CULTURA / Soledad Villamil embelesó al Coliseo Podestá con su repertorio de tangos, milongas, chamarritas y bolero, que unen el dolor de Idea Vilariño con el de Violeta Parra.
10.03.2013 | 20.15
Por Pablo Spinelli
Soledad Villamil encandiló al Coliseo con su voz y su elegancia
Violeta Parra tuvo una vida apasionada y no solo por su compromiso político. Tuvo amores y muchos, y el último la llevó a la muerte. Idea Vilariño no le fue en saga con su entrega enfermiza al escritor Juan Carlo Onetti. Ambas encontraron un fugaz cable a tierra en la canción. La chilena dejó al mundo como rezago de aquel momento de su vida su canción “Maldigo del alto cielo”. La poeta uruguaya parió “La canción y el poema”, esos versos en lo que elije morir de amor y que fueran musicalizados por Alfredo Zitarrosa. Soledad Villamil elige ambos fragmentos como puntos fuertes de sus últimos dos discos, y los lleva al escenario, lugar en el mundo en el que parece sentirse más cómoda, para lograr los climas más intensos.
Lo logró el sábado a la noche en las tablas del Coliseo Podestá, donde cautivo a una platea colmada. Contó las historias de ambas damas latinoamericanas, como lo gusta hacerlo con cada canción, y protagonizó con ellas los instantes más fuertes de la velada. Las mujer y su tragedia atraviesa sus presentaciones, y esto nada tiene que ver con la semana en que se conmemora la masacre de la mártires de Nueva York.
En la lista de temas, antes de las dos piezas mencionadas, Villamil le entró a un tango “machista recalcitrantes”, sólo para poder decir que se manifestaba absolutamente en contra de su letra. “Volvé, mirá, volvé, engáñame nomás, no te molestaré con celos jamás”, dicen las líneas de un hombre, Luis Bayón Herrera, y ella las interpreta con la misma entrega, como si fuera es mujer sufrida y humillada. “Tengo una ventaja –dirá-, soy actriz, y sé fingir”.
Con sus suaves movimientos, que por momentos recuerdan a alguna princesa egipcia, la morocha de pelo lacio interminable, hipnotiza. Casi no se mueve del centro y está un buen rato sentada en una banqueta. Pero lo ocupa todo, y se complementa con una ajustada banda. Allí están el bajista Daniel Maza, el pianista Juan Tarsia, el guitarrista Ariel Argañaraz, el baterista Augusto Argañaraz y el acordeonista Estanislao Irigoyen. Todos haciendo lo que tienen que hacer, y disfrutando de “Baldosa floja”, momento el que la luz los enfocó para los solos de rigor, y las presentaciones.
Cada vez más, Villamil se anima a las canciones escritas por ella y musicalizadas por José Teixidó. Lo hace en los discos, pero también en el escenario. En “Canta”, su primera placa de la trilogía que no cuenta a “Glorias Porteñas”, su firma estaba ausente. En “Morir de Amor”, apareció la pegadiza “Santa Rita”. Y en el último “Canción de Viaje” aparecen cuatro piezas de su autoría, que lejos están de desentonar con el resto del repertorio. De hecho el show abre con una de ellas “Ya traté de olvidarte”, y las cinco sonarán en la noche platense.
El concierto está basado en ese último álbum, cuya lista pasó completa, con puntos fuertes en “Biromes y servilletas”, de Leo Masliah; la cubanísima “De qué callada manera”; “O samba e o tango”, donde la artista “juega” a cantar en portugués.
Su pasado platense estuvo, obviamente, presente en el relato. “Viví acá los años más importantes de la vida de una persona, los primeros ocho”, dijo, y agradeció el amor que aún siente por la ciudad. “La mitad de mi corazón quedó cuando tuvimos que irnos”, en 1976. Fue cuando volvió para la única tanda de bises, en la que una vez más se asoció con Zitarrosa para cantar “Chamarrita de la bailanta”, y dejar a la sala en fiesta.
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