viernes, 23 de enero de 2004

Libertad Leblanc: Siempre libre

VIERNES, 23 DE ENERO DE 2004

MITOS

Fue en los años sesenta cuando Libertad Leblanc entendió que a las fantasías hispanoamericanas –así de amplia fue su fama– les hacía falta un fetiche de larga melena rubia y tan agresiva como una travesti. Entonces se inventó a sí misma, se convirtió en su propio representante, distribuyó sus películas por el mundo y escandalizó todo lo que pudo hablando de sexo del mismo modo en que lo practicaba, libremente. Ahora, a una edad que jamás confesará, vuelve a exhibir su generoso escote y su lengua picante después de veinte años fuera de las pantallas y los escenarios.

Por Marta Dillon

¿Es esta señora pequeña, de cabello recogido sobre la nuca y el gesto pudoroso que intenta retener bajo la camisa negra la redondez lechosa de sus pechos, la misma que en la marquesina sobre la calle Corrientes sostiene con una mano enguantada el borde rosado de sus pezones? 

¿Es esta mujer de ojos cansados la que abre la boca cada vez que la fotografían como si su aliento fuera más certero que la piedra de David? 

No, no es la misma. Es ella quien lo dice y como prueba enseña las manos: las uñas algo maltrechas, un resto negro en las cutículas. “Ves, así me quedan después de una tarde entera removiendo la tierra de mis plantas. Cuarenta metros de balcón que ya parecen una selva. Libertad Leblanc es un invento mío, yo soy otra. 

Soy la que puede dormir a la intemperie en el desierto con un grupo de beduinos sólo para ver la noche en el Sinaí y la que sabe cómo lijar muebles y pintarlos sin la ayuda de nadie.” Es sólo la risa que subraya el relato de sus aventuras el punto en que las dos, el personaje y la mujer, se encuentran y se abrazan, como si se consolaran de algún modo las penas que deja la nostalgia. 

No es que ella extrañe los tiempos pasados. Es que los tiempos han cambiado demasiado desde que Libertad María de los Angeles Vichich dejó el colegio en el que su madre la había puesto pupila sencillamente para hacer lo que quería. Ni siquiera sabía dónde la conducirían sus pasos; a la ciudad, sin duda, pero ésa era la única certeza. 

Y hasta ahí llegó haciendo honor a su primer nombre, el que le puso su padre cuando nació en un año incierto –e inconfesable– en la estancia La Esther, en un paraje patagónico que ella no sabe si todavía se llama Chinamuerta. “Yo siempre fui así, de avanzada, con mamá mucho no podíamos hablar entonces porque ella era de la generación en que las mujeres no salían de sus casas. Las de mi generación también eran así, sometidas, pero yo no, yo hice lo que quise. 

Me casé cuando quise, me divorcié cuando no aguanté más y me busqué la vida cuando mi marido pensaba que volvería a él arrepentida porque me iba a morir de hambre.” El era un empresario del teatro que la ayudó a entrar por primera vez al quirófano para hacerse “un arreglo en los pechos” que ella –o él, vaya a saber– veían deslucidos después del embarazo de su única hija. 

No podía saber ese hombre, “amante perfecto”, que ese primer artificio sería el primero de muchos que convertirían a la joven madre, en pocos años, en una “fantasía popular, algo que evidentemente se estaba necesitando”, según sus palabras y que ella supo descubrir con un olfato más de empresaria que de artista, más de sobreviviente que de vanguardista. 

–Yo estuve un tiempo en el teatro independiente, me acuerdo que Alejandra Boero me pagaba un sueldo muy modesto como figura de su elenco. Pero yo quería más. O necesitaba más, porque desde mi mamá hasta mi ex marido estaban esperando que volviera arrepentida.

No lo hizo. En cambio, alternó el teatro con las fotonovelas, ensayando ante las cámaras –”que de inmediato se enamoraban de mí”– el personaje sexy que después iba a perfeccionar hasta la exageración, su marca registrada. “Porque eso es lo que hice, aumentarlo todo, ponerme dos filas de pestañas postizas, una peluca arriba de la otra, convertir lo que se supone sutil en obviedad. Yo siempre fui muy femenina, pero Libertad Leblanc es travesti. ¿Por qué? Está claro, las travestis exageran cualquier rasgo femenino, igual que yo.”

No cantaba, no bailaba, no sabía llevar plumas, ni siquiera había filmado alguna vez como para ser invitada a un festival de cine, en Venezuela, cuando la década del ‘60 recién empezaba. “Conocí a un periodista de ese país en el Instituto de Cine, yo siempre andaba por ahí buscando trabajo. Y el me vio y me vio hermosa, tan blanca, y dijo que había que llevarme al festival porque se necesitaba gente nueva. Fui decolada, porque las estrellas eran otras, era Graciela Borges y sus relatos de Cannes (donde años más tarde Libertad inauguraría una sesión de topless antes que ninguna europea), Gilda Lousek, Elsa Daniels. Todas mujeres lindas y con aspecto de ingenuas. Yo, por mi cara, también podría haber dado ingenua, ¿pero para qué? Iba a ser aburrido. Yo pensé bastante qué hacer en ese festival y se me ocurrió ponerme un bikini chiquitito, a lunares, y mientras le hacían notas a Graciela al lado de la piscina me saqué el vestido como si fuera a tomar un baño. ¡Para qué! ¡Fue un escándalo! Se me vinieron todos los periodistas al humo, los productores pedían películas mías, no podían creer que nunca hubiera filmado.” 

En ese acto casi inocente está la génesis de Flor de Irupé, su primer largo, protagonizado después de una negociación bastante complaciente por su parte, con una distribuidora venezolana y un director argentino que la memoria de Libertad debería remitirse a su autobiografía –escrita compulsivamente a lo largo de cuatro décadas– para decir su nombre. “No fue un gran contrato, te imaginarás, porque recién empezaba, pero esa película es una alegría porque me permitió hacer muchas otras. La segunda, Acosada o The peep pussy –como se llamó en Estados Unidos– estuvo en Broadway un año entero. Yo tenía allí un cartel enorme, redondo, con luces. Ahí sí que se recuperaba el costo de las películas y se ganaba mucho.” 

