domingo, 11 de marzo de 2001

La Plata expone a Picasso

Arte

Desde el 19, en el Teatro Argentino se exhibirán más de 120 grabados, cerámicas y esculturas en oro pertenecientes a la colección de Melvyn y Barbara Weiss, un conjunto de obras cuyo hilo conductor son los rostros de las mujeres del artista

El autor acodado en su obra: Mujer con redecilla verde, de 1949, una litografía que se expondrá en La Plata

Domingo 11 de marzo de 2001 | Publicado en edición impresa

Un genio
se alimenta para su creación de todo lo que lo rodea: paisajes, seres humanos, a los que devora como un caníbal; guerras; traiciones, alegrías y desdichas. En ese sentido, hay pocas obras tan autobiográficas como la de Picasso. Se contó a sí mismo en imágenes deslumbrantes y, al hacerlo, no sólo contó la historia de varias generaciones, sino que exploró la condición humana con una mirada poética, pero también implacable. Amores, ideologías, caprichos, protestas, excesos, miedos y angustias aparecen registrados casi como en un diario en la multitud de imágenes que creó. Ese rasgo confesional se hace evidente en los 120 trabajos del artista malagueño pertenecientes a la Melvyn & Barbara Weiss Art Fundation de Nueva York. El notable conjunto podrá verse en la muestra Picasso para todos, que se exhibirá desde el 19 del actual hasta el 20 de abril en el Teatro Argentino de La Plata. Grabados, litografías, linóleos, cerámicas, platos y pequeñas esculturas en oro relatan de un modo tan bello como conmovedor, tan cruel como preciso, la vida de uno de los hombres que modeló el siglo XX. Un óleo corona ese grupo de piezas: es un retrato de Marie-Thérèse Walter, una de las mujeres que Picasso más amó y que más hizo sufrir. Marie-Thérèse se suicidó en 1977, cuatro años después de la muerte de Pablo Picasso.

En la colección Weiss, formada sobre todo por la obra gráfica de Picasso, abundan los rostros de las musas que inspiraron la pasión del artista. El rastro de los amores picassianos es uno de los principales hilos conductores en ese laberinto de líneas y colores, de estilos y técnicas diversas.

La obra más antigua de la muestra es una punta seca de 1919-1920, un retrato de la primera esposa de Picasso, la rusa Olga Koklova. Cuando Picasso se encontró con Olga, su carrera como artista ya estaba casi asegurada. Tres años antes, en 1916, el escritor Jean Cocteau, ansioso por conocer a las personalidades más sobresalientes y excéntricas de París, se había hecho presentar a Picasso. Hasta entonces el pintor sólo había circulado en un ambiente de autores y de artistas de vanguardia. Tenía pocos contactos con coleccionistas adinerados y con la alta sociedad parisiense que, en ese entonces, se manejaba con códigos muy especiales.

Apenas Cocteau vio la producción de Picasso, advirtió que estaba ante el artista más importante del momento. Con su habitual generosidad, esnobismo y frenesí, Cocteau llevó a Serge Diaghilev, el director de los Ballets Russes, al estudio de Picasso. En ese entonces, Diaghilev era uno de los hombres más influyentes en el mundo de las artes. Todo París, es decir, toda Europa, admiraba o execraba los espectáculos que él producía. El bailarín estrella de Diaghilev, Nijinsky, había seducido y perturbado al público con su sexualidad ambigua y con sus danzas. El estreno de La consagración de la primavera, de Stravinski, había sido uno de los grandes escándalos de los primeros años del siglo XX. La moda y la manera de comportarse habían cambiado bajo la influencia de las imágenes que proponía Diaghilev en los ballets de inspiración oriental que presentaba.

