10-09-2010 / El actor habló de su trabajo en Por tu padre e hizo referencia a su cariño por La Plata
El actor Federico Luppi habló con Diagonales y brindó detalles de Por tu padre, la obra que junto a Adrián Navarro –quien también protagoniza la novela Secretos de amor en Telefé– presentará esta noche en el teatro Coliseo Podestá de La Plata.
En el funeral de un familiar, un joven treintañero confronta al socio comercial de su padre y a su padre mismo, en un crispado, frenético y por momentos agresivo diálogo, en medio de situaciones donde la emoción, la ternura, la soledad y la esperanza tejen una trama que se asemeja a un ajuste de cuentas.
–Usted realiza varios personajes en la obra…
–Tengo el personaje del socio en la primera parte, que tiene una larga enfadada con el hijo, y es un poco dramática. En la segunda parte hago al padre, donde se empieza a armar un poco la estructura adulta, que está bastante lastimada. Y hay un personaje que entra al principio y al final, que es el cura, es muy episódico pero cierra la situación.
–¿Cómo fue el trabajo actoral para llevar adelante tres personajes en la misma obra?
–El texto mismo indica una cosa muy interesante. El socio, que es un tipo que tiene cierta condición intelectual más o menos armada, le gusta hablar con un lenguaje de una sintaxis no rebuscada pero sí poco común. Y el padre es un típico hombre, un simple comerciante que le ha ido bien en la vida y que tiene una relación con el mundo más primaria y elemental. De modo que el comportamiento de ambos era fácilmente perceptible y no implicaba ninguna composición riesgosa ni complicada. Además, con la dirección acordamos hacer los cambios mínimos y necesarios de un personaje a otro. El texto en general funciona bastante bien porque tiene que ver con una especie de presión despojada del personaje.
–¿O sea que lo que más diferencia al socio y al padre entre sí es la personalidad que tienen?
–Es la personalidad de cada uno, que son bastantes claras y bien definidas en el texto mismo. No tienen lo que llamaríamos una línea íntima, espiritual o anímica, compleja. Y eso le da también un carácter muy cotidiano, no diría campechano pero sí de hombres comunes, de socios de un negocio que han vivido siempre en medio de un trabajo cotidiano no demasiado creativo.
–¿Y los climas de la obra son bien distintos en cada parte?
–Sí. En la primera parte hay toda una cosa muy dura entre el hijo y el socio, porque aparecen viejas cuentas afectivas no resueltas. Y en la segunda parte, con el padre, más bien el camino tiende a desglosar todo lo que ha sido la incomunicación, la falta de afecto.
–Y todo esto se da en un momento y una situación muy particular, como es un velatorio.
–Por eso el autor ha tenido el gran tino, y a mí me gusta mucho eso, en dividir la obra no en dos actos sino en dos partes. Y eso le permite tanto al personaje del hijo como al espectador, poder asistir a las dos miradas atípicas de una sola historia.
–¿Qué sensación observa que la obra provoca en el espectador?
–No hemos cargado las tintas en el aspecto melodramático de la cuestión, quisimos más bien hacerlo de forma tal que sean datos perceptibles, cotidianos. Y como de lo que se habla fundamentalmente es de la sexualidad de los padres: la madre del personaje de Adrián, que no aparece en la obra pero está constantemente presente, es una mujer que ha tenido una vida sexual muy intensa. De hecho el drama en cuestión reside en que su marido aceptó compartir la misma casa con el amante de ella. Y esto dispara una cantidad de cosas que interesan mucho a la gente. Además está planteado no en términos psicologistas, como si fuera una clase de diván freudiano, sino en un lenguaje bastante crudo pero no agresivo, bordeando permanentemente las preguntas de un chico que tenía doce años cuando esto ocurre. Se plantea mucho este tema de cómo, por ejemplo, dos personas que se quieren encuentran que la mejor manera de que una relación tenga sentido profundo y duradero es que ninguno se sienta dueño del otro. La aceptación del otro, con todas sus limitaciones, y con sus defectos y virtudes, es una forma de aceptación de uno mismo también en la vida.
–Va a dejar a la gente pensando...
–La gente se va pensando, pero tampoco es un drama pitagórico. La solución del drama es clarita, muy terráquea. Sobre todo porque hay momentos de emoción muy altos y muy profundos, y eso nos importa porque todo trabajo actoral y dramático teatral debe tender a cierta emoción para que el espectador se abra un poco a la cuestión. Lo que me gusta es que la gente siente que no le vamos a dar un producto adulterado, saben que llevamos una obra que tiene que ver con la vida misma en toda su dimensión.
–¿Tiene para usted alguna connotación especial esta función en La Plata, una ciudad que le es muy conocida?
–Mi nacimiento a la adultez fue allí, yo me mudo de Ramallo a La Plata a estudiar una cosa y terminé haciendo otra, cambié tanto de oficio en ese lugar que podría decir que conozco toda la guía industrial de la ciudad. Ahí hice teatro, conocí a toda la gente que hacía teatro en esa época. Con ellos compartimos una época hermosa de La Plata, donde el teatro tenía una presencia bastante fuerte y había cierto hábito para ir a verlo. Y todo eso forma parte de mi historia personal y de una etapa de mi vida realmente muy complicada pero también muy creativa y muy plena.
Fuente: http://www.elargentino.com/nota-105994-La-obra-tiene-que-ver-con-la-vida-misma.htmls
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