Era lógico que le interesara recuperar los costos, porque lo que estaba en riesgo era su propio capital. Nunca tuvo manager y coprodujo la mayoría de sus películas en una época en la que ninguna otra mujer lo hacía. 

¿Fue una decisión?

–Es la vida la que te va llevando. Lo que yo te puedo decir es que siempre tuve la fantasía de ganar mi propio dinero, porque eso era lo que te aseguraba y te asegura libertad. Y eso es lo que yo más necesito. Me acuerdo que una vez estuvieron en casa el productor de Tiburón y su mujer, que era directora de la revista Cosmopolitan, ¡y no lo podían creer! Porque todavía no existían la Julia Roberts o esta chica Barrymore, que tienen sus ideas y las producen. Yo fui pionera.

Entre las anécdotas que dejó el efecto sorpresa de esa mujer despampanante que llegaba sola a cualquier escritorio, a ella le encanta contar la de un productor mexicano que la descubrió en una fiesta y le sugirió que le dijera su manager que lo viera al otro día:

–Entonces yo me calcé un tailleur, me recogí el pelo, evité el maquillaje y estuve en la oficina a la hora indicada. “¡Pero Libertad, por qué se levantó tan temprano! Y encima llegó antes que su representante”, me dijo el hombre. Y ahí le dije, “señor, yo soy mi propio manager”. Hicimos ocho películas juntos y para mí fue un halago que él dijera a los medios, una vez, que yo, hablando de negocios, tenía bigotes.

¿Cuándo aparecía la travesti entonces? ¿En los estrenos o en las oficinas?

–Era divertido –dice como toda respuesta, con esa risita que parece esconder alguna cola de cometa–, pero también tuve que luchar mucho. Porque yo misma era la distribuidora de mis películas. Imaginate que cargaba las latas y me iba de país en país. Y en todo América latina había censura. Tenía que hacerlo todo, programar, mostrar, pelearme con los censores y después aparecer divina y con el escote hasta el ombligo en las presentaciones.

Así como Graciela Borges, involuntariamente, le prestó los periodistas que ella había convocado para que Libertad Leblanc empezara a inventarse, fue Isabel Sarli quien ofreció el segundo peldaño en la escalera a la fama: 

–Lo que pasa es que cuando llegó la primera película a Venezuela no había mucho dinero para publicidad, así que fui yo la que dije que hiciéramos un afiche en blanco y negro, con un desnudo y una leyenda: “Libertad Leblanc, la rival de Isabel Sarli”. Y funcionó. Armando se enojó mucho, se me vino encima, que usaba la fama de Isabel. Y tenía razón, pero bueno, no gastamos nada y salió perfecto.

–¿Pero alguna vez te sentiste rival de Isabel?

–No, de ninguna manera. Con Armando sí teníamos nuestros encontronazos porque esa fama también circuló por el mundo. Pero ella es divina, muy naïve, eso sí, pero una mujer preciosa...

–De todos modos, el tipo de películas que usted hacía eran parecidas a las de Sarli.

–Yo nunca repetí un director. Creo que somos distintas, sobre todo porque a ella la delineó Armando. Y yo me hice sola.

–Pero las dos eran siempre mujeres sometidas a los deseos de los hombres, en general violencia.

–Es verdad, la violencia aparecía. Es la eterna lucha entre el varón y la mujer. A ellos les gustaba ver a las mujeres en la casa y la que se salía del camino, bueno, la disciplinaban. Pero yo rompí cantidad de cánones, no siempre representé mujeres golpeadas, lo que pasa es que acá se vio menos de la cuarta parte de las películas que hice. Yo también hacía personajes de mujeres fuertes, independientes, que tal vez era una fantasía de hombres de otros lugares. Por supuesto que la fantasía masculina era agresiva... pero contra eso (y aquí, en el gesto, aparece el personaje de Libertad Leblanc) el hombre tiene un gran encanto y una lo perdona (se ríe y de inmediato se recupera la señora de las muchas plantas). Pero eso sí, yo no me casé más desde los 18, yo vivo sola, a los hombres los disfruto pero no quiero parejas.

Era virgen cuando se casó, no porque fuera un valor para ella. Era la usanza, dice. “No se puede hablar sin tener en cuenta la época, dentro de 20 años también se verá distinto lo que ahora es normal. Lo que yo te puedo decir es que estoy muy conforme con haber hecho siempre lo que quise. Porque el hombre y la mujer tenemos exactamente los mismos derechos, ante la ley, ante la vida, ante el sexo. ¿Por qué un tipo va a ser regio porque se acuesta con muchas mujeres y la mujer si tiene deseo no se va a acostar con quien quiera?

–¿Siempre estuvo tan segura? ¿Nunca se sintió culpable por la mirada ajena?

–Lo único que cambió para mí es que al principio necesitaba estar enamorada para poder llegar a los hechos. Creía que era así, y cuando me casé, fue un mes después de conocernos, enamoradísima. Ahora sé que lo que me lleva a la cama es la pasión. Y la pasión puede ser tremenda y durar una noche o una vida. Pero en general viene otra y va borrando las anteriores. El amor es otra cosa, pero eso del amor, el afecto, el compañerismo, el matrimonio, todo ese tipo de cosas no está dentro de mis ideas, de mis sentimientos. A mí, eso del hombre y la mujer para toda la vida, eso no lo creo. La gente no cambia al mismo tiempo y pasa el tiempo y se van convirtiendo en extraños bajo un mismo techo. Quizá no sea lindo decirlo porque eso es lo que formaba la familia, el hogar, la cosa de la tradición y la continuidad de la vida... igual creo que no es real. 

–¿Y nunca tuvo la fantasía, ni siquiera, de casarse con alguien adinerado?

–Tuve tantos, tantos hombres, pero nunca pensé en casarme. Nunca quise depender de nadie ni siquiera para que me proteja. Porque ¡cuidado con los señores protectores! Después tenés que bajar la cabeza y decir sí aunque no tengas ganas.

