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lunes, 5 de septiembre de 2011

Vivir como un francotirador

Suplemento Nuestros

Diagonales / 04.09.2011 | Carlos Solari. La voz de los Redondos y de varias generaciones de fanáticos. El creador indiscutido de una poesía nueva en el rock nacional. Sinónimo de la ciudad de La Plata, donde creció y empezó su carrera artística. Una entrevista con el músico y la opinión de cuatro especialistas.

Elegir la propia máscara es el primer gesto voluntario humano. Y es solitario. Carlos Alberto "Indio" Solari puso esta frase de la escritora Clarice Lispector en su disco, Porco Rex. La cita parece ideal para un cantante que siempre privilegió al personaje, se llame Patricio Rey o, como desde hace un tiempo, Porco Rex, que vive aislado del mundo en su casa-estudio Luzbola, de Parque Leloir, que nunca aceptó ir a un programa de televisión y que da pocas entrevistas. Pero cuando habla, habla. "La idea para este álbum era transformarme otra vez en una banda y sacarlo como Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado. Después me pareció una ridiculez, porque soy lo suficientemente tirano como para no dejar que nadie opine ni que nadie haga un arreglo ni una mierda", dice el Indio, de camisa verde oliva, pantalón gris y zapatillas marrones.

-¿Esa tiranía influyó en la separación de Los Redondos?

-Por lo que escuché de Skay, supongo que sí. Pero nunca lo sentí mientras estábamos en la banda. Yo era el más caprichoso, pero no hacía lo que quería.

-¿Le preocupa la orfandad en la que quedó el público?

-Es lo que me llevó a decir, a diferencia de Skay, que me hubiera gustado despedir al público de otra manera. Aunque creo, como él, que la única manera de reunirnos a futuro sería con un proyecto en común. Volver a hacer un disco, no para tocar. Me hubiera gustado hacer un concierto de despedida, y no que se desvaneciera una banda que tuvo una significación durante tantos años. Pero las bandas las forman gente que tiene sus rollos, discusiones y puntos de vista divergentes. Hay momentos en que pueden dejarlos de lado y otros en que no. Creo que Skay se sintió liberado, y de la libertad se vuelve difícilmente: Prefiero ser cabeza de ratón y no cola de león.

-¿Sigue sin haber escuchado sus discos?

-Sí. Esta es una confesión desagradable, pero yo no escucho mucho rock nacional, ni de los Redondos. Padezco cuando escucho lo que hicimos.

-¿Por qué?

-Entiendo que fueron canciones muy frescas, muy ricas en su momento, pero padezco los detalles de la producción. Esto me pasa con casi todo el rock nacional. Me cuesta encontrar producciones admirables como sí las hay en el rock anglosajón. En los Estados Unidos, son 300 millones de tipos que estudian en el colegio tuba, violín, guitarra. Con que haya un porcentaje mínimo que tenga talento y de esos se sirva la industria del espectáculo, estamos teniendo una excelencia grande. Cualquier grupo o solista de circulación internacional tiene factura muy consistente.

-Y el rock nacional...

-La pintura del lugar no es lo que me interesa en la lírica de la cultura rock. Sí lo que tiene una significación que va más allá del barrio, y ahí cae el barrio.

-¿A quiénes rescata?

-Tengo un gran respeto por Andrés Calamaro y por Fito Páez, por el riesgo que son capaces de correr. El Salmón me interesó por la magnitud de la apuesta, porque convenció a una compañía de publicar eso y por tomar ese riesgo artístico. Con Fito, todos sabemos que no es el vendedor de discos que supo ser, y sin embargo tiene ganas de hacer películas y pone todo su patrimonio.

El Indio no recuerda dónde fue el último show de los Redondos (el del Chateau Carreras cordobés, el del 4 de agosto de 2001). Dice: "Pero me sigue sorprendiendo la fidelidad, las banderas en la cancha. Pasaron años que, a mi edad, son una eternidad. Mi vanidad se gratifica, pero no lo entiendo. Lo primero que hago cuando me despierto es avergonzarme de mí mismo durante diez minutos. Después tomo el desayuno. Uno conoce sus miserias y no entiende por qué alguien cree que es mejor de lo que es. Quizá porque no tengo ese enigma que tienen los demás sobre mi personalidad."

