6 de Mayo de 2000
Por EDUARDO GIORELLO
"Che, Quijote y bandoneón". Un espectáculo de Maurice Béjart. Textos: Miguel de Cervantes, Federico García Lorca, Miguel Hernández, el "Che" entre otros. Música: Raúl Garello, Daniel Binelli, Eladia Blázquez, Piazzolla entre otros. Intérpretes: Ballet-Béjart Lausanne-Grupo 13, con Cipe Lincovsky. Estreno argentino en el Teatro Coliseo Podestá, el 1 de mayo, auspiciado por la Subsecretaría de Cultura.
En ciertas ocasiones la madurez de un artista puede dar frutos magníficos. Tomenos como ejemplo la culminación verdiana, el "falstaff" que cerró genialmente una producción fenomenal.
No es precisamente el caso de Maurice Béjart. En lo que debería ser su hora más pródiga si se tiene en cuenta su larga y deslumbrante carrera como coreógrafo, nos asombra con espectáculos como "Che, Quijote y bandoneón" o como el anterior visto en Buenos Aires, "El presbiterio no ha perdido nada de su encanto, ni el jardín de su esplendor", ambos imposibles de ubicar en un género determinado y más productos del oportunismo o del negocio que del arte. Lo que no estaría tan mal desde que el artista también tiene que vivir. Lo que sí está bastante mal es que se los quiera disfrazar de obras geniales, con una ligera generosidad digna de empresas mayores y no de éstas.
Esa altura genial la poseyó Béjart y es indiscutible su preeminencia en el mundo de la danza del siglo XX con obras tan significativas como "Nuestro Fausto", "Eros-Thanatos", la "Consagración de la primavera", "Canción del compañero errante", "Romeo y Julieta", "Nijinsky, clown de Dios", o el célebre "Bolero", sólo por citar algunos títulos de una gestación de rasgos únicos. En el caso de "Che, Quijote y bandoneón" nos hallamos ante una propuesta supuestamente trascendente pero que respira puerilidad por todos sus poros.
El tema dominante es la utopía. En nombre de ella, del idealismo desmesurado, Béjart nos habla de "Don Quijote" como ejemplo universal de esa utopía, pero también la asocia a la figura del "Che" Guevara, no menos paradigmática de la "lucha contra los molinos de viento", puestos en movimiento por la intolerancia y la sinrazón. También entra en el inventario bejartiano el tango con su marginalidad y el trabajo sacrificado del bailarín. Aunque difícil de asimilar, esta particular simbiosis no se concreta nunca como tal.
La obra comienza con una "Madre Coraje" y su carro hablando de las malas noticias de todos los días; a poco de andar se pasa a "Quijote" con la mención de apenas unos renglones de la novela, aquellos que todos han leído aunque no hayan pasado de la primera página y que dicen: "En un lugar de La Mancha...". Algo más adelante la figura cervantina es opacada por la del "Che", que grita algo así como "Liberación o muerte"; más adelante la queja de los bailarines, en francés y en español, Cipe Lincovsky recita a Hernández o canta un tango de Eladia Blázquez, escrito para la ocasión, todo con su estilo crispado y tenso.
La presencia de la muerte precipita el final. ¿El carro de Madre Coraje arrastra a toda la compañía hacia la Utopía, quizás? No hay rigor ni en la selección de textos como tampoco hay creatividad en el diseño coreográfico. Sólo algún breve momento denuncia la fina escritura bejartiana. La música de fondo -tangos de diversos autores- puede ser reemplazada por cualquier otra música- Mahler, por caso- y todo funcionaría de la misma manera. En lo referente a la interpretación, cuesta imaginar al Quijote en este andrógino que lo encarna como tampoco se puede aceptar que Octavio Stanley aparezca con una boina y un largo habano para representar al "Che"" y recite algún texto que habla de sus luchas.
Es increíble por su falta de convicción y la imagen que proporciona es caricaturesca. Además el bailarín no posee una buena técnica dancística que le permita dar dos giros sin titubeos. La compañía es sólo correcta, se la ve con disciplina y sobresale Deniz Vasquez como la muerte, aunque también se destaca Ivana Baresic en "Dulcinea". En un momento el grupo de bailarines canta (Rossini) o baila y percute con pies y manos. Hay una secuencia -que fue muy aplaudida- que no es más que algo ya hecho por Alberto Alonso en su "Carmen" vista muchas veces en nuestro medio.
No resulta fácil aceptar esta suerte de juego coreográfico donde se toman verdaderos íconos de la Humanidad como Quijote o el "Che", sin rigurosidad histórica ni trascendencia poética alguna. En cuanto al tango, en ningún momento se baila como tal sino que sirve como "fondo" a una estructura muy libre con elementos contemporáneos y de la danza clásica.
Este trabajo de Béjart no quedará registrado como un hecho significativo ni mucho menos para el ballet o "ballet-teatro" como se lo quiere designar. La gente aplaudió bastante, demasiado para nuestro criterio, pero no tanto como pretendió hacer creer Cipe Lincovsky en la conferencia de prensa. "En Europa -dijo- nos aplaudían veinte minutos de pie". Quizá sea cierto.
