ENTRE LA POLEMICA Y EL MAL GUSTO
La Plata, domingo 10 de febrero de 2008
Se llama Pornodrama II- Un esquimal. Obliga a reflexionar sobre la esencia y los alcances de la ficción en el teatro. Hay una cámara que reproduce en pantalla gigante hasta el más mínimo detalle. La trama es escasísima.
La obra Pornodrama II- Un esquimal, dirigida por Alejandro Casavalle sobre una idea de Javier Magistris, estrenada el jueves en la sala Belisario, contiene numerosas escenas de sexo explícito y obliga a reflexionar sobre la esencia y los alcances de la ficción en el teatro.
Lo que se ve en el pequeño escenario de Corrientes al 1600 va más allá del desnudo y del sexo, y transforma al espectador en un voyeur muy cercano y casi cómplice del accionar genital de los intérpretes.
Con una trama mínima -un regresado de España intenta embaucar a un viejo amigo con un negocio incierto-, Pornodrama II es una sucesión de actos sexuales bastante desapasionados con cuya factura sus responsables parecen querer señalar la banalización de las relaciones humanas.
Sin embargo lo que se banaliza es el cuerpo de los intérpretes y aun el sexo, del que uno de sus componentes es el pudor, elemento que se diluye en lo que el habla popular califica de partusa.
No hay un sentimiento positivo en el vínculo entre los cuatro personajes -a cargo de Carolina Refusta, Pedro Di Salvia, Juan Pablo Carrasco y Lizzy Pane- y el sexo corre entre discusiones inoperantes, algún chiste de gallegos y propuestas comerciales.
Asimismo existe un camarógrafo encargado de enfocar detalles -sí, todos los detalles que usted imagina- que se proyectan simultáneamente en una pantalla, que en la función inaugural sufrió bastantes desperfectos. Ese recurso tecnológico magnifica la acción por si hiciera falta y crea una suerte de hiperrealismo, similar al de un match de boxeo al que los colores de la TV hacen siempre más sanguinario.
Es cierto, un actor en el escenario siempre está en riesgo, pero los intérpretes de Pornodrama II asumen un riesgo inaudito porque exponen su intimidad en público y rompen el pacto ficcional en que se basa el teatro: son ellos los que fornican, no sus personajes.
Por más que una de las actrices imponga el uso de preservativo a sus compañeros varones, hay un difícil equilibrio que en la función del jueves con periodistas y amigos, no se rompió. ¿Pero qué puede suceder en funciones con público común, en las que puede ingresar algún exaltado?
Así que lo que se ve aquí es más que nada un desafío exhibicionista, algo así como un alarde de tocar los límites: ¿adónde puede llegar un teatrista después de esto? ¿Hay otro paso, o lo que le aguarda al destruir la ficción es el abismo?
Fuente: http://pdf.diariohoy.net/2008/02/10/pdf/cuerpo.pdf
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