El enigma fue alimentado por crónicas periodísticas que relataban el encuentro con el Indio como si fuera un prófugo de la justicia: llamadas misteriosas, perros feroces, camionetas con los vidrios pintados de negro para ocultar el camino. La explicación resulta más pedestre: como vive en un barrio de calles intrincadas, manda un asistente a recoger al periodista en una estación de servicio fácil de ubicar. En su oficina, convida café con medialunas y muestra, entero, Porco Rex.

-¿Es casualidad otro PR?

-No, está pensado. Es la mirada chancha.

-¿Por qué aparece por primera vez en la tapa?

-Voy a ser sincero: pensé que no se iban a dar cuenta, que estaba lo suficientemente desfigurado para ser un personaje. Aunque explicar el juego no me parece rico, hay un nexo entre la letra del tema, que yo aparezca en esa especie de logo con la boca pintada, medio pornográfico, y en la ilustración interior al lado de un océano de tetas y culos.

-El título podría hablar de un burgués de lujo, una ironía para los que lo acusan de aburguesarse.

-Están muy confundidos: siempre fui un burgués. Me forjé leyendo la revista Adán (una especie de Brando de la época) y nunca fui austero. No gasto la guita en pelotudeces sino en instrumentos, pero creo en el principio ordenador del placer: tomar buenos vinos, un buen whisky.

-¿"Y el sol se muere..." es una preocupación ambiental?

-El álbum pivotea alrededor del amor. Tiene letras muy crudas, a excepción de esa, que es una canción de amor que le dediqué a mi compañera (Virginia, "Viruta"). Estuve mucho tiempo hasta encontrar una que representara el tipo de amor que siento por ella, que es casi eterno. Para alguien que no tiene una religión, es lo máximo que puedo prometer. El amor hoy está ridiculizado. Hay una fascinación pornográfica en la vida y eso es Porco Rex.

-¿"Si no hay amor, que no haya nada", como escribió en su disco anterior?

-La cultura rock nace con el verano del amor. A mí me cuesta entender este mundo donde ser cool es ser radicalizado. El amor, la pasión y los ideales son la sal de la vida. La parodia que la posmodernidad hace del pasado es descriptiva y no promete nada. Necesitamos tirar hacia adelante una mirada, tener un gran sueño para no perderlo de vista, y los ideales dan eso. No me gusta la juventud sin ideales. Tampoco soy nostálgico, pero cuando hay un vacío de eso me siento incómodo.

-¿La generación que está en el poder se formó en esa cultura?

-En la cultura política. La cultura rock fue más cínica: la gente sospechaba que era improbable bajar a la Casa Rosada con fusiles Mauser y hacerse cargo del poder. Era más probable que nos boletearan a todos, que es un poco lo que pasó. Al nutrirse de otras mentalidades, haber leído a Burroughs y Mailer, uno tenía otra mirada que los que están en el gobierno.

-Pero eran dos corrientes con puntos de contacto.

-Sí. Tengo amigos, muertos queridos. Pero para un hippie, el marxismo era de la época de la máquina de vapor. El heroísmo de los jóvenes que arriesgaron su vida por un ideal me parece más rico.

-¿Cayeron más amigos en la lucha armada de los '70 o en los excesos de los '80?

-En los '80 se maltrató mucho el organismo. Los que no se murieron en su momento, se morían diez años después porque el hígado no daba más. Pero tengo muertos en distintos lugares. En La Plata me tocó ir a un conventillo de estudiantes tres días antes de que vinieran y limpiaran a un montón. Poco tiempo antes, jugaba al fútbol con chicos que después se mataron entre sí: tipos que se vestían en las mismas casas, tenían los mismos mocasines y las heladeras llenas de las mismas cosas. Pero tengo más bajas en los '80.

-¿Qué se siente cuando miembros del Gobierno, como Aníbal Fernández, se reconocen admiradores suyos?