Libertad asegura que a ella el sexo le gustó desde la primera vez. Que su marido puede haber tenido muchos defectos, pero que era un excelente amante. “Y cuando una mujer despierta al sexo con un amante atento, sea quien sea, ama al sexo para toda la vida. No hay otra manera de descubrir sus maravillas, una nace y muere con el sexo... Yo no entiendo a esas personas que dicen ‘no, yo ya no más’, como decía mi mamá, por ejemplo. Para mí que ocultan su deseo, así como antes los hombres ocultaban el llanto. Por suerte ahora todo cambió, aunque la verdad es que compadezco a la juventud.”

–¿Por qué?

–Por el sida, querida, porque ahora todo está lleno de peligros. Para mí el sida fue como un hachazo en la nuca. Porque yo lo conocí en 1983, tenía un amigo queridísimo en Venezuela, un amigo del alma. Y tengo la visión de su muerte espantosa, en qué poco tiempo, él que era tan bello. Fue un shock tremendo. Porque primero decían que era algo que afectaba a los homosexuales, pero enseguida vi morir a otros amigos, uno detrás del otro. No dejaba de contar muertos. Y quedé muy afectada.

–¿Al punto de dejar de tener relaciones sexuales?

–No, no, no, eso no. Pero me volví muy precavida... yo era... (vuelve a reírse sola)... muy libre. Tener sexo era como comer, como dormir. No te olvidés que yo era de la época del amor libre, usaba espiral y no tenía problemas. Después con esto del preservativo todo se volvió muy incómodo, no me vas a decir. Todavía me da un poco de pena. Mirá, la otra vez volví a ver Hair y fue triste, o peor, no sentí nada, ya no. Porque una sabe que todo eso ya no fue... creíamos en tantas cosas...

Entre esas ilusiones que Libertad da por perdidas se cuenta el ser peronista, “ahora ya no es lo mismo, no sé en qué se transformó, en un movimiento, creo”, dice sin mencionar su participación en la primera campaña de Carlos Menem, su última actividad política.

–Yo era peronista desde los 12 años. Te voy a explicar por qué: mi abuelo era esloveno, vino durante la Primera Guerra Mundial y como traía algo de dinero y le gustaba el campo, no bien llegó le dijeron: “Mire, todo lo que tenga para comprar alambre y cercar, eso es suyo”. Y fue a la Patagonia y con los hermanos se alambraron cualquier cosa... después los hijos tiraron todo al diablo, como siempre... pero yo me acuerdo de chica estar en el campo, no había piscina pero sí esos tanques australianos gigantes y ahí en el parque tenían un puma atado con un collar de hierro que mi abuelo sacaba a pasear, era muy así, el mandamás, como todavía sigue siendo en algunas provincias, que cada uno era el dueño de algo. Y venían los chilotes, como les decían a los chilenos, con sus alpargatas bigotudas, y mi abuelo les daba la ropa y les pagaba con un papel para que fueran a buscar comida a su almacén, pero ellos no veían nunca dinero... era un sistema de vida que desde chica me parecía mal. Y cuando llegó Perón pregonó cosas diferentes, el derecho a la educación y al salario, siempre la juventud tiene ideales y yo los tuve. Incluso tuve un tío que fue senador radical, y yo era peronista, la oveja negra de la familia.


–¿Y durante la última dictadura también se sentía peronista?

–Yo en la dictadura... bueno, yo me fui la mayor parte del tiempo. Porque te acordarás del Rodrigazo, yo justo estaba haciendo revista, la única vez en mi vida, en el teatro El Nacional, el espectáculo se llamaba Viva la Libertad... Trajeron 15 Bluebell girls de París, plumas de Nueva York, estaba encaminada y ni los gatos quedaron después del Rodrigazo, no iba nadie, tuvimos que mandar a las muchachas a Francia de nuevo. En la misma década nos sacaron las salas en Estados Unidos porque no querían que se dieran películas en español. Fue una hecatombe económica para mí, imaginate, ¿dónde trabajaba yo? Porque cuando vos tenés muchas propiedadeses peligroso porque esas propiedades te exigen cubrir huecos, porque si no te podés fundir por los gastos.

Era el año 1975 y Libertad asegura que entonces perdió el 60 por ciento de su fortuna y encima le habían cerrado la posibilidad de distribuir su material en las salas de Broadway. Ella, que siempre había invertido en propiedades porque no le gusta “la timba de las acciones”, de pronto tuvo que deshacerse de las más preciadas: su quinta en Parque Leloir donde Vinicius de Moraes componía canciones y Manuel Puig iba a contarle sus penas de amor. Desde entonces dejó de filmar, ya había acumulado cuarenta títulos y, confiesa, también se sentía un poco cansada de representar ese personaje siempre espléndido.

–Pero tenía que trabajar, ya no programando como hacía antes, si no agarrando lo que venía. Y los militares me contrataron para trabajar en Canal 9. Había un coronel que a mí me parecía bastante buena gente, pero había otro, un capitán, que fue un problema grave para mí, estábamos a las patadas...

–¿Por qué?

–Porque yo pedía un actor y ese actor no podía trabajar, siempre lo mismo, hasta que llegó un momento en que no sé, no quería, no podía seguir y dije bueno, ya me arreglaré. Igual filmé una película en esa época, acá en el Tigre. Pero acá no se sabía nada de lo que estaba pasando más allá de las personas afectadas, yo siempre además estaba yendo y viniendo, encima estaba la cuestión de la censura. ¿Y qué hice? Me fui a Colombia, donde allá mi fama era una cosa impresionante.

–Lo decidió sola.

–Sí, y así también hice las macanas gordas porque por ejemplo no quise hacer la película de Berlanga, La escopeta nacional, porque había un viejito que sacaba un pelito del pubis de mi personaje y entonces él me dijo “Libertad, no te preocupes, ponemos un doble”, pero a mí me parecía una grosería, una falta de respeto a la mujer... y la verdad es que lo tendría que haber hecho porque habían escrito el personaje especialmente para mí, después también rechacé a Tinto Brass que me ofreció un papel en Calígula, también la Columbia me ofreció hacer una película con Julio Iglesias y a mí no me gustó el libro... qué sé yo, tendría que haber elaborado un poco más mi carrera, pero en la vida pasa y cuando hacés mucho te equivocás.