Diaghilev, al igual que Cocteau, comprendió de inmediato quién era y qué significaba Picasso. Le ofreció entonces que hiciera los decorados y el vestuario de Parade, un ballet con música de Eric Satie, libro de Jean Cocteau y coreografía de Léonide Massine. A partir de entonces y durante varios años, Picasso colaboró estrechamente con Diaghilev, que lo introdujo en la alta sociedad y le presentó a todos los que, en poco tiempo, se abalanzarían sobre las obras picassianas para comprarlas. También en 1917 se produjo otro hecho fundamental en la carrera del artista: por primera vez se expuso públicamente el cuadro Las señoritas de Aviñón, verdadero manifiesto del cubismo. En realidad, el público ya conocía otras obras cubistas de Picasso y había terminado, si no por aceptarlas, al menos, por convivir con ellas, pero curiosamente el óleo que había marcado la ruptura de Picasso con la estética tradicional, Las señoritas, no había sido expuesto hasta entonces.

El encuentro con Diaghilev tuvo varias consecuencias imprevistas para Pablo. En los Ballets Russes, actuaba una joven bailarina muy bella, Olga Koklova. Era una muchacha de una excelente familia rusa, pero de escaso talento, a la que Diaghilev le asignaba papeles menores para aprovechar sus conexiones sociales. El hecho de que Olga fuera rusa era un exotismo para Picasso. También le resultaba extraño y atrayente que Olga tuviera ambiciones burguesas. Después de haber poseído prostitutas, modelos bisexuales, bellezas tuberculosas, la serena mediocridad de Olga era para el artista una especie de rareza, un calmo puerto de escala.

Olga, acostumbrada al mundo brillante de los Ballets Russes, quería vivir en una casa elegante, vestirse bien, no tener problemas económicos y ser la esposa del joven creador que todo París empezaba a disputarse. La pareja se mudó a un confortable piso en la rue La Boétie. Olga comenzó a encargarse ropa en las casas de los mejores couturiers, inundó de flores las habitaciones de su nuevo hogar y lanzó a Pablo en los círculos más exclusivos de París. La empeñosa rusa logró lo que ninguna mujer había conseguido: se casó con Picasso el 12 de junio de 1918. Pero Olga, sin proponérselo, produjo un cambio más profundo en su flamante esposo.

Pablo había conmocionado el ambiente artístico con sus creaciones cubistas. Su nombre estaba asociado con una manera de pintar que desconcertaba al público, pero que se había convertido en algo así como su sello propio. La revolución que significó el cubismo estaba ligada profundamente a ciertos hechos y ciertos ambientes revulsivos en los que Picasso había madurado su concepción plástica. Pablo había concebido la estética cubista mientras frecuentaba amigos y mujeres que se burlaban de las convenciones, que luchaban por crear otros lenguajes y otros modos de vida. La introducción en un mundo tan distinto de aquél, como el que rodeaba a los Ballets Russes, la personalidad convencional de Olga, el bienestar económico, provocaron un viraje, uno de los tantos, en el arte de Picasso. De pronto, su pintura se volvió neoclásica. Cada rostro tenía una sola nariz y esa nariz estaba donde debía estar, donde un espectador común estaba acostumbrado a encontrarla.

A ese período dorado corresponde la punta seca de la colección Weiss que muestra a la bella Olga. Era también el período en que Picasso conoció a Eugenia de Errázuriz, la dama chilena que, según los más grandes arquitectos y decoradores internacionales, inventó el interior design o, por lo menos, la decoración contemporánea. Eugenia fue la primera gran señora de sociedad que combinó las telas cubistas de Picasso con las paredes blancas y los muebles Luis XVI. Ese hallazgo marcó el gusto en el siglo XX e hizo posible que los artistas de vanguardia pudieran vender sus obras.

Entre 1917 y 1927, Picasso siguió muy vinculado con los Ballets Russes y la alta sociedad francesa. Pero a medida que pasaba el tiempo, sentía que el aburrimiento lo ganaba. Tan sólo el nacimiento de Pablo, el hijo que tuvo con Olga, lo arrancó de esa siesta confortable, pero por poco tiempo: Picasso nunca fue un padre ejemplar. Pronto quiso liberarse de ese universo entre doméstico y mundano, regido por normas demasiado establecidas.

El cambio se produjo otra vez por una mujer. Una día, en la calle, se topó con una muchacha que lo cautivó. Tenía un rostro encantador, fresco y dulce. Era Marie-Thérèse Walter, una rubia y bellísima adolescente de 17 años. Picasso le pidió que posara para él. Nadie se engañaba cuando le pedía a una mujer que le sirviera de modelo. Pablo hacía suyas a las modelos en sus telas y grabados, cuando recreaba sus formas con un pincel o con un lápiz, pero también las poseía en la realidad, en la soledad de su estudio. En seis meses, Pablo y Marie-Thérèse se convirtieron en amantes.

Con su rubia amante, Picasso exploró los límites de la sexualidad más desenfrenada. Ella era una muchacha sumisa que se prestaba a todos los caprichos eróticos y sádicos del maestro. En el verano de 1928, Picasso decidió pasar unos meses en Dinard, en la costa bretona, junto con Olga y su hijo Pablo. Había elegido ese lugar porque los padres de Marie-Thérèse, preocupados por la relación de la chica con el pintor, la habían enviado a una colonia de vacaciones precisamente en las cercanías de Dinard. Cuando podía, Picasso se escapaba de la vigilancia de Olga y se introducía subrepticiamente en el campamento donde Marie-Thérèse lo aguardaba. La clandestinidad de esos encuentros, la extrema juventud de Marie-Thérèse, no hacían sino agregarle sabor de aventura, de fruto verde, a toda la situación.

Naturalmente Olga se enteró de la existencia de la nueva amante de su esposo. Picasso disfrutaba de la rivalidad que se había establecido entre las dos mujeres que lo amaban. Humillaba a la una con la otra. Ese vaivén duró hasta 1935. Ese año, Marie-Thérèse quedó embarazada de Maya. Olga y Picasso resolvieron separarse.

El único óleo de la colección Weiss que se verá en la muestra es un retrato de Marie-Thérèse Walter. Es un cuadro muy dulce y fue pintado paradójicamente el mismo mes en que Picasso creó una de sus imágenes más desgarradoras, Guernica.

La relación de Pablo con Marie-Thérèse dio origen a una gran cantidad de obras, sobre todo de grabados. El embarazo de Marie-Thérèse en 1935 coincidió con la realización de uno de los ciclos más importantes de aguafuertes de Picasso, la Minotauromaquia.

Poco antes de que naciera Maya, la hija de Marie-Thérèse y Picasso, el pintor conoció a Dora Maar, la mujer que habría de convertirse en muy breve plazo en su nueva amante.

Dora Maar es otro de los rostros que cautivó a Picasso y que exaltó, destrozó y humilló en sus cuadros. Ella era una fotógrafa yugoslava. Cuando Picasso, por encargo del gobierno republicano español, pintó Guernica, el terrible testimonio del bombardeo de una aldea española por aviones alemanes, Dora Maar se ocupó de fotografiar el proceso de gestación del cuadro.

Una vez más, Picasso buscó enfrentar y herir a sus amantes. Les regalaba a Marie-Thérèse y a Dora dos vestidos iguales, pero le mandaba a una el modelo que tenía las medidas de la otra.

A pesar de la supuesta fortaleza de Dora, Picasso logró enloquecerla con sus manejos y abusos. Algunas de las imágenes femeninas más patéticas de la producción picassiana tienen como protagonista precisamente a Dora.

