jueves, 26 de diciembre de 2002

Adiós a Tita Merello la inigualable morocha argentina

Jueves 26 de diciembre de 2002 | Publicado en edición impresa

Por Marcelo Stiletano | LA NACION


"A todos los argentinos les pido que no se olviden de mí. Estoy llorando porque también se llora de gratitud. Gracias por creer que yo fui algo más de lo que soy."

Tita Merello murió en el mediodía de anteayer, a los 98 años, tras sufrir un paro cardiorrespiratorio en la habitación de la Fundación Favaloro que se convirtió en su último hogar. Pero tres años antes, desde ese mismo lugar y cuando acababa de cumplir 95 años, dejaba esas palabras como una suerte de declaración pública de despedida anticipada.

Ese lunes 11 de octubre de 1999, el público que reconoció y admiró a la Morocha como una de las figuras de mayor estatura y reconocimiento de la cultura popular argentina durante todo el siglo XX, percibió en esa voz casi sin fuerzas apenas uno de los muchos atributos que la convirtieron en personalidad indiscutible a partir de los años 30: su emotividad.

Tita conservó hasta el final ese profundo compromiso sentimental, visible sólo para quienes lograban traspasar esa coraza de carácter duro, áspero, emotivo, desafiante, altanero y poderosamente temperamental con la que había construido su imagen pública. Pero detrás de las luces, de los flashes de los fotógrafos y de los gestos de adulación que tanto rechazaba y que tanta ira le provocaban, también supo ser tierna, sensible y receptiva al dolor ajeno.

Tita, sobre todo, sedujo al público llano, que la reconocía como uno de sus iguales con su decir reo y sin pelos en la lengua mientras despreciaba la falsedad y la figuración vacía. Pero también supo ganarse el respeto de la crítica y de los observadores más exigentes, que apreciaron la hondura y el profundo convencimiento de sus interpretaciones, tanto dramáticas como humorísticas. Además, siempre recurrían a alguno de los rasgos que caracterizaban a Tita cada vez que se les pedía alguna definición sobre el arquetipo femenino de la porteñidad.

Es probable que la soledad y el instinto de rebeldía que siempre caracterizaron la vida de Tita Merello haya tenido su origen en lo que siempre recordaba como una infancia pobre y cargada de tristeza. En "La calle y yo" (libro de memorias que publicó en 1972) se autodefinía como una chiquita de ojos tristes que jugaba inevitablemente sola. "¡Sola! Y en lo que le quedó de vida así fue siempre su destino", decía allí de sí misma.

El barrio de San Telmo la vio nacer el 11 de octubre de 1904. Fue bautizada como Ana Laura Merello por sus padres, un cochero y una planchadora. La prematura muerte de su padre, cuatro meses después del nacimiento, llevó a la niña a vivir lejos del cobijo familiar, primero en Montevideo (como "mucamita sin sueldo", como recordaría después) y luego en un campo de Bartolomé Bavio, muy cerca de Magdalena, donde a partir de los once años trabajó a la par de los boyeros ordeñando vacas en lugar de ir a la escuela.

Todavía sin saber leer ni escribir regresó a la Capital y decidió, intuitivamente y por necesidad, probar fortuna en los escenarios. Llegó a decir que en 1920 entró "por hambre" en el Bataclán, un teatro de la calle 25 de Mayo especializado en espectáculos picarescos. "Yo busco a mi Titina", entonaba mientras mostraba las piernas.

CON NOMBRE PROPIO

Poco después llegó al Maipo; allí, mientras se fue haciendo un lugar con nombre propio junto a los grandes de la revista (de las hermanas Bozán a Pepe Arias, de Marcos Caplán a Luis Arata) como "vedette rea", la veinteañera Tita aprendió a leer y escribir bajo la guía del director Eduardo Borrás. Por esos años comenzó su verdadera historia, que coincidió con el momento en el que cantó su primer tango ("Trago amargo", en 1923) y pasó de la interpretación humorística de cuño revisteril a la dramática, cuya primera experiencia fue "El rancho del momento", en la que reemplazó a Olinda Bozán.

El momento que encaminó definitivamente a Tita Merello hacia una fama que desde allí jamás la abandonaría llegó en coincidencia con la aparición del cine sonoro en la Argentina y con el título de la primera película de ese tipo y con argumento rodada en nuestro país, "Tango" (1933), donde personificaba a una chica de barrio y cantaba dos temas con inconfundible decir canyengue.

Allí no sólo se inició el fecundo vínculo de Tita con el cine (ámbito en el que dejó memorables creaciones de personajes a la vez vigorosos y tiernos, reflejo de la personalidad real de la actriz); desde ese momento, su nombre quedó también definitivamente identificado con la música ciudadana de Buenos Aires.

