jueves, 3 de enero de 2013

La temporada del Colón, de cerca


Jueves 03 de enero de 2013 | Publicado en edición impresa

Clásica

Por Pola Suárez Urtubey | LA NACION


Es posible afirmar que la inclusión de La mujer sin sombra, de Richard Strauss, en este 2013 del Colón constituye una cumbre dentro de la temporada. Y por diversos motivos. Tras treinta y cuatro años (la anterior versión fue de 1979) se produce el retorno de una obra excepcionalmente soberbia. Tan espléndida como sus dificultades para llevarla a cabo. Fue Erich Kleiber el primer director de orquesta que la puso en el Colón (temporada 1949), seguido en dos ocasiones por Ferdinand Leitner (1965 y 1970) y por último por Mark Janowski, en la temporada 1979. Significa también que los directores de escena y sus intérpretes fueron de un nivel igualmente excepcional.

No es raro que para ciertos estudiosos, Die frau ohne schatten ( La mujer sin sombra ), obra grandiosa, tan espiritual como carnal en medidas extremas, se ubique en el punto más elevado de la producción lírica de Strauss y su libretista Hugo von Hofmannsthal. Es también la más difícil de estos autores para las posibilidades del espectador de acceder a ella, al verdadero y más profundo secreto de su contenido, féerico y humano a la vez.

Ha sido el propio poeta quien establece la conexión de Die frau ohne schatten con Die Zauberflôte ( La flauta mágica ), de Mozart, obra que de alguna manera le ha servido de punto de referencia. En el universo creado por Hoffmanthal hay un estadio féerico, fantástico, mágico, frente a otro de crudo realismo. Pero hay asimismo un tercer circuito, el mundo de los Espíritus, donde reina Keikobad, omnipresente en la obra, pero a quien los espectadores nunca veremos en escena. En los dos planos visibles se encuentra por una parte el mundo de los hombres, materialista y sórdido, donde alternan el sufrimiento y la crueldad con la bondad y generosidad. Ahí desarrollan su existencia el tintorero Barak, y su mujer, la Tintorera. El otro es el del Emperador y la Emperatriz, que a su vez provienen de dos universos. Él reina sobre los hombres, mientras que ella es la hija del rey de los espíritus, lo que significa que no es humana. El amor del Emperador la ha convertido en mujer, pero carece de sombra, no puede ser madre, no puede concebir. La sombra es en la propuesta de Hoffmanthal la imagen exterior de una realidad interior. La conquista de la sombra lleva a la Emperatriz, acompañada por su Nodriza, a descender al mundo de los humanos, el del tintorero y la tintorera, contacto que supone para ella una revelación, donde aprende el don de la virtud y de la caridad. Finalmente, el mundo de los espíritus premia sus sentimientos altruistas y termina dotándola de la sombra anhelada.

Para este fabuloso mundo creado por Hoffmanthal, Richard Strauss compone una de las obras más extraordinarias, por su sensibilidad, inteligencia, grandiosidad y belleza, de todos los tiempos. Poder gozarla desde nuestro escenario constituirá, una vez más, un fantástico desafío para el Colón.

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