En 1943, en un restaurante, Pablo se encontró con Françoise Gilot, una joven pintora (en realidad, una aficionada) de 21 años. Ella, naturalmente, se sentía atraída por la leyenda de Picasso. El, por la hermosura y la frescura de la muchacha. Muchas de las litografías de la colección Weiss muestran los retratos que Pablo hizo de Françoise y revelan en ella una especie de belleza floral. El pintor y su modelo se enamoraron. Françoise pertenecía a una familia acomodada. Era una chica desprejuiciada, pero con un sentido ético muy fuerte y con mucho sentido del humor. Penetró como una ráfaga de libertad y de levedad en el mundo dramático que Dora Maar y Marie-Thérèse Walter habían tejido alrededor de Picasso.

A partir de 1945, Françoise se convirtió en la compañera oficial del pintor. Pasó con él mucho tiempo en el sur de Francia, en Vallauris, y estuvo muy ligada a la producción de la obra gráfica y de la cerámica picassiana.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Vallauris padecía una depresión económica. La venta de cerámicas había decaído notablemente. La aldea contaba, sin embargo, con un excelente establecimiento dedicado a la producción alfarera. El matrimonio Ramiés habían montado un taller muy completo, Madoura, en 1936. Diez años más tarde, lo pusieron a disposición de Picasso. El se entusiasmó con la posibilidad de hacer cerámica. Françoise lo secundó entonces en la exploración de la técnica. Pablo llegó a Madoura con una serie de proyectos que, en verdad, utilizaban la cerámica como si se tratara de escultura. Uno de los aspectos que lo fascinaba era el tratamiento del color. En las cerámicas que creó, utilizó a menudo el tema del escultor y la modelo. También hizo desnudos para los que posó Françoise.

Como motivos de sus platos, Picasso utilizó frecuentemente corridas de toros. Con su fabulosa erudición y memoria artística, recreaba las formas de la cerámica clásica o primitiva y les daba un nuevo sentido. Françoise era, a la vez, fuente de inspiración, pero también activa promotora de la nueva actividad de su compañero. Plazas de toros, pájaros, peces, naturalezas muertas, cabezas, caras, salían del horno para producir el asombro de los Ramiés, de Françoise y del mismo Picasso.

Picasso tuvo dos hijos con Françoise Gilot: Claude y Paloma. Françoise nunca se había llamado a engaño. Sabía que el amor de Picasso por ella se parecía a esas corridas de toro que tanto lo apasionaban. La seducción, el deseo, la alegría, la acrobacia del ingenio y del talento, tenían en Picasso una finalidad: la esclavitud y la destrucción de la mujer que amaba. El primer hijo de Pablo y Françoise, Claude, fue recibido con alegría. Pero a medida que pasaba el tiempo, Picasso volvía a mostrar los síntomas habituales de desamor: aburrimiento, inquietud. Pero cuando él empezó a engañar a Françoise, ella se interesó en el joven y atractivo filósofo griego existencialista Kostas Axelos. Picasso, herido en su vanidad, cortejó de nuevo a Françoise. Fue entonces cuando ella quedó embarazada de Paloma.

Después del nacimiento de Paloma, Françoise quedó muy débil y Picasso sintió por ella el rechazo que siempre le causaban los enfermos: "Cuando te conocí -le dijo- eras una venus; ahora eres un Cristo. Pareces una escoba".

Ella resolvió dejarlo. Por primera vez, una mujer se atrevía a abandonar a Picasso. Era una herejía.

Entonces apareció Jacqueline Roque, el último amor de Picasso, que teminaría siendo su segunda esposa y su viuda. Picasso, por supuesto, no le ahorró ninguna humillación a Jacqueline, una muchacha en apariencia mucho más sumisa que Françoise. En señal de entrega absoluta, la nueva y astuta amante lo llamaba Monseñor.

Jacqueline llegó a la vida de Picasso para apoderarse de él. Así como ella se convirtió en su esclava, también fue el filtro a través del cual Pablo recibía los estímulos del mundo. Fue la fuente de inspiración de muchas de las litografías y linóleos de los años 50. El más conocido de esos trabajos es el Retrato de mujer basado en Lucas Cranach el Joven.