Hubo otra razón por la que "Tango" significó mucho en la vida personal y artística de Tita Merello. Además de Pepe Arias y Libertad Lamarque, compartió allí cartel con Luis Sandrini, con quien mantuvo un vínculo afectivo del que se habló a lo largo de muchísimo tiempo y que la estrella siempre rehuyó comentar.

CINE Y TEATRO

Luego llegaron "Idolos de la radio", "Noches de Buenos Aires", "La fuga" y "Ceniza al viento", en el cine, y de "La mala ley", "La propia estimación" o "La tigra", en el teatro. Fueron años en los que Tita repartió su tiempo entre los escenarios teatrales y cinematográficos y las grabaciones de aquellos tangos caricaturescos, llenos de humor y costumbrismo porteño, que perduran en la memoria y que siguieron la huella abierta en aquella primera grabación de 1929 con "¡Qué careta!" y "Sos una fiera". Algunas de estas actividades llegaban a coincidir, como en 1938, cuando recorrió como cancionista el circuito de salas cinematográficas de la familia Lococo. En ellas, entre película y película, cantaba temas de su repertorio.

En los años 40, Merello era una consumada figura de la época más dorada del cine argentino, pero en esa década su éxito más resonante fue teatral. Ya había interpretado con fervor y autoridad piezas de Jacinto Benavente, Florencio Sánchez y Enrique Larreta. Pero con "Filomena Marturano", de Eduardo de Filippo, llevó a la plenitud toda la fibra y el temperamento dramático que surgían de un talento innato. Ese papel perduró todavía más en su figura desde que en 1950 Luis Mottura lo llevó al cine.

En esos años mucho se hablaba de los lazos que unían, sobre el escenario y fuera de él, a Tita Merello con Sandrini. A fines de los años 40, ambos compartieron una larga gira teatral por toda América y España, y el rodaje de "Don Juan Tenorio". Pero en ese momento, y más adelante, la propensión de Tita hacia la soledad y el retraimiento, manifestaciones de un carácter difícil, fue más fuerte que el deseo de llevar adelante algún proyecto de vida en común o pensar en el matrimonio.

AQUEL CARIÑO...

"Yo no nací para estar casada porque de muy joven encontré la vida muy de frente. Yo he querido mucho y quiero todavía ese recuerdo. Quiero mi recuerdo. No soy de las que si se equivocó o se frustró o si se terminó, trata después de ver cosas. Yo conservo intacto aquel cariño. Creo que dura más la amistad de un perro que el amor, a veces", dijo muchos años después. No lo nombraba en ningún momento, pero todos sabían que estaba hablando de Sandrini.

Fue la década del 50 la de los grandes éxitos cinematográficos de la Merello junto a directores como Daniel Tinayre, Mario Soffici o Lucas Demare. Si títulos como "Los isleros", "Deshonra", "Arrabalera", "Pasó en mi barrio", "Mercado de Abasto", "Para vestir santos", "La morocha" o "Guacho" permanecen en el recuerdo es sobre todo por la presencia intensa y visceral de la actriz en todos ellos. Esos diez años se cerraron en gran forma, con Tita brillando en "Amorina", uno de los grandes films de Hugo del Carril.

CONVERTIDA EN PERSONAJE


Con los años 60 llegó el tiempo en que el personaje que construyó a lo largo de su fecunda vida profesional comenzó a superar claramente el de actriz. El tiempo en que Tita prestó su rostro y su decir a varios proyectos de tono comercial ideados y dirigidos por Enrique Carreras, con el que siempre se mostró dispuesta a colaborar. Así pasaron "Los evadidos", "Los hipócritas", "La industria del matrimonio", "Ritmo nuevo y vieja ola", "El andador", "Esto es alegría" y "Viva la vida".

En esos años empezó a frecuentar cada vez más los estudios de TV, medio que nunca llegó a aprovechar en plenitud su talento pero le permitió lucirse, por ejemplo, como protagonista de "Acacia Moreno", telenovela que Alberto Migré recuerda como uno de sus trabajos más logrados.

De todas maneras, la pantalla chica halló un espacio para que Tita Merello ensayara una faceta que marcó las últimas décadas de su vida: la preocupación por los problemas femeninos. "Yo hice de mí lo que quería. Y tengo el orgullo de haber sacado, de entre las mujeres, una mujer", confesó en una oportunidad.

Con ese espíritu solidario -que tal vez utilizaba para paliar su tendencia a la hosquedad y al aislamiento- y una eterna apelación a las mujeres para "que se hagan el Papanicolaou", protagonizó por largas temporadas, en los años 70 y 80, programas por los canales 7 y 13 que se convirtieron en precursores de los actuales "talk shows" y en los que siempre aparecía acompañada por su fiel mascota, el perro Corbata.

Con un papel de esas características se despidió del cine en 1985 (en "Las barras bravas", de Enrique Carreras), aunque había llegado, unos años antes, a recuperar desde la pantalla grande la entidad dramática de sus papeles más recordados gracias a la ajustada caracterización de la Madre María en el film homónimo de Demare y, sobre todo, a la Vieja que supo encarnar en "Los miedos" (1980), de Alejandro Doria; en el teatro, en tanto, se divertía por esos años personificándose a sí misma y recorriendo su vida y su obra como figura estelar de los espectáculos veraniegos que la familia Carreras organizaba en Mar del Plata.

