12.06.2011 | Entrevistas / Hoy será la última vez del gran ídolo en la Bombonera. A días de su retiro definitivo de las canchas, habló con 7 DÍAS. Perfil de un hombre que siempre confió en sí mismo, y que ya entró en la historia del fútbol.
Por Daniela Rossi
El ídolo contemporáneo del fútbol argentino pisa por última vez el área. Su tranco largo se apura para buscar la pelota, ésa que le obedeció a lo largo de su carrera. Ésa que mandó al fondo de la red 277 veces, que empujó con las partes más insólitas de su metro ochenta y siete. Ésa a la que nunca le saca la vista de encima. Por algo Martín Palermo es "el optimista del gol". Carlos Bianchi descubrió su secreto cuando lo definió así. Crea goles donde el resto ve caos o la nada, por creer que son posibles.
Hoy se prepara para retribuir el aplauso de la Bombonera por última vez en un partido oficial.
-Hay alguna posibilidad de que sigas jugando después de junio?
-No, no hay. Ya está.
Terminante. Así le contesta a 7 DÍAS. Cinco palabras le alcanzan para callar los rumores –deseos, en realidad– que dicen que lo pueden convencer para que siga con la camiseta de Boca. Mientras niega con la cabeza, sonríe. Él no lo duda. Está tranquilo, calmo por el deber cumplido.
-¿Es difícil ser Martín Palermo?
-No, yo lo disfruto.
A cada paso que da, el goleador deja una estela de "Martín, ¿me puedo sacar una foto con vos?", "Martín, ¿me firmás?", "Martín, casi me hago hincha de Boca por vos". Él responde a todo que sí, "dale, rápido, sacala, te firmo, gracias". No son todos hinchas xeneizes los que atrae como un imán. Los que llevan otra camiseta, al menos, lo respetan, quizá ya resignados a admirar a ése que siempre les hace goles. Pero las multitudes (las que no están dentro de una cancha) lo incomodan: su timidez toma fuerza cuando se transforma en el centro de las miradas.
En los metros que separan la Bombonera de Casa Amarilla, cuando busca la ducha después de un entrenamiento, en un evento –de la marca, fundación o deporte que sea–, después de un partido, siempre habrá alguien esperando que aparezca Palermo. A esta altura de su carrera, resulta difícil imaginarlo caminando por las calles como un tipo común.
-¿Te incomoda que te siga tanta gente?
-Uno ya está acostumbrado, y también es lindo vivir con eso. La gente te llena de agradecimiento, es algo lindo.
Sin embargo, en las pequeñas cosas, intenta ser Martín, sin el apellido que lo transforma en ídolo. Aprendió bien las palabras de sus viejos.
HIJO DE. Cada mañana, Carlos va al quiosco, hojea los diarios y se lleva los que en sus páginas tienen impreso ese rostro que es la mezcla perfecta entre él y el de Mary, su esposa. Ellos todavía recortan las notas y publicidades en las que sale su hijo menor, y las ordenan en carpetas. Ya van más de treinta. Lo siguen a todos lados, lo alientan como un hincha más. Tienen asistencia perfecta en La Boca, cruzaron el planeta para estar en Japón. También volaron a Sudáfrica para el Mundial, cada uno con la celeste y blanca con el número 18. En Sudáfrica, Carlos y Mary se sentaban lejos de los familiares del resto de los jugadores. No se mostraban para los flashes, pero ahí estaban, firmes junto a hijo. Juntos lloraron de alegría cuando Martín anotó su único gol en un Mundial, frente a Grecia en Polokwane, uno de los pocos capítulos que le faltaban a su gloriosa carrera. También sus ojos se humedecieron esa noche bajo un diluvio en el Monumental, cuando el delantero ahogó los fantasmas de la eliminación para la Copa del Mundo 2010.
Papá, trabajador en el Astillero Río Santiago, y mamá, empleada de la Caja de Ingeniería, llevaron a Martín cuando cumplió siete años a probarse en Estudiantes, donde Gabriel, el mayor, se ponía los guantes todos los fines de semana. Los Palermo son una familia futbolera: ya el abuelo había jugado en la Primera del Club Deportivo Vieytes. Hoy, el delantero de Boca repite la historia con su hijo, Ryduan. Hace unos días el heredero metió dos goles en la octava de Estudiantes. Él lo relojea.
-¿Te gustaría que tu hijo también se dedique al fútbol?
-Lo llevo bien, es una decisión suya, uno lo acompaña. Los abuelos, el tío, yo, todos lo apoyamos en lo que hace. Me veo un poco reflejado en él.
El espejo funciona a la perfección entre Martín y Ryduan: Carlos alienta al otro lado del alambrado, esta vez para acompañar a su nieto en la cancha auxiliar de Estudiantes. Ryduan tiene 15, es hijo del goleador y Jacqueline Dutrá. Fue la brasileña su primera pareja mediática, y también lo fue su separación, en 2001. Otra mujer, promotora del TC, había entrado en acción, y años más tarde lo hizo pasar por la Iglesia. Con Lorena Barrichi planearon tener su segundo hijo, pero una complicación en el sexto mes le asestó un duro golpe a la ilusión. Stéfano falleció a poco de nacer. Tiempo después el matrimonio terminó.
