Emblema de la ciudad
Fundado casi con la ciudad, el actual Teatro Municipal Coliseo Podestá atravesó tres siglos en medio de diversas vicisitudes. Considerado cuna del teatro criollo, por sus tablas pasaron las principales figuras de la escena nacional.
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Por Marisol Ambrosetti
Imaginen un mundo sin internet, televisión, radio, ni cines. Una vida sin pantallas. Así se vivía cuando se fundó en esta ciudad el teatro Coliseo Podestá. Entonces no era municipal ni llevaba el nombre de la familia de artistas que lo convertiría en patrimonio histórico y cuna del teatro rioplatense.
Entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX el teatro era, por lejos, el único espacio público para el espectáculo y, también, el lugar donde la gente podía mostrarse y cruzar miradas con sus vecinos y vecinas en la flamante urbe impulsada por Dardo Rocha. A falta de Instagram, un banderín rojo en la cúpula anunciaba que ese día había función.
Edificio original del Coliseo Podestá. |
El teatro abrió sus puertas por primera vez el 19 de noviembre de 1886, La Plata cumplía apenas cuatro años. No fue el primer teatro de la ciudad: apenas unos meses antes se había fundado el Apolo, que no tendría su trascendencia ni su esplendor posterior. En aquel momento el Coliseo Podestá se llamaba “Politeama Olimpo” y los empresarios que lo fundaron, Jordán y Compañía, programaron para la apertura “El barbero de Sevilla”, la ópera de Rossini. Allí actuaron el tenor Roberto Stagno y la soprano Gemma Belinccioni.
Se trató de una función de gala precedida por un pomposo discurso del entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos D´Amico, lo que hace suponer que pretendían atraer a la sala a un público de élite, a diferencia de la impronta popular que lo haría grande con la llegada de la familia Podestá. De teatro lírico, pasó a ser circo y teatro al mismo tiempo y, años más tarde, teatro y cine.
Durante décadas, incluso hoy, es famoso por ser la sala platense en la que desembarcan las compañías porteñas más taquilleras. Pero poco se sabe de la curiosa historia que lo erigió en un símbolo del teatro nacional y una joya arquitectónica.
Hay versiones encontradas y hasta leyendas urbanas sobre el Coliseo, no queda claro si alguna vez fue o no una carpa de circo, aunque su logo lo pinte así, ni si aún lo habitan los fantasmas de los Podestá que lo convirtieron en su casa, aunque muchas anécdotas aseguran que sí, que permanecen en el teatro y que suelen hacerse ver y oír.
La historia del Coliseo Podestá
La historia del Coliseo platense es la historia de su supervivencia. Tras once años de existencia se destacaba por la calidad de sus espectáculos pero, también, por sus cuantiosas deudas, que asfixiaban a la empresa de Vicente Jordán y sus socios. En ese momento, la compañía de teatro y circo de los hermanos Podestá ya se había presentado varias veces en el Olimpo y cada función era un éxito. Enterados de que corría peligro de cierre José Juan, Gerónimo, Antonio y Pablo, cuatro de los nueve hermanos Podestá decidieron comprarlo.
De todos, José Juan “Pepe” Podestá, era el más famoso de la familia. Nacido en Montevideo, desde niño había arrastrado a sus hermanos a los circos y luego a una cantera donde montaban sus propios espectáculos. En sus memorias, Medio siglo de farándula escribió: "Cumplí con el afán de toda mi vida, tener un teatro propio, todos mis desvelos, mi trabajo y mis ahorros fueron esclavos de ese deseo". Amó tanto a esa sala que se hizo cargo de sus deudas y pese a que el banco intentó rematarlo dos veces más, Pepe logró salvarla.
Era el cuarto hijo del matrimonio formado por Pedro Podestá y María Teresa Torterolo, ambos comerciantes de la carne. El retrato de Pepe, de cara al público, corona hasta hoy el escenario del Coliseo platense. El museo que lleva su nombre, en el primer piso del teatro, hacia la calle 46, fue la casa de la familia Podestá, casi todos artistas multifacéticos.
Pepe, que se casó y tuvo siete hijos con la actriz y acróbata Baldomera Arias, resultó el más famoso por haber creado dos personajes icónicos del circo criollo, el payaso Pepino el 88 y Juan Moreira, una adaptación de la novela gauchesca de Eduardo Gutiérrez sobre una historia real: la agitada vida de un gaucho perseguido por el teniente alcalde Don Francisco, que lo tenía entre ceja y ceja por haberse casado con “la Vicenta”, a quien el teniente pretendía y acosaba.