-Ya pasó con el Che Guevara hace muchos años: se transformó en un póster.

-¿Lo representa el Gobierno?

-Uno nunca se siente conforme. Acá no es fácil hacerse cargo de administraciones saqueadas durante años. Con el advenimiento de muchos montos al poder, la gente le está dando un visto bueno porque en las elecciones ganan con comodidad. La reivindicación de los derechos humanos y de los desaparecidos es una mejora sustancial con respecto a los gobiernos que padecimos del advenimiento de la democracia para acá. Y económicamente también hay un visto bueno porque hubo momentos demasiado críticos: la hiperinflación, el corralito...

-¿Lo afectó?

-Me cortaron la cabeza. Soy un boludo, y creo que no soy el único artista al que agarraron, porque no estamos pendientes de eso. Salvo que te llame tu contador y te diga "ojo, rajemos", cuando querés sacar la guita, justo estabas tocando el piano, y ya era tarde.

-¿Ahora se está mejor?

-La gente elige lo menos peor. Independientemente de que me invitan a tocar en el "Salón Fulano", lo que rechazo con un poco de elegancia, los gobernantes tienen una cuota abierta por la población para ejercer el poder. Pero no tengo opiniones políticas. Mi vida transcurre de la misma manera ahora que con Chupete. Puedo vivir como un francotirador.

-¿No es una actitud cínica?

-Tengo una actitud de citizen sin participar activamente. Nosotros intentamos contaminar la cultura y en un porcentaje se dio. Ahora, ¿en qué se transforma eso cuando no hay una modificación permanente? En que la propaganda de Eveready usa guitarras tipo Clapton. Se transforma en el póster.

Dibujos en blanco y negro de la mano del Indio pueblan las paredes de la oficina, junto a un cuadro con entradas a recitales y una ocurrencia: un póster que ejemplifica los conceptos de Estéreo (un gato rodeado por dos doberman) y Surround (el mismo animal rodeado de seis perros). En la mesa ratona, varios libros (Lyotard, una historia de las religiones) y revistas de música y tecnología.

-¿Cómo es salir de su casa, actuar en un estadio lleno y volver a este lugar?

-Sería un shock grande si yo tuviera una productora que me lleva en helicóptero. Pero desde bastante tiempo antes tengo quilombos. Estoy medianamente retirado, no de lo artístico sino de la producción, que es casi imposible para un artista independiente. Coquetear con las ligas mayores, como me tocó a mí, que seguí convocando la misma cantidad de gente que tenían los Redondos, se volvió muy difícil. Hay estadios que me están vedados porque no me alquilan el piso rígido. Como en el fútbol, no hay nada que se pague con el valor de las entradas. Todo el mundo está acostumbrado a la gran guita del esponsoreo y la televisación, y yo tengo que bancar las cifras con mi culo. Todavía estoy pagando cosas del show de La Plata en 2005. Ahora viene para mí la etapa peor: ponerme en el rol de productor. Es un mundo que nunca me interesó. No me gusta hablar permanentemente de dinero.

-¿Por qué no acepta sponsor?

-No termino de saberlo. Son manías de alguien que todavía conserva un espíritu contracultural. Me quedé medio solo en eso. No lo veo en los jóvenes. Se volvió a la cosa simplona de los años '50 con un poco más de perversión. Otra vez, la industria del espectáculo es la que domina todo. Los Redondos nos vimos favorecidos con esa inercia que hubo acá durante años, cuando los jóvenes no estaban muy a favor de lo que la industria proponía y preferían elegir números que los representaban. Eso se terminó.

-¿En qué lo nota?

-Los chicos ya no miden ética ni estéticamente las cosas, sino si son éxitos o fracasos. Quieren fama y dinero. Ponés Gran Hermano y les cabe cualquiera: saben las letras de Juanes, Arjona, Los Redondos, una cumbia. Durante varios años, en la Argentina, los jóvenes eran del rock. Hoy, el rock dejó de ser una cultura para volver a ser un género musical que tiene que ver con el entretenimiento. Se ve hasta en la búsqueda de los músicos. No les termina de salir bien, pero hay una intención de mezclar el tango, cosas medio folklóricas...