–¿Vos leíste Abaddon, el exterminador, de Ernesto? –pregunta Libertad refiriéndose a Ernesto Sabato, y para ejemplificar lo poco que sabía sobre la represión en Argentina–. Ese libro fue premiado en París por la prensa, y un buen día llego yo a París y en el aeropuerto veo que la prensa se me viene encima, y yo pensé, bueno, es por el libro, porque habla de mí, tres cuatro páginas, pero cuando se acercan lo primero que me preguntan es sobre los campos de concentración y los desaparecidos y las torturas. Si hubiera sido por mí me iba de París en ese mismo instante porque no podía creer lo que me estaban diciendo. Y cuando volví busqué con quién podría hablar que fuera militar, que me escuchara, que me explicara. Y hablé con un hombre y le dije lo que se decía en Europa y por supuesto me tranquilizó, me dijo que era una calumnia. Pero claro, después, enseguida, el hermano de Pachequito, un compañero, ¿te acordás?, desapareció. No sé si era guerrillero, qué sé yo, pero lo que sí te puedo decir es que ahí empecé a creer lo que me dijeron en Europa. Pero antes no lo sabía, la gente acá no lo sabía...

–¿Pero antes no existían las listas negras, los que se iban al exilio...? 

–Eso sí, pero la prohibición llegaba hasta acá, en realidad estábamos un poco acostumbrados a eso, yo me sentía siempre molesta porque en ese sentido soy durísima, porque si algo tiene sentido en mi vida es la libertad, yo hago honor a mi nombre. No lo podía aceptar, la verdad, y querés que te diga con esto de ahora yo me quedé de piedra, eso de que en la época de Alfonsín se enseñaba a torturar...

–¿Pero con las prohibiciones y todo podías tener relaciones con militares?

–Yo no tuve nada con militares, conocí algunos circunstancialmente pero siempre a la distancia, nunca tuve relación. Yo la verdad es que nunca me acosté con militares, pero si conocí un tipo que estaba de civil una noche y me gustó, capaz que bueno (se ríe)... eso no lo puedo asegurar, pero habrá sido sólo por una noche y sin saber que eran funcionarios. En ese momento yo era muy libre, conocía a un hombre, me gustaba, no había sida, si estaba de particular yo no le preguntaba nada, ni la edad, ni la ocupación...

No hubo primavera para Libertad Leblanc con la vuelta de la democracia. Ya no pasaba más de tres meses en el país y se había cansado de un escote que ahora luce en la calle Corrientes como si los años le hubieran pasado por el costado. Se dedicó a viajar, a escribir, a retocarse la cara cada vez que cree que lo necesita, como ahora, que está segura de que un “tironcito más” no le vendría mal, aunque necesitaría una suite de sanatorio en la que pudiera alojarse con su perrita para no dejarla sola porque se enferma. A pesar de los vaivenes de la economía nacional, o tal vez por eso, ella aprendió a conservar su fortuna en propiedades en Europa que le dan lo suficiente para vivir cómoda. No es por dinero que vuelve al escenario, rodeada de unos muchachos tan jóvenes que se los ve lampiños.

–Son todos lindos –dice ella cuando le preguntan–, pero yo aprendí que donde se trabaja no se come, porque después las relaciones se complican. 

No es la diferencia de edad, no es que haya renunciado al goce, esta restricción es sólo una regla de urbanidad. ¿Por qué vuelve a trabajar, entonces? ¿Será verdad que quiere hacer algo por el país?

–Sí, porque yo no soy política ni nada de eso, pero soy una fantasía y para muchos creo que puede ser una alegría también.

–¿Y cuál es su fantasía, Libertad?

–¿La mía? Seguir haciendo lo que me gusta, lo que quiero. Y no morirme por lo menos hasta los cien años. Estoy en contra de la muerte, es una injusticia venir al mundo sabiendo que una va a morir.

lunes, 19 de enero de 2004

Libertad Leblanc: la leyenda continúa

Lunes 19 de enero de 2004 | Publicado en edición impresa

El viernes estrena, en el teatro Premier, un nuevo espectáculo, "La Zorra y sus Lolitos", tras veinte años de estar alejada de la escena; la ambientación es de Marta Minujín

Por Alejandro Cruz  | LA NACION

"Amo los espejos, tienen misterio", dice la actriz, mientras se refleja en uno. Foto: Silvana Colombo

Libertad Leblanc recibe a LA NACION en medio de su espectacular piso con Buenos Aires a sus pies (como sus chicos , como esas tantas generaciones de argentinos que la convirtieron en un símbolo sexual de tiempos reprimidos).

En el enorme departamento la acompañan su asistente y Dulce, una perrita al mejor estilo de la famosa Jazmín, de Susana Giménez. Eso sí, Dulce no tiene tanto nivel de exposición pública porque, según su dueña de pechos siempre blancos y cutis perfecto, "a los amores y a los amantes hay que cuidarlos, no hay que exponerlos". Ella se mueve con total comodidad en medio de un living almodovariano con detalles dorados por todos lados, recargado hasta decir basta y con espejos hasta en el techo.

"Amo los espejos, tienen misterio. Pensá que estamos acá y, en cualquier momento, de ahí -dice, mirándose en uno de los tantos espejos que rodean el sillón- salta alguien y nos cuenta una historia. Me encanta pensar en eso. Yo les hacía la competencia a ustedes cuando empecé." (Aclaración: que Libertad Leblanc salte de un tema al otro es una de sus marcas. La señora es así.)

"Yo hice periodismo en Moreno, en el periódico El Oeste -continúa, mientras Dulce juguetea alrededor de ella-. Mi idea era ser periodista, pero participé de un concurso de belleza y largué todo. La cámara también me encanta. Es que yo fui un producto de los fotógrafos, ellos me llevaron al triunfo. Recién después vinieron los periodistas a escucharme y se dieron cuenta de que tenía cerebro."

-¿Te costó mucho fabricarte a vos misma?

-Fue una necesidad...

- Tenías una imagen brava...

