jueves, 27 de mayo de 2004

"Aida" regresó al Teatro Argentino

Dado que no había nada interesante para mirar, el público se pudo concentrar en la obra musical Foto: Teatro argentino

Jueves 27 de mayo de 2004 | Publicado en edición impresa LA NACION

Opera "Aida", de Giuseppe Verdi. Elenco: María Pía Prosperi (Aida); Daniel Muñoz (Radamés); Cecilia Díaz (Amneris); Ricardo Ortale (Amonasro); Nino Meneghetti (Ramfis); Oreste Chlopecki (Faraón); Enrique Folger (Mensajero) y Vera Golov (Sacerdotisa). Orquesta, coro y ballet estables. Director de coro: Luis Clemente. Diseño escenográfico, vestuario e iluminación: Marcelo Pont-Vergés. Coreografía: Julio López. Régie: Eduardo Rodríguez Arguibel. Director de orquesta: Reinaldo Zemba. Teatro Argentino de La Plata. Nuevas funciones: mañana y el viernes 4 de junio, a las 20.30, y los domingos 30 del actual y 6 de junio, a las 17.
Nuestra opinión: bueno

La inauguración de la temporada lírica del Teatro Argentino de La Plata se realizó en medio de una justificada expectativa, ya que se había elegido para la ocasión a la singular y fastuosa "Aida", de Giuseppe Verdi, que por más de un motivo está considerada entre las obras de mayor exigencia del repertorio italiano. Al mismo tiempo se palpó una natural alegría al ponerse en marcha una institución que tiene en la ópera la base de su actividad, con la utilización de todo el potencial artístico y técnico representado por sus cuerpos estables.

Por fortuna, los aspectos fundamentales referidos a la faz musical fueron dignos de elogio, a partir de la batuta del director Reinaldo Zemba, que ofreció una versión enjundiosa y en buen estilo, expresiva y con el refinamiento requerido para una partitura en la que abundan pasajes con delicados efectos orientales, así como grandiosos clímax sinfónicos.

Fue muy bueno el rendimiento del coro, principalmente del sector femenino, por su ajuste rítmico e impecable sonoridad, y por el empaste logrado en las grandes escenas, virtudes que seguramente han de estar vinculadas con el retorno de Luis Clemente como su maestro titular.

La labor del cuadro de cantantes fue eficaz por un trabajo llevado a cabo con arrojo, seriedad, seguro conocimiento de sus respectivas partes y buena expresión en el decir, mas allá de algunas debilidades de emisión provocadas por el natural nerviosismo de los primeros momentos de la aparición de cada personaje.

A la soprano María Prosperi hay que reconocerle el mérito de una segura musicalidad y de haber logrado vencer con aplomo el momento naturalmente difícil de un debut frente a un público desconocido en una sala de grandes proporciones, de las que no abundan en Europa. Después de algunos pasajes algo débiles en cuanto a sonoridad y firmeza, la cantante italiana fue creciendo hasta cantar con buen rendimiento toda la escena final, en dúo con el tenor.

Daniel Muñoz fue Radamés en una actuación tan positiva y decorosa que se ubica entre lo mejor de sus contribuciones a los teatros argentinos. En este sentido fue una grata sorpresa escuchar su buen volumen sonoro, desplante vehemente en los pasajes heroicos y cuidadoso sentido del fraseo en los momentos de mayor lirismo.

Por su parte, Cecilia Díaz como Amneris reiteró su seguridad musical, buen volumen y definida personalidad, destacando recursos y experiencia como para regular su actuación de un modo inteligente hasta lograr una excelente escena del juicio, que requiere tanta pasión, entrega y esfuerzo de todas las mezzosopranos que la interpretan.

Nino Meneghetti gestó una noche histórica al reiterar su Ranfis, en el que tiene años de experiencia durante su fecunda carrera artística, dejando escuchar el color característico de su potente voz de bajo, en tanto que el barítono Ricardo Ortale, igualmente poseedor de una voz privilegiada, fue un convincente Amonasro, y el bajo Oreste Chlopecki, un sonoro Faraón. Por último resultó eficiente Enrique Folger como el mensajero, y solvente la voz de la sacerdotisa a cargo de Vera Golob.

No alcanzó el mismo nivel de corrección la puesta escénica, ya que la idea aplicada por los responsables de la escenografía, la elección del vestuario e iluminación fue utilizar una planta fija con un único elemento destacado, especie de armazón que parecía un enorme mangrullo medio derruido para todas las escenas, fabricado con el siempre antiestético andamiaje de tubos metálicos y tornillos, causa principalísima del tedio visual que se impuso a los espectadores. La insistente presencia de la instalación durante toda la representación provocó una natural falsedad de los ambientes en que se plantea la acción dramática de cada cuadro, en contradicción con el texto del libreto.

De ahí que tampoco se pudo lucir la dirección de actores y masas asumida por Eduardo Rodríguez Arguibel, ya que con un escenario limitado en su posibilidad de crear los climas de cada escena en lugares y espacios diferentes, Rodríguez Arguibel sólo pudo obtener una buena cuota de credibilidad en el comportamiento teatral de los personajes en las escenas de relaciones intensas como, por ejemplo, la que se establece entre padre e hija en la escena del Nilo y entre Amneris y Radamés en el momento del juicio.

Exito de Verdi

Pero como no hay mal que por bien no venga, la estaticidad escénica produjo un hecho que no parece menor y es, en cierto sentido, una sutil lección para que los escenógrafos tengan en cuenta antes de dibujar sus bocetos. Cuando el público comprendió la inmutabilidad del criterio visual adoptado, comenzó a generarse una tangible atmósfera de concentración y de gozo por la música de Verdi.

Ya no había nada interesante para mirar. Ahora, sólo crecía la atención en la obra musical y la apreciación del empeño y la seriedad del cuadro de cantantes. El estado de quietud y silencio imponente concluyó en una sostenida ovación y manifestaciones de un entusiasmo generalizado.

Es posible que en el Teatro Argentino de La Plata se haya extendido un certificado de defunción a las puestas a contrapelo del contenido de los textos, porque en esta "Aida", la misma imagen del mangrullo ya mencionado fue palacio en Menfis, templo de Vulcano, aposento de Amneris y espacio para la gran recepción a las puertas de Tebas donde no hubo llegada y desfile de soldados, ni pueblo jubiloso, ni ninguna entrada triunfal de Radamés.

También llamó la atención que los varios momentos para la danza ideados por el autor carecieran de valor coreográfico y de los espacios adecuados para su lucimiento. Por estas razones el espectáculo fue más bien un concierto disimulado por vestuarios y luces de colores, cuyo resultado fue una muy digna versión musical de "Aida", de Verdi, ópera que reina en soledad dentro de su inmortal producción.

Juan Carlos Montero
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=604676

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