Vuelve un clásico de la calle Corrientes
La reapertura de El Nacional es una buena noticia, por partida doble: evoca recuerdos de todo un siglo y viene a revitalizar la principal avenida de los porteños, por tanto tiempo devaluada.
Domingo 27 de febrero de 2000 | Publicado en edición impresa LA NACION
Todo cambia en la avenida Corrientes entre la 9 de Julio y Florida. Uno camina hoy por allí, especialmente en la cuadra que va de Carlos Pellegrini a Suipacha, y le parece respirar algún aire del viejo esplendor porteño, de las décadas en que pasear por allí era un lujo de sábado.
Es que la próxima reapertura del mítico teatro El Nacional parece haberle inyectado vida a la zona.
Hay nuevos negocios y bares, y entre Suipacha y Esmeralda el Gran Rex y el Opera compiten cara a cara con títulos y afiches de comedia musical neoyorquina.
Lo de El Nacional tiene un valor adicional por su riquísima historia, por la que pasan casi todos los grandes nombres del espectáculo en el siglo.
Por varias décadas, los aficionados a la revista se dividían entre El Nacional y el Maipo como los hinchas de fútbol entre River y Boca. Sin embargo, El Nacional no nació asociado con ese género, sino más bien con el del circo criollo, y siempre fue mercado en el que se ofreció espectáculos de los más variados.
Antes de que existiera El Nacional -y muchísimo antes de que se convirtiera en ceniza, con el incendio de 1982- hubo otro Nacional, en otra parte, que también terminó presa del fuego: el que existió en Bartolomé Mitre y Cangallo desde 1882 hasta diciembre de 1895.
El que ahora se reabre, después de 18 años de nada, dio su primera función el 5 de abril de 1906, y en su larga y ajetreada historia tuvo una vez que cambiarse de nombre, cuando al presidente Justo, en 1936, se le iluminó la cabeza y descubrió que un teatro no podía llamarse Nacional porque era una falta de respeto intolerable, insoportable e insufrible.
Pascual Carcavallo, el empresario que por entonces tomaba las decisiones, reemplazó la ce por una te, y por unos años hubo en Corrientes un National. Hasta que, como siempre, el absurdo se pisó la cola, quedó al descubierto y el nombre original demostró su poder y también su inocencia.
Pero antes que Carcavallo fueron, por cierto, los Podestá. En esta familia de artistas, la locura jamás se consideraba mala palabra, de modo que tomaron como una idea bastante natural que Jerónimo vendiera todas sus posesiones para comprar, en 1904, una caballeriza ubicada en la calle Corrientes 960 para construir allí un teatro. Un montón de Podestás se subió al escenario la noche de la inauguración: Jerónimo, Arturo, José, Blanca, Anita y María Esther. Todos actuaban en Locos de verano, de Gregorio de Laferrère, junto con por lo menos otros tres monstruos sagrados: Enrique Muiño, Elías Alippi y Guillermo Battaglia.
En aquella primera época, el sainete era el rey de El Nacional. ¿Y las vedettes, las plumas, el perfume parisiense? Brillaban por su ausencia, excepción hecha de una fugaz temporada de Le Paradis, en 1914. En las marquesinas de ese espectáculo de sabor importado, dos nombres de industria nacional flameaban en lo alto de las marquesinas: los de Carlos Gardel y José Razzano.
Pero aunque en los locos años 20 la revista causaba sensación en otras salas -las del Maipo y el Porteño-, Carcavallo no atendía razones de marketing para implantarla en El Nacional. Seguía apostando a los sainetes de Alberto Vacarezza, y acertaba muy seguido. Tu cuna fue un conventillo fue un notable suceso. Y después, en El conventillo de la paloma, el teatro consagró a una estrella de interminable duración: Libertad Lamarque.
No fue la única hija de El Nacional, por cierto. Por sólo mencionar a otras tres de primera magnitud, todas ellas vinculadas con el tango, están los casos de Rosita Quiroga, Azucena Maizani y Tita Merello, a quien el público vivaba de pie, al grito de Negrita linda. Hubo más: Tania, Sofía Bozán.
La revista llegó, por fin, de la mano de Carlos Petit, en la década del 50. Todavía hay multitud de memoriosos que recuerdan los embotellamientos de tránsito que se producían cada vez que las vedettes de entonces ingresaban en el teatro o egresaban de él después de la locura de la función.
