Domingo 29 de abril de 2007
Arrancó a los 14 en las milongas platenses y a los 18 ya le ponía su voz a la orquesta del maestro Pedro Laurenz. Hoy, a punto de cumplir 79, acaba de regresar de una gira por Alemania, Suiza y España. Historia de un cantor de tangos de los que van quedando pocos
“Nací, me crié, vivo y moriré en La Plata”. Con esos datos de filiación se presenta Héctor Omar, cantor de tangos casi desde que vino al mundo, allá por “1928 después de Cristo”, como le gusta decir, en una casa del barrio Hipódromo. Los años lo llevaron a recorrer el globo, pero siempre con el ancla puesta en las diagonales que fueron las primeras en escuchar su voz.
En 65 años de trayectoria conoció muchos de los ambientes que supo transitar el tango. Las kermeses y las milongas de carnaval que se armaban en los clubes sociales hasta la década de los ‘60; los cabarets y cafés porteños de los ‘40 y ‘50, como cantor de las orquestas de los maestros Pedro Laurenz y Carlos Figari; las radios capitalinas, que tenían su orquesta típica en vivo; los escenarios de Europa, donde el 2x4 actualmente fascina.
Canción de cuna
Pero volvamos al principio. Aún faltaban algunos años para que Carlos Gardel partiera en vuelo hacia la inmortalidad cuando el pequeño Héctor ya canturreaba para la familia. “Apenas empecé a hablar, quise cantar”, asegura. “Mis hermanos mayores enseguida notaron que yo tenía condiciones para la música, y me empezaron a enseñar lo que era popular en esa época: tango”.
Cuando terminó la primaria, tuvo que elegir: seguir estudiando o dedicarse definitivamente al tango. “Elegí cantar, el secundario lo hice a los 40”. Sus primeras actuaciones profesionales las realizó a los 14, en las kermeses y bailes que se realizaban en los clubes de barrio, hasta que a los 16 se sumó a la orquesta del bandoneonista Antonio Blasi.
Una noche de verano, la orquesta Franchini Pontier, una de las más importantes del momento, vino a actuar al club Caboverdiano de Ensenada. En pleno espectáculo, la gente les pidió que le dejaran interpretar un tema al jovencito que era la “promesa” de la región.
“Tenía 18 años recién cumplidos, la edad me quitaba responsabilidad, así que canté como si estuviera en la ducha. Cuando bajé, Enrique Franchini me felicitó y me dijo que el maestro Pedro Laurenz estaba buscando un cantor, que él podía recomendarme. Haciéndola corta, le dije que sí”.
El 16 de diciembre de 1946, Héctor Omar -mejor dicho, Alberto Ponce, que fue su primer nombre artístico (ver “Usted se llama...”)- subió a cantar por primera vez al Tango Bar, confitería que junto a El Marzotto, La Armonía y El Nacional conformaban lo más selecto del circuito tanguero de entonces. “Las orquestas empezaban a tocar tango a la una de la tarde, y seguían hasta la madrugada.
Había gente que viajaba a Buenos Aires exclusivamente a escuchar tangos, porque las orquestas que estaban en la radio y en las grabaciones actuaban en esos cafés. El público iba de confitería en confitería, y cuando vos subías capaz que venía de escuchar a Aníbal Troilo o Astor Piazzolla en la otra cuadra. Cada vez que te parabas frente al micrófono era una prueba, porque el público de ese entonces entendía”, recuerda el cantor.
Adiós, muchachos
Estuvo tres años con Laurenz hasta que a los 20, durante una gira, se enfermó de tuberculosis “en una época en la cual si te la agarrabas, te morías. Por eso el año que viene, además de los 80, voy a festejar los 60 que viví de más”. Volvió a actuar en 1955, con la orquesta del maestro Carlos Figari, y a fines de los ‘50 se lanzó como solista, con giras en las cuales llevó el tango hasta Ushuaia.
Fueron años y años de viajes y actuaciones.
Un día de 1983, se despertó y decidió que ya no quería seguir. “No sé por qué dejé... Me cansé, había hecho mucha gira por el sur, y en esa época mis cuatro hijos eran adolescentes. Siempre cuidé al hombre antes que al cantor. Y como hombre era padre, y como padre tenía que cuidar a mis hijos”.
Volver
Pero el retiro le duró poco. En 1987 un encuentro casual con Antonio Blasi, mientras caminaba por 7, lo trajo de nuevo al tango. “Empezamos con el te acordás qué orquesta que teníamos... te acordás qué tango... Y recordando nos dimos manija. Volví una noche en el Bar Ocampo (18 y 71), y no paré más”.
