domingo, 18 de marzo de 2001

Zapatillas sí y teatro también

El Argentino de La Plata anunció una temporada que deja margen a la ilusión

Domingo 18 de marzo de 2001 | Publicado en edición impresa

En los círculos de la música culta, donde no es habitual el aplauso estridente pero sí la prudencia de juicio, se habla en estas horas (allí donde deja algún resquicio la severa crisis política que vive el país y que hoy está en boca de todos) acerca del Teatro Argentino de La Plata. Melómanos de muy buena educación musical, críticos y aun maestros internos del Teatro Colón, en cuyas filas podría haber provocado inquietud y sembrado mezquindades el nacimiento de una casa lírica vecina, comentan la idoneidad y la astucia de quienes diseñaron la temporada que acaba de anunciarse y cuyos lineamientos la vuelven complementaria de la programación del primer coliseo. Durante la semana que culmina, también, se inauguró en el complejo una muestra de grabados y piezas en oro de Pablo Picasso.

Sólo un detalle fue observado: los sobres membretados distribuidos en los diarios, con el anuncio de la temporada que comienza, llevan estampada la endiablada firma del gobernador Carlos Ruckauf. Es la misma rúbrica que en los últimos días se multiplicó en las zapatillas repartidas entre los chicos de la provincia. Ruckauf negó cualquier intención electoralista: sólo quiso evitar, precisó, el robo de ese calzado de los depósitos. Un celo excesivo le habrá sugerido proteger de los delincuentes los sobres de la gobernación.

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Nada de esto debe empañar la tarea que, con inteligencia, llevan adelante los equipos conducidos por Pedro Pablo García Caffi, director general del coliseo. Son dos los desafíos que afrontó el ex miembro del Cuarteto Zupay desde el mismo comienzo de su gestión: el primero, terminar de poner en pie un teatro que había sido devorado por un fatídico incendio, hace veintitrés años, e imaginar una agenda artística que le confiriera prestigio e identidad, apartándolo de las sombras del Teatro Colón; el segundo, probablemente más espinoso para quien no tiene la entereza y la cintura que proporciona el prolongado ejercicio de la función pública, eludir los mamporros y las zancadillas que suelen lanzar los adversarios con menos escrúpulos una vez que se ingresa en la arena política. La convivencia cotidiana con las dificultades de un organismo artístico como la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, de la que García Caffi fue titular durante parte de la década del 90, parece haberlo entrenado en los escarceos de la gestión cultural.

Dos hombres que acompañaron a Sergio Renán vinieron a robustecer el proyecto platense a comienzos de 2000: Juan Carlos Greco en la dirección técnica y Cristóbal Juliá en la administrativa. Quienes conocen a fondo la compleja maquinaria que debe ponerse en marcha en cualquier teatro antes de que se descorra el telón (y de que más tarde atruene un aplauso que sólo busca agradecer los resultados artísticos) pueden corroborar el peso decisivo que tienen ambas funciones.

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Juliá debió acudir a su vasta experiencia en la gestión de gobierno: la del administrador cultural que sabe trepar el empinado y monolítico edificio de la burocracia pública (aprovechando con astucia los vericuetos que a veces deja la imprecisa letra de los decretos) y es también capaz de fortalecerse en la pulseada con los gremios con una sagacidad forjada durante su educación política en el viejo peronismo.

Juliá se alejó del cargo a comienzos de este año, tal como estaba previsto. Su lugar fue ocupado por Alfredo Motta, quien fue responsable de la administración del Teatro Municipal San Martín en los tiempos en que, alejado de su conducción Kive Staiff, ingresó en ese complejo el peronismo. Durante los próximos nueve meses, Motta deberá trasladar a los hechos una autonomía financiera hasta ahora restringida a los papeles: la descentralización no es efectiva. El Argentino no posee presupuesto propio ni cuenta fiscal (está inhibido para librar cheques) y cada uno de sus movimientos (sustancialmente las contrataciones artísticas en el exterior) es monitoreado por el Ministerio de Cultura y Educación provincial, a cargo de José Octavio Bordón. Sin embargo, en la primera línea del teatro nadie deja oír su queja por esta demora; la descentralización debe ser paulatina, recomiendan, para evitar cualquier desprolijidad administrativa.

Además, no se prevé el acercamiento de sponsors que vengan en auxilio de los altísimos costos de producción. "Primero tenemos que demostrar la coherencia de una obra, después podemos ir en busca de las inversiones privadas", se escucha decir cerca de García Caffi.

Se dice con malicia, también, que pretende demostrar una eficiencia administrativa y excelencia artística que le franqueen las puertas del Colón, en caso de que el peronismo se reinstale en el poder, en 2003. Es un anhelo prematuro, pero legítimo. Sin embargo, antes de que eso suceda, García Caffi querrá concluir su obra con amor y esmero de orfebre. Su triunfo será completo si consigue que el Argentino (tal como sucedió hasta ahora) no sea devorado por las contingencias de la política más perversa, que podrían reducirlo a cenizas tal como lo hizo un incendio voraz hace veintitrés años.

Por Víctor Hugo Ghitta
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=56453

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