miércoles, 13 de marzo de 2013

Muiño-Alippi, la extraña pareja


Miércoles 13 de marzo de 2013 | Publicado en edición impresa

Teatro

Por Ernesto Schoo | LA NACION

Era una alianza a primera vista inexplicable. Enrique Muiño (1881-1956), uno de los actores más queridos por el público argentino, tenía una expresividad basada sobre todo en la gesticulación. En escena resultaba eficaz, pero en sus películas ( Su mejor alumno , La guerra gaucha ) por momentos parece excesiva. Elias Alippi (1883-1942), su compañero en un rubro teatral que alcanzó notable y merecido prestigio, se destacaba por todo lo contrario: sobriedad, elegancia, mesura. 

Al fin de cuentas, Alippi conmovía más que su socio, porque la máscara no se interponía entre la hondura expresiva, bien de adentro, y el espectador. Muiño-Alippi se convirtió en una formula imbatible en cuanto al afecto del público, una garantía de calidad que fue transportada al cine en la versión, dirigida por Francisco Mujica, de Así es la vida , el clásico de Malfatti y De las Llanderas, a fines de los años treinta. En tanto, en el escenario, el dúo se afirmaba en la repercusión de un éxito que abarcó varias temporadas, Lo que le pasó a Reynoso .

En El revés de la máscara ("añoranzas y recuerdos teatrales rioplatenses"), el dramaturgo Carlos Schaefer Gallo (1889-1966) abunda en anécdotas de Enrique Muiño, que muestran su costado más histriónico y pintoresco. Con el grado de cabo, el joven Muiño sirvió en la Armada y surcó (según él) los siete mares. Esa etapa de su vida lo abasteció de una infinita cantidad de historias que, a juicio de su colega y socio Alippi, debían más a la imaginación que a la realidad. Una noche de 1921, después de un estreno en el hoy desaparecido Teatro Buenos Aires, coincidieron en el camarín de Muiño varias personalidades de la farándula porteña de entonces: Schaefer Gallo, el dramaturgo Alberto Novion, el periodista Agustín Remón, el crítico Pablo Suero, Alippi y un actor de apellido Faggioli. Este último tomaba en solfa todas las historias que relataba Muiño, quien perdió la paciencia y lo retó a un duelo criollo, esto es, a cuchillo. Porque don Enrique alardeaba también de "vistear" como nadie. "Concertado el lance y conseguida un arma para Faggioli, pues Muiño tenía su cuchillo, salieron del teatro acompañados por los intérpretes uruguayos Antonio Daglio y Pedro Gialdroni. Antes, Alippi, que ya vestido se disponía a retirarse, trató de apaciguarlos diciendo: "Es una bravuconada que los pondrá en ridículo". "Ha terminado la función -le replicó Muiño- y ya no sos mi director. ¡En este drama me dirijo yo mismo!" "¿Drama? -acotó Alippi-. Más bien sainete, y malo."

"Y mientras Alippi quedaba junto a la puerta del túnel del teatro, veía cómo los contendientes y sus padrinos se alejaban hacia Callao por Sarmiento. Éstos siguieron andando. Pasaron Pueyrredón. No hallaban sitio a propósito. El frío cortaba las carnes. Y como no había miras de dar con un "terreno de honor", ya cansado, Daglio los llamó a la reflexión. Después de discutir el caso, Gialdroni les hizo estrecharse las manos, yéndose a celebrar el feliz desenlace a un cafetín del barrio. Ya sentados en torno de una mesa, Muiño, sacando de la cintura su cuchillo, y desenvainándolo, lo blandió ante Faggioli, diciéndole: "¡Miralo! ¡De la que escapaste! ¡Está envenenado!".

Elias Alippi murió en 1942, tras poner en escena en el Cervantes, con la Comedia Nacional, una memorable versión del Martín Fierro.