-¿Una derrota de la cultura rock?

-No sé si derrota, porque en mi caso sigo viendo la vida de la misma manera. Pero no soy obsesivo ni nostálgico. Al contrario, siempre quise que viniera una puta novedad a darme vuelta, para sentir que estoy vivo, y no esto que me pasa, que escucho el revival permanente de lo que ya vi y escuché.

-Dijo que la bohemia no le daba la pulsión de ser padre. ¿Qué cambió?

-Con mi compañera tuvimos claro que mientras la bohemia gobernara nuestras vidas, no daba para tener un hijo. Lo fuimos postergando hasta que ella estaba en una edad riesgosa, y sentí que no tenía derecho a quitarle una justificación básica en la vida de una mujer. Nunca tuve el deseo previo, pero cuando nace Bruno y aparece ese estado de inocencia, te pega un cachetazo en el bobo. Me dejó de interesar el circo mágico de la bohemia, porque ya lo viví y más locuras que las que se hicieron en esa época no se pueden hacer.

-¿Cómo es su día típico?

-Cuando nos mudamos acá, nos la pasábamos jugando al pool y tomando whisky toda la noche. Al día siguiente, los pajaritos nos rompían las pelotas. Hasta que le dije: "Es una locura", y empezamos a despertarnos temprano. Ahora me levanto a las seis, hago el desayunos y me vengo para acá (al estudio, a metros de la construcción principal) a trabajar: tocar la guitarra, escribir, pintar. Es un momento de mucha lucidez, que sirve para corregir las cosas que hice el día anterior.

-¿Reflexiona sobre el pasado?

-Cuando uno tiene mi edad, la reflexión es a futuro porque se acerca en serio el momento de entregar el sachet. Cuando uno es joven, es inmortal. Cuando tenés cincuenta y pico pensás en tus relaciones y te das cuenta de que Mengano se cayó. Al no tener una promesa de paraíso, hay una preocupación por la nada.

-¿Imagina que "la eternidad mañana acaba y te vas", como escribió?

-Creo que se apagó la película y se acabó. Al menos esta unidad que es el Indio. Por más que devolvemos carbonos y azufres, crece un pastito, viene una vaca y se lo come y parte de mí será un asado mañana.

-¿Hay temas que no tocará más?

-No, "Juguetes perdidos" o "Ji Ji Ji" las tengo que hacer porque forman parte del ritual y lo respeto. Funcionan oracularmente: se pueden leer hoy y todavía significan algo. Por eso me río cuando dicen que mis letras son crípticas: la lírica tiene que ser poderosa como para que chicos de Laferrere y de otro lado puedan vincularse de la misma manera, por más que las interpretaciones sean diferentes. "Esto es to-totodo amigos" parece hablar del quilombo de Cromañón. Hay una especie de cosa extraña en la que uno no quiere escarbar por miedo a lo que puede encontrar.

-¿Alguna vez pensó que un show podía terminar en tragedia?

-Tocamos en lugares que, al lado de Cemento y Cromañón, eran maravillosos. Salimos vivos de pedo. Ciento noventa y pico de muertos es una cuenta que alguien tiene que pagar. Pero señalar como criminal a Chabán es injusto. Me da pena.

-¿Se comunica con él?

-No, porque no soy amigo. Pero creo que ya pagó la cuenta. Espero que su capacidad intelectual le permita aprovechar esto como una suerte de retiro.

-Una para el final. ¿Quién es de verdad el Indio?

-Un artista al que no le interesa correr riesgos al pedo. Me interesa la vida, no la muerte. No me interesa tirarme del noveno piso ni demoler hoteles. No quiero circunscribirlo a alguien; hablo de la actitud de rock star de hacer cagadas, tomar merca hasta morir. A mí, hasta morir... (hace un corte de mangas). No quiero ser mártir de nadie .

Fuente: http://www.elargentino.com/nota-156257-Vivir-como-un-francotirador.html

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