EL DIA | CIUDAD | CUANDO LA CIUDAD LLORO FRENTE A UNA JOYA EN LLAMAS
Cuatro décadas atrás la magnificencia del
coliseo platense quedaba devastada por las
voraces llamas. Fue el 18 de octubre de 1977,
exactamente a las 14.30. En minutos el fuego
devoró los cortinados y luego se propagó por
todo el Teatro. Las pérdidas fueron
irreparables. El recuerdo de uno de los días
más tristes en la historia de la Ciudad
Por Marcelo Ortale
El diario platense “EL DIA” anunciaba el incendio del antiguo teatro. Autor: Zacarias Gianni |
En las páginas de EL DIA se reflejó la conmoción que provocó en la ciudad la destrucción del antiguo Teatro Argentino, tras una trayectoria de 87 años al servicio de la cultura. El Teatro constaba de cinco niveles, con palcos y galerías, pudiendo albergar hasta 1.500 espectadores. Aquel día los rescatistas lograron poner a cubierto a las doscientas personas que se encontraban en el interior y poco después se dispuso la demolición. En 1999, tras varias demoras y dilaciones en la reconstrucción, se inauguró el nuevo edificio de 51 entre 9 y 10.
Aquel día, del corazón de la Ciudad se
elevó en el atardecer una columna
espiralada de humo ocre o dorado.
“Hay un incendio en el Argentino...”
fue el mensaje que iba de boca en
boca, de teléfono en teléfono. Hubo
que ir corriendo por la avenida 51 y ver aquello.
Ese humo ya era como el color martirizado del
teatro despidiéndose.
Por las ventanas se veía la impotencia y la
desesperación de brazos que arrojaban vestidos
operísticos o el leve tutu del baile que tardaba
más en llegar al jardín. Terciopelos y estucos se
convertían en ceniza. Había como un sonido de
fondo que se parecía a un bramido manso y los
bomberos llegaban, pero el fuego ya arrasaba la
sala, el escenario, las bambalinas, el latido más
íntimo del querido teatro.
Muchos platenses sufrieron y lloraron ese día.
Del volcán del techo crecía una danzante
humareda y el silencio era estremecedor. La
gente del teatro, los músicos, los coreutas, los
bailarines, los operarios, debían abandonar el
edificio que ya crepitaba y lo hacían llevando lo
último, lo que podían salvar, lo que sirviera para
alguna otra vez. Sólo se escuchaba de fondo ese
rumor insonoro de las llamas, como el de una
rutinaria caldera encendida hace mil años.
Cuando las dotaciones de bomberos apagaron
esa catástrofe, quedaba en pie las antiguas y
hermosas paredes del edificio casi centenario.
“Se puede salvar, lo vamos a recuperar” decía un
desconsolado músico de la orquesta. “El fuego
destruyó el Teatro Argentino. Sólo la estructura
exterior quedó en pie de lo que fue un orgullo
para la ciudad”, diría a la mañana siguiente la
crónica de EL DIA. Informaba que un reflector
había tocado a un cortinado, iniciándose a partir
de allí la devastación.
También empezó desde ese día una porfiada
lucha por el rescate del viejo edificio del
Argentino. Mucha gente se convocó ante la sede
y coreó “reconstrucción, reconstrucción”. La
estructura había quedado en pie, el foyer estaba
intacto, se veía al edificio chamuscado pero
ileso.
Gente que amaba al teatro, los elencos y el
personal que trabajaba, el público que asistía a
sus funciones, con el respaldo de dictámenes
técnicos de excelencia que avalaban la
reconstrucción, dieron batalla en todos los
niveles. Pero el gobierno militar desoyó el
reclamo y se pronunció a favor de la piqueta,
para convertir en polvo aquel sobrio edificio
renacentista, diseñado a fines del siglo XIX por
el arquitecto Leopoldo Rochi y financiado por la
colectividad italiana.
La mayoría de los músicos perdió sus
instrumentos, devorados por el fuego.
“Intentamos primero hacer un concierto en el
Jockey Club, pero no lo autorizó el gobierno de
los militares. Era para recaudar fondos y
destinarlos a la compra de instrumentos.
Finalmente lo hicimos en la iglesia del colegio
San José”, reseñó entonces Raúl Carpinetti, ex
director de la Cantoría Ars Nova.
Carpinetti recordó que muchos años antes el
entonces director del Argentino, Jaime Bauzá,
estaba preocupado ante la alternativa de un
incendio. “Pero nunca aparecían los recursos
presupuestarios para prevenir esa cuestión.
Bauzá protestó siempre pero no le hicieron
caso”. Por esos tiempos se había quemado el
teatro Cervantes, en capital federal, después
reconstruido.
Muchos aseguraron desde entonces que el
incendio fue intencional. Dejaron unos
reflectores cerca al lado de las patas de un
decorado. No había telón metálico. “Si no lo
quemaron, lo dejaron quemar”, fue una de las
conjeturas. El dolor siguió siempre y quienes
vivieron y vieron aquello aún lo sienten.
Entidades prestigiosas como el Centro de
Ingenieros bonaerense, el Colegio de Arquitectos
y otros se pronunciaron con pericias enfáticas a
favor de la reconstrucción del Argentino. No
verificaron fallas estructurales en el edificio. El
gobierno desoyó esos dictámenes.
Todo fue en vano. Pocos días después del
incendio, la orquesta y el coro actuaron en los
jardines. Se trató, en realidad, de la última y
estremecida función del tan querido edificio,
despedido por las lágrimas que aún –aunque
parezca extraño- siguen apareciendo en los ojos
de quienes conocieron al que fue, como bien dijo
la crónica de este diario, un orgullo para la
ciudad.
Fuente: https://www.eldia.com/
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