Entre 1959 y 1962, Picasso produjo aproximadamente 100 linóleos. Los temas son corridas de toros, muchas en marrón y beige, cabezas de Jacqueline, desnudos, músicos, clowns, naturalezas muertas con una lámpara, bucólicas bacanales, glosas de cuadros de El Greco.

A medida que se acercaba al final de su vida, la actividad creadora de Picasso se volvió aún más frenética que antes. No conocía el descanso. Las imágenes se volvieron cada vez más eróticas, pero también más crueles. En muchos de sus personajes, los ojos son dos círculos aterrorizados que parecen atisbar una oscuridad definitiva. Algunos de sus últimos cuadros son simplemente signos, más allá de cualquier consideración estética, de la voluntad por consignar el último resto de vida. Los trazos buscan ahuyentar la muerte y, al mismo tiempo, capturarla en la tela o en el papel. Picasso murió el 8 de abril de 1973 en su villa de Notre-Dame-de-Vie, en Mougins, a los 91 años.

El arte y la justicia

Con un tono sereno y una profunda sencillez, Melvyn Weiss se explica: "Todo empezó hace unos diez años en San Francisco. Estaba allí por negocios y pasé por la galería de arte de Erika Meyerovich, en la calle Grant. Una imagen me hipnotizó apenas entré. Era una cabeza de mujer mostrada simultáneamente de frente y de perfil: uno de los típicos retratos cubistas de Picasso. Erika me vio tan impresionado que se acercó y me dijo que ésa era una de las obras peferidas por ella entre las que se hallaban en exposición. Ese fue el origen de mi colección de trabajos de Picasso que, en unos días, se exhibirá en el Teatro Argentino de La Plata".

Hoy Melvyn Weiss es uno de los abogados más importantes de los Estados Unidos. Está especializado en acción de clase (Class Actions). Ganó, por ejemplo, el juicio por el que cinco compañías alemanas (Siemens, Bayer, Volkswagen, BMW y Mercedes Benz) tuvieron que indemnizar por diez mil millones de dólares a judíos utilizados como mano de obra esclava durante el régimen nazi.

El envío de la colección de Picasso a la Argentina es uno más de los gestos que muestran el interés de Weiss en el país. Miembro influyente de la Antidifamation League (ADL) y de la comunidad judía en los Estados Unidos, Weiss fue el que promovió y financió el proyecto Hatikva, destinado a comprar el predio de la calle Arroyo donde se levantaba la embajada de Israel en Buenos Aires, destruida por una bomba en un atentado tristemente célebre en todo el mundo. La intención de Weiss es que ese espacio se convierta en una plaza que conmemore aquel hecho desdichado y que sea, a la vez, una símbolo de paz y tolerancia.

Los contactos de Weiss con la Argentina se multiplicaron desde hace seis años: "Mi esposa y yo queríamos recaudar dinero para la Antidifamation League. Organizamos una gran cena en el Waldorf Astoria. Reunimos una suma importante. Entonces el presidente de la entidad sugirió que esa cantidad se utilizara para activar la investigación de los atentados antijudíos en Buenos Aires. Además, empresarios de distinto origen que habían invertido dinero en la Argentina me contrataron para que defendiera sus intereses, de modo que en muy poco tiempo tuve una especie de inmersión intensiva en el mundo y en la cultura argentinas. Conocí a muchas de las principales autoridades y comprendí cuáles son los problemas más serios que debe enfrentar la sociedad. El más grave es la falta de transparencia del sistema judicial, que perjudica la economía. Los empresarios extranjeros necesitan sentirse amparados por una justicia confiable para invertir en la Argentina. He estado en contacto con Menem, De la Rúa, Ruckauf. Los vínculos han sido provechosos. Uno de los frutos de mi actividad y de mis lazos con la Argentina es la exposición Picasso para todos. En realidad, la idea de que mis Picasso se expusieran en la Argentina fue de la esposa del gobernador Carlos Ruckauf. En uno de los viajes que él y ella hicieron a los Estados Unidos, los invité a comer a mi casa de Oyster Bay. Ella vio las obras de Picasso, quedó impresionada por la calidad de las piezas y me preguntó si no me agradaría que ese conjunto pudiera verse en la Argentina. Le contesté que era una propuesta apasionante. Después los acontecimientos se precipitaron, sobre todo por la actividad que desplegó Fernando Maurette, presidente de la Fundación Banco de la Provincia de Buenos Aires".