Marcelo “El Colo” Demarchi fue parte de la conducción del teatro cuando, entre 2005 y 2015 lo dirigió Lito Cruz y, ahora, regresó con proyectos para la nueva gestión. Estuvo a cargo de la Escuela de Teatro de La Plata y fue director artístico de la Comedia de la Provincia. Cuenta que Pepe Podestá estrenó Juan Moreira primero como pantomima y que, hace exactamente ciento cuarenta años, “en abril de 1884, en lo que hoy es la ciudad de Chivilcoy, provincia de Buenos Aires, la presenta por primera vez con diálogos, algo que al autor no le gustó, sin embargo, fue un éxito rotundo y es considerada por historiadores e investigadores la piedra fundacional del teatro rioplatense”.
En el libro Teatro Municipal Coliseo Podestá, en cuna de arena, su autora, Ana María Rozzi de Bergel dice que el público de clase media baja y trabajadora fue el que se inclinó por los espectáculos del circo criollo. “Por eso, en sus comienzos, la alta sociedad lo consideró un género menor, vulgar y hasta grosero”. Incluía payasos, malabaristas, trapecistas, payadores, animales amaestrados y pantomimas. También había lugar para la música y la danza, sonaban el pericón nacional y el gato con relaciones.
Cuando Pepe Podestá se calzaba el traje de Moreira, con su melena negra, barba, sombrero y rastra “había perros sueltos en el picadero, se bebía en una pulpería, se prendía fuego y se hacía un asado durante la representación”.
Pero ¿Que era el famoso picadero donde transcurrían las obras del circo criollo y los bailes de carnaval? En la planta baja de la sala, una serie de gradas dispuestas en forma de herradura rodeaban la pista o “picadero”, un círculo de 21,60 metros de diámetro ubicado delante del escenario. Por los laterales, donde hoy están los primeros palcos, ingresaban los artistas y los animales.
Hacia 1920, cuando el teatro de prosa ganaba terreno en el mundo del espectáculo, Pepe decidió aggiornar la sala y “enterrar” el picadero bajo un suelo móvil, una verdadera innovación para la época. Sobre ese piso se ubican las butacas. La pista de arena del Coliseo Podestá duerme aún hoy debajo de la platea. Ese mismo año, Pepe decidió cambiarle el nombre al Olimpo y ponerle su apellido, según dijo, en homenaje a su padre.
Identidad criolla
“A partir del estreno de Juan Moreira, punto de inicio de nuestra tradición teatral, se va perfilando el actor rioplatense, que es el actor que canta, baila, cose, surce, hace luces, anda a caballo, y esto tiene mucho que ver con los Podestá, ellos hacían todo, y esa historia, para mí, sigue viva en algunas compañías que tienen actores y actrices multiterreno”, analiza el actor, dramaturgo y dueño de Teatro Estudio, Gastón Marioni, quien dirigió el Coliseo Podestá entre 2015 y 2020. Su gestión es elogiada por darle espacio al teatro independiente, ofrecer espectáculos gratuitos, talleres, reactivar las visitas guiadas para escuelas y producir obras de cero.
Un claro ejemplo del actor rioplatense que describe Marioni es Pablo Podestá, el más chico de los nueve hermanos. En el Conurbano bonaerense una localidad del partido de Tres de Febrero lleva su nombre. Excéntrico como pocos, daba la vida por el teatro a tal punto que en una obra en la que tenía que interpretar a un moribundo tomó veneno para darle la mayor verdad escénica posible a su personaje.
En una entrevista que se puede leer en el sitio web del municipio de Tres de Febrero, uno de sus descendientes, Horacio Podestá, cuenta que Pablo no sólo era un talento como actor sino que, además, era un notable acróbata, músico, escultor y jinete. Sin embargo, “las mujeres y el juego lo enloquecían”, cuenta su sobrino bisnieto. Asegura que se jugó todo lo que había ganado en una temporada teatral y que el final de su vida fue triste: internado en una clínica psiquiátrica porteña. Allí, recibió la visita de uno de sus más célebres amigos, Carlos Gardel, a quien le pedía que le cante su tango favorito: “Amargura”.
