El actor platense vive una especie de reinicio en su profesión de la mano de “Un encuentro casual”, la obra que comparte con Emilia Mazer y que lo lleva a hacer funciones de manera independiente en una pequeña sala barrial porteña que le recuerda a la magia que se respiraba en La Lechuza, el teatro donde se formó y que lleva tatuado, literalmente, en su piel
María Virginia Bruno
29 de mayo de 2022
Protagonista de grandes producciones del cine, la televisión y el teatro, Alejo García Pintos decidió emprender una especie de volver a empezar de la mano de una obra independiente que lo llevó a coincidir sobre las tablas, por primera vez y después de 30 años de conocerse, con Emilia Mazer. “Un encuentro casual”, escrita por ella y dirigida y protagonizada por los dos, es la pieza que ha generado un pequeño fenómeno de boca en boca en la Mil80, una pequeña sala barrial porteña que, dice, le recuerda a la magia que, en los ochenta, se respiraba en La Lechuza, la sala platense de 58 entre 10 y 11 en la que se formó y en la que le “inocularon el bicho hermoso” del teatro.
Fanático de Gimnasia, el actor que tuvo sus inicios en la comedia televisada con Darío Vittori pero que quedó marcado a fuego en el cine gracias a “La historia oficial” (1986), todavía sigue cosechando nuevas generaciones de seguidores gracias a las inoxidables producciones de Cris Morena en las que participó (desde “Chiquititas” hasta “Casi Ángeles”) y por las que, cuenta, se ha “peleado mucho con la gente”.
En diálogo con EL DIA, García Pintos, que para este año espera dos grandes estrenos en plataformas (”1985” de Santiago Mitre y “Privier” de Nicolás Tuozzo) charló con EL DIA sobre el entusiasmo con el que encara las funciones de “Un encuentro casual”, la obra que retomará sus funciones los viernes de julio en la sala ubicada en Muñecas 1080, tras dos temporadas a sala llena que los volvió a ilusionar como cuando recién empezaban y no pretendían más que el aplauso final.
-¿Cómo estás viviendo el pequeño fenómeno de “Un encuentro casual”?
-Estoy muy contento con la obra, con lo que pasa con la gente. Son proyectos chiquitos pero que te llenan de una manera como pocas veces suceden. Entonces, más allá de estar en un teatro independiente, y de que no ganamos como para vivir de esto, se produce una magia que me lleva mucho en mis comienzos en La Lechuza. El clima es muy similar, o yo estaré muy sensible, pero me lleva a treinta y picos de años atrás, porque la gente que labura en el teatro me hace acordar a cuando nosotros íbamos, y ayudábamos y pintábamos. Y no es que lo hagamos nosotros, porque nosotros vamos, hacemos la función y nos vamos. Y tampoco es una salita que recién abre pero tiene esa cosa intimista que la hace diferente.
-Es una sala de barrio.
-Sí, está en Villa Crespo, y va mucha gente del barrio a las funciones, con lo cual eso también está bueno porque una de las cosas que me pasó con esto de la pandemia, era esta sensación que de alguna manera había que refundar algo. Más allá de la opinión personal de que no volvimos mejores como seres humanos, porque la pandemia mostró muchas miserias. Pero sí esta cosa de volver a hacer teatro en un barrio es como volver a esos inicios en los que uno decía “yo quiero hacer teatro para la gente que está cerca”. Me lleva mucho a los ochenta en La Plata.
-Esta necesidad de volver al teatro independiente, después de haber encabezado los dos grandes producciones para cine y tele, ¿tuvo que ver con estos planteos que muchos nos hicimos en estos dos últimos años?
-Exactamente. De verdad, lo sentimos así. Tuvimos ofertas para hacerla en salas más grandes, incluso en calle Corrientes, pero nosotros, que nunca habíamos hecho teatro juntos, a pesar de que nos conocemos desde los 80 y pico, cuando ella hizo “Los chicos de la guerra” y yo dos años después hice “La noche de los lápices”, y éramos las caritas de los adole-jóvenes que habían hecho películas bisagra en el cine testimonial. Y en el verano de 2019 a 2020, estábamos en Mar del Plata, con dos obras distintas, y ella me cuenta sobre esta historia que escribió. Después vino la pandemia, seguimos con charlas por Zoom, hasta que nos pudimos encontrar en bares en la vereda, pasando letra y reescribiendo algunas escenas. Así que fue todo un proceso pandémico, pero con la necesidad de que cuando esto naciera fuese de alguna manera como cuando empezamos. Y eso tiene una carga muy fuerte que se nota en el escenario.
