domingo, 18 de noviembre de 2001

MADE IN ARGENTINA

Rescates ¿Qué fue de los grandes estudios vernáculos que a comienzos de la década del treinta aspiraban a emular la producción de la Warner o la Fox? ¿Cuáles eran las estrategias papa imponer un star system local? ¿Qué relación tuvieron el peronismo y la ley de Cine con el ocaso de esa Edad de Oro? ¿Zully Moreno es nuestra Rita Hayworth? El Fondo Nacional de las Artes acaba de publicar los dos primeros tomos de Cine Argentino: Industria y Clasicismo, un proyecto liderado por Claudio España para contestar todo lo que usted siempre quiso saber sobre ese cine argentino que apenas conoció.

POR MARIANO KAIRUZ

Zully Moreno
Todas las estrellas todas. En ¡Tango! no sólo se cruzan Tita Merello, Libertad Lamarque, Luis Sandrini, Pepe Arias y el 2x4 de Juan de Dios Filiberto y Homero Manzi sino que las primeras dos palabras que se pronuncian están cantadas y no son otras que “Buenos Aires”. Que también es luminaria de la película, aunque sus patios y cabarets sean de cartón pintado. 

Así, al menos, define el (ex) crítico y docente de cine Claudio España el carácter fundante del film dirigido por Luis Moglia Barth (y producido por el entonces flamante estudio Argentina Sono Film) que en abril de 1933 se convirtió en la primera película argentina sonora –es decir, sin discos sincronizados– de la historia. 

Y no por nada es éste el título al cual se le dedican varias de las páginas iniciales de Cine Argentino: Industria y Clasicismo, dos pesados volúmenes con los cuales el Fondo Nacional de las Artes acaba de lanzar una extensa Historia del Cine Nacional, primer fruto de un trabajo de investigación dirigido por España. 

“¡Tango! –dice España– inaugura la industria, el modelo, el sonido, la ideología de los primeros quince años del cine argentino (al nombrar Buenos Aires antes que nada) y utiliza a todos los grandes actores de la radio, el teatro y la revista de ese momento. Los actores y las actrices, las orquestas, los cantantes de moda: están todos ahí. 

Y no sólo funda a las estrellas; funda también a sus personajes: Libertad Lamarque tirada en el suelo llorando, construyendo el primer melodrama de lágrimas; toda su carrera va a hacer lo mismo. Tita Merello es la canyengue que sufre, que no sabe si ir al barrio o al centro, temerosa de las luces; toda su carrera va a hacer esto. Pepe Arias es el pícaro sinvergüenza, lleno de discursos indirectos, de acercamientos falsos a la realidad, de engaños; todo lo que sería en su carrera. 

La importancia de ¡Tango! es sorprendente y absolutamente casual.” Aunque lo de “casual” podría relativizarse teniendo en cuenta las historias que traza el propio libro acerca de los proyectos de, entre otros, Don Angel Mentasti o del trío Susini-Romero Carranza-Guerrico (los célebres “Locos de la Azotea” a los que se adjudica la paternidad de la radio argentina), quienes en su papel de fundadores de los estudios “filmadores” se convirtieron en, si se quiere, nuestros propios Mayer, Fox o Warner. Con su carácter simple y directo, y la contundencia de sus signos de exclamación, un título como ¡Tango! parece condensar la energía explosiva con la cual se desataba el cine nacional como industria hacia 1933.

Tita Merello
En la década del noventa se multiplicó la bibliografía disponible sobre la Historia y las historias del cine argentino (con el Diccionario de Manrupe y Portela, la reedición de la legendaria Historia de Di Núbila, las biografías del Centro Editor de América Latina, y libros sobre temas y realizadores específicos, tales como El cine quema de Peña y Vallina), producto de un interés cuyo origen España sitúa en el ámbito académico casi con exclusividad, sumado tal vez a cierta presión de un mercado audiovisual –de pantalla chica– en voraz expansión. 

En este contexto, Cine Argentino: Industria y Clasicismo viene a aportar una cantidad considerable de textos sobre el período de constitución, apogeo y resquebrajamiento de la “industria cinematográfica” vernácula como tal, que los autores fechan entre 1933 y 1956 (justo antes de la creación de la ley de Cine). Según el director de la obra, la originalidad de su aporte radica en buena medida en cierta postura analítica que no soslaya el valor de las películas como reflejo de cada época, valorándolas no sólo por lo que muestran en pantalla sino también por todo lo que dicen acerca del espectador a lo largo del tiempo, permitiendo reconstruir dinámicamente la idea de “público”. 

A lo largo de sus casi 1200 páginas hace un recorrido por la llamada Edad de Oro. Tras una larga introducción sobre “el modelo institucional”, el primer volumen se aboca a la presentación, uno por uno, de los estudioscinematográficos que constituyeron aquella suerte de Hollywood criollo: Argentina Sono Film y Lumiton a la cabeza, pero también Films Río de La Plata, los Estudios SIDE, Buenos Aires Film, Pampa Film, EFA, San Miguel, etcétera. Y a continuación se dedica extensamente a la producción independiente de esos mismos años, es decir, al conjunto de aquellos films que no pertenecían a los grandes estudios desmenuzados en el capítulo anterior. 

Mirtha Legrand
El primer libraco se cierra con un capítulo sobre estrenos retrasados, rodajes conflictivos y algún film maldito. Al segundo volumen corresponde una historia de la compleja relación entre cine y Estado (el Instituto Cinematográfico Argentino y otras desventuras; el Festival de Mar del Plata, la propaganda política, los gremios, Apold y la censura, etc.) y la crisis de la dependencia de los insumos importados (el celuloide, sin ir más lejos), suerte de karma de una industria que se vio en aprietos durante los años de la Segunda Guerra y en los del peronismo, en razón de un recorte forzoso de las exportaciones a un país sospechado de simpatías fascistas: retrato del cine argentino cuando las aguas empezaban a bajar turbias. El centro del volumen está ocupado por un estudio de los géneros del film nacional (melodrama, comedia, epopeya y policial). 

Ya en el penúltimo capítulo (“Puesta en crisis del modelo”), España ensaya una explicación de la fractura de la edad dorada, buscando identificar las señales de lo que se viene, los atisbos de cine de autor y la pérdida de nitidez de los géneros clásicos, marcando el descubrimiento de “cierta opacidad en las cualidades de la obra que valorizan el papel del espectador en su trabajo reflexivo”.

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