-Es que yo fui una especie de travesti del 62. ¡Claro! Yo inventé esa cosa sexy más sexy, casi sobreactuada. Pero lo que costó no fue inventar ese personaje, sino vivir con él todo el tiempo... En un momento me saturó y dije: ¡"Fuera, Libertad Leblanc"! Entonces empecé a viajar, di un paso al costado, me fui a Medio Oriente, a Europa, y eso me amplió la mente. Como a mí me gusta leer, viajar es una forma de leer de otra manera, ¿no te parece?

-Cuando en 2004 te mirás al espejo, ¿reconocés al travesti del 62?

-Si bien me saqué esa imagen, igualmente lo reconozco, sí. Es más, la gente me obliga a reconocerlo. Voy por la calle y me gritan cosas. Reconozco a Libertad Leblanc, pero te digo que tengo tantas ganas de sacarme el maquillaje...

Sin maquillaje, ella asegura que su piel todavía es más bella, más suave y más rozagante. "Pero para las fotos hace falta todo esto", confiesa con suma calidez mientras deja ver cada una de esas curvas que les han hecho los ratones a generaciones de argentinos (y venezolanos, y colombianos y a la América toda unida bajo una misma bandera).

Como una tía canchera comehombre que se ríe de esa imagen de muñeca brava, se presta al reportaje del mejor humor. "°Que maravilla!", dice con tono de señora bien de otra época transformando a la "ll" en "y". "Es la primera vez que una fotógrafa mujer me hace fotos. Mirá vos: estoy debutando con una mujer, y debo reconocer que me está gustando", se ríe con una risa entrecortada, mezcla rara de Cruella de Vil y Caperucita jugando con el Lobo Feroz.

Algo de esos condimentos tendrá Ruth, su personaje de "La Zorra y sus Lolitos", el espectáculo que estrena el viernes y en la que se la ve rodeada de chicos musculosos como una especie de Mae West, pero nacida hace muchos años (no importa cuántos) en el pueblito Guardia Mitre, provincia de Río Negro. "Ruth es una turra , una explotadora, una tipa políticamente incorrecta que inventa modelos a los que hace trabajar duro y termina quedándose con todo. Por otra parte, Ruth es una calentona . ¿Pero sabés cuál es el placer mayor en todo esto? Que vuelvo al teatro con gente nueva. El director tiene 40 años, los chicos andan en los 25, y muchos de ellos seguro van a ser famosos, ya vas a ver...

-¿Por qué volvés?

-Porque quiero trabajar con gente joven, con gente con energía. Yo tengo una energía brutal, te lo puede decir mi asistente. Soy una especie de bomba. Me levanté a las seis de la mañana y acá me tenés.

-¿Producís vos el show?

-No. Es la primera vez en mi vida que yo no produzco y que trabajo sin seguro. Mi idea es hacer la obra acá y luego salir de gira. Tengo unas ganas locas de que nos presentemos un día, no muchos más, en Mendoza, Córdoba, San Luis... Y luego partir para Barcelona, el resto de América latina... Moveré mis contactos...

-Contactos no te deben faltar, porque siempre fuiste tu propia representante.

-Claro, yo vendí a Libertad Leblanc y la puse en los mercados. Pero ahora no tengo ganas de andar discutiendo, por eso me abrí de la producción.

-Estuviste los últimos 20 años sin trabajar, debés de haber ganado mucha plata como para sostenerte económicamente

-Gané fortunas en los Estados Unidos. Pero entre el rodrigazo y Martínez de Hoz...

-Parece ser que el corralito no te agarró, ¿aprendiste la lección?

-Claaaaro. Estaba acá, pero aprendí a manejar el dinero de otra forma. Es que yo no trabajé por el gusto de trabajar, lo hice por necesidad. Yo tenía unos locales en Belgrano y tuve que sostenerlos. La quinta de Parque Leloir, que valía una barbaridad, tuve que venderla a un precio irrisorio.

-¿Te referís a la misma quinta que iba a comprar Perón?

-Exactamente. La misma que no compró porque le resultó cara. Esa vez me llamó Rucci (¿te acordás de José Ignacio Rucci? Era mi amigo) y me dijo que iba a ir con López Rega a ver mi quinta porque estaban buscando una casa para que viviera Perón. Fueron a verla, quedaron encantados, pero a la semana me llamó Rucci y me dijo que la CGT no tenía tanto dinero. Yo estaba dispuesta a prestársela por un tiempo, pero terminaron comprando ese sótano que era Gaspar Campos, a donde fue a vivir Perón. Al final, terminé vendiendo la quinta y ahí comenzaron todas las desgracias, porque un capital muerto da solamente gastos.

-En estos últimos 20 años, ¿Libertad Leblanc fue un capital muerto?

-No. Noooooo. Me fui a Colombia, a Venezuela, a.... Como decía mi abuelo: "Hay que poner un huevo en cada canasta, aunque sea de torcaza". Entonces puse un huevo en cada canasta. Invertí en Europa, me llevé a mi hija estudiar allá y seguí poniendo huevos...

-¿En todos estos años te llamó algún productor?

-Sí, pero con cosas que no me interesaron. Una vez me ofrecieron un libro con un actor muy importante que no pienso nombrar. Pero era triste la historia y yo quiero hacer cosas dramáticas. En tele, Suar (¿así se llama el chico ése?) le dijo a una amiga que era muy cara. Si me hubiera dado un porcentaje de la venta dejaba de ser cara.

LA FLOR DE IRUPÉ

Hace años que Libertad Leblanc vive un poco acá o en su piso de Madrid o en la casa que tiene su hija en Suiza. Hace años, dice, colgó el traje de esa diosa que filmó más de 40 películas de un ingenuo porno soft y ahora vuelve al ruedo poniéndose en el papel de Ruth. Pero antes de esa imagen de diosa con discurso feminista, Libertad María de los Angeles Vichich tenía otras necesidades. "Empecé en teatro con Alejandra Boero y Pedro Asquini. Me daban un sueldo y todo porque decían que tenía condiciones. Pero yo no podía vivir con la plata que me daban. Tenía una hija, acababa de divorciarme y mi ex marido, Leonardo Barujel, me pasaba la cuota cada tres meses."