El futbolero balneario 12 de Mar del Plata fue el escenario para una nueva presentación y un "nos estamos conociendo": Candela, también promotora tuerca, se anotó en la lista de romances de Martín. Ahora, el goleador sueña con pasar más tiempo con Jéssica Geneaux, la mujer que está a su lado desde 2008. Modelo y de bajo perfil, la morocha lo acompaña en sus pocas salidas nocturnas.
-Cuando dejes de jugar, ¿tu familia será la más beneficiada?
-Sí, pero yo igual trato de hacer todo, de tener mis tiempos más allá del fútbol. Seguro que después voy a tener más fines de semana, más tiempo liberado. Pero también hay que ver cuánto me dura eso. Porque si me meto de nuevo en el fútbol, otra vez vienen los sábados y domingos.
-¿Te interesa trabajar en Boca o Estudiantes?
-Sí, pero eso lo veremos con el tiempo. No tiene ser ya. La idea es seguir trabajando ligado al fútbol, seguramente que estaré relacionado con Boca, Estudiantes o las opciones que surjan. Seguro que voy a estar ahí.
COMPAÑERO. Palermo evita las precisiones cuando piensa en su futuro. Confesó que sueña con viajar por el mundo durante seis meses con su mujer. Pero la palabra fútbol no deja de sonar. Quiere visitar amigos –estuvo cuatro años del otro lado del Atlántico, jugó en el Villarreal, el Real Betis y el Alavés–, conocer, ser turista, uno de esos que lleva la cámara de fotos en mano y posa con un paisaje de fondo, sin nadie abrazado. Desconectarse. Para poder volver. Al fútbol, ¿a qué sino?
Aunque sabe que se va, ata ese "Día D" ("P", en este caso) a una amistad: la que, vueltas del destino, tiene con un pibe con el que se sacaba chispas en la adolescencia. Un tal Guillermo Barros Schelotto, nacido en La Plata pero incubado en Gimnasia, el eterno rival de Estudiantes, que afronta serios problemas con el descenso y al que enfrentará en la última fecha. "Si Boca tiene chances de salir campeón o entrar a la Copa, juego, si no, no. Guillermo también se tiene que poder despedir de la gente de Boca, también es su gente", cede protagonismo. Pretende sacarse el traje de adorado para que ese día se lo ponga otro y disfrute también. Prefiere que su amigo y compañero en las épocas de gloria de Boca la pase bien.
"No seas boludo, Pochi, yo te paso a buscar por la estación de servicio y vamos en mi auto". Chávez viajaba todos los días en colectivo al entrenamiento, pero Martín le ofrecía ir juntos. Una mañana el volante se levantó tarde, salió corriendo a la parada, pensando en que había plantado a Palermo. "Te quedaste dormido, Cabeza, vamos que llegamos tarde", le dijo. Él todavía lo esperaba. "Está siempre a la par de los pibes, entrena, charlan. Es el primero en llegar y el último en irse, nunca un problema", lo adula un dirigente. Palermo, además de todo, es compañero.
En Boca sueñan con que dure para siempre. Que esté presente en las Inferiores, charle con los pibes, sea consejero, mánager, técnico. El cargo poco importa. Pero saben que es importante tenerlo. "Tiene que estar dentro del club para que los chicos lo sigan como ejemplo", se imaginan en La Boca. Él también sabe que su figura mueve voluntades. Si juega el domingo, el lunes viaja a una provincia, el martes va a un hotel céntrico para una movida ambiental, el miércoles tendrá otra cosa: "Sabemos que la presencia nuestra siempre es importante para la gente, se entere de un proyecto, una fundación, una actividad", destaca. Quizá sea ése el camino del después, algún boceto tiene en mente.
Es padrino de varias fundaciones, se ocupa de hablar con los chicos, les regala sus consejos y le estampa la firma en los guardapolvos para que se vayan con el pecho lleno de tinta, y de felicidad futbolera.
"Yo también podría tener mi fundación, ¿no? Habría que reunir la gente que quiera colaborar, el proyecto. Si se da, me gustaría", se ilusiona. Algún dato más sobre el futuro, pero por ahora elige hablar en potencial.
EL FIN. Las puteadas que escuchó bajar de las plateas de la mayoría de los estadios del fútbol argentino poco coincidieron con su destino. Si tenía los pies redondos, si coreaban su nombre cuando un perro se entrometía en el campo de juego, si se podía patear el otro pie si le cambiaban las medias, a él poco le importó. Porque el goleador se la creyó. Creyó que podía entrar a la cancha para hacer dos goles y dedicárselos a su bebé que había fallecido, y que ahora besa en el tatuaje de su antebrazo izquierdo. Que podía levantarse después de pifiar tres penales seguidos en un mismo partido, después que una pared de ladrillos le partiera una pierna en pleno festejo, y luego de romperse la rodilla y aún así marcar. Palermo siempre creyó. Es un hombre de fe, que empieza a decir adiós.
Fuente: http://www.elargentino.com/nota-143410-El-inmortal.html
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