jueves, 19 de noviembre de 2009

Hacer cine en la ciudad, un relato iluso, dramático y renacido

SUPLEMENTO ESPECIAL DIARIO EL DIA

EL APORTE DEL ARTE PLATENSE

19 Nov 2009

Por AMILCAR MORETTI

En la década del 60, La Plata contó con una importante escuela de cine que convocó a los más destacados maestros del Séptimo Arte de aquellos años. Un proyecto lamentablemente interrumpido que hoy busca resurgir
Una imagen del trabajo en la Escuela de Cine de La Plata a finales de la década del 60
Ya habrá que ver cuánto de cinematográfico tiene la ciudad y su prensa. O en qué medida la ciudad y su diario incidieron en el relato del cine, local o con traspaso a Buenos Aires ciudad autónoma y otras capitales del mundo. Gente del cine de por aquí se perdió en otros lados; más aún, las cinematografías de centros mundiales percutieron, y aún lo hacen con derivaciones inimaginables, en la subjetividad local de algunos y de muchos. Me parece, cada vez más, que las paredes y las casas de la ciudad tienen cine. Las casas, las calles, los edificios tienen historia, tienen fantasmas, guardan sueños cumplidos o frustrados, tienen cine. Desde el siglo XX en adelante no hay historia sin cine, sin películas. Más aún si las películas se hacen en esas casas y calles. Por eso hay que saber leer las paredes como hay que saber leer al cine. Lo de afuera del cemento de una ciudad es apenas como los subtítulos y fonéticas escuchadas en un filme; lo mejor, lo más profundo está adentro, y para eso hay que aprender a leer. El que destruye paredes y películas no quiere leer lo que fue, acaso porque ese ser pasado que está y ya no se va a ver revela porqué es así hoy el del pico y la demoledora, del silencio y el fuego.

La ciudad tiene que ver con el cine. Por ejemplo, engendró la primera escuela universitaria argentina de cine, por el 55 del siglo pasado, año crucial. Tuvo la primera revista "cahierista" del país (inspirada en los legendarios "Cahiers du cinéma" franceses). Se llamó "Contracampo" y la editaron Carlos Fragueiro y otros cuatro amantes del cine durante unos tres años a principios de los 60. Por allí anduvo un Osvaldo Papaleo en difusión. Gente de destino sorprendente estuvo o salió del Departamento de Cinematografía creado por un loco generoso y lindo, titiritero y coleccionista de muñecas de todo el planeta, Cándido Moneo Sánz. Su especialidad no era el cine, sino el cine infantil (introdujo la animación de Norman McLaren), pero estaba lleno de fuerza. Corrían los nuevos tiempos del primer desarrollismo (el del presidente Frondizi) y junto a nuevas industrializaciones y un clima cultural más abierto a lo extranjero, se produjo en el país una movilización cultural-intelectual y artística fenomenal, con la ciudad como un semillero y lugar tranquilo de encuentro, con un desenlace desgraciado 15 años después no merecido.

Tal vez la historia empieza a revelarse cuando disminuye o se acaba el miedo al presente. Cuando nuevos riesgos, algunos rebosantes de terror, suplantan a los de "hasta ahora", puede inducirse que hay algo más firme que se llama pasado. El pasado no lo construyen sólo la memoria y el recuerdo, sino también el olvido, gran ocupante de vacíos. Casi todo es simultáneo con los que cuentan, los que relatan (personas, documentos, objetos) y los que escriben. Hasta que no se escribe no se está seguro de que hay historia, y ésta es apenas un comenzar, porque la historia escrita como cemento sólido se la cambia con el tiempo, con nuevas escrituras se achica, se perfecciona, se deforma, se agranda, se enriquece.