Su larga carrera en el cine le costó muchas peleas. Por ejemplo, con Isabel Sarli. "Ella había comenzado mucho antes que yo -dice-. Me acuerdo de que cuando llegué a Venezuela ella ya era un estrella y como yo no tenía dinero para la publicidad hice hacer un afiche que decía "Libertad Leblanc: rival de Isabel Sarli".

-La hiciste bien.

-Y bueno... Pero te digo que el marido (bah, Armando Bo) estaba furioso conmigo porque decía que había explotado el nombre de Isabel. Tenía razón, pero cada uno se defiende como puede y no como quiere.

-Y mirá cómo son las cosas: ahora tenés una foto por ahí en la que estás con Mirtha Legrand y con Isabel.

-Es que yo la quiero a Isabel. Además, ella es muy na.f en su forma de ser, no es dañina. Con quien tenía encontronazos era con Armando, que era quien mandaba.

-¿Nunca te ofrecieron hacer algo juntas? Hubiera levantado plata a lo loco.

-Sí, una película con un título bárbaro: "El agua trajo la sal". Yo acepté, pero en ese momento vivía Armando y quería dirigir él y ahí dije: "No, no va". Después fue cambiando el tiempo, las imágenes nuestras se fueron distanciando mucho. Por otro lado, ¿qué hubiéramos hecho?

-No importa. Ponés un espectáculo con Coca Sarli-Libertad Leblanc o Libertad Leblanc-Coca Sarli...

-°Ojo con el orden, que el orden altera el producto! Pero no sé, me parece que ahora ya no iría. Pasó el momento, pasó el tanto. Por otra parte, en todos estos años yo desaparecí, viví otra vida, fui otra persona. °¿Te das cuenta?! Lo disfruté mucho, pero nada que ver con esto.

Nada que ver, o sí. Porque mientras habla se acaricia su larga cabellera, se acomoda a Dulce sensualmente entre sus pechos o saca ligeramente la lengua en una de esas poses que tanto dinero hicieron rodar en películas como "Acosada", "Una mujer sin precio" o "Cautiva en la selva".

Por gusto, o por necesidad, esta señora poseedora de la marca Libertad Leblanc volverá a la escena rodeada de sus lolitos musculosos. ¿La leyenda continúa?

PARA AGENDAR

"La Zorra y sus Lolitos" Con dirección de Juan Carlos Cantafio y ambientación de Marta Minujín.
Teatro Premier Corrientes 1565. Funciones: de miércoles a viernes, a las 21; sábados, a las 23 y 1, y los domingos, a las 21. .



Libertad Leblanc, regreso sin gloria

Jueves 05 de febrero de 2004 | Publicado en edición impresa

Por Alejandro Cruz  | LA NACION

La vedette en medio de una propuesta fallida. Foto: Alejandro Pagni

"La Zorra y los Lolitos" , de Juan Carlos Cantafio y Eduardo Kerzman. Con Libertad Leblanc, Hugo Zanón, Gustavo Guzmán, Miguel Young, Sebastián Bonadeo, Lisandro Rodríguez, Javier González y Sergio Garrido. Escenografía: Cantafio. Música original: René Jacobson. Dirección: Juan Carlos Cantafio. En el Premier. 
Nuestra opinión: regular

El cine Premier cumple el próximo 5 de octubre sus 60 años. Libertad Leblanc supera esa cifra.

Con apenas reparar en su hermosa arquitectura, sus detalles o sus lámparas con caireles, cualquiera podrá darse cuenta de que años atrás el cine tuvo su época de esplendor. La diva de los pechos blancos, también.

El Premier siempre fue manejado por una misma familia, como la empresaria Leblanc, que vendió y cuidó a capa y espada hasta los mínimos detalles de la carrera de quien fue un verdadero símbolo sexual.

Básicamente, el Premier es un cine aunque haya intentando (o intente) ofrecer espectáculos teatrales, como la misma trayectoria de la Leblanc, que está marcada por sus más de 40 películas.

Actualmente, a la sala de la avenida Corrientes se la conoce como un "cine de cruce" (o sea, en el cual no se presentan estrenos). A juzgar por la ecléctica convocatoria de la noche del debut de "La Zorra y los Lolitos", el espectáculo que protagoniza Leblanc, quedó demostrado que ella se ha convertido en un personaje de cruce capaz de convocar en la noche del estreno a una platea sumamente variada (desde Ante Garmaz hasta actores del off, pasando por intelectuales de prestigio, la hija de Isabel Sarli o Patricia Bullrich).

Con los años, el Premier se fue viniendo abajo. Lo mismo sucede con este vodevil, muy menor en lo que se refiere a su historia y a su puesta.

"La Zorra y los Lolitos" es casi una obra inclasificable.

ELLA Y ELLOS

La pieza tendría todos los elementos para convertirse en un espectáculo de culto gracias, en primer lugar, a la presencia de la diva en medio de un vestuario chillón, esa particular combinación del dorado y el plateado, sus propias risas y risitas de tono erótico, sus jadeos o un sinfín de imperfecciones técnicas al borde del disparate. Sin embargo, semejante arsenal tan rico como línea estética no funciona como tal.

Por momentos, el espectáculo se convierte en un show típico de un lugar gay con esos "lolitos" moviendo las caderas y mostrando su anatomía. Pero tampoco eso funciona. A las escasas virtudes actorales del plantel, los "lolitos" no tienen ni el oficio ni los cuerpos de aquellos strippers que tan bien conocen el paño (aunque el paño sea un diminuto slip).

En varias escenas, el espectáculo es un autohomenaje que se hace (o se deja hacer) Libertad Leblanc. Pero las secuencias cinematográficas que se proyectan de esta diosa de un ingenuo porno soft o son de mala copia o están fuera de foco (para colmo, son proyectadas sobre una pared irregular). O sea, tampoco va.

El director y coautor de la obra, Juan Carlos Cantafio, no le da el marco que uno podría suponer que merece Libertad Leblanc por su trayectoria o por lo que simboliza en el imaginario colectivo. Por ejemplo: en una escena aparece ella con un vestido largo ajustado y de enorme escote. Hasta ahí, digamos, todo bien. Sin embargo, de la espalda le cuelgan dos enormes transmisores de su micrófono inalámbrico. Un detalle muy poco glamoroso para una diva.