Fuente: http://www.eldia.com.ar/ediciones/20000506/espectaculos6.html
Por EDUARDO GIORELLO
"Che, Quijote y bandoneón". Un espectáculo de Maurice Béjart. Textos: Miguel de Cervantes, Federico García Lorca, Miguel Hernández, el "Che" entre otros. Música: Raúl Garello, Daniel Binelli, Eladia Blázquez, Piazzolla entre otros. Intérpretes: Ballet-Béjart Lausanne-Grupo 13, con Cipe Lincovsky. Estreno argentino en el Teatro Coliseo Podestá, el 1 de mayo, auspiciado por la Subsecretaría de Cultura.
En ciertas ocasiones la madurez de un artista puede dar frutos magníficos. Tomenos como ejemplo la culminación verdiana, el "falstaff" que cerró genialmente una producción fenomenal.
No es precisamente el caso de Maurice Béjart. En lo que debería ser su hora más pródiga si se tiene en cuenta su larga y deslumbrante carrera como coreógrafo, nos asombra con espectáculos como "Che, Quijote y bandoneón" o como el anterior visto en Buenos Aires, "El presbiterio no ha perdido nada de su encanto, ni el jardín de su esplendor", ambos imposibles de ubicar en un género determinado y más productos del oportunismo o del negocio que del arte. Lo que no estaría tan mal desde que el artista también tiene que vivir. Lo que sí está bastante mal es que se los quiera disfrazar de obras geniales, con una ligera generosidad digna de empresas mayores y no de éstas.
Esa altura genial la poseyó Béjart y es indiscutible su preeminencia en el mundo de la danza del siglo XX con obras tan significativas como "Nuestro Fausto", "Eros-Thanatos", la "Consagración de la primavera", "Canción del compañero errante", "Romeo y Julieta", "Nijinsky, clown de Dios", o el célebre "Bolero", sólo por citar algunos títulos de una gestación de rasgos únicos. En el caso de "Che, Quijote y bandoneón" nos hallamos ante una propuesta supuestamente trascendente pero que respira puerilidad por todos sus poros.
El tema dominante es la utopía. En nombre de ella, del idealismo desmesurado, Béjart nos habla de "Don Quijote" como ejemplo universal de esa utopía, pero también la asocia a la figura del "Che" Guevara, no menos paradigmática de la "lucha contra los molinos de viento", puestos en movimiento por la intolerancia y la sinrazón. También entra en el inventario bejartiano el tango con su marginalidad y el trabajo sacrificado del bailarín. Aunque difícil de asimilar, esta particular simbiosis no se concreta nunca como tal.
La obra comienza con una "Madre Coraje" y su carro hablando de las malas noticias de todos los días; a poco de andar se pasa a "Quijote" con la mención de apenas unos renglones de la novela, aquellos que todos han leído aunque no hayan pasado de la primera página y que dicen: "En un lugar de La Mancha...". Algo más adelante la figura cervantina es opacada por la del "Che", que grita algo así como "Liberación o muerte"; más adelante la queja de los bailarines, en francés y en español, Cipe Lincovsky recita a Hernández o canta un tango de Eladia Blázquez, escrito para la ocasión, todo con su estilo crispado y tenso.
La presencia de la muerte precipita el final. ¿El carro de Madre Coraje arrastra a toda la compañía hacia la Utopía, quizás? No hay rigor ni en la selección de textos como tampoco hay creatividad en el diseño coreográfico. Sólo algún breve momento denuncia la fina escritura bejartiana. La música de fondo -tangos de diversos autores- puede ser reemplazada por cualquier otra música- Mahler, por caso- y todo funcionaría de la misma manera. En lo referente a la interpretación, cuesta imaginar al Quijote en este andrógino que lo encarna como tampoco se puede aceptar que Octavio Stanley aparezca con una boina y un largo habano para representar al "Che"" y recite algún texto que habla de sus luchas.
Es increíble por su falta de convicción y la imagen que proporciona es caricaturesca. Además el bailarín no posee una buena técnica dancística que le permita dar dos giros sin titubeos. La compañía es sólo correcta, se la ve con disciplina y sobresale Deniz Vasquez como la muerte, aunque también se destaca Ivana Baresic en "Dulcinea". En un momento el grupo de bailarines canta (Rossini) o baila y percute con pies y manos. Hay una secuencia -que fue muy aplaudida- que no es más que algo ya hecho por Alberto Alonso en su "Carmen" vista muchas veces en nuestro medio.
No resulta fácil aceptar esta suerte de juego coreográfico donde se toman verdaderos íconos de la Humanidad como Quijote o el "Che", sin rigurosidad histórica ni trascendencia poética alguna. En cuanto al tango, en ningún momento se baila como tal sino que sirve como "fondo" a una estructura muy libre con elementos contemporáneos y de la danza clásica.
Este trabajo de Béjart no quedará registrado como un hecho significativo ni mucho menos para el ballet o "ballet-teatro" como se lo quiere designar. La gente aplaudió bastante, demasiado para nuestro criterio, pero no tanto como pretendió hacer creer Cipe Lincovsky en la conferencia de prensa. "En Europa -dijo- nos aplaudían veinte minutos de pie". Quizá sea cierto.
Fuente: http://www.eldia.com.ar/ediciones/20000506/espectaculos6.html
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