Las había importadas, como Xenia Monti, Amelita Vargas o Blanquita Amaro, y las hubo igualmente pulposas y locales, como Dorita Burgos, Egle Martin, Susana Brunetti, Zulma Faiad o Nélida Lobato. La reina, la gran diosa, la única Venus de la calle Corrientes, fue, sin embargo, Nélida Roca, que siempre afirmaba: "Nadie que no haya triunfado en El Nacional puede decir que triunfó en la revista porteña".
Junto con las chicas, las revistas de El Nacional hicieron célebres, antes que la televisión, a cómicos a veces sutiles y otras veces amigos de la brocha gruesa, pero siempre eficaces catalizadores de la risa y la carcajada.
Una lista necesariamente incompleta incluiría a Adolfo Stray, Pepe Arias, José Marrone, Fidel Pintos, Dringue Farías, Alfredo Barbieri y Don Pelele, Alberto Anchart, Tato Bores, Rafael El Pato Carret, Marcos Zucker, Juan Verdaguer y Ubaldo Martínez.
Como las revistas tenían, además, una fuerte atracción musical, siempre se trataba de adornar el cartel con números lujosos: Los Cinco Latinos, Doménico Modugno, Francisco Canaro y, siempre, la maravillosa Tita, por ejemplo.
Aunque nunca se fue del todo -hasta el punto de que el último título en el momento del incendio fue una revista-, el género fue cediendo lugar, ya en tiempos del empresario Alejandro Romay, a la comedia musical previamente probada en Broadway.
Esa onda arrancó en 1961, con la primera versión de Mi bella dama, y siguió con muchísimos otros éxitos. Uno de los más grandes -Chicago, de 1978- retornará también pronto a la vida, como lo hizo en Europa y en los Estados Unidos. También se estrenaron en El Nacional Cabaret, de Bob Fosse; A chorus line, y Pippin.
Todo se terminó el 22 de julio de 1982, cuando Susana Giménez disfrutaba de las mieles de su Sexitante.
Nunca se supo si el incendio fue accidental o una muestra postrera de intolerancia antes del regreso de la democracia. Pero el final de ayer se transformó en comienzo. Que llega con la excitación del ¿qué vendrá ahora?, la pregunta que mantiene el interés del show. Porque ahora es siempre un tiempo distinto, y el espectáculo no se detiene.
Lifting para la dama en el 2000
Mi bella dama, de Alan Jay Lerner y Frederic Loewe, es el clásico de los clásicos de la comedia musical. En él reincide, casi 40 años después, Alejandro Romay, cuya primera gran producción en El Nacional fue precisamente ésta. Claro: ni la sala es la misma ni lo es la puesta.
El Nacional remodelado tiene capacidad para 1100 espectadores, tecnología de última generación y una inversión millonaria, que sólo en los rubros de iluminación y sonido trepó al millón y medio de pesos (o dólares).
El director, como se sabe, es importado: el irlandés Mick Gordon, responsable de dos éxitos teatrales de porte: los de Art y Closer. Otros profesionales del Primer Mundo -el coreógrafo Michael King y el iluminador Neil Austin- nos harán acordar de que vivimos tiempos de aldea global y, por lo tanto, Broadway queda a la vuelta de la esquina.
Habrá 70 artistas en escena, 20 cambios de decorados a telón abierto, de esos que impresionan al público tanto como un truco de David Copperfield, 500 luces computarizadas y 250 trajes de época diseñados por Mini Zuccheri, la ganadora del premio ACE 1999 como mejor vestuarista.
Para Paola Krum, que ya varias veces (como en Flores de acero) ha dado pruebas de que no es sólo una carita bella, la oportunidad de interpretar a Eliza Doolittle puede ser la que tiene una estrella naciente al ser admitida en su galaxia. Los otros integrantes del staff son, por lo general, astros de big bangs anteriores. Víctor Laplace deberá apelar a lo mejor de su flema inglesa para componer al profesor Higgins, y seguramente Pepe Soriano se divertirá muchísimo con ese sinvergüenza lleno de vitalidad que es el papá de Eliza, Alfred P. Doolittle. Juan Manuel Tenuta, que viene de Las alegres mujeres de Shakespeare, será Pickering, otro inglés de pura cepa, y la grande y única Aída Luz encarnará a la madre del profesor Laplace. Otra notable del reparto es Estela Molly. Todos, con un poquitín de suerte, podrán bailar toda la noche (y muchas más) en la calle donde tú vives: Corrientes casi Carlos Pellegrini.
Texto: Hugo Caligaris
Foto: Con gusto a circo, pero no romano, sino criollo, nació El Nacional con el aspecto que vemos en esta foto, de 1908 Foto:Gentileza Teatro El Nacional
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=211398
La reapertura de El Nacional es una buena noticia, por partida doble: evoca recuerdos de todo un siglo y viene a revitalizar la principal avenida de los porteños, por tanto tiempo devaluada.
Domingo 27 de febrero de 2000 | Publicado en edición impresa LA NACION
Todo cambia en la avenida Corrientes entre la 9 de Julio y Florida. Uno camina hoy por allí, especialmente en la cuadra que va de Carlos Pellegrini a Suipacha, y le parece respirar algún aire del viejo esplendor porteño, de las décadas en que pasear por allí era un lujo de sábado.
Es que la próxima reapertura del mítico teatro El Nacional parece haberle inyectado vida a la zona.
Hay nuevos negocios y bares, y entre Suipacha y Esmeralda el Gran Rex y el Opera compiten cara a cara con títulos y afiches de comedia musical neoyorquina.
Lo de El Nacional tiene un valor adicional por su riquísima historia, por la que pasan casi todos los grandes nombres del espectáculo en el siglo.
Por varias décadas, los aficionados a la revista se dividían entre El Nacional y el Maipo como los hinchas de fútbol entre River y Boca. Sin embargo, El Nacional no nació asociado con ese género, sino más bien con el del circo criollo, y siempre fue mercado en el que se ofreció espectáculos de los más variados.
Antes de que existiera El Nacional -y muchísimo antes de que se convirtiera en ceniza, con el incendio de 1982- hubo otro Nacional, en otra parte, que también terminó presa del fuego: el que existió en Bartolomé Mitre y Cangallo desde 1882 hasta diciembre de 1895.
El que ahora se reabre, después de 18 años de nada, dio su primera función el 5 de abril de 1906, y en su larga y ajetreada historia tuvo una vez que cambiarse de nombre, cuando al presidente Justo, en 1936, se le iluminó la cabeza y descubrió que un teatro no podía llamarse Nacional porque era una falta de respeto intolerable, insoportable e insufrible.
Pascual Carcavallo, el empresario que por entonces tomaba las decisiones, reemplazó la ce por una te, y por unos años hubo en Corrientes un National. Hasta que, como siempre, el absurdo se pisó la cola, quedó al descubierto y el nombre original demostró su poder y también su inocencia.
Pero antes que Carcavallo fueron, por cierto, los Podestá. En esta familia de artistas, la locura jamás se consideraba mala palabra, de modo que tomaron como una idea bastante natural que Jerónimo vendiera todas sus posesiones para comprar, en 1904, una caballeriza ubicada en la calle Corrientes 960 para construir allí un teatro. Un montón de Podestás se subió al escenario la noche de la inauguración: Jerónimo, Arturo, José, Blanca, Anita y María Esther. Todos actuaban en Locos de verano, de Gregorio de Laferrère, junto con por lo menos otros tres monstruos sagrados: Enrique Muiño, Elías Alippi y Guillermo Battaglia.
En aquella primera época, el sainete era el rey de El Nacional. ¿Y las vedettes, las plumas, el perfume parisiense? Brillaban por su ausencia, excepción hecha de una fugaz temporada de Le Paradis, en 1914. En las marquesinas de ese espectáculo de sabor importado, dos nombres de industria nacional flameaban en lo alto de las marquesinas: los de Carlos Gardel y José Razzano.
Pero aunque en los locos años 20 la revista causaba sensación en otras salas -las del Maipo y el Porteño-, Carcavallo no atendía razones de marketing para implantarla en El Nacional. Seguía apostando a los sainetes de Alberto Vacarezza, y acertaba muy seguido. Tu cuna fue un conventillo fue un notable suceso. Y después, en El conventillo de la paloma, el teatro consagró a una estrella de interminable duración: Libertad Lamarque.
No fue la única hija de El Nacional, por cierto. Por sólo mencionar a otras tres de primera magnitud, todas ellas vinculadas con el tango, están los casos de Rosita Quiroga, Azucena Maizani y Tita Merello, a quien el público vivaba de pie, al grito de Negrita linda. Hubo más: Tania, Sofía Bozán.
La revista llegó, por fin, de la mano de Carlos Petit, en la década del 50. Todavía hay multitud de memoriosos que recuerdan los embotellamientos de tránsito que se producían cada vez que las vedettes de entonces ingresaban en el teatro o egresaban de él después de la locura de la función.
