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viernes, 1 de abril de 2011

La familia Podestá

Su génesis inmediata parte de Pedro Podestá y de María Teresa Torterolo, un muchacho y una joven. genoveses que se conocieron en Montevideo y se casaron. La lucha por la vida los trajo a Buenos Aires; se establecieron con un almacén en el barrio de San Telmo y tuvieron sus dos primeros hijos, Luís y Jerónimo.

Pero corría el año 1851 y el tambaleante gobierno rosista había hecho circular el rumor de que sí Urquiza entraba en la ciudad iba a degollar a todos los gringos. El temor hizo que el matrimonio regresara precipitadamente a Montevideo, donde la prole aumentó con Pedro, José Juan (Pepe), Juan José, Graciana, Antonio, Amadea y Pablo Cecilio: la robusta pareja de comerciantes no suponía que había alumbrado la vida, la presencia y el vuelo del futuro teatro del sur del continente.

En el cuarto hijo, Pepe, se despertó la pasión por el circo, originada por las representaciones a las que la suerte le había permitido asistir. Cuenta en sus memorias que convenció a sus hermanos mayores y menores para que practicaran bajo su dirección las pruebas que habían visto.

Como el intuitivo conductor tenía genio y el improvisado elenco buenas condiciones, pronto fundaron su propio circo, encabezado, naturalmente, por el adolescente Pepe.

Graciana se casó con Alejandro Scotti, también empresario circense y descollante acróbata. Así nació el elenco Podestá-Scotti, que llegó a gozar de bastante notoriedad dentro de la modestia endémica del circo criollo.

La eterna cabalgata los encontró en 1884 trabajando en Buenos Aires, en el circo Humberto Primo, situado en Moreno y Ceballos, en la actual esquina del Departamento de Policía metropolitano. Pepe, además de integrar con sus hermanos José y Pablo un trío de trapecistas anunciado como "Los cóndores del trapecio", había creado un personaje, Pepino el 88, payaso desenfadado que hacía virulentos chistes sobre temas de actualidad. Quiso la suerte que en una zona más céntrica, en el lujoso teatro Políteama Argentino, actuara por entonces el circo internacional de los hermanos Carlo.

En esa época, los grandes circos dividían sus funciones en dos partes. En la primera exhibían los números clásicos; en la segunda representaban una pantomima, basada en temas exóticos y de acción sostenida, con gran despliegue de escenografía y vestuario. Algunos títulos pueden dar idea de sus argumentos: Los brigantes de Calabría, Los bandidos de Sierra Morena, Garibaldi en Aspromonte, Una noche en Pekín.

Para cerrar la exitosa temporada de 1884, los Carlo quisieron homenajear a ese leal público porteño que tanto los favoreciera mostrándole una secuencia de color local. El folletín de Gutiérrez, Juan Moreira, reunía las condiciones necesarias; había probado su atractivo masivo y permitía un espectáculo emocionante. Conversaron con Gutiérrez y éste aceptó la idea entusiasmado; hasta se ofreció para realizar él mismo el traspaso al mimodrama. Pero puso una condición: que el personaje central fuese animado por un criollo verdadero, temiendo que el protagonista ostentase rubias guedejas y brillantes lentejuelas.

Dada la dificultad de conseguir actores nativos, los Carlo comenzaron a recorrer los circos. Así descubrieron a Pepino el 88, con el incuestionable oficio que día a día demostraba en las arenas del Humberto Primo. Como refuerzo del criollaje, toda la compañía de los Podestá fue incorporada a la empresa de los Carlo para las trece funciones que comenzaron el 2 de julio. Por primera vez tuvieron a su servicio las instalaciones de un gran teatro.

Terminada la temporada, la familia siguió a los Carlo hasta Brasil. Después, volvió a deambular por las inmensidades argentinas y uruguayas. En 1886, actuando con suerte esquiva en Arrecifes, provincia de Buenos Aires, alguien, tal vez por hambre, propuso incorporar una segunda parte con aquel Juan Moreira del Politeama. No era mala idea: entre todos fueron repasando los borrosos movimientos de la puesta. A pesar de la improvisación del estreno, la novedad gustó al ingenuo auditorio. Un vecino de la zona, el francés León Beaupuy, se acercó a Pepe después de una función y le pidió que le aclarara algunos movimientos que no había entendido. «Si hablaran, —explicó— todo sería más claro.» El auténtico hombre de teatro que latía en el payaso se despertó. Sin pensarlo así, Beaupuy le había dado la idea de que su compañía utilizara uno de los elementos fundamentales del ejercicio dramático: la palabra. Y allí, sin más, Podestá se puso a escribir un libreto, al que agregó diálogos tomados literalmente del texto de Gutiérrez: el 10 de abril debutó en Chivilcoy con sus hermanos y sobrinos, haciendo todos uso —y tal vez abuso— de sus voces.

Pasarían cuatro años de giras interrumpidas, durante los cuales la obra se fue asentando, con agregados de nuevas escenas, de nuevos personajes —el de Cocoliche, por ejemplo—, de bailes, canciones y payadas, en las que a veces intervenía el moreno Gabino Ezeiza, »bardo errante y vagabundo que iba con su guitarra de rancho en rancho y de pulpería en pulpería, glosando los acontecimientos más notables, recordando los altos hechos de los hombres ilustres, llevando a todas partes las palpitaciones del alma nacional», según el comentarista Francisco Pi y Suñer. En esa práctica constante, los nuevos actores alcanzarían un buen dominio del oficio. Distraer con la triste condición del gaucho ya les era fácil rutina cuando se presentaron ante el público porteño en el año 1890.

Fuente Consultada: HISTORIA Argentina y El Mundo Contemporáneo
e Historia De La Argentina - Cronica

Fuente: http://www.portalplanetasedna.com.ar/podesta.htm

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