Creada y dirigida por Nelson Mallach, cierra su segunda temporada en el Cementerio. Juan Pablo Thomas, su protagonista, habla de los desafíos de encarnar a un personaje que se convirtió en un mito de La Plata
María Virginia Bruno
La vida y la muerte juegan su máxima ironía en “Pequeño Gran Muerto”, la obra escénica creada y dirigida por Nelson Mallach que, este fin de semana, cerrará otro ciclo de exitosas presentaciones en el Cementerio local donde la acción, es decir, el rescate del poeta uruguayo Matías Behety, se sucede alrededor de su tumba. Es el actor Juan Pablo Thomas el encargado de traer al presente a un personaje que pudiendo haber vivido en la élite eligió la tierra, un incomprendido que “siempre le dio la mano a todos, mientras él se iba muriendo”, según resume en diálogo con EL DIA.
Thomas, que es docente de la Escuela de Teatro de La Plata, se mudó con su familia durante la etapa más dura de la pandemia a Henderson, su ciudad de origen, y desde aquel cielo limpio donde se respira el aire sin vicios, recibió la propuesta de Mallach, un creador con el que concuerda “ideológicamente en todo lo que creo y pienso que es la actuación”, básicamente, en lo que refiere a “tomar diferentes espacios y atravesarlos por la teatralidad”, y no lo dudó. El cementerio, de por sí, era una oferta difícil de rechazar.
“Yo hago mil kilómetros para actuar”, cuenta Thomas, que pasó los dos años de funciones (la obra se estrenó en marzo de 2021, frenó por la cuarentena, regresó en agosto pasado y volvió otra vez en febrero) viniendo los sábados a la mañana y volviendo los domingos a la noche, una aventura desgastante, sí, pero también una “devolución afectiva y emocional” en tanto los que “actúan saben que no hay nada superior” porque está convencido de que “actuar es vivir dos veces”.
Buen conversador, el también integrante del Teatro Rústico se lanza a desmenuzar con gusto las claves de “Pequeño Gran Muerto”, el proyecto con el que logró equilibrar su nuevo estilo de vida en el campo donde encontró mayor “energía” y “vitalidad”, sí, pero no ficción, el combustible necesario para que “la realidad no te aplaste” como muchas veces suele suceder.
Más allá de lo que la terminología define como una propuesta site specific, es decir, un trabajo artístico creado para ser realizado en un lugar en particular, él no duda en asegurar que lo que hacen con sus compañeros -Elke Aymonino, Trinidad Falco, Joaquín Merones, y Cuco Guzmán que aporta su música en vivo- “es teatro en el Cementerio”, justo donde descansa Matías Behety, “ese ser que en 1885 cerró su ciclo físico y al que volvemos a invocar, exhumar, constelar en cada función”.
Abogado y escritor uruguayo que, teniendo las posibilidades para ascender (estudió en el Colegio Nacional de Buenos Aires y fue compañero de Eduardo Wilde, Victorino de la Plaza y Miguel Cané, quien le dedicó algunas páginas en su libro “Juvenilia”) terminó muriendo solo y pobre víctima de la tuberculosis en La Plata. Behety fue enterrado en un osario común en el cementerio de Tolosa y cuando tiempo después los cuerpos comenzaron a ser trasladados a la necrópolis actual, un extraño suceso hizo de su muerte un espectáculo.
“Uno de los ataúdes contenía una momia de un cuerpo entero y máscara intactas, de ojos semicerrados, con su dentadura superior al descubierto en una mueca risueña; atada con cabeza con un pañuelo cuyas puntas fingíanle la mariposa de una corbata de moño, la cabellera larga y descolorida, las ropas interiores y exteriores en perfecto estado”, se leía en una crónica de la época, en donde nacía, a principios del siglo XX, su mito: el de la momia de Tolosa.
Tal fue la fascinación por este cuerpo que se lo llegó a exhibir en una capilla del cementerio, generando reacciones desmedidas de la gente -que lo creía santo y le adjudicaba milagros-, lo que llevó a terminar con el espectáculo ante las críticas recibidas por esa momia todavía sin nombre que, recién años después, fue identificada por quien fuera su cuñado y amigo, Antonino Lamberti. Por encargo de su familia se construyó un mausoleo de mármol y granito alrededor del cual se erigió el “Pequeño Gran Muerto”.
Tras sus experiencias en la Casa Curutchet y en el Conservatorio Gilardo Gilardi, Mallach -dramaturgo, director teatral y narrador platense- construyó alrededor de una plaza del Sector G una obra en 360º que termina de construirse con las elecciones del espectador. Lejos del rol pasivo que proponen las puestas teatrales más tradicionales, en esta pieza el público irá a buscar su propia obra a partir de las decisiones que vaya tomando: dónde pararse, qué mirar, qué seguir, qué escuchar, por dónde caminar, dónde detenerse, cómo reaccionar. Mientras, a su alrededor, los últimos rayos de sol recaen sobre el marco escenográfico perfecto que aporta la arquitectura romántica del lugar.
-La obra se desarrolla alrededor de la tumba de Behety, ¿es una carga simbólica especial actuar ahí?
-Sí, para mí y para todo el elenco. Partimos del hecho de que el teatro es un ritual. Nosotros volvemos a la esencia del teatro, que es de alguna manera volver a poner la voz o encarnar a aquellos o aquellas que ya no están, pero que vuelven a suceder por un acto casi esotérico. Entonces, claro que nos atraviesa que su cuerpo esté ahí. De alguna manera volvemos a destapar su historia, volvemos a abrir ese cajón, a sacar ese combustible que él cuando vivió desplegó en su existencia, en su conocimiento y en su compartir con esa época.
-¿Te predispuso de manera diferente trabajar con un personaje que existió en la vida real?
-Es algo que, obviamente, me pone en otro lugar. Como si tuviera un compromiso porque, de alguna manera, mi cuerpo es ofrendado hacia una historia que ha sido. Entonces, hay una ofrenda vocal, física, emocional…
-¿Qué es lo que más te atravesó de la historia de Behety?
-Su sensibilidad. Me parece que se pierde, entendiendo perderse como un hecho que mejora al colectivo, porque se va a la fonda, con la gente, a pensar, discutir, a compartir todo su conocimiento con el pueblo, con los laburantes. Él podría haber sido un abogado de élite y haber trabajado en los mejores lugares, y se metió con el periodismo, estuvo en contacto con la gente. Eso me identificó mucho. Y después le agarró la fiebre amarilla y tuvo que enterrar miles de cadáveres, andar entre los muertos y sentir la pérdida de su amada, a los 22 años. Lo digo y se me empieza a aflojar la voz y esto te pasa cuando uno se mete con el personaje y conecta con ese ser.
-Hay una escena, casi al final, que es conmovedora. Matías, mientras se va yendo, ofrece sus brazos al público, en un instante que incomoda en el buen sentido al espectador, que no sabe si ceder al impulso del abrazo o quedarse inmóvil.
-Siento que Behety siempre le dio la mano a todos, mientras él se iba muriendo. Porque en ese abrazo final, es como que dice “mirá, no me queda más resto de nada, pero con mis manos te puedo ayudar”, como si fuera algo simbólico. Extender la mano salva al mundo. Es ida y vuelta. Está bueno esto que decís porque, de alguna manera, a veces en la vida uno tarda en estirar la mano y de esto también habla la obra: no importa si no pudieron hacerlo a tiempo, la vida te va a dar otra oportunidad para no llegar tarde. Extiendan la mano. El paisaje del cementerio trae la finitud, algo que todos tenemos, y me parece que en el gesto de abrazarnos traspasamos la existencia. En el encuentro a veces trasciende la muerte y uno se inventa que no va a tocarnos nunca. Y nosotros nos escondemos en el cementerio, que es el último lugar donde nos iría a buscar… (risas)
-¿Sienten la presencia de Behety en las funciones?
-Sí, todo el tiempo. Imaginate que en dos años nunca suspendimos una función, y eso que la hacemos al aire libre. Entonces, de alguna manera, sentimos que él nos acompaña. El quiere estar, viene, sale, está con nosotros en la comparsa, damos una vuelta, traducimos el acontecimiento, volvemos a nombrarlo, lo rescatamos y se va. Él, de alguna manera, decide que la sigamos haciendo.
Con elementos y señales que la convierten en una obra que los hace “vibrar” de manera especial, desde piezas de vestuario hechas con telas del primer e histórico telón de la sala María Guerrero del Cervantes a la mágica aparición de la cabeza del busto de Matías Behety que reposa sobre su tumba tras décadas de estar perdida, Thomas asegura que el equipo de trabajo “está totalmente atravesado” por esta experiencia, y retoma el concepto de la esencia teatral para decir que “somos una comparsa que pertenece a una tribu muy antigua, antes que cualquier religión, que es la del teatro: la de estar alrededor del fuego y la de invocar a los seres muertos para que vuelvan y cuenten qué fue lo que sucedió para mejorar el presente y lo que viene”.
Con producción de Mula Cultura, diseño de vestuario de María Oswald, realización de vestuario de María Oswald y Magalí Salvatore, asistencia de dirección y vestuario de Victoria Mutinelli, diseño gráfico e ilustración de Euge Labaqui, fotografía de Érica Voget y realización audiovisual de Sebastián Díaz, “Pequeño Gran Muerto” se despide, seguramente hasta fin de año, cuando el clima vuelva a acompañar esta peregrinación teatral alrededor de la tumba de Behety. Por entradas agotadas, se agregaron algunos lugares más para las funciones de hoy a las 17 y 18. La entrada es por 131 y 74 y es necesario estar al menos 15 minutos antes de la función.
Últimas funciones
“Pequeño Gran Muerto” ofrecerá sus últimas funciones en el Cementerio hoy a las 17 y a las 18, y mañana a las 18 (agotada). Las últimas entradas disponibles se pueden comprar por Alternativa Teatral.
“De alguna manera, mi cuerpo es ofrendado hacia una historia que ha sido. Hay una ofrenda vocal, física, emocional”
Juan Pablo Thomas, actor
Fuente: EL DIA