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Por Ernesto Schoo
Sábado 23 de octubre de 2010 | Publicado en edición impresa
Quien la vio en Medea , de Jean Anouilh, allá por 1952, o en La otra madre , de Gorki, o en Sopa de pollo con cebada , de Arnold Wesker, no la olvidará. Era una actriz formidable, y más que eso: directora y maestra de actores, también. Suele decirse (y es verdad) que Alejandra Boero (1918-2006) fue una de las figuras más talentosas y tenaces en la promoción del teatro independiente en nuestro país y en América toda. Pero así se la limita. Porque Alejandra vivió en función del teatro, más allá de un determinado radio de acción: el teatro, el gran teatro -el de mayor calidad, el más avanzado y profundo en la indagación de la ambigua naturaleza humana y su caprichosa conducta- era su pasión, y a ella se entregó sin reparar en obstáculos. De La Máscara a Nuevo Teatro, de Maipú 28 a Corrientes 2120, del Planeta al Lorange, ni los problemas económicos ni la censura ni la persecución política la desanimaron jamás. A los ochenta años, seguía actuando, enseñando y peleando por sus ideales como si tuviera veinte.
Aunque la fecha oficial de inauguración fue el 9 de diciembre de 2000, hoy comienzan las celebraciones por los veinte años de su creación postrera y perdurable: Andamio 90, que no es tan sólo un espacio con múltiples posibilidades para la representación teatral, sino también una escuela de formación de actores, de merecido prestigio, y un ámbito para la reflexión y la discusión de esa materia en constante movimiento: el teatro, acaso la forma de arte más apta para unir a una comunidad y transmitir sus valores. Ninguna forma teatral fue ajena a la inquietud de Alejandra: en Andamio se cultivó la vanguardia y lo clásico, se transitó de Aristófanes a Miller, de O´Neill a Ariane Mnouchkine ( 1789 ), de Bernard Shaw a Tony Kushner ( A ngeles en América), con especial hincapié en los autores nacionales.
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Es impresionante la lista de intérpretes formados junto a Alejandra, que la acompañaron desde los comienzos de su dilatada y fecunda carrera: Héctor Alterio y Carlos Gandolfo (que se alternaban como Jasón, en la Medea de Anouilh), Onofre Lovero, Enrique Pinti, los hermanos Caldi, Juan Carlos Puppo, María Eugenia Daguerre, Walter Soubrié, Antón (que sería luego un destacado escenógrafo), Tacholas. También a ella y a Pedro Asquini, su compañero en la aventura de Nuevo Teatro, debemos el primer contacto de nuestros espectadores con la escena circular.
Tras largos años de trabajo y de mudanzas (no voluntarias, sino causadas, entre otras razones, por los vaivenes económicos del país), Alejandra por fin tuvo su sala propia, diseñada según sus deseos y a costa de un considerable esfuerzo, al que contribuyó en parte un legado del arquitecto Francisco García Vázquez, gran amigo de Boero y amante del teatro, más el aporte del Fondo Nacional de las Artes y otros.
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1317607
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