A Pepino el 88, el inolvidable personaje que creó Pepe Podestá, Marioni lo compara con “una especie de Pinti circense, lo que después conocimos como humoristas políticos del tipo Tato Bores, Pinti o Perciavalle”.
Con él coincide Demarchi, quien agrega que “Pepino resultó un pionero de lo que después fueron los monólogos políticos de la revista, en las décadas de 1960 y 70. Hoy ya no se ve ese tipo de capocómico, pero sería comparable con una especie de stand up”.
Con bigotes arqueados a lo Salvador Dalí y un traje de payaso en blanco y negro, Pepino hablaba en lunfardo y no se callaba nada. Alma Festa, programadora del teatro, es una de las cuidadoras del legado de los Podestá y conserva varios textos de ese personaje. Entre ellos aparece uno bajo el título “La situación”. Se trata de un monólogo en el que ironiza sobre los términos en los que el país se había endeudado con la banca inglesa. Una de sus estrofas dice: “La tierra de los millones,/la rica tierra argentina,/siente que el vientre le arruina/una fiera indigestión;/y su doctor Baring Brothers dice que es una esterlina/lo que la arrastra supina/caminito del cajón”.
La sociedad platense apoyó al teatro en sus momentos de crisis.
De acuerdo con las investigaciones de Rozzi, a principios del siglo XX las clases medias de la ciudad comienzan a ser mayoría entre el público del Coliseo. Como prueba de esta tendencia, la autora cita una nota social publicada en el diario El Día, en la que un lector pide que las funciones comiencen a las ocho de la noche en lugar de a las nueve, como era habitual, porque al día siguiente debían madrugar. En el pedido incluye a sus conciudadanos y dice: “Los buenos burgueses de la ciudad de La Plata comen temprano y quieren ganar el lecho antes de la medianoche”.
Cine en el teatro
Es en esa época cuando la compañía de los Podestá decide sumarle “vistas” al circo criollo. Eran proyecciones sobre una gran pantalla con contenidos muy variados. Intercalaban obras de teatro con imágenes de corridas de toros, cirugías, desfiles militares, carreras de trineos en Suiza o paseos en góndola por Venecia.
Rozzi cuenta que el diario La Reforma de La Plata se hizo eco de la notable repercusión que tenían las proyecciones de operaciones quirúrgicas, un codiciado alimento para el morbo local. Según el mismo periódico, la crudeza de lo que se mostraba provocaba desmayos y vómitos en plena sala. La policía y personal del teatro debían socorrer a los espectadores. Se armó flor de polémica sobre si continuar o no con ese tipo de contenidos sanguinolentos. Al final, el dilema se resolvió como era usual: las “vistas” de cirugías solo serían aptas para varones.
Y es que, si bien el mundo de aquella época era machista hasta el paroxismo, la familia Podestá dio al país a una mujer excepcional, que logró hacerse fuerte en un mundo donde los hombres controlaban todo: la actriz Blanca Podestá, hija de Gerónimo, nacida en La Plata el 6 de julio de 1889. Considerada una de las primeras empresarias teatrales, fue actriz y directora en el teatro Smart de Buenos Aires, el actual Multiteatro Comafi. A los seis años subió por primera vez a un escenario y formó parte de las compañías de su padre y de su tío Pablo hasta que, en 1920, creó la propia. A lo largo de su vida actoral le puso el cuerpo a más de quinientos personajes.
Abandono y renacimiento
En la década de 1980 no quedaba nada de esplendor en el Coliseo Podestá. El imponente edificio mostraba los implacables signos del abandono: vidrios rotos, ratas, techos con filtraciones, butacas arrancadas de cuajo y yuyos que crecían en las grietas de las paredes. El teatro había sufrido usurpaciones, vandalismo y hasta un incendio. Varias fotos del museo Podestá dan testimonio de esa etapa ruinosa en la que parecía la locación perfecta para una película de terror.
Festa cuenta que “en 1981 se pensó en venderlo y hasta demolerlo, podría haber sido un estacionamiento, un shopping o un supermercado, pero por suerte se decidió sostenerlo como teatro. Hoy está protegido como Patrimonio Histórico Nacional”. Según Rozzi de Bergel, en ese periodo sombrío de finales de la dictadura “junto con la basura, y tal vez como parte de ella, desapareció la enorme biblioteca lírico dramática de José Juan Podestá”.
