domingo, 25 de marzo de 2007

Teatro al margen

Se llama Leopoldo Lofeudo, pero todos le dicen “Polo”. Desde 1983 hace teatro de rehabilitación con los pacientes del hospital neuropsiquiátrico Alejandro Korn. Tiene 75 años y, aunque ya está jubilado, sigue yendo a Melchor Romero a charlar y enseñarles actuación. Historia de un tipo distinto, que entrega su vida a los más olvidados y marginados de la sociedad

HOSPITAL MELCHOR ROMERO PRESENTA...

Textos: Gabriel “Colo” López - lopez@diariohoy.net
Fotos: Alberto Direnzo

Hechos una piltrafa, los “queridos locos” acuden a un sector del hospital neuropsiquiátrico Melchor Romero para charlar y aprender teatro con un tipo de 75 años: Leopoldo “Polo” Lofeudo. No es enfermero ni psiquiatra. Tampoco psicólogo. Es un ex empleado admnistrativo que pidió quedarse con ellos

“El tango rompe el corazón...”, le dijo el ciego al periodista. El ciego Juan Chávez, que sólo cada seis meses recibe a un familiar. Juancito Chávez, tierno y tosco en el hablar, con la cabeza gacha y el orificio de un ojo cerrado para siempre, consumiendo su cigarrillo hasta el filtro. “Buen día”, saluda alguien que ingresa en el Teatro de Rehabilitación y, al descubrir la presencia de un grabador, dirige una frase sin preámbulos: “¿Cómo son las preguntas de un diario, cómo se evoluciona en la vida en un diario?”.

Se acercan de a uno, de a dos, se va formando la ronda -cuenta un rock de Los Piojos-. Este teatro de rehabilitación es un galpón con poca luz, mitad cocina y mitad sala de ensayo, donde el eco de las risas es real. Un jueves tormentoso fuimos a conocer al amigo de un amigo, y nació la entrevista. Leopoldo “Polo” Lofeudo, director de teatro, y sus “queridos locos” nos abrieron la puerta para ir a educar.

Y mientras fumo...

El humo de los cigarros lleva una verdad que sale de adentro de los cuerpos: “La locura dice más verdades que la confesión bajo tortura”, escribió una vez -y para siempre- Augusto Roa Bastos.

A trapo, a calabozo, a barrial. Olores que se impregnan con esta lluvia que no es buen augurio para los humildes. Es el gris lluvia de Melchor Romero que baña el edificio construido en 1884. La mateada con los “inexistentes” para el sistema arrancó con un colifa que cebó ocho mates para él y uno lavado con palitos para nosotros.

Ahí está “Polo”, un viejo que sabe lo que tiene que saber y nada más. En su “corazón estrujado” (frase que nos quedó) con adolescencia en el barrio Seminario de La Plata, donde se estremeció con los cantos gregorianos y se aprendió las lecciones mas difíciles, e incluso párrafos de las misas dadas en latín, con tal de cambiar la de trapo por una de cuero y la manteca servida en la mesa que aún no conocía.

Polo es de la gente que abre su corazón y sus oídos, y las experiencias de vida quedan en sus novelas. Con Polo Lofeudo pasa eso: todo lo que ha vivido y soñado aparece en su obra. Escribe y actúa, e induce a actuar la tragedia de la gente y del país de su tiempo, que al fin y al cabo es de algún modo la tragedia de nuestro tiempo y de nuestro país.

Polo es colosal como director de teatro por algo más. Una vez, con un colectivo repleto de “desherados de la razón” llegó a un templo que es todo un símbolo y emblema de nuestro teatro nacional: el Coliseo Podestá.

Va con grabador

Aunque no le guste, lo grabamos entre esas paredes con fotos de Gardel, Evita y El Che, tapizadas con un barrilete de Chacarita Juniors. “A los desgraciados y a los desamparados los apoyo”, suelta con bronca Polo. “Cuando me preguntan de quién soy, de Acassuso les digo, ni siquiera de Gimnasia ya. Este fútbol es todo un comercio infame”. Otro barrilete, pero sólo el esqueleto: “Era rojo, lo hice de Cambaceres, se rompió, porque todo cumple un ciclo. ¿Ves ese Cristo en lo alto?... llegará un momento en que se caerá. Tiende a desaparecer todo, por más que te esmerés en conservarlo. El universo es cíclico”. Cuenta para la vida, Polito...

Fabricó muchas escenografías, todas archivadas, pues hace cuatro años que no los llaman. En pie quedó una locomotora de telgopor. La última función fue en el Podestá 2003, cuando se representó Estación de campaña. “Trabajo con los que puedo rescatar intelectualmente.

El público puede ver el grado de rehabilitación que alcanzan los pacientes”, asegura este hombre que trabajó treinta años en las tablas. Y que desde 1983 realiza teatro de rehabilitación en el hospital neuropsiquiátrico Alejandro Korn.

Polo se desvive al enseñar sus guiones, donde predomina el drama con humor satírico, con abordaje de temas como los pueblos, el ferrocarril, el tango, los inmigrantes y la crítica al sistema. Laburó en forma admnistrativa para el hospital y se jubiló en el año 2000, pero por su conducta y su entrega logró el permiso de las autoridades para seguir visitando a sus amigos.

Inicios del artista

Leopoldo Lofeudo fue criado en 23 y 65, por entonces arrabal de tierra y de italianos calabreses, a una cuadra de plaza Castelli. La casilla hoy es una mansión de dos pisos. La casilla que llegó a ser como la Torre de Pisa, cada vez más inclinada, “pero ahí adentro fuimos enormemente felices”. La casilla de María y Cayetano, que laburaba en el frigorífico de Berisso. “Si se enfermaba la vieja, y no podía prepararle la comida a mi viejo, de inmediato nos ayudaban cuatro o cinco matronas con una bandeja de ñoquis. Había una solidaridad terrible”.

En 1967 un golpazo destruyó el eje familiar: la muerte de la mamá. “Nos fuimos, pero siete años después me dije: Tengo que volver”.

Papá y mamá

Una pava abollada no se cae de casualidad, apoyada en una de las cuatro hornallas. De pronto el direttore insulta a Raúl por entrar empapado: “¡Vos sí que sos un loco de remate, te podés agarrar una enfermedad!”. Retoma con un perdón por el grito. Se concentra y sólo hará una acotación: que se recuerde a sus padres. Cayetano José, nacido el 5 de enero de 1907, “Gaetano” para los de la colectividad. María Rossy era la mamá, nacida el 17 de junio de 1909, de ascendencia francesa. “Mi madre era una mujer que actuaba, no en escena, sino en familia: lavando la ropa, preparando la polenta.

Mi padre tocaba el bandoneón pero nunca brilló, porque la vieja lo eclipsaba”. Por esas cosas de la vida, Polo padeció la desolación de vivir en la vía pública. Fueron más de tres años de linyera. La pobreza que también persiguió a su padre: “A los 18, te hablo de 1927, mi papá leyó un aviso en el diario. Se necesitaban galanes latinos para intervenir de extras en una película. Según mi viejo, con un amigo escribieron la carta a Hollywood. ¡Ma’ qué carta escribiste vos si no tenés ni segundo grado!, le dije. Pero me aseguró que meses después llegó un expreso contestándoles que los esperaban y que les financiaban el viaje. Qué vamo’ a ir, hijo, si yo sólo andaba de alpargatas”.


Aroma a cielo

Hace un tiempo presentaron en Chascomús, en la sala del Teatro Municipal Brazzola, la obra Aroma a cielo, de Leopoldo Lofeudo. Tuvo una excelente crítica. Pero el elenco no volvió más. En el recuerdo alocado, sin cartelera y sin prensa de la que “vende”, quedaron los nombres de los integrantes: Félix Lagraña, Esther Loncon, Miguel Iza, Marcos Toloza, Raúl Verza, Mónica Rodríguez, José Velardez, Pedro Peralta, Sofía Solinz, Voltaire Rennite, Adlfo Mollo, Emilio Ibáñez y Rubén Arraz.

En un semanario local decía el anuncio de la obra de los pacientes del hospital Alejandro Korn, de Melchor Romero: “Se recuerda que la entrada será gratuita, pero teniendo en cuenta las características del espectáculo y el tipo de autores que subirán a escena, se recomienda evitar la presencia de los niños”.

Paisaje romerense

Se acerca Néstor a pedir otro pucho y retrocede ante el “ya te di”. Las chapas suenan por el aguacero. El refugio ablanda el sufrimiento. Pero es una imaginación. Las pastillas los hacen bajar.

Néstor quiere contar su dolor. “Un hermano me amenazó con la pistola, me echó de mi casa”. Polo actúa -sin tomas, sino con el alma evangalizadora- como padre adoptivo. De Raúl, “el de sangre italiana, abuelos de la Calabria, que es la mejor para la actuación”. Raúl Fallece, aquél que regresó mojado en su desmedido afán por buscar pan en bicicleta. Sus zapatos y la camisa se están secando junto a la cocina, y el gringo de bigotitos reconoce su habilidad teatral:

“No sé, yo me siento bien actuando. Yo vine acá y era muy tímido. Un día, hace como siete años, una chica que era muy brava y de cara parecía un macho, me puso a actuar. Me atrapó, me atrapó”. Raúl estuvo mudo dos horas, hasta que recordó lo que fue su vida antes de quedar internado en Melchor Romero: “Yo trabajé al revés, trabajé de chico, pero a los cuarenta y pico me abandoné, como toda persona que de la cabeza se abandona. Lo que pasa es que mi papá era tan bueno que yo me abusé y me mantenía”.


Un encuentro imaginario

Raúl “Beppo” Andrioli, el titiripoeta que colabora desde hace mucho con “Polo”, sigue soñando con que alguna idea suya germine como una semilla rebelde en el desierto. Por ello escribió un cuento que narra un encuentro entre Anthony Hopkins (quien el verano estuvo filmando una película en Punta Indio) y Don “Polo” Lofeudo.

Quienes han leído el cuento pretenden hacerlo llegar a Hopkins a través de Norma Aleandro, actriz argentina que ha trabajado con él en mas de una ocasión. A su vez, Aleandro estuvo en los inicios de la carrera teatral de “Polo”, en la época en que los padres de la actriz dictaban clases en el Auditorio de Bellas Artes aquí en La Plata, junto a otro grande de la escena nacional, Juan Carlos Gené.

En aquella ocasión, Norma Aleandro, con 15 años, participó en una escena donde “Polo” la llevaba en brazos, en una obra que paradójicamente se llamaba Hospital de locos. Simbólicamente Polo puso a Norma sobre el escenario del teatro del que nunca mas bajó. Beppo en su sueño sin fondo dice: “En una de esas Norma Aleandro se enamora del argumento y termina dirigiendo una hermosa película con Hopkins y con Polo... sería maravilloso”. Beppo nos permitió transcribir el final de su cuento: “De pronto, con una claridad en sus palabras, como si el idioma español hubiese sido el suyo desde siempre, Anthony Hopkins, le confesó a Polo lo siguiente:

-Querido amigo, los artistas somos universales, y a la vez anónimos. En el epitafio de la tumba de Jhon Keats, ese gran poeta romántico que había nacido en Londres y que fue enterrado en Roma, en un cementerio protestante, pueden leerse estas palabras: “AQUÍ YACE UNO CUYO NOMBRE FUE ESCRITO EN EL AGUA”, y nuestros nombres, querido Polo, como el de ese poeta, todos nuestros nombres están escritos en el agua, todos con mas o menos camino recorrido, con mas o menos gloria conquistada, seremos finalmente olvidados. Sin embargo. el día de hoy, querido Polo, yo habré de recordarlo hasta mi muerte.

Nadie presenció el abrazo que se dieron envueltos en las sombras del hospicio. Solo se escuchó el motor del auto alejarse por la ruta de regreso a Verónica. El actor realizó las últimas tomas de la película y abandonó el país. Polo se quedó rodeado por sus locos y mientras le da de comer a los perros, piensa con sus ojos vacíos de esperanza, pero llenos de aroma a cielo, que lo que pasó fue solo un premio, un pequeño gran premio en el otoño de su vida”.

En el Polo opuesto...

En la entrevista nos acompañó “Beppo” Andrioli, el titiritero, esa rara flor que se empeña en aparecer en lugares insólitos. Contando cuentos en el hospital de Romero, actuando con ellos, soñando junto a ellos.

El fotógrafo ingresa en el “estudio” y se sorprende con una cartelera hecha de engrudo y yerba, con pequeñas letras de papel recortadas como en el jardín de infantes. El teatro de la nada, hecho con las manos. El teatro de Melchor Romero, que está en el mismo pueblo de Polo, a diez cuadras y a pedal.

Entre la pintura, el cartón y la gomaespuma, nos sobresalta un título para nuestro entrevistado: “Usted es el Polo opuesto del mundo”, le decimos. Nos sonríe. “¿Vas a escribir de mi vida? Sos muy generoso. Bueno, yo pienso que alguno va a mirar la revista y va a decir: Ah, este es el loco que estaba en el Coliseo Podestá. Después pasará a deportes y se olvidará”. Polo escribió y escribirá guiones. Así ha matado o resucitado al tiempo, como con sus queridos locos.

Ultimo telón

“Comprender. Tolerar. Respetar. Son virtudes que hacen al hombre un ser íntegro”. El mensaje está pegado en el teatro de rehabilitación. Polo: ¿a usted quién lo impresionó en el mundillo de las tablas? “Vittorio Gassman, un italiano toscano. Se abrió 17 veces el telón en el teatro Argentino y la gente seguía aplaudiéndolo.

Era 1953 y trajo Orestes, una tragedia griega. La mayoría no entendía el italiano, pero el arte sí”. No ha parado de llover. El aguacero no afecta a los queridos locos, que escaparon un rato de la cama y la pastilla. Afuera el verde de pinos y césped, jardines de calma feroz. Se van a su sala, como les dicen a los pabellones. Los colifatos se despiden por unas horas del gran amigo. “La medicación nace después del ‘45, después de la guerra. Antes, a grosso modo, había tres cosas: por ejemplo el submarino, que era la bañadera llena de agua. Los pacientes viejos de Romero le tienen pánico a la bañadera, pero ya no quedan más de los pacientes viejos”.

Sus amigos toman quince “pastas” diarias. De los pacientes viejos que ya no viven, Polo nombra a Sofía Solinz, que “era lo más bueno que tuve acá, la quería con locura”; una judía de los bajofondos de Ingeniero White, a la cual le salía buenísimo el italiano en Aroma a cielo, la primera de las obras que montó Polo en el Melchor Romero.

El teatro en esta comunidad nació lejos en el tiempo, gracias a Alejandro Korn, su fundador. ¿Korn soñó a un continuador como Leopoldo Lofeudo? Polo es un aliviado sueño dentro una obra inspirada en la realidad.

Una realidad que muestra a Martín, el último en irse a comer, con su rostro muy flaco. Martín también nos regala un tanguito, desafinado, esperanzado: Esta noche necesito de tus besos, esta noche la distancia me acompaña. Cuando tu estás enfrente me muero por besarte. Por qué te fuiste, si todo te lo di. Polo no puede dejar el galpón. No quiere y no puede. No es el mal tiempo, es el trozo de corazón que le entregó Dios. No te mueras nunca, Polo. “Ni bien entro aquí, estoy aislado. No quiero hablar mal de nadie, pero yo vengo de un entorno donde se exige y se exige, es como una maldición”. Y sigue buceando en las almas y hablando más profundo: “Lo que sí creo es que antes de morir la vamos a pagar. Yo las hice.

Y ahora la factura me la mandan a través de los sueños, sueños nefastos que tengo. Contarlos es una tontería, pero bueno... en un sueño yo era dueño de un vehículo oscuro y de repente lo veo lleno de morcillas, atrás; entonces aparece un paciente de la enfermería y me grita: Eh, viejo hijo de p... Nosotros que te queremos tanto y estamos en la miseria, mirá la carne que tenés”. El sueño se corta ahí. El gesto de Polo es de sufrimiento. “Ultimamente me pasa eso. Yo no soy viejo, pero creo que estoy envejeciendo”.


El grito del hospicio

Por Raúl "Beppo" Andrioli *

Decía Ciorán, un poeta, pensador y filósofo ya desaparecido, en su libro La caída en el tiempo hablando de los “peligros de la sabiduría”: la vociferación, modo de expresión de la sangre, nos levanta, nos fortifica... y a veces nos cura.

Cuando tenemos la ventura de entregarnos a ella, nos sentimos al instante cerca de nuestros lejanos antepasados, que seguramente debían de bramar sin cesar en sus cavernas, todos ellos, incluidos los que pintarrajeaban las paredes. En las antípodas de aquellos tiempos felices, hoy nos vemos reducidos a vivir en una sociedad tan mal organizada que en el único lugar en el que se puede vociferar impunemente es en el asilo de alienados.

Así, se nos prohibe el único método que tenemos para liberarnos del horror de los otros y del horror de nosotros mismos. ¡Si al menos hubiera libros de consuelo! Existen muy pocos, porque no hay consuelo y no puede haberlo mientras no nos sacudamos las cadenas de la lucidez y la decencia.

El hombre que se reprime, que se controla, que se domina en toda ocasión, el hombre “distinguido” en una palabra, es virtualmente un trastornado. Lo mismo sucede con quien “sufre en silencio”. Si deseamos conservar un mínimo de equilibrio, recuperemos el grito, no perdamos oportunidad alguna de entregarnos a él y proclamar su urgencia.

Yo creo que a Polo le cabe el mérito de este texto en toda la extensión de sus palabras. Por el sencillo y profundo hecho de traernos en esta noche de teatro el conmovedor gesto del grito del hospicio.

* Palabras mencionadas por este vecino de La Plata, nacido en Azul, la noche del 25 de octubre de 2002, en el Teatro Coliseo Podestá. Homenaje por hacer teatro con los desheredados de la razón.

Fuente: http://pdf.diariohoy.net/2007/03/25/pdf/Tiempos.pdf

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