viernes, 26 de mayo de 2000

FATUM: Negro cuento de hadas

26 de mayo de 2000

"Fatum", de Estefanía Amoresano, por el Grupo Teatral "El Sabbat", integrado por: Javier Cardini, Lucas Unanúa, Silvina Marcoval, Elena Siritto, Julián Arenas, Martín Lara, Ayelén Rubio, Florencia Baraboglia, Ernestina Garay, María Pérez Güimil, Natalia Forcada y Natalia Martínez. Canto en off: Silvina Marcoval. Diseño de vestuario: María Pérez Güimil y Javier Cardini. Realización: Julio Fernández Spill. Diseño de escenografía y utilería: Martín Lara.

Realización: Miguel Amoresano y Martín Lara. Máscaras: Flavia D'Elía. Dirección coral y arreglos vocales: Laura Giménez y Ernestina Garay. Asistencia de Dirección: Natalia Martínez. Coordinación artística: Javier Cardini. Dirección y puesta en escena: Estefanía Amoresano. Espacio Teatral del Juglar, calle 59 entre 12 y 13.

Para definirla de alguna manera, "Fatum" es un cuento de hadas. Pero a no confundirse. Porque uno tiende a asociar la palabra "hada" con seres luminosos y bienhechores. ¿Cómo no recordar al Hada Madrina de la pobre y explotada Cenicienta que, varita mágica en mano, logra convertir una calabaza en carroza, un par de ratones famélicos en briosos corceles, y unos harapos mugrientos en un vestido digno de una princesa? Pero, ojo: también hay de las otras...

Recurrimos al diccionario etimológico y nos desasnamos: "hada", del latín "fata": diosa popular de los destinos; ser fantástico que se representaba bajo la forma de mujer dotada de poder sobrenatural. "Fatum": hado, destino ("fate", destino en inglés).

La trama: el auto de Laura (Ayelén Rubio) sufre un desperfecto y la deja varada en la carretera, cuando se dirigía a visitar a unos amigos. La joven deambula por ese paraje desolado, envuelta en las más absoluta oscuridad. A pesar de haber pasado por allí muchas veces, nada le resulta familiar. Es como si, al bajar del auto, Laura se hubiese internado en una dimensión desconocida, en un plano espacial y temporal que no tiene ningún punto de contacto con la realidad.

De pronto, divisa una vieja casona. Momentáneamente aliviada, decide pedir ayuda. Seguramente, le permitirán usar el teléfono. La dueña de casa le da la bienvenida. Se presenta: su nombre es Niamh (Florencia Baraboglia), y vive ahí con sus tres hijas: Gwyllion (Ernestina Garay), Marga (María Pérez Güimil) y Bebel (Natalia Forcada). Las cuatro mujeres tienen un aspecto muy extraño, casi siniestro: enfundadas en largos ropajes negros, pálidas, enigmáticas, su cordialidad y hospitalidad inicial va transmutándose paulatinamente en una actitud hostil y amenazadora.

Laura no tarda en sentirse prisionera de esa casa oscura, cerrada a piedra y lodo, como un ataúd. Todo huele a trampa, a celada, a densa pesadilla de la que la muchacha no logra despertar. ¿Será éste el precio que debe pagar por haber atentado contra su propia vida? Dicen que los suicidas tienen experiencias aterradoras una vez que el espíritu deja el cuerpo, muy diferentes del sentimiento de paz, dicha y luz que envuelve a aquellos que mueren por causas naturales.

Como si esto fuera poco, aparece un quinto personaje: Annis (Natalia Martínez), una bruja hecha y derecha, amiga de la anfitriona, cuyo objetivo parece ser apurar el "sacrificio". Recordemos que las brujas eran mujeres que, según la superstición popular, tenían poderes sobrenaturales o mágicos, emanados de un pacto con el diablo. Sus tareas más frecuentes eran la adivinación, la dirección de rituales, y la ejecución de sacrificios humanos y de animales.

Tal la síntesis argumental del texto de Amoresano, quien -en el programa de mano- confiesa haberse inspirado en el "Libro de Hadas" de Brian Froud y Alan Lee y en la mitología celta. La atmósfera definidamente gótica de la historia nos recuerda los mejores relatos de terror y misterio de Edgar Allan Poe, y es uno de los mayores logros de la puesta. Ese clima ominoso, de constante peligro y acechanza se sostiene del principio al fin. Todo parece una ceremonia, un ritual oscuro, un juego perverso.

La interpretación actoral es homogénea, intensa y convincente. Los cánticos suenan bellos y estremecedores (la voz de Ernestina Garay es un dechado de virtuosismo). Las escenas que se ven a contraluz detrás de una pantalla -muy potentes e impactantes- constituyen un sugestivo e ingenioso recurso visual. Muy sofisticados tanto el maquillaje como el vestuario. Los relatos en off completan y dan continuidad a la historia. La puesta tiene ritmo, a pesar de los reiterados apagones. Los complicados y sincronizados desplazamientos evidencian mucho ensayo.

El deambular de los "personajes de blanco" en el foyer, antes de la función, no aportan gran cosa a la totalidad del espectáculo, el cual resulta un poco largo y merecería una discreta "podada", lo que redundaría en su beneficio.

Una vez terminada la obra, los espectadores pueden espiar la gestación del hecho artístico recorriendo la galería de arte en la que se ven bocetos, fotos, textos y demás material, que revelan el "backstage".

"FATUM": inquietante aquelarre, sólo para valientes.

Fuente: http://www.eldia.com.ar/ediciones/20000526/espectaculos8.html

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