiperquinético y escritor por sobre todas las cosas, tuvo 59 años signados por la tragedia, la inspiración y la fama en dosis similares, dignos de la mejor de sus obras. Uruguayo de Salto y argentino de la selva misionera, este hombre del 1878 forma una trilogía rioplatense ineludible, junto con Roberto Arlt y Jorge Luis Borges.
Quién acaso no se maravilló en la primaria con sus Cuentos de la selva o en la adolescencia con Cuentos de amor, de locura y de muerte, con Anaconda o con La gallina degollada, con sus personajes de cuento tan reales como su vida misma.
Uno de ellos fue Luis Manfra, un porteño radicado en La Plata, actor, profesor de teatro y artista que vive del arte (es decir, de su trabajo). A los 51 años se apasiona narrando uno a uno los detalles de la vida y obra de este hombre incomprendido en su tiempo, marginal para el conservadurismo porteño y anarquista para la elite literaria del momento.
Un día, de tanto investigar, a Luis se le ocurrió la idea de llevar a escena parte de los antológicos cuentos de Quiroga. Contenido y comprendido por la Asociación Daniel Favero, un centro cultural que funciona en Barrio Hipódromo (117 y 40), construido para recordar la memoria de ese joven desaparecido por el plomo de la dictadura, dejó volar su imaginación.
Dentro de los talleres de arte que allí se dictan, armó un grupo de teatro que ahora recorre ciudades y pueblos recónditos con parte de la profusa obra de Quiroga. Su trabajo se llama Proyecto Dramaturgias, sobre cuentos de Horacio Quiroga. “Representamos El perro rabioso, El solitario, Los mensú y La gallina degollada durante una obra para teatro de cámara que dura 55 minutos”, cuenta Luis, mientras acomoda una de las 500 fotos que recopiló de Quiroga a lo largo de su investigación. Todos los citados cuentos forman parte de Cuentos de amor…, editado en 1917, año en el que comenzó a popularizarse (menos entre sus vecinos misioneros).
El debut de la obra no pudo ser más tiene un calendario por el interior.
De su debut misionero el otro punto fuerte de la obra se produjo en Salto, la ciudad natal. Allí hay otro museo, cuyo director es otro crítico y conocedor de Quiroga, Leonardo Garet. Idem el respaldo e ídem la repercusión para Proyectos Dramaturgias… Exacto: aplausos a ambos lados de la orilla. (Hecho paradojal bien argentino -y acepte el posterior juego de palabras-, Manfra divulga de forma ingeniosa y atractiva los ya atractivos e ingeniosos cuentos de Quiroga con el mismo sudor que éste puso para levantar su casa. Hace un
trascendente aporte a la cultura, sin aporte económico alguno.)
Loco del monte
¿Fue un loco Quiroga o un adelantado? Quizás haya amalgamado como ningún otro ambas características. Con cerca de 200 cuentos en su haber, pequeñas e inconclusas piezas de teatro, relatos suburbanos, poemas y descripciones periodísticas, Quiroga hizo de la tragedia su forma de vida. Cuando apenas tenía meses, su padre se mató en un accidente de caza. Con incipiente acné, su padrastro, Ascencio Barcos, movió el dedo gordo de la única pierna marginada de la hemiplejía para gatillar una escopeta sobre su humanidad. El muchacho Quiroga estaba en la misma casa en el momento fatal. A los 20, pasó unas horas detenido luego de
matar a su íntimo amigo, Federico Ferrando, en un accidente con una pistola.
Allí bajó la persiana uruguaya y mudó sus petates e ingenio innato a este lado del río.
Paraíso, pero infernal
No por casualidad a su morada misionera, también se la conoce como el “Paraíso infernal”. Allí se suicidó con veneno su primera esposa, Ana María Cirés, con quien tuvo dos hijos, Eglé y Darío (los dos se mataron, en 1937 y 1952, respectivamente). Ambos fueron los destinatarios de sus Cuentos de la Selva (1919), la primera obra infantil de la que se tenga registro en estas latitudes.
“Quiroga también fue el juez de paz del pueblo -recuerda Manfra-, un eximio jardinero, particularmente de orquídeas, y ávido admirador de la naturaleza. Tanto es así que inventarió desde animales hasta parte de la vegetación de la selva misionera”. En el fondo tenía una compañera destinataria de esquizofrénicos monólogos, una anaconda.
Su final, en 1937, ya apartado del aroma azahar y melón silvestre de Misiones también fue trágico. Cuando internado en el Hospital de Clínicas porteño le dijeron que tenía cáncer, buscó la primera farmacia cercana, compró cianuro y lo tomó.
Fue su último paso a la inmortalidad, su sangre en el papel perdurable.
Esteban M. Trebucq
“Logró contar el cuento perfecto”
El investigador, director de teatro y admirador, Luis Manfra, no tiene dudas. “Quiroga logró contar el cuento perfecto. El es un tipo que luchó entre el recuerdo, el olvido y la negación, fue incomprendido para la época y hasta marginado. Pero su obra no tiene parangón”.
Quienes tuvieron gran influencia en su prosa fueron el norteamericano Edgar Allan Poe y el italiano D'Annunzio. Entre socialista y anarquista, Quiroga conformó un segundo matrimonio con María Elena Bravo, una jovenzuela 30 años menor que él, amiga de su hija Eglé. También vivieron en la inmensidad misionera, hasta que ella se hartó y lo dejó solo. Se llevó hasta la pequeña hija de ambos, Pitota.
En la foto de la izquierda se ve una estatua que hizo un escultor ruso de su figura, que hoy se expone en el museo de Salto.
El soldado, una petit pieza de teatro casi inédita
Poco y nada escribió para teatro Horacio Quiroga. Una petit pieza, de apenas cuatro actos, es El Soldado. Inédita para casi todos, llegó a las manos del director de teatro Luis Manfra luego de años de investigación.
Ya está trabajando para ponerla en escena el próximo 19 de febrero ante la mirada de los dos críticos más importantes de este escritor, Leonardo Garet y Néstor Ríos. A grandes rasgos, El Soldado de Quiroga plantea en un reclutamiento de soldados en 1914, antesala de la Primera Guerra Mundial, en ¡Marte! Sí, leyó bien en ese planeta. Pero lejos está de ficcionar una locura. En dicho reclutamiento, el jefe les impone a los subordinados, formados rigurosamente, sus obligaciones, hasta que uno da un paso al frente y pregunta por sus derechos. Cuan herejía, termina detenido.
Una y otra vez, sus superiores le piden que se retracte, que pida perdón. El, se mantiene inalterable en sus convicciones. Tanto es así que es condenado a muerte. En el último, una mano surge de la oscuridad y lo mata. Quiroga decidió que su placa dijera: “Aquí yacen los restos de Juan Libre”.
Fuente: http://pdf.diariohoy.net/2007/12/02/pdf/cuerpo.pdf
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