Hay que reconocer que si a lo largo de su extensa carrera Libertad Leblanc siempre fue la mejor manager de su propio producto, esta vez la empresaria que cuidaba todos los detalles decididamente bajó los brazos. ¿Se habrá cansado? ¿Estará grande?

La figura mítica recién se intuye al final, cuando la Leblanc canta "Piel canela". Muy poco para una vuelta tan promocionada y esperada. .

viernes, 2 de enero de 2004

Revista de Teatro Funámbulos Nº 21

Revista dedicada al quehacer del teatro independiente porteño.

DE MEMORIA

Es campo de conflictos ideológicos y políticos. Cuando se ocupa del pasado histórico, tiende a escribir su fábula. En ese proceso ¿cuál es el rol del arte en general y del teatro en particular? ¿repetir la moraleja o dinamitarla?

Índice
  • Dime qué recuerdas..., por Ana Durán
  • Políticas de la memoria, por Alejandra Correa
  • Olvidos, por María Pía López
  • Paradojas del retorno, por Daniel Rubinstejn
  • Saber de nuevo, por Federico Irazábal
  • País empantanado, por Federico Irazábal
  • Resistencia... a tocar el tema, por Ana Durán
  • El registro imposible, por Mónica Berman
  • El cuerpo reflexivo, por Alejandra Cosín
  • El cine como vector, por Mariana Amieva, Gabriela Arreseygor, Raúl Finkel y Samanta Salvatori
  • Todos somos rubios, por Alejandra Correa
  • La memoria como fisura. Encuesta
Textos de teatro
  • El contra-biodrama, por Ana Durán
  • La forma que se despliega, de Daniel Veronese
  • El camino de la ausencia, por Mónica Berman
  • Lo que vendrá
  • Lecturas escénicas
  • Última página, por Luis Cano
Fuente: http://funambulosteatro.blogspot.com/2008/07/21-de-memoria.html

jueves, 1 de enero de 2004

La risa que perdura

Seguramente perduren en la memoria de los padres frases como “Cañito, que pasóoo?”, “Son las siete menos siete faltan siete pa’ las siete” o la infaltable despedida con “Rosita, preparame los raviole’…”. Primero en el circo y más adelante en la televisión, el payaso Firulete hizo reír a varias generaciones de chicos. A los 80 años, sigue trabajando al lado de su hijo, el payaso Cañito.

Por Ariel Saidón

En una cómoda casita, construída al frente de un lote de Morón, vive Gerardo Roberto Samaniego (hijo), más conocido como Cañito. Al fondo del mismo lote vive su padre, Gerardo Roberto Samaniego, el payaso Firulete, su pareja artística de tantos años. Juntos participaron en varios de los programas televisivos infantiles más recordados de los años ‘70, como El Club de Hijitus, El Mundo de Calculín y El Club de Antojito y Antifaz, además de Hola Julieta, conducido por Julieta Magaña entre 1982 y 1983. Pero la trayectoria televisiva de Firulete se remonta a los inicios de la televisión en el año 1958 en el programa Ahí viene el Circo, que se transmitía por el viejo Canal 7, con la conducción de Nelly Prince y el negro Brizuela Méndez. Desde esa época, trabajó casi en forma continua en ese medio, al mismo tiempo que recorría diversos puntos del país con su propio circo. Y aunque la carpa ahora espera por tiempos mejores en la piecita del fondo de su casa, Firulete y Cañito siguen haciendo de las suyas, haciendo reír a grandes y chicos con el mismo humor inocente que los hizo famosos.

A la hora acordada de un día lluvioso, nadie atiende la puerta. Cinco minutos más tarde, Samaniego (hijo) llega en su Renault 12. “No pude quedarme, ¿hace mucho esperás?”. Amablemente, invita a pasar a su casa y avisa: “Voy a buscar a mi viejo y empezamos”.

Sin pintura Firulete es como cualquier hombre mayor. Usa un audífono en su oreja derecha para compensar alguna dificultad auditiva propia de la edad y controla con medicación un pequeño problemita de presión. Sin embargo, a pesar de sus 80 años, posee una vitalidad asombrosa. “Esto está re-caliente”, protesta luego de probar el mate que le cebó su hijo. Cuando habla de su trabajo, es como si los años no hubieran pasado.

¿Sigue trabajando?

Firulete: Estamos trabajando, como siempre. No paré nunca hasta ahora, gracias a Dios, salvo las pequeñas enfermedades. A pesar de que hay mucha gente que dice que no trabajo más. Cuando hacen espectáculos parecidos a los nuestros dicen: “no, pero Firulete no trabaja más, está viejito”. Viejo sí, pero sigo trabajando igual y con el mismo ánimo de siempre.

Además de sus apariciones en el programa Rec (los domingos por Canal 9), Firulete y Cañito realizan shows en escuelas, en casamientos y en fiestas particulares. “Con gente grande”, aclara Cañito.

¿O sea que hoy en día los payasos Firulete y Cañito son para los grandes?

Cañito: Claro, los grandes nos llevan para que nos vean los chicos que no nos conocen.

Firulete: Yo siempre digo que somos la herencia que le dejan los padres a sus hijos. Porque ahora, cuando vienen a traer a los chicos, se acuerdan de cuando ellos eran niños y se siguen riendo igual.

Cañito: Y para los chicos nosotros somos nuevos. Todos los sketchs y las cosas que hacíamos hace treinta años atrás es para ellos una novedad, porque los pibes están acostumbrados a ver otra cosa. A ver cosas subidas de tono en la tele, en la radio, en las revistas. Pero los pibes se divierten con los payasos de la misma manera que se divertían los que ahora son grandes cuando eran chicos.

¿Por qué algo que se inventó hace tanto tiempo, el humor de los payasos sigue teniendo tanta efectividad hoy, cuando los chicos tienen tantos estímulos, la Internet, la televisión, etc.?

Canito: Porque es una cosa inocente. Es muy difícil hacer reír a la gente con la inocencia de los payasos. Hoy hacés reír a cualquiera con un chiste subido de tono o haciéndole una broma a un tipo como hacen en la tele. Pero hacer reír con el circo que tenés en el alma, no cualquiera lo hace.

