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lunes, 4 de julio de 2011

Se apagan las luces de viejos bares

El bar de Don Germán, de 116 y 40, cerró no hace mucho y el lugar físico permanece como mudo testimonio de un rubro que de a poco desaparece

HISTORIA EN LOS BARRIOS PLATENSES

En los años ’40 y ’50 había más de medio centenar en la Ciudad. En la actualidad resisten unos pocos

Por ALEJANDRO SALAMONE

“Don Germán”, de 40 y 116; “El Cardenal”, de diagonal 74 y 119; “el del Gallego Beiró”, de 117 y 40; “El bar de bigote”, de 5 y 39; “El Pequi”, de 1 y 45; “Balcarce”, de 1 y 36; “Jáuregui”, con cancha de bochas incluida, de 116 entre 33 y 34; “El Rayo”, de 1 y 44; “El Victoria”, “Los 4 Vientos”... Y la lista sigue, es larga; son los bares de los barrios platenses que con el tiempo fueron bajando sus persianas, algunos de ellos entre los últimos cinco y diez años y por eso todavía conservan sus pintorescas fachadas y hasta mesas y sillas apiladas con tela araña como mudo testigo de un tiempo que pasó.

Los que conocen el paño dicen que entre las décadas del ’40 y del ’50 llegaron a funcionar más de cincuenta en los barrios platenses. Hoy en día se pueden contar con los dedos de una mano, y conservan sus inmuebles y muebles, sus barras de antaño, sus mesas, sus sillas y hasta a sus mismos clientes.

Ver una botella de cerveza en un pub de estas épocas puede no llamar la atención para nada. Pero ver esa misma botella sobre una mesa del boliche del “Macho” Russo -diagonal 74 y 115- moviliza muchas sensaciones, pareciera como que la botella de pronto envejece y lo transportara a uno en un abrir y cerrar de ojos a esas décadas del ’40 o del ’50. Y más aún si se observa la barra, donde en los estantes de atrás aparecen otras botellas de bebidas que tomaban los guapos de aquel entonces, como las de ginebra, hesperidina, fernet, caña, gerez o cynar, entre otras.

Traspasar la puerta de entrada del viejo bar del “Macho” Russo es viajar en el tiempo. A las tres y media de la tarde de un miércoles, unos cinco parroquianos miran en TV el resumen de cada carrera de caballos. El piso es de las clásicas baldosas bicolor, esas que “son eternas”, en los vidrios que dan a la calle se anuncian buenas picadas y minutas, y adentro interesan los resultados de las quinielas.

“¡Acá viene buena gente eh!. No hay gritos y se respeta muchísimo a las mujeres”, dice con un marcado orgullo el dueño del bar “El motivo”, Miguel Alberto Russo, y mira de refilón a uno de los “acodados” a la barra y le pregunta “¿qué tomás Carlos?”.

Miguel abre su bar a las 8 de la mañana y lo cierra a las 8 de la tarde-noche, tiene 81 años y atiende su boliche desde el año 1953. Primero lo tuvo en 4 y 523 de Tolosa y desde hace dos décadas en diagonal 74 y 115. Por un problema de salud se vio obligado a cerrar recientemente por poco más de una semana, pero salvo esa excepción, cuenta que solamente faltó a su trabajo tres veces en estos casi 60 años.

Los clientes son gente grande, la mayoría de más de 60 años. “Nooooo, acá no vienen pibes, ni a mis nietos traigo, para qué los querés, se pelean, discuten, gritan... Este es un lugar tranquilo, donde el que se pone en curda se pone en curda y se terminó. Y ojo, en minutas y algunas comidas que hacemos siempre damos lo mejor, acá la mercadería es de primera”, asegura el dueño de este viejo bar.

En una recorrida por el lado del bar donde los parroquianos no tienen acceso, Miguel muestra los cajones de cerveza, las heladeras, todo el mobiliario con el que cuenta: “por el problema de salud que tuve mi hija había puesto en venta el bar, pero los que venían a preguntar pensaban que vendíamos las sillas solas, me querían dar chaucha y palito y este es un lugar con clientes, con mucha historia. La verdad es que si lo vendo me pongo a llorar en la vereda, después de esto qué me queda... qué voy a hacer...”, reflexiona, y se acuerda: “pensar que el primer televisor en un bar lo tuve yo...”.

Sobre el cierre de muchos boliches de barrio en los últimos tiempos, Miguel, que conoce el rubro como a la palma de su mano, dice primero entre risas: “que no cierren más que se vienen todos los borrachos para acá...”; y después habla en serio: “lo que pasa es que ahora las costumbres de los jóvenes son otras, cambiaron las épocas, todo ha cambiado y lo que antes eran los juegos de diversión, pasatiempo y entretenimiento, hoy ya no lo son. Ni siquiera se juega a la cartas, el truco y el mus son juegos de antes, y a las bochas poco y nada. Y nosotros subsistimos con los clientes de aquel entonces”.

MANTENER LA TRADICION

“Fume compadre, fume y charlemos y mientras fuma recordemos que con el humo del cigarrillo ya se nos va la juventud”, dice la letra de un tango que escribió Manuel Romero y cantaba Gardel en el año 1923. Y en los bares de los barrios platenses se hace honor a esa poesía y se deja fumar.

Como desafiando a las nuevas normas, a la lucha contra el tabaco y al paso del tiempo, y a los cambios de costumbres, en esos viejos boliches los parroquianos fuman y toman un vermuth a la tardecita.

En 25 entre 60 y 61, a mitad de cuadra, también en un contexto de modernidad, con gente que pasa hablando por celular o pibes escuchando MP3 o MP4, resiste “Malayunta”, un bar que también nació en el ’53 y que atiende desde hace seis años Jorge Delmar López Osornio, de 60 años de edad.

“Viene toda gente mayor, de la zona. Esto es mantener la tradición y este tipo de negocios se van a morir cuando se mueran sus clientes; lamentablemente es así porque todo ha cambiado, las estructuras de los bares modernos son otras y la juventud también está en otra, por eso no viene a estos lugares. Además no me parece que nosotros tengamos que adecuarnos a ellos, para qué, de ser así debería poner un patovica en la puerta y ya no estoy para eso, no quiero problemas, acá la gente viene a estar tranquila; a lo sumo alguno se mama, se duerme y si eso ocurre lo despertás, le decís que esto no es una pensión, se levanta y se va”.

“Yo no quiero reviente, no quiero kilombo... dejame con los clientes de siempre, esos que vienen a pasar el tiempo, a charlar, a vivir sus horas libres como creen conveniente, tomando algo y nada más”, expresa López Osornio.

Con tono nostálgico el dueño del bar de la calle 25 asegura que “uno se aferra a esto por amor al arte porque la verdad se gana poco. Y con 60 años no conseguís trabajo en ningún lado, adónde vas a ir...”, e insistió “yo creo que poner un patovica y arreglar un poquito para que vengan los pibes no es modernizarse, eso es reconocer lo mal que están los chicos, las peleas que se arman, están quemados”.

Como una burla al paso del tiempo, a la tecnología, a las costumbres de los jóvenes de hoy, a la música de la actualidad, en síntesis a la nueva era, los auténticos viejos bares -porque también están los nuevos que paradójicamente los imitan para atraer público- resisten estoicamente en algunos rincones de la Ciudad. Aunque sus propios dueños dicen que son “reliquias” y los colocan como símbolos de una época lejana, que ya no es.

Fuente: http://www.eldia.com.ar/edis/20110704/se-apagan-luces-viejos-bares-laciudad0.htm

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