Enrique Muiño vivió en el barrio San Cristóbal, en la calle Carlos Calvo 2281 (casi esquina Pichincha). Falleció en Buenos Aires, el 24 de mayo de 1956. En los últimos años de su vida cultivó también la pintura. Hizo estudios particulares con el pintor Fernando Fader, exponiendo en la galería Witcomb de Buenos Aires (en calle Florida 364).


Enrique Muiño y Elías Alippi, dos grandes 
(Sábado 09 de diciembre de 2000 | Publicado en edición impresa)

No pudieron ser más distintos, en temperamento, carácter y forma de actuar. Sin embargo, juntos encabezaron durante muchos años una de las compañías más duraderas y memorables en la historia del teatro argentino. Se llamaban Enrique Muiño y Elías Alippi, y una anécdota bastará para conocerlos.

Contaba Iris Marga que Muiño, bohemio irremediable, llegaba siempre tarde a los ensayos. Alippi, en cambio, era la puntualidad y la exactitud en persona, un director (él firmaba las puestas en escena) minucioso hasta la exasperación. Ese día el retraso de Muiño sobrepasó todos los límites: media hora, una hora, una hora y media...

Cuando por fin llegó, a las cansadas, Alippi lo increpó duramente. El culpable, con fingido candor, mostró su reloj de bolsillo, convenientemente atrasado. Su socio se arrancó de la muñeca el magnífico reloj suizo de oro que era su orgullo, lo arrojó al suelo y exclamando "¡Entonces esta porquería no sirve para nada!", lo aplastó bajo el taco de su zapato. Muiño, avergonzado, y en extremo sensible como era, no pudo contener las lágrimas y pidió perdón a toda la compañía.

Muiño y Alippi cultivaron un repertorio ecléctico, con predominio de la comedia dramática. Su mayor éxito fue una pieza costumbrista, "Lo que le pasó a Reynoso". Se conocieron en 1916, en el teatro Nuevo (donde hoy se alza el San Martín), en la compañía de los Podestá. Muiño, hijo de inmigrantes gallegos, tuvo una infancia azarosa, más por su negativa a convertirse en lo que entonces se llamaba un hombre de provecho, que por estrecheces de familia. Fue vendedor ambulante, llegó a dormir en una fonda por veinte centavos la noche, hasta que su padre, harto, lo enroló de marinero en la fragata Sarmiento, donde pasó siete años. A bordo, en travesías que lo llevaron por todo el mundo, improvisaba funciones de teatro con sus compañeros. Al regresar, un esforzado maestro, Mariano Arosa, le dio lecciones gratuitas de cultura general. En 1902, el joven Enrique ingresó en el elenco de los Podestá.

* * *

Alippi -en verdad se llamaba Isaías- era hijo de un talabartero italiano, de origen sefardí, que ansiaba verlo abogado. Pero al muchacho lo atraía más el escenario. Se presentó a Jerónimo Podestá y cuando éste le preguntó qué sabía hacer, contestó: "Bailar tango". Y fue en ese carácter que dos días después se floreaba con cortes y quebradas en "Justicia criolla", una "zarzuela porteña" de Ezequiel Soria. Durante cinco años trabajó sin cobrar sueldo y tan sólo cuando por casualidad debió reemplazar de apuro al protagonista de "Caín", de García Velloso, empezaron a pagarle sesenta pesos por mes.

Sin desdeñar el recio temperamento dramático de Muiño, sobre todo antes de que el cine lo embalsamara en una reiterada imagen de patriarca sentencioso, fue Alippi el alma de esa dupla. El instaba a los dramaturgos a escribirles (la primera pieza de Samuel Eichelbaum, "Pan criollo", por ejemplo), buceaba en el repertorio extranjero ("El paquebote Tenacity", de Charles Vildrac), ponía su innato buen gusto en la colaboración con escenógrafos, figurinistas e iluminadores, y llegó a dirigir dos de los más memorables éxitos de la Comedia Nacional en su época de oro: "Calandria", de Martiniano Leguizamón, y una espléndida versión de "Martín Fierro".

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