Poco después de recuperada la democracia, el teatro seguía en estado de semiabandono. Sin embargo, se decidió hacer una apertura simbólica con compañías de teatro independiente para celebrar el regreso de la democracia. Esa fue la primera vez que el actual director, el actor platense Alejo García Pintos, pisó el escenario del Coliseo: “Mi debut acá fue parte de esa movida que organizó el Colo (Demarchi) con gente de La Plata, yo vine con un compañero de La Lechuza que es donde empecé a estudiar teatro. En esa época, tal como se ve en las fotos, entraban palomas al escenario, la acústica era un problema porque la voz se te iba al cielo y el público estaba en sillas de plástico”.
En enero de 1985 el secretario de Hacienda de La Plata, Felipe Pizzutto, informaba a la prensa que se constituiría un fondo, con aportes públicos y privados, para “resucitar al Coliseo", que estaba a punto de cumplir los cien años. El funcionario explicó que la recaudación de espectáculos del Pasaje Dardo Rocha y del propio Coliseo se destinarían a su puesta en valor, sumado al 20 por ciento de los derechos de espectáculo del hipódromo. También la Cámara de Comercio e Industria puso su parte, pero no fue suficiente. La municipalidad, entonces, convocó a la comunidad a comprar bonos contribución por 100 australes y miles de platenses no dudaron en responder.
En 1986, después de veinte años de éxitos en el Teatro Ópera, el actor y productor platense Pedro “Pipe” Herscovich recibió una propuesta desafiante: dirigir el teatro municipal Coliseo Podestá. Significaba salir del confort y el éxito asegurado para meterse en un problema. Iba a desembarcar en una sala icónica y descomunal pero, prácticamente, en ruinas. Había atravesado 10 años de abandono, de 1971 a 1981, hasta que, por fin, hacia finales de la dictadura la municipalidad de La Plata lo expropió, pero el gobierno de facto hizo poco y nada por ponerlo en valor.
Pipe aceptó dirigir el Coliseo y le dedicó todo su empeño durante dos décadas, hasta 2005. Tras extenuantes días en obra, el Coliseo llegó a su centenario, el 19 de noviembre de 1986, con una función de hermandad argentino-uruguaya que comenzó con los himnos de ambos países, canciones populares a cargo de la orquesta de Atilio Stamponi y actuaciones de actrices como Thelma Biral y China Zorrilla. La actriz uruguaya, protagonista de “El Diario de Adán y Eva”, fue declarada madrina del teatro y tiene un espacio con su nombre en el primer piso. La sala renacía vigorosa con la llegada de artistas como Alfredo Alcón, Marcel Marceau, Lito Cruz, Cipe Lincovsky y Luis Alberto Spinetta.
Poco a poco el Coliseo recuperó sus aires de templo y la elegancia arquitectónica propia de los teatros a la italiana del siglo XIX, tal como lo encontramos hoy. En el suntuoso hall o foyer por el que se ingresa, los pisos brillan siempre; hacia los laterales, dos escalinatas conducen al primer piso. La sala tiene tres niveles y tres colores predominantes: bordó, ocre y dorado. En la platea, de frente al escenario, se ubican alrededor de 500 butacas de pana rojiza que reemplazaron a los sillones originales (eran de madera con respaldo de esterilla). Alrededor, un poco más arriba, están los palcos, elegantes balcones decorados con pesados cortinados rojizos y molduras doradas.
El primer piso o tertulia y el segundo tienen forma de herradura en torno de la platea y barandas de hierro forjado. El cielorraso es una obra de arte en sí misma, creada sobre una tela italiana pintada por Bouchet, muestra pinturas de dramaturgos e imágenes de obras de teatro clásicas. En total, la sala puede albergar a 1.053 personas. En el techo sobresale una inmensa araña semiesférica de vidrio y bronce, con dos réplicas más pequeñas y lámparas alrededor que cuelgan como pendientes. Un antiguo mecanismo de poleas permite bajarlas una vez al año para renovar las bombillas y limpiarlas.
En el tercer nivel, donde las localidades no son numeradas, hay algunas butacas de frente al escenario y sillas en los laterales. Es el espacio más alejado de la escena al que llaman “Paraíso”, aunque el decir popular le dio un nombre más sensato: el gallinero. En la parte posterior de la sala se eleva el escenario de casi 19 metros de ancho y 15 de profundidad. Si bien desde las butacas no se percibe, al subir al escenario se nota el declive del piso de madera hacia el foso, el espacio destinado a las orquestas. El pesado telón rojizo y dorado que se colocó cuando Lito Cruz era director, está hecho de materiales anti incendio y fue uno de los primeros en su tipo en todo el país.
