08.06.2014 | En la Sala Discépolo de La Plata
Norberto Barruti presenta en La Plata una valiosa versión del clásico de Vacarezza, homenaje a la inmigración con un giro sutil hacia el dolor del grotesco.
Por: Jorge Dubatti
La puesta de El conventillo de la Paloma que, dirigida por Norberto Barruti, se está presentando con amplia convocatoria de público en la Sala Armando Discépolo de La Plata (calle 12, entre 62 y 63), no es una versión más entre tantas del clásico de Alberto Vacarezza: expresa en profundidad el alma popular tradicional de este sainete prodigioso estrenado en 1929 y tantas veces representado, y a la vez despliega rasgos singulares y originales, articulados principalmente desde la producción, la dirección y la actuación. Rasgos que, para este crítico –que en su trabajo ha visto varias puestas y ha investigado otras tantas del pasado–, merecen ser destacados.
Producida por la Comedia de la Provincia de Buenos Aires, es decir, exponente del teatro "oficial" bonaerense, El conventillo de la Paloma cuenta con un elenco de 28 actores. No ha sido muy frecuente que el Estado, en este caso la provincia, apueste a dar trabajo en un mismo espectáculo a un grupo tan numeroso. El hecho pone en evidencia el mayor compromiso y participación estatal en las políticas artísticas, tendencia que felizmente se confirma a través de diversas iniciativas en el plano nacional (una de ellas, la relevante transformación de la Secretaría de Cultura en Ministerio).
Por otro lado, nueve de esos actores fueron elegidos en audición entre residentes de toda la provincia. Así, junto a intérpretes que viven en La Plata, hay otros que viajan a hacer las funciones desde Temperley, Quilmes, Moreno, Tigre, Villa Ballester, Bernal y Berisso. Confluyen así, junto con los platenses y berissenses, varios representantes de los "tres conurbanos" (Norte, Sur y Oeste). La intención política, muy celebrable, consiste en ampliar el espectro de poéticas actorales (cada contexto aporta formaciones, tonos y tradiciones diferentes) y lograr una mayor integración regional.
La primera diferencia se impone desde la dramaturgia de dirección y salta a la vista apenas comienza El conventillo de la Paloma: Barruti descarta el "Prólogo" en verso (escrito por Vacarezza para la puesta del Alvear en 1945) y enmarca la pieza (en la apertura, medio y cierre) con una escena inédita, de profunda melancolía, que expresa la soledad y el dolor interior del conventillo, lejos de la convención cómico-festiva.
En ella se ven, en el patio abierto pero con una iluminación expresionista, a una viejita inmigrante vestida de negro, a una niña y a un ciego que toca en el acordeón una melodía nostálgica (fragmento del tango "Canzoneta"), cada uno concentrado en su propio mundo. ¿Cambia esta escena el espíritu cómico-sentimental de El conventillo de la Paloma? ¿Lo contradice? De ninguna manera: con acierto Barruti se anima a poner en la superficie perceptible de los signos escénicos lo que Vacarezza sabe –y da por sentado– que está en el fondo pudoroso y reprimido del alma de los inmigrantes.
Barruti agrega un trazo dramático, acentúa lo sentimental, da un giro sutilmente agrotescado, y lo hace con elementos muy comunes en el tipo de sainete cómico-dramático que el lector de Vacarezza podría encontrar en otras de sus obras populares. Con esta inteligente reescritura Barruti homenajea a los inmigrantes en su doble experiencia de risa y de llanto, de alegría y tristeza. No es meramente la alternancia de "una de cal y una de arena": la alegría y la tristeza se mezclan y conviven. Una visión más realista que, trascendiendo el artificio sainetero, busca hacer contacto con la conmovida substancia humana de aquellos inmigrantes del pasado y de estos actores, técnicos y espectadores del presente en el convivio de la sala. Por eso la dedicatoria del programa de mano: "A Berisso...", tierra de inmigrantes, en pasado y en presente.
En complementariedad con este tono emocional, Barruti suma otras decisiones que manifiestan la personalidad de su puesta y su voluntad de apartarse de cualquier gesto de arqueología teatral: por un lado, diversifica los registros de actuación, tensiona los tonos de comicidad entre los polos del costumbrismo de observación social y la machieta caricaturesca sainetera (nuestra "commedia dell'arte"); por otro, construye en escena –con la muy buena escenografía de Alejandro Arteta– un conventillo de escala más realista, más pequeño, de mayor hacinamiento, donde hay poco espacio para cada habitante, donde en el baño compartido se puede "cachar" a alguno sacándole el papel colgado de la puerta, donde hay que turnarse para usar la pileta, donde para caminar hay que levantar con palos las sogas de la ropa tendida y donde todos escuchan y ven lo que hacen todos. Un patio en el que la orquesta de cuatro mujeres (una sorda, desopilante) se aprieta al costado y en el que las parejas bailan tratando de no chocarse. (Un conventillo muy diferente al enorme de la versión del Cervantes en 2010 o al de la mítica función del Teatro Colón en 1953).
Otro cambio fundamental llega con el esperado momento del recitado de Villa Crespo (el bello poema de celebración del arrabal perdido que comienza "¡Villa Crespo!... barrio reo, / el de las calles estrechas / y las casitas mal hechas / que eras lindo por lo feo"). El poema empieza en boca de Villa Crespo pero pronto comienza a ser recitado por otros actores y actrices, un fragmento cada uno, no desde el personaje sino desde la persona. El efecto performativo, de los actores que se salen de sus personajes, sorprende y es muy conmovedor. ¿Qué significa este "ubi sunt" del viejo barrio de Villa Crespo en La Plata? Es la poderosa metáfora de cualquier barrio suburbano o de cualquier querencia anclada en la memoria y el corazón del espectador.
Los actores comprenden, cada uno en su rol, el tono que le toca en la peculiar polifonía de este sainete, y corresponde nombrarlos a todos por su eficaz desempeño al servicio de la original puesta de Barruti. Resulta significativo que la Paloma (María Cecilia Coleff) y Villa Crespo (Jorge Godoy Zarco) sean tan jóvenes, y que el villano Paseo de Julio (Renee Meriles) pertenezca a una generación mayor.
En el patio multicultural se cruzan el tano (Jorge Luis Massone), los gallegos (Mabel Campos y Oscar Sierra), los porteños (Edgardo de Simone y Norma Edith Pérez), los turcos (Omar Musa y Mariela Marconi), y se suman los judíos invitados a la fiesta (Javier Guereña y Rosana Benencia). Con el gusto de Vacarezza por las figuras simétricas, son dos los aliados de Villa Crespo (Aníbal Martín Gervasoni y Germán Romero) y dos los secuaces de Paseo de Julio (Luis Alberto Donghi y Carlos Alberto Juárez).
La composición caricaturesca de El Conejo –a cargo de Marcelo Allegro– encarna quintaesencialmente la comicidad sainetera (al punto que, mientras escribimos estas líneas, nos seguimos riendo). En el patio entretejen sus vidas muchos otros vecinos (Fabio Prado González, Emilio Rupérez, María Laura Albariño, Marta Moyano, Nahuel Aquino, Florencia Zubieta, Silvia Villa, Liliana Rossi, Alejandra Bignasco, Marta González, Ezequiel Díaz), grandes y chicos, de algunos de ellos no llegaremos a saber si son familia o están solos. En suma, un reencuentro pleno con el alma del sainete vacarezziano, con la cultura popular nacional, entre tradición e innovación. «
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