Hoy la vida lo encuentra, a punto de cumplir 79, con el foco puesto en Europa. Cuando en 1997 voló al Viejo Continente a visitar a dos de sus hijos, ambos músicos, lo encaró al que está en Alemania -que con otros dos argentinos integra el Buenos Aires Tango Trío-: “¿Cómo no me conseguís para actuar acá? Por lo menos, para salvar el viaje”.
“Mi hijo no creía que yo siguiera cantando, pero mi señora lo convenció de que me escuchara. Al final, les dijo a los del grupo: Vamos a hacerlo subir al viejo para que cante dos o tres tanguitos. El dueño del cafe concert quedó encantado, y ahora me contrata cada vez que voy”, cuenta. “Y se corrió la voz de que yo cantaba en serio, porque allá hay muchas academias de baile, pero muy pocos cantores”.
Así fue que en la última década se convirtió en embajador platense del tango. En marzo volvió de una gira por Alemania, Suiza y España, donde grabó un disco junto a la Orquesta Sinfónica de Lleida y el bandoneón de Pablo Mainetti, disco que se encuentra en etapa de masterización. Volvió al suelo donde “nací, me crié, vivo y moriré”, aunque en noviembre planea tomar otra vez el avión para cumplir un sueño, cantar en París.
Aquí, de vez en cuando se presenta junto al Cuarteto de la Ribera, esporádicamente, porque “quiero durar lo que más pueda como cantor. Disfruto mucho cantando y, ¿sabés qué pasa? Creo que me muero si dejo de cantar”.
El pernot
De su último viaje a Europa, Héctor Omar se trajo una botellita muy especial, que le había encargado Juan Cendoya, titular del museo Amigos del tango, de La Plata. “Es una botella de Pernot, un licor de de anís con unas yerbas especiales que llegó a estar prohibido en Argentina porque se decía que enloquecía a la gente. Lo que los enloquecía, seguramente, era que tomaban más de la cuenta: el Pernot se consumía en los bodegones, y una borrachera de anís no es para cualquiera”.
La consiguió en Barcelona, y en breve estará en exhibición en el museo (2 entre 46 y 47) junto a las letras de los varios tangos que la mencionan. Héctor entona una que le viene a la mente, la de Maula: La barra del boliche / borracha de Pernot / mi nombre que es el tuyo / por el suelo arrastró. “Es un tango de una mujer que abandona a su hombre por cobarde”.
“Usted se llama Alberto Ponce”
Héctor Omar Civilotti tenía 18 años cuando se subió por primera vez al escenario del Tango Bar. “Después de ensayar un par de temas con la orquesta, me citaron para las nueve de la noche. El que presentaba la orquesta era Mario Soto -que luego escribiría el tango Pasional-. Cuando estaba por subir, Soto me paró y
me dijo: Usted se llama Alberto Ponce. Y me anunció así. Y canté tres años como Alberto Ponce”.
me dijo: Usted se llama Alberto Ponce. Y me anunció así. Y canté tres años como Alberto Ponce”.
El nombre artístico le duró hasta que, enfermo de tuberculosis, tuvo que dejar la orquesta de Pedro Laurenz. Cuando pudo volver, más de cuatro años después, decidió cantar con su verdadero nombre, Héctor Omar.
Años de cabaret
Durante décadas, el tango estuvo muy asociado a una institución: el cabaret. “Estaban los cabarets del centro donde, como decía un tango, iban niñas bien de casas mal, que se encontraban con niñas mal de casas bien. Pero era muy sottovoce, no de escándalo. Y estaban los del Bajo, que también eran tranquilos, nada más que iban tipos con menor capacidad económica, porque ahí la copa valía cinco veces menos que en, por ejemplo, el Chantecler”.
Héctor recuerda que en esa época “el bailarín de tango era como que caminaba, iba al cabaret a disfrutar del baile, por eso las orquestas de Pugliese o Troilo son para bailar acompasadas, tranquilas. Y había orquestas de jazz, que tocaban swing y fox trot”. Y afirma: “Yo siempre supe mantener un equilibrio; no fumaba ni chupaba. Tres chorritos de whisky para calentar la garganta, y listo. Por eso estoy por cumplir 79 y sigo cantando”.
Fuente: http://pdf.diariohoy.net/2007/04/29/pdf/Tiempos.pdf
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