Sábado 19 de enero de 2013 | Publicado en edición impresa
Teatro
Por Verónica Pagés | LA NACION
Con esta semana que termina también se despide, en Chile, el Festival Santiago a Mil. Buen momento para repensarlo y compararlo con nuestro Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) o con otro gran encuentro teatral como el de Bogotá.
Más allá de las propuestas, lo que los distingue es la gente, el modo en que quien habita Santiago, Buenos Aires o Bogotá se apropia de cada encuentro. Y las diferencias son notorias. Mientras en Bogotá la escena local no es uno de los puntos fuertes del encuentro -como sí lo es en Santiago y Buenos Aires allí la gente se apropia del festival porque se lo choca en la calle, en cada esquina, en cada plaza. Los enorgullece concentrar el mejor teatro llegado de otras partes del mundo. Algo parecido sucede en Chile, pero de manera mucho más contundente. Santiago a Mil se multiplica a lo largo del año con producciones, propuestas, talleres y capacitaciones de todos los colores en decenas de centros culturales repartidos a lo largo del país (donde cada enero también se presentan obras invitadas al festival). Y la gente se adueña de él, porque genuinamente lo siente propio; lo tiene cerca todo el año, ¿Cómo no salir a celebrar cada enero con una nueva edición? El teatro sale a la calle y la gente con él.
Y al FIBA le falta eso, que la gente se lo apropie, que se sienta parte de la fiesta; todos, no sólo los teatristas, estudiantes, investigadores y periodistas. Falta la gente, la calle, la alegría compartida. Quizá se puede probar con algo de lo que funciona en Santiago o Bogotá, entrando en las escuelas, en los barrios, invitando a mirar y, ¿por qué no?, a ser mirados.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario