miércoles, 3 de abril de 2002

Iñaki baila en su tierra

Figura internacional: encabeza el cuerpo estable del Royal Ballet de Londres

Interpretará al príncipe Albrecht en "Giselle", coreografía que abrirá la temporada del Teatro Argentino de La Plata

Miércoles 3 de abril de 2002 | Publicado en edición impresa LA NACION

Iñaki Urlezaga, y la catedral de la capital bonaerense de fondo: "A los 26 años tengo una experiencia que abarca obras de todo tipo" Foto: Santiago Hafford

La vida de un bailarín es movimiento perpetuo. Básicamente, en esto consiste su arte, pero también se trata del continuo desplazamiento en giras, presentaciones que lo llevarán de un lado a otro por todo el mundo. Incluyendo su propio país. En estos momentos, Iñaki Urlezaga está recorriendo ciudades del sur argentino (Neuquén, Puerto Madryn, Viedma, Bahía Blanca, Trelew, Cutral-Có y Zapala) con su compañía, el Ballet Concierto, de dieciocho integrantes. Confiesa con cierta culpa que nunca antes había pisado la región patagónica. Pero el momento llegó y lo está disfrutando con todo. Tan importante como esta nueva experiencia es el hecho de que Iñaki, nacido en La Plata, bailará por primera vez en el nuevo Teatro Argentino de esa ciudad.

"Giselle" será la obra que abrirá la temporada de ballet, en una puesta de Lidia Segni sobre el original de Coralli/Perrot/Petipa, con música de Adam. Con Oscar Araiz como director de la compañía, el estreno será pasado mañana, con las actuaciones de Genoveva Surur y Víctor Filimonov, que también bailarán el 6, el 7 y el 12 de actual. Urlezaga, en carácter de primera figura invitada, interpretará a Albrecht el sábado 13, a las 20.30, y el domingo 14, a las 17, junto a Nadia Muzyca.

-Tu compenetración con el papel de Albrecht es total, ya que "Giselle" es una obra que hiciste muchas veces en el Royal Ballet de Londres ¿Aquí seguirás las pautas que te marcaron en el elenco inglés?

-Lo hago a mi estilo. No sólo porque es un personaje que tengo muy arraigado, sino también por la obra en sí. Hace dos años me parecía un ballet lindo, pero sobre todo me importaba crecer en la interpretación de Albrecht. Ahora es como si estuviera inmerso en una obra de Shakespeare o de Goethe. Estoy muy atento a cada detalle, a la reacción de los que me rodean y de lo que ocurre. No sólo me importa la interacción entre Giselle y yo, o la relación con Hilarión, sino que también me interesa el intercambio con los personajes con los que Albrecht habitualmente tiene menos contacto, por ejemplo, su madre. Por otro lado, mi visión actual no es la de una obra concentrada en dos personas. La veo como un trío, porque Hilarión se entrelaza constantemente en la pareja central y es el que cambia los lineamientos del argumento, de lo que acontecerá y los cambios radicales en la expresión de todos.

-¿Cómo es la relación con tu partenaire, Nadia Muzyca?

-Nadia nunca interpretó el personaje de Giselle. Es su debut en un papel difícil y especial. De manera que estoy intentando hacerle ver ciertas cosas que pueden servirle. Giselle es una auténtica campesina, y así tiene que manifestarse. En la Argentina se tiene la idea que sólo se vuelve loca cuando se entera de la traición de Albrecht, al final del primer acto. A mi modo de ver, desde el principio hay augurios de una crisis. Ella está enferma del corazón y esto la hace muy frágil.

-Un ser vulnerable

-En el transcurso de los acontecimientos, sus características de nobleza e ingenuidad no entienden de engaños. Por causa del mal que sufre su vulnerabilidad es mayor y se ve mucho antes que la famosa escena de la locura. Aunque cree totalmente en lo que le dice su novio, escucha lo que descubre Hilarión. Trata de no ver la realidad, pero casi de inmediato las pruebas de la mentira romperán su alma, cuando se entere de que Albrecht no es un aldeano, sino el duque de la región, y que está comprometido con una aristócrata. Riéndose, sin jactancia, Iñaki dice: "Me siento más un profesor que un bailarín".

-Respecto del Royal Ballet, ¿cuáles son tus planes?

-En estos momentos tengo permiso porque no tengo que trabajar allá. Pero debo regresar pronto, porque en mayo iniciamos una extensa gira de seis semanas por Australia. Estoy muy contento porque volveremos a bailar la versión de "El lago de los cisnes" de Anthony Dowell (que en 2001 renunció a la dirección de la compañía después de ocupar ese cargo durante 11 años). Entonces, es como volver a tenerlo a nuestro lado, porque vendrá a reponerlo y estará en los ensayos. Además, haremos "Giselle" y un programa mixto.

-Desde que ingresaste en el Royal Ballet, en 1996, tu principal formador y mentor fue Dowell. ¿Te adaptaste a un cambio tan fundamental? Hasta que Dowell se fue, el Royal siempre mantuvo un estilo, una escuela que bien puede denominarse propiamente inglesa. ¿Hay cambios ahora?

-Para mi desazón, la compañía ha cambiado. Supongo que la gente joven no lo nota. Pero en el escenario los bailarines se mueven de otra manera. No es lo mismo. Quienes no han trabajado con Dowell codo con codo en el estudio difícilmente vean lo que yo veo. Sería una pena que se diluyera esa identidad del Royal que Dowell y otros grandes directores anteriores le dieron.