LEJOS DE LOS FLASHES

A comienzos de los 80 cumplía todas las tardes con el ritual de pasear a sus perros en los alrededores del edificio de Rodríguez Peña al 1000, donde vivió largamente. Pero, poco a poco, molesta por el acoso (no siempre bienintencionado, según ella) de admiradores, cazadores de autógrafos o reporteros gráficos, la mujer altanera que nunca iba a la calle sin sus enormes anteojos negros fue espaciando las salidas. Tal vez por ser fiel a su esencia de figura esquiva, predispuesta a no tener otro contacto con el público que a través de la pantalla o del escenario, tal vez por el cansancio y la edad, Tita Merello fue restringiendo más y más su exposición pública e ingresó en una voluntaria y cada vez más visible reclusión que sólo mitigaban contadas apariciones radiofónicas o televisivas a través del teléfono. Con glosas y sentencias que llevaban el sello de siempre y sin perder la lucidez, Tita seguía vigente, al menos con su voz, en programas musicales del fin de semana del canal de TV América o en las mañanas de Radio Continental.

En los últimos años le quedaban fuerzas sólo para lanzar reproches o recomendaciones a los políticos (nunca disimuló sus simpatías por el justicialismo y, en particular, por el ex presidente Carlos Menem), para hacer público su dolor por la situación del país o para reiterar sus consejos de siempre, en general acompañados con invocaciones religiosas.

Aunque en todo momento se resistió a abandonar su vida de empedernida solitaria y de mujer que se bastaba a sí misma para afrontar cualquier contingencia, los problemas propios de una edad tan avanzada la obligaron a alojarse, desde 1998, en una sala especial de la Fundación Favaloro, gracias a una expresa recomendación del recordado cardiocirujano.

Allí recibió hasta su muerte cuidados permanentes e hizo visibles muy pocas de sus contadas salidas, como cuando visitó hace unos meses al ex ministro de Economía Domingo Cavallo mientras éste estuvo detenido. También salía para encontrarse con viejos amigos, como Julio Mahárbiz y Ben Molar, o pasar algún tiempo bajo el sol, casi inadvertida, en la plaza que lleva su nombre y se encuentra a pocas cuadras de la Fundación.

PREMIOS Y HOMENAJES

Tita Merello recibió numerosos premios locales e internacionales y su nombre aparece desde hace varios años, como un homenaje en vida, encabezando el complejo de cine argentino que funciona en la calle Suipacha, entre Corrientes y Lavalle. Se cuenta que en la década del 70 imaginó un epitafio para su tumba que decía: "Tita Merello, una mujer aguantadora". Pocos años después pensó en otro: "Por aquí pasó una mujer buena". Al cumplir los 95, algunos amigos que lograron romper su aislamiento y los cuadros depresivos que cada vez sufría con mayor frecuencia confesaron el deseo de Tita de que esa leyenda dijera, simplemente, "gracias".

Todos extrañaremos a partir de hoy a una figura que, más que actriz, cantante o figura del espectáculo y de la cultura popular sin etiquetas, supo como pocas representar y expresar la idiosincrasia de los habitantes de esta ciudad.

Los familiares de Tita Merello decidieron que no hubiera velatorio sino una misa de cuerpo presente hoy, a partir de las 9, en la iglesia San Pedro Telmo (Humberto Primo 340), luego de la cual los restos de la actriz serán trasladados al panteón de Sadaic en el cementerio de la Chacarita. Poco antes de morir, Tita habría manifestado su deseo de que no se le enviaran ofrendas florales, sino que ese dinero se donara a la Fundación Favaloro.

FILMOGRAFÍA

1933: "¡Tango!"
1934: "Idolos de la radio"
1935: "Noches de Buenos Aires"
1937: "Así es el tango", "La fuga"
1942: "Ceniza al viento"
1947: "27 millones" (rodada en 1942)
1949: "Don Juan Tenorio", "La historia del tango", "Morir en su ley"
1950: "Filomena Marturano", "Arrabalera"
1951: "Los isleros", "Vivir un instante", "Pasó en mi barrio"
1952: "Deshonra"
1954: "Guacho"
1955: "Mercado de Abasto", "Para vestir santos", "El amor nunca muere"
1958: "La morocha"
1961: "Amorina"
1964: "Los evadidos"
1965: "La industria del matrimonio", "Ritmo nuevo y vieja ola", "Los hipócritas"
1967: "¡Esto es alegría!", "El andador"
1969: "¡Viva la vida!"
1974: "La Madre María"
1976: "El canto cuenta su historia"
1980: "Los miedos"
1985: "Las barras bravas"

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