Las había importadas, como Xenia Monti, Amelita Vargas o Blanquita Amaro, y las hubo igualmente pulposas y locales, como Dorita Burgos, Egle Martin, Susana Brunetti, Zulma Faiad o Nélida Lobato. La reina, la gran diosa, la única Venus de la calle Corrientes, fue, sin embargo, Nélida Roca, que siempre afirmaba: "Nadie que no haya triunfado en El Nacional puede decir que triunfó en la revista porteña".
Junto con las chicas, las revistas de El Nacional hicieron célebres, antes que la televisión, a cómicos a veces sutiles y otras veces amigos de la brocha gruesa, pero siempre eficaces catalizadores de la risa y la carcajada.
Una lista necesariamente incompleta incluiría a Adolfo Stray, Pepe Arias, José Marrone, Fidel Pintos, Dringue Farías, Alfredo Barbieri y Don Pelele, Alberto Anchart, Tato Bores, Rafael El Pato Carret, Marcos Zucker, Juan Verdaguer y Ubaldo Martínez.
Como las revistas tenían, además, una fuerte atracción musical, siempre se trataba de adornar el cartel con números lujosos: Los Cinco Latinos, Doménico Modugno, Francisco Canaro y, siempre, la maravillosa Tita, por ejemplo.
Aunque nunca se fue del todo -hasta el punto de que el último título en el momento del incendio fue una revista-, el género fue cediendo lugar, ya en tiempos del empresario Alejandro Romay, a la comedia musical previamente probada en Broadway.
Esa onda arrancó en 1961, con la primera versión de Mi bella dama, y siguió con muchísimos otros éxitos. Uno de los más grandes -Chicago, de 1978- retornará también pronto a la vida, como lo hizo en Europa y en los Estados Unidos. También se estrenaron en El Nacional Cabaret, de Bob Fosse; A chorus line, y Pippin.
Todo se terminó el 22 de julio de 1982, cuando Susana Giménez disfrutaba de las mieles de su Sexitante.
Nunca se supo si el incendio fue accidental o una muestra postrera de intolerancia antes del regreso de la democracia. Pero el final de ayer se transformó en comienzo. Que llega con la excitación del ¿qué vendrá ahora?, la pregunta que mantiene el interés del show. Porque ahora es siempre un tiempo distinto, y el espectáculo no se detiene.
Lifting para la dama en el 2000
Mi bella dama, de Alan Jay Lerner y Frederic Loewe, es el clásico de los clásicos de la comedia musical. En él reincide, casi 40 años después, Alejandro Romay, cuya primera gran producción en El Nacional fue precisamente ésta. Claro: ni la sala es la misma ni lo es la puesta.
El Nacional remodelado tiene capacidad para 1100 espectadores, tecnología de última generación y una inversión millonaria, que sólo en los rubros de iluminación y sonido trepó al millón y medio de pesos (o dólares).
El director, como se sabe, es importado: el irlandés Mick Gordon, responsable de dos éxitos teatrales de porte: los de Art y Closer. Otros profesionales del Primer Mundo -el coreógrafo Michael King y el iluminador Neil Austin- nos harán acordar de que vivimos tiempos de aldea global y, por lo tanto, Broadway queda a la vuelta de la esquina.
Habrá 70 artistas en escena, 20 cambios de decorados a telón abierto, de esos que impresionan al público tanto como un truco de David Copperfield, 500 luces computarizadas y 250 trajes de época diseñados por Mini Zuccheri, la ganadora del premio ACE 1999 como mejor vestuarista.
Para Paola Krum, que ya varias veces (como en Flores de acero) ha dado pruebas de que no es sólo una carita bella, la oportunidad de interpretar a Eliza Doolittle puede ser la que tiene una estrella naciente al ser admitida en su galaxia. Los otros integrantes del staff son, por lo general, astros de big bangs anteriores. Víctor Laplace deberá apelar a lo mejor de su flema inglesa para componer al profesor Higgins, y seguramente Pepe Soriano se divertirá muchísimo con ese sinvergüenza lleno de vitalidad que es el papá de Eliza, Alfred P. Doolittle. Juan Manuel Tenuta, que viene de Las alegres mujeres de Shakespeare, será Pickering, otro inglés de pura cepa, y la grande y única Aída Luz encarnará a la madre del profesor Laplace. Otra notable del reparto es Estela Molly. Todos, con un poquitín de suerte, podrán bailar toda la noche (y muchas más) en la calle donde tú vives: Corrientes casi Carlos Pellegrini.
Texto: Hugo Caligaris
Foto: Con gusto a circo, pero no romano, sino criollo, nació El Nacional con el aspecto que vemos en esta foto, de 1908 Foto:Gentileza Teatro El Nacional
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=211398