Domingo 23 de mayo de 2004 | Publicado en edición impresa LA NACION
Por razones diversas, el canal de Suez, inaugurado fastuosamente el 17 de noviembre de 1869, promovió derivaciones que van más allá de su condición de vía de comunicación entre el mar Mediterráneo y el Mar Rojo. Es que el proyecto movilizaba enormes intereses comerciales que comprometían no sólo a Egipto, sino a la comunidad internacional. Es en esa circunstancia cuando se produce la apertura de un gran teatro lírico, con la presentación de "Rigoletto", de Verdi.
Que el gobierno de Egipto, en plena efervescencia frente a un acontecimiento tecnológico de semejante dimensión político-económica, haya buscado dotar a su país, al mismo tiempo, de un templo para el arte lírico no resulta extraño. En el siglo XIX, la ópera era sentida como una de las manifestaciones más ostentosas de la cultura europea, lo que explica que asociar el arte a la técnica haya sido una pretensión que el nuevo khedive (virrey) Ismail Bajá estaba en condiciones de consolidar.
Pero el hecho de que "Rigoletto" fuera objeto de una gran representación era menos de lo que el khedive deseaba para su teatro, de manera que solicitó a Camille Du Locle, libretista del "Don Carlo" verdiano, que interesara al músico para componer una obra sobre un tema del antiguo Egipto que acababa de proponerle el egiptólogo francés Auguste Mariette. La respuesta desde Italia fue negativa. Sin embargo, astutamente, Du Locle le envió a Verdi una síntesis de cuatro páginas del tema de Mariette. Pero si la respuesta amenazaba nuevamente con un rechazo, lo que dio en el blanco fue la posdata, en la cual el libretista le informa que su alteza egipcia le habría solicitado, ante el rechazo, golpear otras dos puertas, la de Gounod o la de Richard Wagner. Resultado: Verdi aceptó conversar sobre contrato y honorarios. Fijó una suma muy elevada para entonces, 150.000 francos pagaderos en París, en oro. Tres días después le llegaba el telegrama de aceptación.
Para 1870, el tema estaba en el vértice de los intereses culturales del mundo. Auguste Mariette era por cierto un egiptólogo de moda y a través de sus hallazgos para el Louvre pudo enorgullecerse y beneficiarse con su descubrimiento de un templo del siglo II. Pues bien, fue este Mariette quien concibió en 1869 el drama de Aida, Amneris, Radamés y Amonasro. Es cierto que, pese a ser un científico, no deja precisiones sobre la época exacta en que transcurre la acción por él imaginada. Apenas si aclara que "la escena transcurre al borde del Nilo, en tiempos del poder de los faraones". Fue tarea de los musicólogos ubicar luego una época posible, la de Ramsés III.
En medio del hechizo que provocaba el antiguo Egipto en la cultura occidental, tampoco preocupó a Mariette la exactitud documental, pues era al parecer impensable que en la rígida sociedad faraónica un héroe como Radamés pudiera poner sus ojos en una esclava. Pero Mariette liberó su fantasía y recurrió a fuentes literarias exóticas y prestigiosas. Sobre esta idea le tocó después a Du Locle realizar el libreto en francés, que luego Antonio Ghislanzoni tradujo y puso en verso con destino a la ópera. Pero además está la mano del propio Verdi, que no se privaba de introducir modificaciones, tras interrogar a los especialistas, y ante todo a Mariette, sobre las divinidades egipcias, las ceremonias, las danzas, el ritmo y el carácter de la música que las acompañaba. Así nació "Aida", cuyo estreno tuvo lugar en El Cairo el 24 de diciembre de 1871, ante una vibrante audiencia internacional.
Pero, ¿dónde han quedado los héroes verdianos empapados por los ideales del "Risorgimento" italiano? Porque "Aida", sin la menor duda, marcó un cambio, pues, como razonó Patrice Henriot, ahora la patria, lejos de ser una madre amante, es una cruel madrastra que demuele a los suyos, tanto a Aida y a su padre, Amonasro, porque el patriotismo de los etíopes resulta destrozado, como a Radamés, que traiciona la fidelidad de los egipcios. Algo así como una desintegración de ese heroísmo que hasta entonces había dado sentido a su obra desde "Nabucco". Pero si un Verdi nuevo y realista, alejado de las grandes utopías de ayer, se proyecta a partir de 1870, el aliento creador en cambio se agiganta y supera sus propias cumbres. Fiel a principios nunca desmentidos, crea con "Aida" una ópera "egipcia" sin convencionalismos, pero sin la pretensión -ni el interés- de hacer arqueología musical. Con originales recursos de composición, proyecta el ambiente sonoro, la "tinta", como decía Verdi, de esta obra de impresionante perfección. Porque nada es superfluo en "Aida", donde todo responde a una exigencia superior de unidad teatral y expresiva, desde la célebre romanza de Radamés, "Celeste Aida", hasta el sepulcro que sirve como escenario del célebre dúo con que concluye la obra, allá donde los amantes encuentran una muerte mística, lejos de las leyes humanas. Como tal hay que aproximarse a esta nueva propuesta del Teatro Argentino de La Plata, que inaugura con ella su temporada lírica 2004.
Pola Suárez Urtubey
"Aida" tendrá dirección musical de Reinaldo Zemba y régie de Eduardo Rodríguez Arguibel, y la participación de la orquesta, coro y ballet estables. Actuará un reparto de cantantes integrado por María Prosperi/Alla Avetisian (Aida), Daniel Muñoz (Radamés), Cecilia Díaz/María Luján Mirabelli (Amneris), Ricardo Ortale/Leonardo López Linares (Amonasro), Nino Meneguetti/Carlos Esquivel (Ramfis) y Oreste Chiopecki/Omar Brandán (Rey). La escenografía y el vestuario son de Marcelo Pont-Vergés y la coreografía, de Julio López. Las funciones están previstas para mañana y el domingo 30, a las 17, y el viernes, a las 20.30, y, en junio, para el viernes 4, a las 20.30, y el domingo 6, a las 17.
El Teatro Argentino informa, además, que partirán con ese destino servicios de ómnibus desde dos lugares de la ciudad de Buenos Aires (Callao 235 y la esquina de Viamonte y Cerrito) dos horas y media antes del horario previsto para cada función. Las reservas deben realizarse en los teléfonos de boletería (0221) 4291732/3.
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