Firulete: Lo principal es que el payaso, desde que nació en el circo, trabaja una comicidad que siempre fue inocente. Los chicos se ríen de su desgracia, porque se cayó, porque le pegaron, porque dice las palabras al revés. No hay groserías, porque no son necesarias para hacer reír.

Haciendo un poco de historia cuando Firulete y Cañito pasan del circo a la televisión, ¿qué ganan y qué pierden?

Cañito: Lo que ganamos con la televisión fue la popularidad de entrar en las casas sin pedir permiso. Y de esa manera nos hicimos conocidos en todo el país. En esos tiempos, en los ‘70 y en los ‘80, poníamos el circo y se llenaba. Después dejamos de trabajar en la televisión. Desaparecimos nosotros y todos lo que habíamos estado en esa época: Pipo Pescador, Julieta Magaña, Payasote y periquín…

¿Por qué no hay payasos en la televisión?

Cañito: Porque no vende. Hoy todo se maneja por el rating para poder vender cosas. Y vos fijate que estuvo Piñón Fijo, no sé porque se tuvo que ir, pero vender, vendieron y bastante con todo lo que nosotros hicimos durante tantos años. Lo que demostró este muchacho es que con la inocencia se puede hacer reír a la gente. Si hoy hubiera un programa como El Club de Hijitus con la tecnología de ahora sería un golazo.

¿Tienen todavía la carpa guardada?

Firulete: Sí, está ahí.

Esperando…

Cañito: Mirá, está guardada. Las condiciones no están como para armar el circo. Se necesitarían muchos sponsors, mucha plata…

Firulete: Para armar el circo nos haría falta estar un par de meses en un programa estable, todos los días. Con estar un par de meses en la televisión, tendríamos más fuerza, sería más facil hacer la propaganda, y sabríamos que el público vendría.

¿Qué es lo que pasó con los viejos circos, por qué ya no hay más carpas de circo?

Cañito: En primer lugar, la mayoría de los antiguos dueños de circo no están más. Pero lo que pasó es que la televisión mató todo.

Firulete: La televisión lo que hizo es que atrajo al público y lo retuvo en la casa. Para la gente era más tranquilo quedarse viendo la televisión que era una novedad enorme, y lo es todavía, y costaba sacar a la gente de la casa para que vaya al circo. Así se fue perdiendo el poder de atracción del circo para el público.

Cañito: Antes el circo era el espectáculo número uno, en los barrios y en todos lados, y ahora es el número nada. Lo que pasa es que el circo es muy costoso y hoy en día pagarle por semana a un trapecista es insostenible. Si, además, la gente no viene, después no podés contratar al trapecista, no podés contratar al malabarista y salís haciendo la función entre cuatro o cinco personas. Y así se empobrece el espectáculo... Los circos se fueron fundiendo como se fueron fundiendo las fábricas.

Este verano, como todos los años desde 1971, Firulete y Cañito se presentan en San Clemente del Tuyú, en el Teatro de la Galería. Allí hacen un show de cinco payasos, “basado en la comicidad de Firulete”, explican. “Cuando está anunciado que vienen Firulete y Cañito, eso es lo único que quieren ver, lo demás no les interesa”, argumenta Firulete.

Quieren escuchar los mismos chistes que escuchaban hace 20, o 30 años…

Cañito: 20, 30 o 40. Lo nuestro es más viejo que la edad que tenemos los dos juntos. El humor nuestro de la bolsa de papas, el perro que hacía Scasiotta, el reloj grande, son todas cosas que nacieron en el 1800.

Firulete: Sí, que nació en el circo y se sigue manteniendo en el circo.

¿Por qué eligió ser payaso?

Firulete: Cuando yo era chico estaba el apogeo de los circos criollos, con primera y segunda parte. Mi hermana, que era actriz, trabajaba en las obras de teatro de la segunda parte y me llevaba. En la primera parte yo veía los payasos, todo. Me divertía con los payasos. Entonces se me puso en la cabeza que algún día iba a ser también payaso. Y con el tiempo, mi hermana se casó con el dueño del circo que era viudo y tenía hijas. Y empecé a ir al circo ese donde mi hermana hizo temporada tras temporada. Ahí empecé a ver más de cerca a todos los payasos. Hasta que tuve la oportunidad y en el circo de la que después fue mi señora, me pinté la cara por primera vez hasta el día de hoy. Así fue que me gustó y tuve la suerte de hacer lo que me gustaba.

¿Payaso se nace o se hace?

Firulete: Tenés que tener muchas ganas, tenés que querer mucho hacerlo. Hay muchos que lo quieren hacer y lo pueden hacer bien.

Cañito: Hay tipos que le pintás la cara y son cómicos, que hablan y son cómicos.

Firulete: Sí, tienen ángel.

Firulete, o más bien Gerardo Roberto Samaniego, le hace un gesto a su hijo Gerardo. “¿Que pasa papá?”. “Tengo que tomar la pastilla”, contesta antes de retirarse, dando por finalizada la nota.
Afuera sigue lloviendo. Pero el recuerdo de tantas caritas sonrientes, en el circo y en los estudios de televisión, hacen que las gotas al caer suenen como una carcajada.


Un payaso en Internet

Tiene 80 años y una vida dedicada a la risa. La comicidad de Firulete es la de los payasos del 1800, sin embargo tiene su propia página de Internet.

¿No es raro un payaso con página web?

“Pero sabés cómo nos dió laburo… Escuchame, nosotros tuvimos que modernizarnos. -dice Cañito- A partir de que sacamos la página de Internet nos salen trabajos de todos lados, hasta de Uruguay…”. “Y uno nos llamó de Norteamérica”, agrega Firulete, todavía asombrado por las posibilidades de la red.

En www.firuleteycanito.com.ar pueden consultarse datos sobre la historia de esta pareja de payasos y encontrar fotos de toda su trayectoria. Además, los fanáticos pueden bajarse fondos de pantalla y todas las canciones de Firulete y Cañito en mp3.

Fuente: http://www.revistaplanetario.com.ar/news/view/la-risa-que-perdura

Las tablas le hicieron fuerza a la motosierra

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