"El adiós del matador". Intérpretes: Vittorio Gassman, Marina Lorenzi y Emanuele Salce. Dirección: Vittorio Gassman. En el Opera. Duración: 135 minutos, con un intervalo.
Nuestra opinión: bueno.
Sábado 11 de setiembre de 1999 | Publicado en edición impresa LA NACION
Histriónico, seductor, demagogo, Vittorio Gassman sale a escena con un cigarrillo en la mano. El aplauso que recibe su aparición refleja la admiración y el entusiasmo de su público, como una forma de consentimiento y de adhesión a quien fue considerado en alguna oportunidad un monstruo de la escena.
Con una actitud que traslucía humildad y modestia _casi un simple e imperceptible gesto_, agradeció los aplausos. Allí estaba, con un cuerpo de 77 años que parecía avalar el breve prólogo de la actriz Marina Lorenzi donde pedía, en nombre del actor, disculpas al público por no poder rendir lo que su profesionalismo exigía a causa de su estado de salud.
Pero entró a escena y su cuerpo se agrandó, como si desmintiera a su enfermedad, y, con "El hombre de la flor en la boca", de Pirandello, acompañado por Emanuele Salce, demostró por qué, sin empeñar un gran esfuerzo ni compromiso emotivo con el texto, está entre los grandes de la escena mundial.
Si esta presentación, como anunció Gassman, es su despedida, nada mejor que el texto del dramaturgo siciliano, donde el protagonista es un hombre que sabe que va a morir y se despide de la vida.
Cautiva no sólo por el romance que entabla con la palabra poética, sino por el manejo de los silencios y el suspenso que es capaz de generar para entablar un diálogo emocional con el público. Gran conocedor de todos los recursos teatrales, teje y desteje los tiempos y contratiempos con increíble precisión; los tonos que oscilan entre la tristeza y la ironía, entre la ternura y la mordacidad.
No obtiene el mismo resultado con el fragmento de "Hamlet" ("Ser no ser"), donde la agitación y los problemas respiratorios se hicieron más evidentes. Escogió ese texto como un recordatorio de la época en que el actor tenía años y físico para encarar la problemática del príncipe danés.
Otra vez el tema de la muerte se deslizó entre los labios del actor al pronunciar tanto en inglés como en italiano el famoso "Dormir..., morir..." que enuncia Hamlet.
Su actuación fue breve y, en todo caso, sirvió para lucimiento de la actriz italiana Marina Lorenzi, que tuvo sus cinco minutos de gloria en la piel de Ofelia. Gloria que no fue tanto porque el alto volumen que registraba su micrófono incorporado empañó la sonoridad de la angustia de la protagonista, llevándola a niveles estridentes.
El final de la primera parte la reservó para "Kean", de Sartre, donde recrea el ocaso y decadencia de un actor, Edmund Kean, que hizo de su vida una maravillosa mentira que lo lleva a la soledad.
Qué mejor papel para un actor que interpretar a otro, lo que le permite desplegar toda la grandilocuencia de los grandes divos.
La caída del telón prenunció el intervalo, una pausa necesaria para lo que habría de venir. Otro show.
La segunda parte, anunciada como "Lección de teatro", pasó a ser un juego donde Gassman asumió el papel de maestro. Ocho jóvenes, presentados como principiantes, se convirtieron en objeto de las lecciones, mientras el público pasó a ser una audiencia divertida ante las ocurrencias del divo.
La improvisación fue la madre de la desprolijidad y la participación de los jóvenes seleccionados adquirió todo el perfil de un programa televisivo dedicado a la juventud.
Se intercalaron algunos poemas de Borges, recitados en italiano por Lorenzi y Salce, con recuerdos de Gassman sobre sus grandes amigos del teatro: Marcello Mastroianni, John Gielgud, Laurence Olivier, Ruggero Ruggeri, Charles Laughton, sus encuentros con Pablo Neruda y Rafael Alberti.
Una larga secuencia que no aportó mucho más que permitirle al actor exponer su picardía al dialogar con las niñas participantes y escapar de la tensión y exigencias de la actuación. Para el final reservó el Canto V del Infierno de la "Divina Comedia" y ahí, al menos para los amantes del teatro, se vislumbró esa chispa de talento que siempre desplegó con holgura.
No es el mismo Vittorio Gassman que el público celebró en "Ulises y la ballena blanca" o el "Orestes", de Alfieri. Es lógico. Los años y el desgaste se vieron sobre el escenario, sumado a la incómoda situación de percibir la falta de aire en sus pulmones, condición que no impidió que fumara en escena.
Pero tampoco se puede dejar de lado lo que Vittorio Gassman representó para los espectadores que presenciaron cada una de sus actuaciones anteriores.
La función de estreno tuvo mucho de homenaje y reconocimiento a un actor que, como todos los actores, encuentra en el escenario un incentivo para seguir viviendo, aunque se acentuó la convicción de que, para los porteños, ésta fue su despedida de los escenarios.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=153055
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