-También es como el encuentro que finalmente se dio entre ustedes dos.
-Absolutamente porque, además, es una historia de amor. Si bien habla sobre distintos temas, porque mi personaje es hijo de un desaparecido que se va a vivir con su mamá a Italia en medio de la dictadura y no vuelve más, no es una obra que hable sobre ese tema, sino que es el contexto histórico por el cual ellos se conocen: ella de viaje por Europa y yo viviendo. Se conocen, pasan toda una noche juntos y parte del día siguiente, quedan en encontrarse unos meses después y se desencuentran. Y no se vuelven a ver nunca más hasta 25 años después: él termina siendo un director de cine y ella una periodista que lo entrevista cuando él viene a presentar su película. Ahí se produce el encuentro casual que, como dice el título, no tiene nada de casual, porque todos esos años ellos se siguieron pensando. Así que ese encuentro es un choque de planetas.
-Y en medio de esta historia de amor, la obra va planteando temas interesantes para reflexionar.
-Sí, habla de la identidad, de los valores del encuentro, sobre las distancias, los desencuentros. Sobre lo que pudo haber sido y no fue. Pero básicamente es una historia de amor a través de un encuentro de dos personas que no se veían hace 25 años.
-Estrenaron en noviembre del año pasado, retomaron este año y ahora vuelven en julio porque el público está acompañando muy bien. ¿Cómo lo viven?
-Estamos muy felices. La Mil80 es una sala muy chiquita, se agotan las entradas por suerte. Nos dicen “che, agreguen el sábado” pero por ahora preferimos quedarnos así, los viernes a las 21. Somos una cooperativa bien a pulmón, todos apostamos a que funcione desde lo más básico que es el teatro en cooperativa, y no tenemos plata para una gran campaña publicitaria. Así que vamos de a poco. Sigamos llenando que es lindo. A la gente saber que la sala se llena la entusiasma para ir a verla, es un buen estímulo para el espectador, porque “por algo será”, ¿no? Así que seguiremos todo lo que podamos. Después estamos viendo si podemos hacer algunas pequeñas salidas los sábados en zonas cercanas.
-Tienen que venir a La Plata.
-Sí, obvio, por supuesto. Me encantaría porque no fui muchas veces a actuar a La Plata en treinta y pico de años. Las últimas veces fui con las obras de Rolón y antes con “Sinvergüenzas” con Nico Vázquez y Marcelo Debellis. Después fui dos veces con un unipersonal escrito por David Viñas sobre Rodolfo Walsh que produjo el Cervantes y que salió de gira nacional. Y cuando tocó La Plata pedí por favor si podía ser en el teatro La Lechuza y la generosidad de los directores que me dijeron “ok”. Fueron dos funciones y me pude dar el gustito y esa cosa amorosa de devolver algo de todo lo que me dio La Lechuza: que el Teatro Nacional Cervantes pisara mi querido teatro, siendo que generalmente va a un teatro oficial, fue realmente inolvidable. Unos años antes, con mi maestro, Juan Carlos De Barry, hicimos una obra de Fontanarrosa, con la que ofrecimos cinco semanas de funciones a sala llena, y con lo que se pudo comprar una consola de sonido y se arregló un poco el teatro. Yo siempre estoy pensando en mi primer hogar, que es el lugar donde aprendí el oficio, donde me inocularon este bicho tan hermoso que es el teatro.
-Y es un teatro que llevás, literalmente, en la piel...
-Sí, exactamente (risas), lo tengo tatuado. Hace unos años me tatué el logo del teatro. Tiene un doble sentido porque no casualmente, porque no creo en las casualidades, empecé a estudiar teatro con un elemento visual, una lechuza, que es algo que mi vieja coleccionaba. Mi vieja murió hace ya cinco años pero tengo una valija repleta con cientos y cientos de lechuzas de adorno y cuando le dije que iba a estudiar en un teatro que se llamaba así, ahí me cayó la ficha. De alguna manera tenerlo tatuado en la muñeca es sostener al teatro y un poco a mi vieja también. Son esas cosas que tienen más que ver con sensaciones de no casualidades.
-Te fuiste de La Plata de chico, ¿y no volviste más?
-Terminé el secundario en el Normal 3, con 17 años, y ya me vine a Buenos Aires a hacer el curso de ingreso de lo que hoy es el UNA, que en esa época tenía una examen de ingreso. Ingresé y ya me quedé. Al principio, iba y volvía todos los días pero después necesitaba trabajar y en el 85 me mudé y no volví más.
-Pero siempre vinculado. Sos el actor de referencia hincha de Gimnasia.