Weiss es un hombre apasionado por los cambios, de una enorme curiosidad y de una inteligencia excepcional. "De chico -cuenta-, no tenía ni un segundo libre para lo que no fuera estudiar y trabajar. Mi familia era muy modesta. Primero vivíamos en el Bronx y después nos mudamos a Queens. El colegio secundario al que concurría estaba lejos de mi hogar. Me pasaba tres horas por día viajando. Cuando volvía de la escuela, ayudaba a mi padre en sus tareas. El era contador. Me resultaba imposible ir a museos, a pesar de que ése era un mundo que me atraía y que me intrigaba. Después, ya graduado de abogado, me involucré en actividades políticas y comunitarias. Más tarde las abandoné para entregarme por completo a mi trabajo de abogado. Pero llegó un momento en que me dije: Ahora se trata de disfrutar. Y me acerqué al arte".

Al principio, Weiss se sintió inseguro en su nueva actividad de coleccionista. Afortunadamente conoció a Erika Meyerovich, que lo asesoró con mucho juicio.

"Erika me dijo que me concentrara en la obra gráfica de Picasso. Debíamos tratar de conseguir los 200 o 300 trabajos más importantes de Picasso en ese terreno", recuerda Weiss. "Creo que lo logramos. En algunos casos, obtuvimos piezas de primerísima calidad, como el linóleo basado en un cuadro de Cranach el Joven. Ese linóleo pertenecía a un amigo de Picasso y estuvo guardado, desde que fue impreso, en un armario, de modo que nunca fue tocado por la luz del sol hasta que llegó a mi casa. Los colores son prístinos, maravillosos. También conseguimos un programa de una exposición de obras de Picasso en París. En el reverso, hay un dibujo que dedicó al nieto de Victor Hugo. Sobre la base de ese dibujo, más tarde, Picasso acuñó dos medallas. Tuve la suerte de comprar el dibujo y las dos medallas: un trío de verdad único."

Entre las piezas más raras de la colección Weiss se encuentran las de metal precioso. Durante su larga vida, Picasso sólo realizó cuatro platos en oro. Weiss tiene tres, además de una serie de pequeñas esculturas en el mismo metal.

Françoise Gilot, una de las mujeres de Picasso, vio la colección de Weiss y comentó que se trata de uno de los más finos conjuntos de obra gráfica en manos privadas.

Uno de los aspectos que sorprende en la colección de Weiss es el criterio acertado, pero poco tradicional que la preside. Nadie diría que ese conjunto responde al gusto de un hombre que jamás se ocupó de arte hasta hace pocos años. La fuerte presencia del período cubista, por ejemplo, revela una sensibilidad muy afinada. "Me gustan los riesgos -dice Weiss-. En mi profesión, y también en el arte. Lo que más me apasiona en Picasso es la innovación constante de su estética. Nunca me sentí desconcertado por el período cubista de Picasso. Al contrario, como dije, lo primero que compré de él fue una imagen cubista. Mi esposa, en cambio, se inclinaba por artistas más convencionales, más tradicionalmente figurativos. Pero la convivencia con los grabados de Picasso lentamente la fue cambiando y hoy le encantan pinturas abstractas que antes quizás habría rechazado. Eso es lo que logra un gran creador: nos cambia la vida, amplía nuestro horizonte."

Texto: Hugo Beccacece

Agradecemos las fotos a Sucesión Picasso, Daniel Adrián Kiper, Argentina 2001

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=212882

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