Sábado 19 de noviembre de 2005 | Publicado en edición impresa LA NACION
Cabello negro, recogido, tirante y con un rodete en la nuca. Un sombrero de ala ancha cubría la totalidad de su rostro hasta que lentamente levantaba su cabeza y sus ojos verdes se encendían en una mirada de lujuria y ambición. Esta era la imagen que Laura Hidalgo transmitía desde la pantalla en blanco y negro, en la década del 50, cuando le tocó interpretar papeles que escapaban de ciertas pautas morales. Era una antiheroína que disfrutaba engañando a los hombres, imponiendo su voluntad por encima de todos, caprichosa y voluptuosa ante el deseo que despertaba en los hombres. Sí, por todo eso puede asegurarse que fue la gran mujer fatal del cine argentino.
Títulos como "María Magdalena", "Caídos en el infierno", "La bestia debe morir" o "La orquídea", hablan de por sí de mujeres de fuerte carácter que no siempre encontraban el final feliz, por el contrario sus destinos estaban ligados inexorablemente a la tragedia. Si bien, en esa época de glamour y teléfonos blancos el gusto de los productores de la época señalaban una preferencia por las protagonistas rubias platinadas, Laura Hidalgo impuso su belleza morena natural, lo que la distinguía del resto de sus blondas colegas.
Fue la gran coprotagonista de actores como Roberto Escalada, Carlos Thompson, Narciso Ibañez Menta, Eduardo Cuitiño, en papeles ingratos que la mostraban en una faceta desagradable. Pero no le importaba. Ella seguía adelante en su derrotero.
Si bien tuvo personajes que escaparon de estas características, hay dos muy especiales que marcaron el fin de su carrera como actriz en nuestro país que fueron "Más allá del olvido", de Hugo del Carril, donde compuso con mucha ductilidad a dos personajes, y "Las campanas de Teresa", de Carlos Schlieper, que le permitió mostrarse además como una gran comediante.
Los que la vieron en pantalla difícilmente olvidarán a aquella mirada cargada de malicia y pasión. .
Susana Freire
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