-Un poco sí (risas), me meto en unos líos con Gimnasia (risas).
-Como dice Francella en “El secreto de sus ojos”, la pasión no cambia nunca…
-No, pero qué voy a cambiar, obvio. Cuando la gente dice “es una pasión que no tiene explicación” está mal porque sí la tiene: cómo no va tener una explicación si es el club donde me llevaba mi viejo, y a mi viejo su abuelo. Y somos sufridos, sí, pero, bueno, qué sé yo. Mis hijos son los dos socios al minuto de nacer, y eso que nacieron en Buenos Aires… Hasta que una vez lo vi llorar a mi hijo por Gimnasia y ahí lo mire y dije “epa, habré hecho bien” (risas). Pero, bien, es feliz. Ya llegó el momento que se va solo a la cancha, por supuesto. Mi hija también, socia, fanática. Gente loca, qué vamos a hacer (risas).
-Además del teatro, ¿qué otros proyectos tenés por delante?
-Este año se estrena la película que hice con Ricardo Darín y Peter Lanzani sobre el Juicio a las Juntas, “1985”. Es una película de Santiago Mitre producida por Amazon. Por algunas imágenes que estuve viendo, creo que va a ser un tanque impagable. Es muy fuerte verlo a Ricardo caracterizado como Strassera y a Peter como Ocampo. La historia empieza y termina con el Juicio, no hay spoilers: acá sabemos cómo termina. Me tocó hacer de uno de los seis jueces y fue muy impresionante filmar ahí adentro en Tribunales. Creo que va a ser una película muy importante y necesaria. En momentos en que crece esta ola negacionista está bueno mostrar que pasó esto en Argentina alguna vez, un juicio que fue histórico, y que fue un gran símbolo de la recuperación de la democracia. Me parece que ese juicio, y la figura de Alfonsín, merecían una película así. Me alegró mucho participar.
-Teniendo en cuenta que fuiste uno de los protagonistas de “La noche de los lápices”, una peli de bandera por todo lo que implicó, ¿cómo fue volver a esa época con esta película?
-Fue muy impresionante porque el último día de filmación, que se filmó a propósito el final del Juicio a las Juntas, ese día fue un 3 de septiembre, el día exacto en el que se cumplieron 35 años del estreno de “La noche de los lápices” que se hizo en La Plata en el Cine San Martín. Un día después se estrenó en Buenos Aires. Y 35 años clavados después yo estaba filmando la sentencia a la Junta Militar como juez después de haber estado, 35 años antes, en el lugar de los que declaraban lo que habían sufrido. Eso para mí fue un flash y una emoción. Me quebré muchísimas veces. Fue muy difícil filmar todo eso. Pero fue una experiencia muy rica y creo que va a ser una película muy importante.
-En esta peli compartís elenco con Peter Lanzani, tu hijo durante cuatro años en “Casi Ángeles”, uno de los tantos proyectos de Cris Morena de los que fuiste parte y que aún hoy, después de tanto tiempo, te siguen recordando.
-Es muy impresionante lo que pasa. Me pasa con alumnas que vienen sus madres y me dicen que me veían de chicas y ahora me traen a sus hijas a estudiar conmigo. Yo no sé si sentirme un anciano (risas) o qué. Pero de verdad que me da mucho orgullo tener la razón en algo porque he peleado mucho con la gente: fueron muy criticados siempre los programas de Cris, fueron muy controversiales, por si eran frívolos, por si eran de rubios y ojos celestes, pero la verdad es que la magia que siguen teniendo no hay con qué darle. Entonces, relato mata prejuicio. Son programas que ya no existen, que seguramente hoy serían cancelados, porque antes había un humor que hoy no funcionaría, pero se siguen consumiendo en las plataformas. Y por más villano y cruel y barbaridad que pueda decir, después te cae un tacho de basura en la cabeza y anula cualquier prejuicio que puedas tener. Entonces, a mí me alegra mucho que se sigan viendo.
-Este Bartolomé, si habrá hecho maldades...
-Bartolomé (villano de “Casi Ángeles”), Evaristo (malo de “Floricienta”)... Además, Cris siempre fue muy generosa conmigo: primero, me dejó en todos sus programas ponerme la camiseta de Gimnasia en alguno de los capítulos, siempre. Después, me daba esos personajes de villano tan hermosos, porque hacer un villano es lo más lindo que hay. Es una mina tan apasionada que realmente da gusto trabajar con ella. Yo banco mucho todo eso porque sigue gustando. Y ya no existen más producciones de ese tipo. Así que las seguiremos viendo en las plataformas.
Fuente: EL DIA