Las leyendas del teatro
Al parecer, los que habitan el teatro quedan, de algún modo, enlazados a él. Algunos no se van nunca y viven por toda la eternidad entre sus pasadizos, plateas y camarines. De esos fantasmas tienen anécdotas quienes son y fueron parte del Coliseo: directores, programadores, personal de seguridad y también los técnicos.
Festa es un tanto escéptica. Dice que mucho no cree en esas cosas, sin embargo, las escuchó más de una vez. “Es común que a veces los compañeros digan ‘Che, como está hoy Pepe’, porque las luces se prenden y apagan, pero a mí me pasó una sola cosa”. Hace algunos años subió a lo que llaman la cripta del teatro, un lugar en la planta alta donde guardaban baúles, papeles, vestuario y objetos para el museo. “Me senté a leer viejas cartas de los Podestá y, de repente, llego a una en la que se hablaba de problemas y peleas entre los hermanos, en ese momento se empieza a mover el sillón en el que estaba sentada y se apaga la luz. Pedí perdón, prometí no molestarlos más y me fui”.
Durante su gestión como director general del Coliseo Podestá, Gastón Marioni se ocupó de que el teatro tuviera seguridad las veinticuatro horas por dos motivos: por un lado, porque es patrimonio histórico nacional y, por otro, porque tiene muchos sectores construidos con madera y materiales inflamables. Una noche, ya en su casa, le suena el teléfono. Atiende y escucha la voz entrecortada por el llanto de una de las chicas de seguridad:
- No aguantamos más, nos fuimos
- Pero ¿Qué pasó?-, preguntó Marioni
- Los ruidos de las butacas, no paran de subirlas y bajarlas, no vamos a volver.
El entonces director del Coliseo no subestimó el miedo de las custodias, sobre todo porque él también vivió episodios similares. “Una noche estaba trabajando hasta muy tarde con la puerta abierta de la oficina y escuché las butacas, taka taka taka, como si alguien las levantara y las bajara. Le pasó a mucha gente, me pasó a mí, si es real o no, no lo sé, pero que existe, existe”.
El segundo episodio lo vivió una tardecita de verano, cuando pasó por el escenario para ir a buscar algo fresco en la heladera de camarines: “A mí me encantaba pasar por el escenario con el teatro vacío y en penumbras porque es muy inspirador. Me quedaba unos segundos para contemplar la sala. Esa tarde miré hacia el Paraíso y ahí estaba la mujer de blanco de la que muchos me habían hablado”.
Dice que no le dio miedo y que no le extraña que ocurran episodios paranormales. Para Marioni hay una explicación: “Fijate que cuando damos una clase de teatro 20 personas reunidas bajo condiciones de generación de poiesis terminamos y decimos ‘cuánta energía se movió acá’. En un teatro que ya va a cumplir 140 años, en donde han pasado tantas cosas, tanta gente, donde se acumulan más de mil personas, muchos artistas, se genera energía y movimiento, creo que somos materia y energía, y la materia se objetiviza en cosas, y creo que todas estas experiencias que narramos los que pasamos por ahí, lejos de ser una chifladura, tal vez sean condensaciones energéticas de ciertas presencias que quedan anudadas a determinados lugares. Y a mí, la verdad, es que me gusta pensarlo así”.
Hoy, a 137 años de su apertura, se vuelven a respirar aires de renovación en el Coliseo: el 12 de marzo el intendente Julio Alak designó a Alejo García Pintos, como director general del teatro. La primera vez que se sentó en su nuevo despacho, junto al cuadro de Pepe Podestá como único testigo, no pudo evitar llorar. Confiesa que le hacen “bullying” por dos cosas: porque es “llorón” y porque manda audios largos: “En realidad lloré porque se me vino la imagen de Pipe Herscovich, a quien yo conocí mucho, para mí, estar sentado en este sillón que lo tuvo a él tantos años como director fue como una señal y me di cuenta que estaba ocupando un cargo que él honró y puso a un nivel altísimo”.
Fuente: 0221.com.ar / Begum
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