20 de marzo de 2009
Un hombre recibe un llamado y le dicen que ganó un inesperado concurso: un viaje. ¿Qué le sucede? No puede decidir qué quiere, o, no puede decir que no. Se enferma. Y, solo en las rutinas necesarias para recuperarse de la enfermedad, encuentra una aproximación a la felicidad. Esta narración, a través de una expresión impasible, una ingenuidad dolorosa va generando una hilaridad casi involuntaria, una extraña ironía.
Nos dice Catani, “los presupuestos formales de la indagación en el taller con los actores pasaron por un “estar” desdramatizado, una expresión impasible, una teatralidad en grado cero.
Me interesaba trabajar una desconexión entre sentido, emoción y expresividad.
Sostenerse en la conexión con una realidad interna en la idea de producir una inexpresividad, quizás hermética, pero intensa. Dejándose entrever en la aparente no-vitalidad de esa configuración
Un hombre recibe un llamado y le dicen que ganó un inesperado concurso: un viaje. ¿Qué le sucede? No puede decidir qué quiere, o, no puede decir que no. Se enferma. Y, solo en las rutinas necesarias para recuperarse de la enfermedad, encuentra una aproximación a la felicidad. Esta narración, a través de una expresión impasible, una ingenuidad dolorosa va generando una hilaridad casi involuntaria, una extraña ironía.
Nos dice Catani, “los presupuestos formales de la indagación en el taller con los actores pasaron por un “estar” desdramatizado, una expresión impasible, una teatralidad en grado cero.
Me interesaba trabajar una desconexión entre sentido, emoción y expresividad.
Sostenerse en la conexión con una realidad interna en la idea de producir una inexpresividad, quizás hermética, pero intensa. Dejándose entrever en la aparente no-vitalidad de esa configuración
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