Cuando hoy se cuenta sobre el hacer del cine en la ciudad, hay aún oídos que se sorprenden, aunque la mayoría siga de largo. La esperanza de contar es que hay montones de pibes nuevos que se interesan y escuchan con atención, descubren y persisten en estudiar cine, audiovisuales, video, sonido, producción, actuación, digitalización, fotografía y todo lo que tenga que ver con las pantallas. Ellos así refuerzan su seguridad al saber que no han sido acá los primeros "locos de la manivela", si bien a la mayoría los perciben silenciados, olvidados, muertos, escapados, y, también, con esperanzas de que otros nuevos lo hagan mejor, aprendan a fracasar mejor, por aludir a Steiner, o a soñar lo imposible de mejor modo.

NUEVAS Y VIEJAS GENERACIONES

En estos días, por ejemplo, hay muchos jóvenes que ampliaron el marco y, si por un lado llevan a cabo una esforzada tarea de videoastas de temáticas sociales y militancia audiovisual, por otro apuntan a que se recuerde a la ciudad como la cuna no tan ajena de un nuevo cine de terror sanguinolento. No nos gusta la ideología en el cine, no nos gusta el cine de autor, dirán estos últimos, nos gusta en cambio el cine de género y hacemos cine de género terror. Pero, desde algún punto de vista, quizás sin confesarlo o saberlo, huelen los indicios del horror que supo prohijar y cobijar la ciudad. Otra trama, no se sabe si duradera, tejen ahora también las calles alquiladas para rodajes publicitarios o extranjeros.

Siempre se menciona -y menciono, por una vinculación más privada que con las otras- a la "generación del 60-. En verdad sus integrantes fueron los que conformaron la segunda etapa de la Escuela de Cine, y la que quizás dejó expresiones más intensas y logradas y mereció un castigo más duro. La primera etapa fue la de Monneo Sánz, coincidente con la nueva ley de cine posperonista de 1957 y el primer "Nuevo Cine Argentino". Tuvo un cuerpo docente de excepción, traído "de afuera": Roland (Rolando Fustiñana, gran investigador y crítico), Edmundo Eichelbaum, Narciso Pousa, Néstor Gaffet, Guillermo Schavelzon, a los que siguieron Humberto Ríos, Simón Feldman, José Martínez Suárez, José David Kohon, Rodolfo Kuhn, Pablo Tabernero, René Mugica, Ernesto Schóo, Saulo Benavente, Carlos Gandolfo, Catrano Catrani, Antonio Ripoll y otros como Eduardo Comesaña o cercanos como Eduardo Blanco, Mario Bohoslavksy, Carlos Piaggio, Oscar Hansen, Oscar Garaycochea, Fragueiro y una lista siempre incompleta. Todos destacaron bien en el cine nacional, la prensa o bien en alguna actividad del arte y la escritura.

Un suceso confuso en 1968, inaugura la segunda etapa, de donde salieron Raymundo Gleyzer, Carlos Vallina, Ricardo Moretti -el Departamento de Cine lleva hoy su nombre-, Alejandro Malowicki, junto a otros entre los poco nombrados como Luis Vesco, Carlos Colombo, Clara Zappettini, Manuel López Blanco, Miguel Pérez, Néstor Musotto, Alcides Pérez Salas, Carlos Mariño, Julio Babenko. En momentos colaboraron Astor Piazzolla, Leopoldo Torre Nilsson, Manuel Antín, Homero Alsina Thevenet, Héctor Bidonde, Carlos Sorín, Bebe Kamín. Otros son Jorge Blarduni, Nora Zapico, Arquímedes Terpolilli, Guillermo Kancepolsky, Alberto Farfán, Rosa Teichmann, y la nunca suficientemente recordada Pupa Sáenz (Angela María Nigri).

La Escuela de Cine se disolvió en 1974 y desde 1978 todos sus equipos, materiales y archivos se abandonaron en un edificio del Bosque. Todos sus docentes fueron cesanteados. Recién en 1993 se logró la reapertura de las puertas de la primera Escuela de Cine argentina.

Fuente: http://www.eldia.com.ar/especiales/127aniversario/cine.htm

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