-¿Cuáles suponés que son los objetivos del nuevo director, Ross Stretton?

-La búsqueda de Stretton es otra y eso se ve en la forma en que desea que la compañía baile. En realidad, es demasiado pronto para emitir juicios. Mis observaciones se refieren sobre todo al estilo, a la línea. Pero, por otra parte, Stretton es muy respetuoso del repertorio que tiene el Royal y por ahora no demuestra que quiera hacer importantes innovaciones. Dos máximos coreógrafos ingleses fueron sus directores antes que Dowell: Frederick Ashton y Kenneth MacMillan. Sus obras son una base muy sólida y también las que han dado el sello de la escuela inglesa y del plantel. En octubre se cumplirán diez años de la muerte de MacMillan, por lo cual está prevista la reposición, después de mucho tiempo, de "Mayerling", una de sus creaciones más bellas y menos difundidas.

-¿Qué expectativas tenés con "Mayerling"?

-Aunque falta bastante para el momento en que me toque interpretar esa obra, sólo estoy pensando en eso. Es una obra que me fascina. Jamás la hice y nunca la vi en funciones. Para estar totalmente inmerso en el papel del príncipe Rudolf solicité que David Wall, que lo estrenó y para quien fue creado, me preparara. Sobre todo en la parte psicológica del personaje. Es lo más controvertido y extremista por su tortuosa relación con sus allegados y con sus diferentes parejas. Además, es un ballet complicado; de tres actos, dieciséis escenas, con once pas de deux y cinco variaciones.

-Se trata de una historia auténtica y el príncipe Rudolf quedó en el recuerdo por sus amoríos con la baronesa María Vetsera y la trágica culminación, que fue el suicidio de ambos.

-Si bien Vetsera es una pieza clave, sólo aparece en el final del primer acto. MacMillan, más que en la muerte de los amantes, puso el foco en la personalidad demencial y la vida corrupta que llevó Rudolf y que trasladó a su corte, haciendo padecer sin escrúpulos a su esposa. Los hechos siguientes serán fruto de esa existencia compleja. En la obra se traduce la realidad y no sólo el lado romántico de la historia.

-Has bailado una amplia gama de obras en diversos estilos, hasta danza contemporánea. ¿Qué es lo que más te agrada actualmente?

-Es verdad. A los 26 años tengo una gran experiencia que abarca coreografías de todo tipo, incluido un caudal muy completo del repertorio clásico. En lo que más me identifico es en una historia para contar. Ya no me interesan los pas de deux aislados, cortos, que se presentan como un número dentro de un programa. No me dan placer, aunque esté en mi máxima potencia y pueda realizar sin impedimentos los pasos de bravura. Hubo momentos en los cuales disfrutaba ese desafío orgánico, superar las dificultades técnicas y hacerlo para demostrar que podía. Ahora esa alegría dura demasiado poco y no sustenta lo que voy a buscar arriba del escenario.

-Entonces, ¿cómo definirías a tus favoritas?

-Las obras que ahora prefiero son más teatrales, como "Margarita y Armando", "Manon", "Mayerling". Son trabajos que hago y no digo: "Bueno, lo logré, ya está. A otra cosa". Al contrario. Aunque no las represente por un tiempo, siempre deseo volver a interpretarlas. Jamás las dejo, lo mismo ocurre con los personajes de obras tradicionales, como Albrecht, de "Giselle", o Sigfrido, de "El lago de los cisnes". Es una búsqueda que uno tiene a lo largo de toda su carrera. Son piezas a las que con el tiempo se les va encontrando mayor profundidad y a las que se les da la visión más madura y honda que uno tiene de la vida en ese momento. Tres, cinco o siete años más adelante los sentimientos personales van cambiando; son diferentes. Y eso se traslada a la actuación. Eso es lo maravilloso que tienen esos ballets. No es que crezcan los papeles: crece uno como artista. Son otras búsquedas, distintos planteos que se crean de una etapa a otra. Cuando comencé mis estudios, siendo muy pequeño, sólo sabía que me entusiasmaba bailar. No entendía nada. Ahora sé que eso es arte, y que hay que trabajar y hallar dentro de uno mismo lo que hay y la forma de expresarlo.

-El crecimiento personal es paralelo al artístico...

-Por supuesto, no creo que pueda existir una cosa sin la otra. Ahora no me pasa, porque tengo sólo 26 años, pero cuando el cuerpo esté más desgastado, lo lindo que tienen estos papeles es que podés seguir abordándolos a partir de otros aspectos. Esa es la diferencia con los pas de deux, ya que si me quedo sólo en lo físico, el día que tenga problemas de meniscos o el físico no responda en esos pasos de gran impacto ya no tendré nada que ofrecer y no podré subir al escenario. En cambio, el otro es el camino que tengo necesidad de recorrer. Es lo único que hace que el público esté sentado media hora hasta que uno vuelve a bailar. Porque si no, ¿qué los mantendrá atentos? Un pas de deux dura diez, quince minutos y ya está. En una obra larga, el bailarín tiene que sustentar ese intermedio con la habilidad que tenga para hacer que los espectadores esperen la próxima aparición, que no pierdan el hilo de lo que ocurre ni las ganas de ver la evolución del personaje. Está todo entrelazado y lo que importa es que la audiencia se sienta dentro de la acción y viva lo que pasa como si fuera parte de ello. El público tiene que irse con un algo que no sea sólo el rato agradable que pasó en el teatro, sino que perdure en su corazón y lo conmueva. Esa es la misión de los artistas.

Silvia Gsell
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=385613

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